“El hombre, sobre el piso,
parecía un ser humano”
-Una vez estaba tan borracho que me agaché para
abrocharme los zapatos y terminé abrochando los de otro –me dijo.
-Te lo estás inventando… -dije yo.
-Para nada… -señaló-. De hecho recuerdo clarito que
el tipo me gritó: "¡Qué haces, cabrón…!"
y luego me tiró una patada que me arrancó dos dientes… Mira…
El hombre me muestra entonces que dos de sus
dientes frontales son postizos.
-¿Me crees ahora? –pregunta.
Yo le digo que un poco, nada más.
-Si no me hubiera sacado los dientes yo hubiese
podido ser famoso… -sigue él, como en ensueño-. Hubiese comprado las obras de
Kobo Abe, que nadie conocía, y las hubiese hecho pasar por mías… Eso me habría
dado al menos unos cuantos años de fama… Años de aceptación, de chicas que
buscan artistas… años de "eres un genio"…
¿no crees?
-No sé –dije yo-. Además no entiendo para qué
hubieses necesitado tus dientes…
-Ja, ja… tienes razón… puede que no, pero siempre
es más difícil mentir cuando te faltan dientes… o se te ve un espacio…
-¿Cómo…?
-Un espacio… -repitió-. Me refiero a que apenas te
ven falto de una pieza como que el resto te deshecha… como si fueses una
enciclopedia sin un tomo, o un rompecabezas incompleto… y ya no puedes convencer a nadie…
-...
-Es tonto eso, ¿no crees…? Botar los rompecabezas
porque falta una pieza… ¿de qué sirve esa pieza, además…?
Yo levanté los hombros.
-Es igualito a esa gente que se enoja por los
cuentos sin final… o que se molesta por esas historias que no se resuelven… ¡Es
tan estúpido…! Yo en cambio me enojo con la gente que cree tener un final antes
de tiempo, y hasta su vida asegurada… ¿sabes lo que le hago a esa gente?
-No… No sé -admití.
-Pues me las cargo –dijo él-. Así de simple.
El hombre encendió un cigarro y yo apuré la
cerveza.
Nos quedamos un rato en silencio.
Creo que ambos estábamos incómodos.
-¿Conoces a Kobo Abe, a todo esto? –me preguntó.
-Solo un par de cosas –contesté.
-¿Sabías que él también se cargaba gente?
-¿Se cargaba gente…?
-Sí. Los mataba. En un libro lo hace parecer broma,
pero es cierto…
Yo no dije nada.
-También cuenta Abe que hizo pasar por suyos
algunos textos e Kafka… y que nadie lo tomó en cuenta…
Yo seguí en silencio.
-¿Parece que te estoy aburriendo? –dijo.
Yo asentí.
-¿Prefieres que me vaya? –preguntó.
Yo volví a asentir.
-¿Sabes…? –dijo entonces, mientras se ponía de
pie-, había pensado matarte, pero algo me dice que te haría un favor con eso…
Terminé mi cerveza.
-No eres nadie –le dije entonces.
-¿Qué…?
-Que no eres nadie... –repetí. Y le escupí el
rostro.
Minutos después estábamos fuera del local, en una
calle vacía, uno sobre el otro.
Poco después, tras golpearle la cabeza contra el
suelo, le quité los dientes postizos y los arrojé a la oscuridad.
Por último, antes de irme, me agaché para abrochar mis zapatos, pero terminé
abrochando los de él.
Aquí hay algo
que no encaja, me dije.
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