domingo, 31 de octubre de 2021

Monstruos.


Los seres que viven debajo de la cama, tratan de monstruos a los que viven sobre ella. Esto no debiese extrañarnos, por cierto, pues lo mismo ocurre en la dirección contraria, aunque estos últimos lo dicen un poco por broma, pues no creen realmente en la existencia de los primeros. Esta situación, por cierto, es una de las cosas que lleva a los seres que existen bajo la cama a tratar de monstruos a los de la superficie, ya que sienten que les es negado incluso el reconocimiento de su existencia. Esta causa, por cierto, es solo una de otras crueles y numerosas afrentas que ellos reclaman, y que no me alcanza el tiempo -ni el ánimo-, para detallar.

Con todo, hay cierta consciencia en el hecho que tratar de monstruos a los seres contrarios -a los que viven del otro lado del colchón, digamos-, no necesariamente los vuelve temibles, como podría suponerse, sino que se les atribuye simplemente una animosidad negativa, no muy efectiva, por cierto, además de la anormalidad impropia del orden natural, que se enarbola en el eje mismo del término monstruo, desde el casi obsoleto diccionario.

-Pero entonces -pregunta alguien-, ¿es seguro que hay monstruos del otro lado del colchón?

-Por supuesto que hay monstruos -le digo, buscando una metáfora que pueda parecer genial para cerrar el texto.

Lamentablemente -como pueden observar-, no la encuentro.

sábado, 30 de octubre de 2021

Para que no se escape.


I.

Me despierto con una sensación extraña, tarareando una canción.

Poco a poco se me olvida la letra, aunque logro retener un par de versos del coro:

Las zapatillas te harán falta
si vas de paseo al alba.

Anoto en un papel los versos, para no olvidarme.

De todo lo demás, tal como creí que pasaría, me olvidé completamente esa misma mañana.

Así es siempre como ocurre.


II.

En otra oportunidad, desperté recordando un rostro.

Cada una de sus facciones, recordaba.

Era un rostro de mujer, algo anguloso y de pómulos marcados.

Intenté dibujarlo en varias oportunidades esa misma mañana.

Me quedó horrible, en definitiva, tanto así que ni siquiera parecía un rostro.

De hecho, cuando se lo mostré a mi hijo, horas después, no se dio cuenta de qué se trataba.

Según recuerdo, creo que me dijo que parecía un mapa.


III.

Tal vez guiado por la canción que recordaba, salí de madrugada, a dar un pequeño paseo.

A diferencia de lo que recomendaba el coro, sin embargo, preferí salir descalzo.

Llegué hasta una pequeña plaza, que hay cerca de mi casa, y me quedé ahí un rato.

Poco después, decidí volver en cuanto percibí que un caracol había comenzado a subirse a uno de mis pies, que estaba sobre el pasto.

Sin asco, lo dejé pasar al otro lado, observando la huella plateada que dejaba en mi piel.

Vuelvo entonces a casa, a escribir rápidamente lo sucedido, para que nada se escape.

Eso es lo que hago ahora.

Pero claro, igual se me escapa.

viernes, 29 de octubre de 2021

La escena es la siguiente:


Yo estoy sentado, en el fondo del local, mientras observo la escena.

Podría contarlo de otra forma, pero prefiero hacerlo así.

La escena es la siguiente:

Bambi entra en un MacDonalds, disfrazado, pero sus cuernos se dejan ver y revelan su presencia.

Bambi viste un chaquetón amplio y camina torpemente en dos patas, aunque ya frente a la caja, se deja caer en su posición habitual, al ver que el encargado no le presta mayor atención.

Lleva unas cuantas monedas en el hocico, que deja caer sobre el mesón, ordenadamente, para no causar demasiado alboroto.

Me parece que pidió el combo seis. Una hamburguesa doble con tocino y salsa texana.

Mientras la preparan, es fácil leer en los ojos de Bambi su emoción contenida.

Y es que resulta indudable que Bambi se muere de deseos de probar la carne.

Incluso una vez, durante una entrevista, lo había dejado entrever, aunque sin ahondar en ello.

Me parece haber visto la entrevista en el material adicional de su primera película.

En ella, reconoce que una vez mordió a Tambor, el conejo, y deja entrever que la sangre lo había alterado un poco.

