jueves, 31 de enero de 2013

Dioses que te abandonan y Dioses que te salvan.


-Siempre hay de los dos –me dijo-. Me refiero a Dioses, claro, Dioses de esos que te abandonan y de esos otros que te salvan…

-¿Dioses?

-Claro… Dioses… -repitió-, aunque si llegas a escribir algo sobre esto asegúrate de ponerlos con mayúsculas… ya que hablamos de Dioses en los que creemos incuestionablemente… identificables… por eso nos abandonan.

-No te entiendo… ¿nos abandonan porque los identificamos?

-No… no es eso. Nos abandonan porque son externos a nosotros, son ellos en sí mismos… por eso son Dioses, por eso son independientes…y por eso se escriben con mayúsculas…

-Pues sigo sin entender…

-Lo sé… -agregó, sonriendo-, es que suena complejo, pero me refiero simplemente a que todo aquello en que crees, y que descubres de pronto que no es parte de ti mismo, se convierte en un Dios… y claro, digamos que es justamente al hacer este descubrimiento, cuando ellos te abandonan… porque la mayúscula los separa de ti, ¿me entiendes…?, o sea… indica que no están en ti… que no te acompañan… y que en última instancia, entonces, no te pertenecen.

-¿Y entonces vendrían los Dioses que te salvan?

-No, no es cuestión de equilibrio, ni de causa consecuencia… es decir, no es tan simple… los Dioses que te salvan no te salvan precisamente del abandono…

-Y entonces… ¿de qué te salvan?

-Es que ese es el problema… está mal usada la idea de salvar… Es decir, nadie “salva de”, sino que salva simplemente, o “te salvan”…

-Mmm…

-¿Mmm qué…? ¿Sigues sin entender?

-No sé… pero dime: ¿esos Dioses también se escriben con mayúsculas?

-Claro… por algo “te salvan”, ¿no entiendes…?, hacen una acción… de hecho, si comprendes realmente lo que quiero decir, te darás cuenta que ambos Dioses son en el fondo los mismos…

-¿Los mismos?

-Sí, los mismos…

-Pero entonces… ¿el abandono y la salvación no serían, en parte, también lo mismo?

-No... -concluyó-. o no directamente, al menos.

Ambos guardamos silencio, un momento.

-Mmm… Dioses que te abandonan y Dioses que te salvan… -dije por último, en voz alta.

-Eso es… mejor decirlo sin pensar…

-Sí… como que alivia, de esa forma, un poquito…

miércoles, 30 de enero de 2013

Hay máquinas y máquinas.


**

Es de noche, subo al barquito y hablo con el capitán.

-He visto morir tres personas en un mismo barco –me dice-. Un barco que iba a mi cargo, claro. Sin embargo, nunca consideré necesario sentirme culpable…

-¿Culpable…?

-Claro… lo que ocurre es que no faltan los que parecen culpar al capitán de todo lo que ocurre… -explicó-. Es como con Dios un poco… aunque bueno, él sí tiene la culpa porque tiene poderes y todo eso… uno en cambio solo estaba a cargo de un barco… durante algún viaje…

-…

-Igual yo estoy de acuerdo en que debe haber un culpable –agregó, tras pensarlo-. Es decir, si ocurren cosas malas, y las muertes son malas, se supone, tiene que haber culpa… es como un ejercicio simple…

-Y en lo del barco ese… -pregunté entonces- ¿Quién sería el culpable?

-Buena pregunta… -me dijo-. Yo me la hice varias veces… no creas que mis conclusiones son rápidas o que las tomo por comodidad…

-¿Pero llegó a alguna conclusión?

-Claro… o sea, lo que pasa es que el barco llevaba máquinas…

-¿Y las máquinas serían…?

-No… no las máquinas me interrumpió-, pero es que hay máquinas y máquinas… y no todas son culpables…

-¿Las máquinas…?

-Es que no ha pensado usted, ¿para qué hacer máquinas que hacen lo que nosotros podemos hacer…?

-…

-O sea, yo no tengo nada contra las máquinas… porque claro, las máquinas que hacen cosas que nosotros no podemos hacer, vale, esas no tienen culpa… pero hacer máquinas que hacen cosas que podríamos hacer nosotros… eso es quitarnos valor gratuitamente, ¿no cree?

