I.
No sé quién la puso ahí,
pero justo fuera de casa
encontré hace unos días
una máquina llena de luces
y diseños.
Estaba conectada a un generador
y por su apariencia,
pensé primero
en una máquina dispensadora,
aunque no se decía de qué.
Y es que la máquina,
simplemente tenía ranuras que indicaban
el monto a ingresar.
Ingrese $1000, decía.
Ingrese $2000, decía.
Ingrese $3000, decía.
Ingrese $10000, decía.
Y claro…
se señalaba, por último,
que solo aceptaba
monedas de $500,
como información complementaria.
Así,
pasé junto a la máquina,
intrigado,
y solo por probar
busqué en mis bolsillos
hasta encontrar dos monedas de $500.
Las ingresé, obviamente,
en la ranura que indicaba “$1000”.
Se encendieron luces,
sentí un mecanismo funcionar
y por último
desde una apertura baja, y más amplia,
que no había visto en primera instancia,
cayó un sobre.
Era un sobre blanco,
sencillo.
Me agaché y lo recogí.
Lo abrí.
En su interior había otro papel,
también blanco,
aunque con una palabra impresa:
“Gracias”, decía.
II.
Volví tarde esa noche.
Algo borracho.
Ya en cama,
a medio dormir,
recordé la máquina,
aunque dudando esta vez
de su existencia.
Quizá sea un invento mío,
me dije.
Y me dormí.
III.
A la mañana siguiente
la máquina seguía ahí.
Unos vecinos incluso, la miraban,
desde lejos.
Yo, en cambio,
intrigado aún,
busqué por todos lados un número,
o alguna información anexa,
pero nada.
Volví a casa y busqué monedas.
Encontré 4.
Las introduje en la ranura de $2000.
Cayó otro sobre.
Dentro de él un papel con dos palabras:
“Muchas gracias”.
IV.
También me emborraché esa tarde.
No a causa del papel, claro,
sino a otras razones igual de absurdas
de las que no hablaré acá,
por cierto,
aunque tienen relación con otra máquina.
Esa noche, por cierto,
me quedé con unos amigos,
fuera de casa.
Así son las máquinas,
me dijo uno de ellos,
luego que yo contara lo ocurrido.
El corazón también es una máquina,
dijo otro,
despectivo…
No hablamos más,
esa noche.
Cuando amaneció,
volví a casa,
confundido.
V.
Preparé mi mochila para ir a la montaña,
al otro día.
Guardé fruta,
botellas con agua
y unos polerones
para pasar la noche.
Entonces,
pedí que me cambiasen dinero en un negocio
y quise pasar nuevamente por la máquina
antes de irme.
Así, metí 6 monedas
en la ranura de $3000
y cayó un sobre.
Lo abrí.
Adentro había un mensaje un poco más extenso:
“Muchas Gracias”, decía.
“Que tenga un buen día”.
VI.
Me quedé dos noches en la montaña.
Caminé mucho.
Encontré un río.
Estuve bien.
Me había comprado un celular,
incluso,
para conectarme a internet,
y subir las entradas del blog.
Cumplió su función
y se perdió.
Luego volví a casa.
VII.
Pensé mucho en la montaña.
En mi vida.
En las borracheras.
Y en la falta de sentido,
del mundo.
Así,
se me reveló de pronto
la extraña existencia
de esa máquina
y el significado que tenía
en mi vida.
Y es que quizá no había Dios,
pensé.
Quizá pase el resto de mi vida solo,
pensé.
Pero al menos
existe esa máquina
justo fuera de casa.
VIII.
Olvidé comentar
que el día que bajé de la montaña
era el último día del año.
Y claro…
estaban casi todos los comercios cerrados.
Con todo,
logré cambiar el dinero que me quedaba
juntando de esta forma las monedas exactas
para la última ranura.
Así,
esa tarde
fui echando en la máquina
cada una de las 20 monedas
en la ranura que indicaba $10000.
Y claro,
cayó un sobre.
Igual de blanco y sencillo,
que los otros.
Casi sonreí al verlo.
No sé bien cómo explicarlo,
pero era casi como ver caer
un copo de nieve…
o como ver salir el sol.
Es tan hermoso como un milagro,
me escuché decir.
Recogí entonces el sobre.
No sabía si abrirlo.
Y es que ya había comprendido
cuál era el verdadero mensaje
que venía dentro.
No sé bien por qué,
lo confieso,
pero hasta lloré un poquito...
Justo entonces,
llegó una camioneta blanca
y se llevó el generador
y la máquina.
Así,
fuera de casa
ya no estaba la máquina,
pensé,
pero estaba en cambio
el mundo entero.
Ese es el milagro,
concluí.
Y abrí el sobre.
tus historias son las mejores!
ResponderEliminarGracias...
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