Lo decía riendo, claro, como una anécdota de grabación mayormente, pero verlo acá confirma que es mucho más que eso.

Se ve nervioso.

Mira en todas direcciones como si pudiese ser juzgado por alguno de nosotros.

Tal vez por eso, pide el combo para llevar, recibiéndolo en una bolsa de papel y saliendo del lugar rápidamente, para luego galopar a la distancia.

Entonces yo, que sigo en el fondo del local como testigo fiel de aquella escena, me avergüenzo también, de alguna forma, como si la sensación de Bambi hubiese sido contagiosa.

Y claro, no tengo bolsa de papel y no sé realmente qué pondría en ella, pero salgo rápidamente del local como si la cargara.

Podría contarlo de otra forma, pero prefiero hacerlo así.

La escena es la siguiente:

jueves, 28 de octubre de 2021

Cuestion de peso.


Sabía subir a un árbol, pero no bajarse. Por lo mismo, quedaba siempre con heridas cuando intentaba el descenso. Por lo general, dejaba de intentar bajar cuando la altura era aproximadamente de cuatro metros y simplemente se dejaba caer. Solo una vez se fracturó de gravedad y había sido hace años. Desde entonces, había aprendido a caer con cierta gracia, rodando en el suelo para amortiguar el golpe y solo terminaba con algunos moretones y magulladuras. No era una mala técnica, aunque igualmente se burlaban. Pensaban que lo hacía de gusto, probablemente por llamar la atención. Si podía subir era ilógico que no pudiese bajar, comentaban algunos. Pero ellos no sabían, por supuesto, y él no se preocupaba de explicar en detalle qué le ocurría. Después de todo, no era cuestión de vértigo ni de otra dificultad fácilmente explicable.

-Es como si llevase más peso cuando bajo -me dijo, en una ocasión-. Puede no sonar lógico, pero para arriba es distinto… para arriba depende de mí, de mi fuerza, digamos… de mi voluntad… Para abajo en cambio es como renunciar a algo o hacer algo que en el fondo no quiero, y debo cargarme como si fuese un peso muerto…

-¿Nunca quieres bajar? -le pregunté esa vez, creyendo que lo comprendía.

-No es eso -me dijo, cortante-. Intenta hacerlo un día y verás a qué me refiero.

-Es que yo no sé siquiera subir a un árbol -alegué.

-Todos saben -me contestó, antes de alejarse-. Todos saben y en el fondo todos quieren hacerlo.

Poco después, ese mismo día, probé a ver si era cierto.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Cerrar desde dentro.


Al llegar la noche, acostumbraba cerrar la puerta del dormitorio, desde dentro. Con llave, me refiero, aunque estuviese a solas en la casa. No sabía bien por qué lo hacía, pero supongo que eso le transmitía cierta seguridad. Era como tener una pequeña casa dentro de otra casa, lo que generaba un espacio que, bajo su mirada al menos, lo hacía parecer independiente del resto. De esta forma, su dormitorio se transformaba en un refugio que le permitía protegerse de algo que no lograba determinar, pero que acechaba siempre desde los rincones que no podía mantener vigilados. En su cuarto, en cambio, con la cama puesta en la esquina más lejana a la puerta, se tenía una visión de todo el lugar, y la única amenaza posible estaría fuera. Más allá de la puerta, digamos, que al encontrarse bajo llave, alejaba hasta cierto punto esas posibles amenazas.

A veces, llegaba a pensar en desplazar algunos muebles hacia la puerta, para hacer una especie de barricada, pero afortunadamente, hasta el momento, había logrado vencer esa inclinación.

Después de todo, parecía temerle a algo que todavía no se había manifestado, por lo que cualquier acción que realizara podría considerarse absurda y hubiese permitido a los otros cuestionar su comportamiento y burlarse de su actuar.

Esta noche, sin embargo, en que nuevamente ha puesto llave y observa todo desde su cama en un rincón de la habitación, hay algo en el aire que parece avisar que todo será diferente. No más terrible, pero al menos diferente.

Un ruido primero. Luego otro.

Entonces comenzó.

martes, 26 de octubre de 2021

En un parque.