-¿Quitarnos valor…?

-Claro… imagínese que no hayan máquinas para hacer lo que hacemos nosotros… entonces nosotros seríamos más valiosos…

-¿Y eso lleva a que hayan muertos esos tres hombres?

-Claro… no directamente, claro, pero si hay que buscar culpables…

-¿Y qué ocurre tras encontrar culpables? –pregunté-. O sea, culpables de ese tipo…

-Según –me dijo-. Yo esa vez, por ejemplo, decidí colgar las máquinas del mástil, al amanecer… pero al final no se pudo.

-¿No tenía mástil, acaso…?

-No, fue peor que eso… -concluyó-. Puede pensar que estoy loco, lo admito… pero esa vez no hubo amanecer…

-¿No hubo amanecer? –pregunté- ¿Qué quiere decir eso?

-Quiere decir eso. Que no hubo amanecer.

Y claro… yo insisto, pero el capitán no vuelve a hablar.

Bajo del barquito.

Es de noche.

**  

martes, 29 de enero de 2013

Esta es una entrada de emergencia.


“Yo hubiese seguido así el resto del día…
el resto de mi vida.”



Esta es una entrada de emergencia.

Y a la vez algo así como una entrada instantánea.

No es nada para preocuparse, claro.

Aunque nada, ciertamente, es para preocuparse.

Obviaré por tanto el asunto ese de la emergencia
y explicaré brevemente por qué es instantánea…

¿O acaso se ofende usted…?

Me refiero a qué quizá usted ya sabe lo que instantánea…

Sí… pensándolo bien, es muy posible que usted sepa.

Callaré entonces, respecto a eso.

No obstante, apostaría mis primeras ediciones de Sarduy
a qué no sabe usted bien,
el significado de un instante.

No es que yo lo sepa, claro…

Esto es más bien una apuesta sana…

O quizá hasta un regalo… ¿quién sabe?

Y es que si usted comprende lo que significa un instante,
ciertamente no necesita leer a Sarduy,
ni mucho menos estar apostando con una voz extraña,
bastante inconexa
y hasta ausente, si se quiere...
por el significado de una palabra.

Sí,
dije ausente.

Y es que ese es el principal requisito,
para que una entrada de emergencia
e instantánea
funcione.

Sé que n o es importante, claro…

De hecho, como les decía,
sé que nada, realmente, es importante,
por eso, quizá,
se los confieso sin culpa:

No estoy, en este instante. 

lunes, 28 de enero de 2013

Ser feliz si la piedra cae.


“La vida y el sentido de la vida,
no son, como se cree
-e incluso como gramaticalmente podría comprobarse-,
cosas distintas”.
Otto Wingarden.



Mientras estaba sentado junto a un lago, me fijé en un hombre que estaba unos cuantos metros más allá, lanzando piedras.

No es que eso haya sido muy extraño, claro… pero lo que sí llamó mi atención, fue que el hombre parecía celebrar tras cada lanzamiento, sin importar donde cayera la piedra, como si esta hubiese dado justo en el blanco dispuesto.

Debe estar borracho, pensé.

Con todo, tras fijarme mejor, el hombre me pareció –en todo lo demás-, una persona normal. De hecho, al pasar junto a mí, lo vi sonreír, alegre, sin ningún rasgo de estar ebrio ni nada parecido.

Y claro… seguí luego mirando el lago… y dándole vueltas al asunto.

Quizá, pensé entonces, la alegría está en eso… en una meta chiquita…

-Voy a ser feliz si la piedra cae –dije entonces, en voz baja, como una promesa.

Y claro, la lancé. Sin importar el destino.

Para sorpresa mía, sin embargo –pues debo reconocer que prometí lo anterior sin mucha fe que digamos-, sentí con alegría que la piedra había caído justo en el sitio, donde debía caer.

Seguí un rato más, entonces, disfrutando el descubrimiento.

Y no voy a inventarme hoy, un final trágico. 

domingo, 27 de enero de 2013

Nadie elige a Shang Tsu.


