-No tenemos café occidental, solo chino… -me dijo
el garzón.
-Entonces tráigame un café chino -respondí.
Cinco minutos después me traían una taza con agua y
un sobre de nescafé.
-¿Este es el café chino? –pregunté.
Pero el hombre no me hizo caso.
Así, en vez de responder, me entregó un papel.
-Usted debe leer en voz alta –señaló-, luego tomará
el café.
-¿Por qué?
-Porque no puede leerlo en voz alta con el café en
la boca…
Me pareció un buen argumento.
Con todo, leí primero el papel mentalmente, por
costumbre.
Se trataba de una especie de poema, o de una
historia escrita en verso que hablaba sobre un baño.
-¿Y…? –me apuró el garzón.
-Espere, estoy leyendo primero… -comenté.
En el texto, ocurría que distintos hombres que
entraban a ese baño… se sentaban en la taza y se ponían a llorar.
Así de simple, se bajaban los pantalones, se
sentaban en la taza y se ponían a llorar.
Uno tras otro.
Por último, antes de salir, los hombres sacaban
papel higiénico y se secaban las lágrimas. Luego tiraban la cadena.
Y claro… luego el texto terminaba.
-¿Lo va a leer en voz alta? –insistió el garzón.
-No veo la razón… -le dije
-La razón nunca puede verse… -dijo el hombre.
En vez de seguir con la discusión, decidí mejor
abrir el sobre y preparar mi café.
-No puedo dejar que tome usted ese café –me dijo
entonces el hombre, sujetando una de mis manos.
Yo lo miré y desistí fácilmente.
No quería discutir.
Así, mientras me paraba y comenzaba a guardar mis
cosas vi que el hombre comenzaba a comerse el papel, mientras me miraba fijamente.
-Usted está loco… -le dije.
Y me fui.
Tal vez ese era, pienso ahora, el café chino.
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