Observaba a dos personas discutir y luego pelear a golpes, a algunos metros de distancia. En un parque. Nada grave, me pareció, aunque en esas disputas uno nunca sabe. Había estado atento para saber respecto a qué discutían, pero lo cierto es que no logré comprender de qué hablaban. Ambos estaban bien vestidos, sobre todo para estar en un parque. De todas formas, era un parque de un sector acomodado de Santiago, y lo cierto es que no sé muy bien como se comportan en esos sitios. Mientras observaba, comencé a imaginar que se trataba de una pelea entre Poe y Chejov. Y pensando en eso, me puse a analizar el tipo de pelea que cada uno de ellos desarrollaba. Al principio, había dudado en adjudicar a uno la representación de Kafka, pero luego decidí que Kafka sería derrotado rápido. Apenas lanzaría un par de golpes y luego caería al suelo, exagerando los dolores, encogido como un bicho y culpando al padre de todo lo que le ocurría. Chejov y Poe, en cambio, al menos podían enfrentarse por un rato. Parsimoniosamente en inicio, como si fuesen a boxear como dos antiguos caballeros, aunque luego afloraría la naturaleza de cada uno que de vez en cuando buscaba hacer daño al otro, con lo que se tuviera a mano. Pensaba en eso mientras la pelea real comenzaba a decaer pues uno ya había dominado completamente al otro. Chejov había lograd conectar varios golpes seguidos y Poe había terminado por caer al suelo, donde recibió igualmente un par de golpes, aunque no se veía en extremo dañado. Un corte solamente, logré apreciar en una de sus mejillas de la que brotaba bastante sangre. Tal vez Chejov escondió un pequeño bisturí en su puño, me dije, pues la herida parecía algo profunda. Por otro lado, Chejov también tenía una herida pequeña, en un labio, por lo que también tenía algo de sangre en el rostro, aunque en una cantidad mínima. La sangre de ambos se parecía, sin embargo, como la de cualquiera de nosotros. Luego de un rato, los que habían peleado cruzaron una última palabra -que no alcancé a escuchar-, limpiaron sus ropas y se fueron cada uno por su lado. Poe iba rengueando y se apretaba la herida del rostro con un pañuelo. Yo pensé que, debido al mal estado de ambos, podía quizá ir y aprovechar de golpear a cada uno de ellos. Por separado, claro. Sobre todo si comenzaba atacando yo, por sorpresa. Ideé un plan, incluso, pero finalmente no lo llevé a cabo. Las razones eran vergonzosas y eran varias, por lo que me ahorraré la vergüenza y les ahorraré de paso a ustedes el trabajo de leerlas. Eso fue lo que ocurrió en el parque.

lunes, 25 de octubre de 2021

Flores sin raíces.

“Sobre estera de flores
medran aquellas flores
y raíz no conocen”

Los versos del epígrafe están tomados de un antiguo poema náhuatl. Me lo enseñaron una vez en que justamente conocí aquel tipo de flores. Parecían sobrepuestas sobre otras que crecían entrelazadas, con apariencia de arbusto en la orilla de un lago. Las flores del arbusto, por supuesto, tenían raíces y crecían como un arbusto común, digamos, cerca de la orilla de ese lago. Sobre ellas -sobre esta “estera de flores”, siguiendo el verso náhuatl-, era posible encontrar estas otras flores, unidas por una especie de tallo como si fuesen luces en un árbol de navidad, aunque sin conexión alguna a la tierra. Flores sin raíces, como decía en un inicio. Extrañas. Surgidas en principio como parásitos de las otras flores, aunque luego las igualan en belleza y es difícil distinguir entre unas y otras.

Intenté averiguar si era bueno dejarlas o no, sobre las otras, por si le producían algún tipo de daño más allá del “robo de luz” que hacían al estar sobre ellas. Nadie respondió claro a esto, así que obviamente las dejé donde estaban, tal como hacían los habitantes del lugar sin preocuparse demasiado por ellas.

-No se preocupe -me dijeron, sonriendo-. No ponga su pensamiento sobre la tierra.

Y claro, yo seguí el consejo y me fui del lugar. Aunque sin saber todavía, si soy sincero, donde poner finalmente el pensamiento.

domingo, 24 de octubre de 2021

Ella quiere estar sola.


-Sabes… -dijo ella-, podría decirlo de otro modo… pero lo cierto es que quiero estar sola.

-Quieres estar sola… -repitió él, luego de un rato, como hablando consigo mismo.