-Que raro

-¿Qué cosa?

-Que en el ránking de juego sale que casi nadie elige a Shang Tsu.

-No po, si nadie lo elige…

-Sí, pero no sé… ¿cómo es Shang Tsu?

-Así po, como sale ahí… tira como rayos de fuego…

-Sí, ¿pero no se supone que además se convierte en cada uno de los otros personajes?

-Sí po, hay combinaciones con las que Shang Tsu puede transformarse en el personaje que tú elijas…

-Pero ¿puede hacer los poderes de esos otros personajes?

-Sí po, puede…

-¿Y por qué nadie lo elige, entonces?

-…

-O sea, si puedes ser cualquier otro, siendo Shang Tsu, ¿por qué no lo eligen?

-Pues no sé… no me lo había preguntado…

-¿Y si me inventas una respuesta?

-¿Una medio filosófica?

-Claro…

-Algo así como la importancia de ser uno mismo, sobre la validación y la fuerza que nace de mantener una identidad definida…

-Sí…

-Pues la verdad me da flojera… mejor vamos a hacer otra cosa…

-¿Qué cosa?

-Adivina.

-¿Vamos a jugar Mortal Kombat eligiendo a Shang Tsu…?

-Mejor que eso… vamos a elegir a Shang Tsu y vamos a ganar el juego siendo Shang Tsu… o sea sin cambiarlo por ningún otro…

-¿Se podrá?

-Claro… si hasta tiene poderes propios…

-Claro, como todos los otros personajes.

-Claro. Como todos.

sábado, 26 de enero de 2013

Batman, el hombre solo.


-¿Te acuerdas de la primera aparición del Joker?

-¿Cuál?

-Esa que salía en la revista que encontraste en la librería de Puerto Aisén…

-Sí po… si fue tremendo hallazgo…

-Es que me he quedado pensando…

-¿Qué…? ¿Piensas que fue mala idea venderla tan rápido…?

-No, no es eso… pensaba más bien en el crimen del Joker… y en el fin del mundo…

-¿Cómo…?

-Eso po… ¿te acuerdas cómo mataba el Joker?

-Claro… con el gas de la risa… o con algún veneno…

-No po, me refiero a que avisaba que iba a matar a cierta gente con anticipación, y todos trataban de proteger a esa persona, pero al final igual moría…

-Sí po, sí me acuerdo…

-Es que pensaba en eso, en que esos crímenes funcionaban porque el crimen realmente ya había sido cometido…

-Claro, si el Joker había envenenado a los tipos antes, y solo había calculado el efecto del veneno…

-Sí po, crímenes ya cometidos antes de ser anunciados… ¿has pensado entonces cuál es el momento del crimen?

-¿Cómo…?

-¿Cuál es el verdadero momento cuando se comete el crimen…? ¿Me sigues…?

-Sí…

-Pues eso… pensaba en eso.

-Pero también decías que pensabas en el fin del mundo.

-Claro… pero es que trata de unir… o sea, si no sabemos bien cuándo se comete el crimen, no podemos saber bien, realmente cuál es el crimen… o en qué consiste su totalidad…

-¿Y?

-Eso… quizá la idea del fin del mundo sea así… como un crimen anunciado, pero ya cometido…

-¿Te refieres a que Dios también nos inyectó una especie de veneno y luego anunció que se acabaría el mundo…?

-Mmm… algo así… aunque no pensaba en Dios…

-¿Por qué no…?

-Porque basta con la muerte, ese puede ser el crimen…

-¿Y el sentido de Batman, cuál sería…?

-¿Batman?

-Claro, Batman… ¿qué sentido tendría la existencia de un Batman, de existir también, ese crimen?

-¿Batman…? Pues no sé bien… Quizá saber, simplemente…

-¿Y contárselo a alguien?

-A nadie. Por eso Batman es un héroe.

-¿Ni a Robin?

-Ni a Robin.

-Pues podrías escribir esa historia…

-¿Sí…? Podría llamarse “Batman, el hombre solo”.

-Sí, sería un buen título.

viernes, 25 de enero de 2013

Galápagos / Paraísos simultáneos / El primer maestro Roshi.