-Así es -repitió ella-. Quiero estar sola.

Ambos quedaron en silencio un rato, uno al lado del otro. Tranquilos y hasta cierto punto inexpresivos.

Él, sin embargo, dentro de su inexpresión, parecía no comprender qué sucedía.

-Sola… ¿sin mí? -preguntó él-. ¿Eso quieres decir?

-Digamos que sola, simplemente -respondió ella-. O sola en general… no sé bien como decirlo.

-Ya -dijo él-. Entiendo.

Sacó un cigarro y lo encendió. Pensó en ofrecerle alguno a ella, pero luego se arrepintió y guardó la cajetilla.

Luego de un par de caladas volvió a hablar.

-En realidad no entiendo -dijo ahora-. Acepto y supongo que debo irme, pero supongo que quiero comprender antes de hacerlo…

-¿Comprender qué? -dijo ella.

-Lo que quieres -dijo él-. Eso de estar sola.

Ella quedó en silencio, esperando su próxima pregunta. Probablemente se sentía incómoda.

-Entiendo que quieras estar sola -volvió a decir él-. También entiendo que no sea específicamente sola de mí, como te pregunté antes, aunque sonara raro… pero, ¿te refieres a sola, sin nadie?

Ella demoró en responder, si es que podía responderse aquello. Luego dijo:

-Sola -dijo ella-. Nada más.

Él seguía quieto, a su lado, terminando el cigarrillo mientras parecía querer descifrar esas palabras.

Como no lo logró, sin embargo, encendió otro, aplastando el primero, sin haberlo terminado.

Respecto a lo que ella había dicho, en tanto, él determinó en ese instante que era algo que no podía comprenderse.

Y decidió marcharse entonces -probablemente como ella quería-, sin despedirse.

sábado, 23 de octubre de 2021

Una extraña anomalía.


Arrendé durante unos meses en una casa que tenía una extraña anomalía.

Y es que la puerta de entrada era bastante más pequeña que el tamaño del marco.

No me refiero, sin embargo, a un desajuste pequeño, por el que se filtrara un poco de luz o no permitiera una buena aislación interior.

En este caso, la diferencia de tamaño era demasiado notoria.

Tanto así que la puerta no lograba tocar ninguno de los lados del marco, salvo, por supuesto, el lado de las bisagras.

Debido a esto, quienes me visitaron en aquel entonces pensaban que se trataba de un diseño especial.

Una especie de obra de arte conceptual que debía ocultar algún significado que, sin embargo, nadie atinaba a interpretar.

-¿Y cómo cierras cuando no estás en casa, o por las noches…? -preguntaban los más prácticos.

-¿No se te meten gatos u otros animales…?

-¿Es una broma, cierto…? ¿Tienes la puerta correcta escondida en algún sitio? -consultaban los escépticos.

Yo contestaba brevemente e intentaba luego cambiar el tema, claro, pero ellos esperaban que revelase una razón oculta o lo que fuese y volvían sobre el asunto una y otra vez.

Por todo esto -y porque encontré otro lugar menos extraño que aquel-, decidí irme del lugar antes del término del contrato, lo que me supuso otros problemas que no desarrollaré acá.

Cuando me fui, por cierto, la sensación que me produjo la partida también fue anómala.

Esto, ya que el no dejar una puerta cerrada tras mi partida -literalmente-, se tradujo en la impresión equívoca de estar todavía ligado a aquel lugar, en el que, por otro lado, nunca tuve plenamente un espacio que pudiese considerar íntimo o privado, por la razón ya expuesta.

-Pero, ¿te fuiste o no te fuiste entonces de aquel lugar? -me pregunta alguien que intenta no dejar cabos sueltos en la historia.

-De cierta forma sí -le digo, para terminar con aquello-. O sea, si estuve alguna vez, ya me fui…

Y esa es toda la historia.

viernes, 22 de octubre de 2021

Sabía todo.


Soñé que sabía todo. Que no había misterio alguno que me quedase por descifrar. Tenía esa certeza durante el sueño y fue, sin duda, una pésima sensación. Se trataba de un saber blanco, luminoso y constante, en el que se eliminaba toda oscuridad, pero por lo mismo, carecía de matices. De sombras que solo entonces, percibí, eran necesarias.

Por otro lado, se trataba de un saber que no venía asociado a la comprensión. Y es que la comprensión, de cierta forma, no tenía cabida cuando lo que se sabe es absoluto. Pierde el sentido, digamos, cuando todo ha sido iluminado.

Estaba yo, por tanto, en mi sueño, condenado y al mismo tiempo oprimido bajo este conocimiento absoluto. Y todo aquello a lo que tenía acceso, se llenaba entonces de un amargor que, descubrí, era el verdadero sabor del conocimiento. Sí… La falta de misterio, les aseguro, es amarga.

Así, al mismo tiempo que la inacción se apoderaba de mí (pues ante la total sabiduría el movimiento deja de ser necesario), comencé a angustiarme cada vez más. Un dolor se instaló en mi pecho y luego de un rato se transformó en algo aún peor: en una especie de vacío constante que no podía ya ser llenado. Sí… El conocimiento absoluto no saciaba, descubrí. Y era una sensación mucho más desalentadora que el “vacío habitual”, pues uno sabía que ese vacío no podía, de forma alguna, cambiar su condición. Esa era la sensación que quedaba, digamos, cuando descifrabas todos misterios. O eso, al menos, era lo que percibía, en el sueño.

Cuando desperté, horas después, quedaban ecos de ese conocimiento absoluto, pero se desvanecieron casi de inmediato. Apenas alcancé a anotar una o dos palabras que escribí en un papel cualquiera, para retener algo de aquel conocimiento que había tenido durante el sueño.

Al día de hoy, por cierto, tengo ese papel doblado (con una o varias palabras dentro), pero no me atrevo a mirarlo, todavía. Y es que soñé que sabía todo, eso es lo que ocurrió, sin duda. Pero no quiero enfrentarme a esa sensación nuevamente.

Esta última conclusión es, por supuesto, un conocimiento válido que obtuve de todo aquello.

Probablemente el único.

jueves, 21 de octubre de 2021

Un rayado en una pared.

“Pero el conocimiento del ojo izquierdo
no le sirve de nada
al ojo derecho”
K. A.

Un rayado en una pared. Hecho con latas de pintura, como los de antaño. Como los de parejas que se escribían al interior de un corazón, en épocas de relativa inocencia en un tiempo que parece cada vez más lejano.

Esta vez el rayado está en una pared a dos calles de mi casa. Una calle tranquila, silenciosa, en la que no abundan grafitis o marcas similares. El mensaje en cuestión es bastante extraño: “Ojo derecho y Ojo izquierdo se aman”, dice el texto. El se aman está abreviado como s/a. Todo dentro de un corazón no muy prolijo, pero lo bastante grande como para como contener ese mensaje dentro. Ese es el rayado.

Cuando paso por esa calle, me fijo que todos pasan junto al rayado sin mirarlo. Supongo que lo han visto varias veces y que, simplemente, han renunciado a intentar entender qué significa.

Yo, en cambio, me he detenido varias veces frente a él, intentando comprender algo que, a primera vista se me escapa.

Se aman sin verse -pienso en ocasiones-, el ojo derecho y el izquierdo. Siempre al lado del otro, pero sin establecer contacto. ¿Se sabrán parecidos ambos ojos? ¿Dudan de la existencia del que, supuestamente, está a su costado?

Eso pienso mientras busco transformar aquello en una historia o en cualquier mensaje comprensible. Pero lo cierto es que sigo sintiendo que algo esencial se me escapa.

Tal vez yo mismo… pienso entonces.

Tal vez yo mismo.

Y es entonces cuando.

miércoles, 20 de octubre de 2021

En patines (de bajada).


Me dijo que sabía andar en patines, aunque más tarde aclaró que solo sabía hacerlo de bajada. De subida no es que no supiera, decía, pero ante todo le costaba más. Por eso, explicó, subía con los patines en la mano y solo se los calzaba al llegar a lo alto de la calle, donde se los ponía y bajaba entonces de forma estática, dejándose llevar únicamente por su peso y tratando de mantener el equilibrio, sin mucha gracia.

Lo malo -y esto por lo general no lo explicaba a tiempo-, es que tampoco sabía frenar con los patines, por lo que, cuando la calle tenía una pendiente muy pronunciada, solía frenarse estrellándose contra algo, golpeándose de costado, casi siempre, o lanzándose al suelo sobre el pasto de un pequeño parque, intentando amortiguar el golpe dando algunas vueltas, hasta detenerse por completo.