"El origen de las especies, o
la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida".
Ch. Darwin.


Un tipo me muestra  unos recortes a mal traer sobre una hazaña de su tatarabuelo. En ellos, puede leerse –apenas, pero se puede-, cómo un pastor protestante holandés hizo uno de los más extraños viajes de que haya tenido noticia.

¿Cómo explicarlo…?

Mmm… digamos que tras leer algunos estudios –muy en boga en ese tiempo-, sobre la población de las islas Galápagos, este pastor protestante quiso confirmar que algunos de los animales de esta isla debieron haber sido creados directamente en aquel lugar, pues era imposible que, con sus características físicas, pudiesen haber venido desde otros sitios.

Es decir, existían discusiones en ese entonces, que repercutían en el ámbito teológico, a partir de las conclusiones que Darwin presentó respecto a la población de estas islas… y claro… el pastor quiso demostrar por sí mismo que esos seres fueron creados en ese lugar y que su migración desde otros sitios resultaba totalmente imposible.

Así, tras estudiar el peso y contextura física de las tortugas gigantes de Galápagos, el pastor holandés no había encontrado nada mejor que, tras la construcción de una serie de implementos, simular en sí mismo, las características físicas de la tortuga y nadar, desde las costas más próximas hasta esas lejanas islas.

-Por eso sale con esa caparazón de tortuga en la espalda, –me dice el tataranieto, enseñándome una foto borrosa.

Lo triste del asunto, sin embargo, es que el pastor protestante sí logró, finalmente, llegar a las islas.

Y claro, digo triste porque esa hazaña jugaba en contra de su propia teoría, teniendo que aceptar entonces la migración desde otras tierras, de estos animales) y que habrían evolucionado, por ende, para poder facilitar ese viaje).

-Por eso no sale muy alegre en las fotos –me explica finalmente, aquel hombre-. Es decir, él hasta había publicado una especie de libro sobre la creación de paraísos simultáneos… y tuvo que echar pie atrás, en su teoría…

-¿Paraísos simultáneos…?

-Claro, o algo así… hay una copia del libro en la casa de mi tío en la isla P… si te interesa, como a dos horas de acá…

-Mmm…

-Por otro lado –concluye el tataranieto-, cuando me cuentan la forma en que se entrenó mi ancestro para su viaje, siempre me termino cuestionando por qué somos nosotros mismos, en definitiva, quienes vamos a veces en contra de nuestras propias creencias…

-Buen punto–digo yo.

-Tal vez era el primer maestro Roshi –dice mi hijo.

Luego vamos hasta el bote.

jueves, 24 de enero de 2013

Extraña metamorfosis.


-¿Y si tengo cuatro hijos y tres nietos, y cada uno quiere dos manzanas, cuántos kilos compro?
-¿Qué?
-Que si tengo cuatro hijos y tres nietos y cada uno quiere dos manzanas ¿cuántos kilos compro?
Yo me quedé en silencio, junto al puesto.
La mujer insistió.
El vendedor miró hacia otro lado.
Yo encontré chistosa la situación y como estaba medio borracho, insistí un poco.
-La señora dice que si tiene cuatro hijos y tres nietos y cada uno quiere…
-¡Sí escuché, hueón…! –me interrumpió el vendedor.
-¿Y?
-¡¿Y qué…?!
-Que si la señora tiene cuatro hijos y tres nietos y…
Entonces el vendedor se dio media vuelta y me lanzó una manzana que me golpeó en un costado.
Y claro, como estábamos enfrentándonos, ocurrió que alguien llamó a un guardia que estaba en la feria.
-¿Qué pasó…? –preguntó el guardia.
La señora intentó explicar.
-El joven –dijo ella (el joven era yo)-, intentó explicarle al vendedor que si tenía cuatro hijos y tres nietos y si cada uno quería tres manzanas…
-¿Ese hueón tiene nietos? –interrumpió el guardia (el hueón era yo).
-No –dijo la señora- lo que pasa es que…
Y bueno, la señora explicó y pasó así, calculo, cerca de media hora.
Por último, casi por cansancio, el guardia nos obligó a todos a pedirnos disculpas.
-Todos quedan de amigos y usted se va con su abuela… –me dijo el guardia-, o con su madre...
Yo no quise explicar.
-Y claro –agregó como sanción-, el vendedor le regala las manzanas.
Todos nos dimos la mano y la abuela se fue con las manzanas.
Yo, en tanto, alcancé a caminar como dos cuadras hasta que me di cuenta que iba con la manzana fija, a un costado.
Algo ha cambiado, Gregorio, me dije.
Solo falta saber qué.

miércoles, 23 de enero de 2013

La lavadora.