Luego de lograr esto último, sin darle mayor importancia, volvía a descalzarse los patines, se limpiaba la ropa, verificaba la gravedad de alguna herida y si todo estaba en su lugar volvía a subir con los patines en la mano para repetir una y otra vez la acción, hasta que oscurecía o sufría alguna caída que lo obligaba a retirarse hasta un día próximo, en el que volvían a repetirse los mismos hechos.

-Supongo que era una especie de Sísifo -comentó un vecino que leía a Camus y que asistió al velorio llevando una extraña corona hecha de magnolias.

Y claro, yo intenté entonces recoger esa frase para intentar darle un sentido a todo aquello que había ocurrido, aunque sin lograrlo mayormente.

martes, 19 de octubre de 2021

J. frente a un muro.


I.
Supongamos que J. está frente a un muro. Parado justo al frente del centro del muro. Da lo mismo por qué. O no lo sabemos, al menos. El muro se extiende diez metros (frente a él) hacia su izquierda. Y diez metros también (frente a él), hacia su derecha. El muro, además tiene dos coma veinte metros de alto. Y claro, supongamos que J. quiere pasar al otro lado de ese muro. Ahora pensemos qué hará J., si es que ya conoce cada uno de estos datos.

II.
Los que conocemos a J. (o a algún J.), sabremos que la duda suele ser reducida simplemente a saber si J. rodeará la muralla por la derecha o por la izquierda. Sin embargo, olvidamos -o desechamos simplemente esta información-, que la distancia más corta está dada justamente por la altura de la muralla. Es decir, dos metros y veinte centímetros. J., por cierto, mide un metro setenta centímetros. Podría, por tanto, con mucha dificultad, lograr subir la muralla. Pero sabemos que no lo hará. Incluso, si bajamos en los datos algunos centímetros a esa muralla y le sumamos algunos centímetros a J., él tampoco considerará esa opción. Cuestión que, considerando que J. es una persona joven y bastante atlético, al menos me parece extraña.

III.
Explico lo anterior, ciertamente, no para atacar a J. Lo hago más bien para que desestimemos, que el problema real para resolver esta situación sea la distancia. Y es que esta variable no es el núcleo que ha de permitirnos resolver el problema. Esto, ya que obviamente la distancia más corta es la que llevaría a J. a intentar saltar esa muralla. Cuestión que, como ya dijimos, no hará. Aceptado esto, habrá que convenir en que probablemente la técnica o la fuerza de J., son las variables esenciales para determinar el camino que este sigue para pasar al otro lado del muro. Yo, voy un tanto más allá y planteo que la verdadera variable es siempre la voluntad. Tanto en J., como en nosotros. Esto, ya que si dejamos una escalera justo al lado de J., apoyada en la pared incluso, probablemente J., tampoco elegiría esa alternativa. Puede usted buscar un J., y comprobarlo.

lunes, 18 de octubre de 2021

Ser mirados.


Pocos saben ser mirados. Y no me refiero solo a la incomodidad que puede producir aquel hecho. Me refiero también a otras sensaciones que aparecen en aquellos que saben -o comprenden más bien-, que son objeto de miradas atentas. Y es que no solo se pierde la naturalidad al ser mirado, sino que existen una gran serie de sensaciones que se entrelazan en el interior del sujeto observado que pueden ir desde el orgullo -si el sujeto interpreta como resultado de la admiración aquellas miradas-, hasta la culpa u otras emociones bastante más desagradables. Y es que no se sabe bien por qué -hay encuestas y pequeños estudios que he hojeado-, pero el ser observado parece ser que al ser objeto de miradas respondemos no solo a la defensiva, sino que generamos cierta molestia hacia quien nos observa. Incluso odio. Sabemos, sin embargo, que lo que acabamos de mencionar son apenas palabras, y que debemos desconfiar, por lo mismo, de su exactitud, pero lo cierto es que son, al mismo tiempo, los únicos puntos de referencia con los que cuento. Así, el problema o “lo difícil” no es en el fondo ser mirado (cuestión que por lo demás no depende mayormente de nosotros), sino de llevar una vida que nos permita no odiar, cuando nos miran. Es decir, seguir siendo quiénes éramos, ya sea en medio de la oscuridad o ante la mirada atenta de “esos ojos”. Sentirnos cómodos, por supuesto, pero aspirar a un punto mucho más allá de aquello. Sentirnos y sabernos nosotros mismos, en el fondo. Aprender a llevarnos puestos. Ser uno de esos pocos, en definitiva, que sí saben ser mirados.

 

domingo, 17 de octubre de 2021

¿Qué hacer cuando te quedas sin ideas? (I)


Cuando te quedas sin ideas es bueno no desesperar. No sentirse disminuido, me refiero, ni tomarlo como algo grave. Si así le ocurre, piense un poco en el lugar hasta el que lo han llevado sus ideas y comprenderá que no está muy lejos del lugar donde habría llegado de no tener, antes, ninguna. Así, en ese momento en que no tenga ideas preocúpese simplemente de hacer observaciones relativas a su entorno. Descripciones básicas, me refiero. Pausadas y con una mínima distancia, unas de otras. El cielo está despejado, por ejemplo. Una mujer pasea un perro pequeño. El libro que compré tiene una hoja impresa dos veces (otro ejemplo). Dígalas con voz clara, tranquila y con el tono que hubiese utilizado si en vez de descripciones hubiesen sido ideas brillantes, pero usted, al mismo tiempo, fuese en extremo prudente y humilde para no opacar con ellas las pequeñas ideas de los otros. Verá entonces que, transcurridas unas cuántas frases, usted mismo y -sobre todo- quienes lo rodean, percibirán sus observaciones como ideas profundas y trascendentes, que interpretarán por supuesto de formas diversas, pero eso no demostrará sino de la profundidad significativa de su discurso. O resignificativa, más bien. Justamente en esa diferencia, reside el verdadero genio.

sábado, 16 de octubre de 2021

Hacer mudanza.


Él decía que ella había hecho mudanza. Lo repetía a cada rato mientras lo ayudaba a sujetar una oveja, para que la trasquilara. Estábamos en el sur, en un terreno que yo encontraba extenso, pero que él reclamaba no era lo suficientemente grande para poder tener más animales. Así, entre un reclamo y otro volvía a la frase en que decía que ella había hecho mudanza. Yo no entendía bien a qué se refería, por lo que pensé, erróneamente, que ella (que al parecer era su esposa) se había mudado, se había ido a otro sitio.

-¿Y se fue hace mucho? -le pregunté, para ordenar la historia.

-¿Quién se fue? -dijo él.

-Su señora -dije yo-. ¿No contaba usted que se había mudado?

-Se va de ella misma -me aclaró luego de un rato-, pero de aquí no se va… Hace mudanza dentro de ella, digamos… Así le decimos acá. Es una por un tiempo y de pronto hace mudanza y no avisa y uno no sabe por qué. Hace mudanza no más y uno queda hablando con la de antes y por lo mismo ya no se entiende… Así que claro, capaz que una de esas mudanzas de las que habla usted termine pasando un día de estos… Capaz que hasta sea mejor.

Entonces nos quedamos en silencio, terminando de trasquilar la última oveja. Tenían tres. Una terminó con una pequeña herida, mientras la sujetábamos.

-¿La herida la dejamos así no más? -le pregunte, mientras revisábamos la oveja.

Así no más se dejan las heridas -me dijo.

Luego de guardar la lana trasquilada en un par de sacos decidí quedarme un rato en el lugar. Las tres ovejas se habían alejado de nosotros y estaban comiendo nuevamente, igual que antes de ser trasquiladas. Sin embargo, pensaba, se veían distintas a las ovejas de antes.

Tal vez por eso, yo me quedé viéndolas.

viernes, 15 de octubre de 2021

Un paraguas puede ser un arma.


Ella dijo (en síntesis):
Ha hecho calor estos días. O sea, un poco de frío por las mañanas, pero un calor molesto por las tardes. Dentro de todo es normal, en esta época. Lo extraño es que ayer vi a tres personas con paraguas. Paraguas cerrados por supuesto, pero los llevaban de igual forma, como si hubiese amenaza de lluvia. Tres personas en lugares distintos, me refiero. En plena tarde, en medio del calor. Pero el cielo estuvo despejado todo el día.