Visto de golpe resulta extraño.

Es decir, en primer lugar la lavadora, luego yo, luego la abuela y así hasta el final que hay varios más, que no distingo.

O sea, todo por una confusión que surgió porque al parecer, alguien que supo que era profe le mencionó a la abuela que yo era maestro… Y claro, de ahí a que ella entendiera que era de esos maestros que reparan cosas y estar frente a la lavadora descompuesta fue cosa de minutos y unos cuantos malentendidos más.

No es que renunciara a explicarle a la abuela sobre la confusión, pero ella, o me tenía mucha fe o estaba demasiado sorda como para escuchar las palabras que no le convenían.

-¿Y cómo escuchó lo de maestro? –alegaba yo, pero en vez de ayudarme ellos me traían herramientas.

Entonces fue que le trajeron una mecedora a la abuela y ella se sentó a ver mi trabajo… y el resto de la familia al lado… ¡si hasta ovejas llegaron a mirar!

De hecho, yo creo que si de verdad hubiese sido de esos otros maestros, me hubiese intimidado y no lograría arreglar nada.

-¿Cómo va…? –me dijo una mujer, apurando el trabajo.

Así que comencé.

Es decir, voltee la lavadora y abrí una parte que estaba llena de cables.

Era como una bomba, pensé.

Y es que había hartos cables de colores, la mayoría verdes y rojos y uno amarillo brillante que se dejaba ver.

-La abuela quiere saber qué es ese cable amarillo? –dijo alguien.

-Eh… -improvisé-. Es raro de explicar, sabe… pero digamos que ese cable es como el sol de los otros cables…

-¿Qué dice? –preguntó esta vez directamente la abuela.

-Que es como el sol –le repitió alguien-. Y que por eso es uno.

A la abuela pareció gustarle la respuesta.

Entonces, fijándome en que ella hasta había sonreído, me puse manos a la obra. Y claro, en mi caso, eso se traducía en desconectar y volver a conectar los cables.

-Le sobró uno –me dijo entonces alguien.

Yo lo miré.

Era un cable oscuro, que no recordaba haber visto antes, pero no parecía caber en ninguna conexión.

-Ese no va –dije-. Ese era el cable malo.

-Cable malo –repitió la abuela, como si hubiese escuchado.

Fue en ese momento en que alguien enchufó la lavadora y esta empezó a funcionar, como por arte de magia.

Y claro… las ovejas se fueron, la gente, y hasta la abuela hizo un gesto para que le quitasen el sillón.

Por un momento me desilusioné de la reacción… es decir, no esperaba aplausos, pero por como se había dado todo imaginaba al menos que ellos eran cómplices de algo, y que debían actuar juntos.

-La abuela dice que vengas más tarde para darte unos milcaos… -me dijo una que debió ser algo así como su hija.

-¡Milcaos? –pregunté.

-Sí, unos gigantes y especiales que hacen para ella –me repitieron.

Así, todos se fueron, y yo me quedé solo, frente a la lavadora.

Como frente a un espejo.

martes, 22 de enero de 2013

Músculos.



Cory entrenaba todos los días junto al lago.

Yo no lo sabía, claro… y en realidad creo que nadie en el cámping lo sabía… Y es que a esas horas apenas se sentían las ovejas y los primeros pájaros… Además, el rocío es frío… y está el amanecer… y esas mezclas parecen no gustarle a nadie, a fin de cuentas.

Así, resultó una sorpresa que me encontrara con Cory y mucho más que habláramos esa mañana… Además, está la sopresa extra de ella invitándome a desayunar, poco después de conocernos.

-¿Por qué es una sorpresa verme entrenar…? –me preguntó risueña, en medio de la conversación-. ¿Acaso creías que los músculos se inflan…?

Yo sonreí.

A todo esto, creo que no lo he dicho todavía, Cory es una chica físicoculturista.

-¿Y cómo entrenas? –le pregunté, mientras ella preparaba el desayuno-. O sea… ¿cómo es la rutina esa, que estabas haciendo?

Entonces ella me explica que solo vi el final y hasta bromeó diciendo que mientras los otros recién contaban ovejas ella ya se entrenaba, levantándolas.

-Son como pesas esponjosas –me dijo.

Y claro, yo hasta le creí por un momento.

Así, mientras desayuinábamos –Cory preparó ocho huevos para los dos-, estuvimos hablando de un montón de temas: de mi hijo, del trabajo, de Onetti –ella es uruguaya y le gusta Onetti-, y hasta del tiempo. Todo tan cómoda y ordenadamente que hasta ella comentó que parecía parte también, de una rutina.

-¡Y nosotros somos los músculos? –pregunté.

Ella sonrió.

-Yo soy el bíceps –dijo entonces.

-Y yo el tríceps –contesté.

Luego, ya en confianza, ella comentó algo que la emparentó inmediatamente conmigo… y es que ella también, de cierta forma, ordenaba bibliotecas.

-O sea… no son bibliotecas –me explicó-, pero me gusta todas las semanas cambiar de orden una bodega donde hay cientos de libros, en cajas… y sí que pesan esos libros…

-Para que te hagas una idea del peso que cargo –dije yo.

Ella me miró comprendioendo de inmediato.

Por último, a lo lejos, justo cuando terminábamos el segundo desayuno –frutas con yoghurt natural-, vi que se levantaba mi hijo y me dispuse a ir hasta su carpa.

-Gracias por el desayuno –le dije entonces a Cory-. Y disculpa por interrumpir el entrenamiento.

-No importa –dijo ella.

-Además –agregó, amistosa-, el corazón también es un músculo.

lunes, 21 de enero de 2013

¿Y al final, el cuesco?




-¿Y ahí termina?

-¿Qué cosa?

-Todo po, o sea, la fruta, en este caso…

-No te entiendo.

-Pregunto si al final de la fruta está el cuesco…

-¿Cómo “al final”…?

-Al final po, hueón… al centro…

-Es que no es lo mismo po, hueón…

-¿Cómo…?

-Que no es lo mismo po, hueón… ya te dije, un cuesco no está al final de nada…

-Claro que está al final po… si te comís el resto está al final po…

-Pero estaría al final pa ti po, hueón… no pa la fruta…

-Pero si los finales son pa los humanos no màs po hueón… las frutas ni saben…

-¿Qué ni saben…?

-Ni saben po, hueón…

-Pero ¿qué es lo que no saben po…?

-Lo del final po… las frutas son no más po… y no terminan…

-Pero si tú mismo hablaste del final…

-Pero justamente pa decir lo otro…

-¿Cómo…?

-Lo otro po hueón, o sea, si una fruta termina en el cuesco… termina en el principio…

-Y entonces no termina.

-Claro po, hueón…

-¿Y entonces por qué no decís eso y te ponís en cambio a hablar raro…?

-Pa que lo digay tú, po hueón… esa es la gracia…

-¿Y qué más te hubiera gustado que dijera…?

-¿Cómo…?

-Si teníay acaso una trampa pa que yo dijera otra cosa… como comparar el cuesco con el corazón de uno o algo así…

-No… esa es cuestión tuya no más… además no creo…

-¿Qué cosa…?

-Nada… no creo, no más… dejémoslo así.

domingo, 20 de enero de 2013

Vian, el de las cartas breves.



Ya no se usan, las cartas.

No es un gran descubrimiento, ni tampoco algo que pese, realmente.

Con todo, es extraño que alguien te recuerde por aquello.

Es decir, hoy, por ejemplo, una familia que no veía hace realmente muchos años me recibió de esa manera.

-¡Tú eres Vian, cierto...? -me dijeron-. El de las cartas breves.

Y claro, yo pensé entonces en Aquiles el de los pies ligeros, o en otros que han tenido su semblanza adherida al nombre...

Vian, el de las cartas breves, repetí, y me gustó, como si me hubiesen armado caballero.

Luego de cenar, sin embargo, comencé a preguntarme cuáles eran esas cartas breves...

-¡De verdad no te acuerdas? -me preguntaron.

Y claro... a mí me dio vergüenza, pero reconocí que no.

-Eran unas cartas breves que enviabas siempre junto a un cuento... nosotros siempre te mandamos preguntar cómo estabas y tú contestabas muy breve y escribías un cuento... ¿te acuerdas?

Entonces, alguien de la familia me entrega una de las cartas... y claro... estaban mis saludos y luego algo que era realmente mi historia... pero contada de forma tan extraña que parecía un cuento...

-Había unos entretenidos -comentan-, pero a veces mandabas unos re tristes... al final, de hecho, fueron casi puros tristes...

Leo el que me entregan. Es de una vez que trabajé vendiendo juguetes. Es chistoso. Y extraño.

Y sí... debo reconocer que hasta me pareció un cuento.

-¡Te acuerdas ahora? -insisten.

Y bueno... al final admito que sí... que me acuerdo... y hasta comento que mis cartas eran breves probablemente porque mi vida era breve...

-Yo también lo pienso así -dice entonces la abuela de la familia-. La vida es breve... puros pedacitos breves...

Al final, luego que cenamos, ellos leen una de las historias supuestamente, chistosas de una vez en que me fracturé la clavícula...

-Es como Papelucho -comenta mi hijo- como un Papelucho medio triste... 

Luego me queda mirando... como si me hubiese descubierto.

-¿Papá...? -dice entonces.

-¿Qué...? -digo yo.

-Mmm... no nada... -agrega finalmente-. Se me olvidó...

sábado, 19 de enero de 2013

Sospechar de Aladino.



Sospecho de  don Aladino porque lo veo feliz. 

Aunque claro, también admito que el nombre mismo ya lo dejaba como sospechoso.

Me hospeda en un lugar chiquito, en el sur, unos días, y me ofrece chicha de manzana.

Hizo poco este año, me dice, pues lo operaron de algo que ni el recuerda y le prohibieron el trago.

Poco menos de mil litros, hizo.

Dos días después y como con 8 litros menos en bodega me confiesa que es feliz.

Ya lo sospechaba, claro, pues mientras cortamos leña esa mañana me mostró unos parajes secretos y hasta un lago desconocido.

Él no sabe bien como se dice, pero sus bisnietos tienen hijos que a su vez tienen hijos.

Un poco más borracho agrega que mejor que darle un nombre a eso, es decir que gracias.

Don Aladino, de hecho, le agradece a un alerce.

No se ve la cima de ese alerce.

Estamos frente a él y todo está como en reposo.

No hay lámpara, me dice entonces.

No hay genio.

El secreto está allá arriba, pero no tiene sentido ir a buscarlo.

Además, agrega, nosotros no necesitamos ese secreto.

Los hombres son como los dedos de la mano, todos son distintos, me explica.

Es decir, yo le daría mi receta, pero para usted sirve otra.

Otro genio.

Otro alerce.

Otra mujer, incluso, dice don Aladino y se ríe mientras me palmotea la espalda.

La mujer correcta alarga la vida y hay que acariciarla como a la lámpara, me dice.

Usted debe saberse esa historia.

Usted parece saber harto, de esas cosas, me dice.

Con todo, él sabe que ha visto algo que nadie más ha visto.

Vi un puma llorando, confiesa así, la última mañana.

Vi un puma, y pensé que me iba a comer, pero al final se acercó, y estaba llorando.

Don Aladino no agrega nada más.

Vuelvo entonces a la carpa y mi hijo aún duerme.

Yo preparo el desayuno y cargo las mochilas.

Y claro, no sé por qué me cuesta tanto, pero yo también digo gracias, mientras le acaricio el pelo y le digo que el desayuno está listo.

El día comienza y es como si en vez del genio hubiese aparecido directamente el deseo.

Te quedó rico, me dicen.

Gracias.

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