Él dijo:
No sé si estuvo despejado todo el día. No lo recuerdo bien, pero me parece haber visto muchas nubes, al menos, por la mañana. No vi gente con paraguas, claro, pero tal vez podría ser. A veces es más sugestión de uno. Por ejemplo, ayer vi a una persona leyendo un libro sobre Violeta Parra, y luego, vi a una persona exactamente igual a Violeta Parra, o a la imagen que de ella tenemos al menos, a partir de las pocas fotos que he visto por ahí. Tal vez no se hubiera parecido a Violeta Parra si no hubiese visto el libro, anteriormente… No sé si me explico.

Ella dijo:
Entonces según tú estoy equivocada. No vi a las personas con paraguas, sino que imaginé a las personas con paraguas en distintos momentos del día porque tú tienes una teoría que respalda esa impresión. Pues ya ves qué sucede cuando intento simplemente compartir una observación contigo. Sacas tus armas y atacas. Intentas hacer daño. Ningunear mis observaciones o explicarlas como si fuesen síntomas de una enfermedad, eso es lo que haces.

Él dijo (en síntesis):
No dije que estabas equivocada y por lo mismo no saqué armas como dices tú, pero en realidad da lo mismo. Solo aclaro que no son armas y que no hay ataque, salvo cómo lo percibes. Pero si te lo explico dirás que nuevamente estoy anulando tu observación. Prefieres ver armas cuando en realidad lo que hay es justamente… no sé… un paraguas, por ejemplo… Innecesario probablemente porque todo de alguna forma es innecesario y fortuito, pero te niegas a ver eso o te cuesta hacerlo.

Ella dijo:
Entonces veo tu paraguas como un arma y veo un paraguas donde los otros llevan, no sé… supongo que no entendí bien... Pero no quiero que me lo expliques. Además, un paraguas también puede ser un arma, no te olvides de eso. Depende de cómo lo uses.

Él dijo:
También puede ser que tú te arrojes contra el paraguas como si te estrellaras contra una muralla. Supongo que convendrás en que la muralla no es un arma.

Ella dijo:
No quiero hablar más. Contigo, al menos, nunca más.

Él dijo:
Mientes. Ahora y todo el tiempo. Te mientes, más bien. Eso es lo que pasa.

Ella dijo:
(…)

Él dijo:
(…)

*Poco después cada uno se fue, en una dirección distinta.

jueves, 14 de octubre de 2021

Otra versión.


I.

Probablemente ocurrió como tú dices. Yo no fui testigo del hecho y no conozco, hasta el momento, ninguna otra versión. Por lo mismo, aclaro que el “probablemente” que decía en un inicio, es todo lo que puedo aceptar. No es que no te crea, simplemente ocurre que no puedo aseverar algo que no presencié. Eso es todo. Por lo mismo, te recomiendo lo siguiente: si te molesta la palabra, haz un esfuerzo y olvida la palabra. Asimismo, si te molesta mi actitud previa a la palabra, ojalá comprendas que no hay en ello animadversión alguna.


II.

Piénsalo así: en última instancia todo lo que ocurre nunca ocurre para todos. Y está bien que sea así. Desde este punto de vista es normal que existan otras versiones sobre un hecho -por ejemplo, el que tú cuentas-, y hasta exista una no-versión, en la que ese hecho no haya existido en forma alguna. Y claro, es entonces cuanto te pido comprender que esa no-versión no te ataca a ti, directamente. Me refiero a que no ejerce un juicio de valor sobre aquello que tú enuncias. Ni sobre tus actitudes en relación a tu enunciado. Esa es mi versión, digamos. También puedes desecharla, por supuesto, pero estarás validándola de esa forma. Probablemente, decía, estarás haciendo esto.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Luego de varias sesiones.


Luego de varias sesiones le dijeron que tenía un tipo de memoria disociativa. Para entenderlo mejor, podríamos decir que él -a quien le diagnosticaron aquello-, estaba vivo día por medio. O más bien, recordaba su vida solo día por medio. Dicho de forma más concreta: solo recordaba lo que vivía los lunes, miércoles y viernes. Todo aquello que ocurría los demás días lo olvidaba en lo absoluto, aunque tal vez sería mejor decir que “lo vivía otro”. Me refiero a que la persona que vivía los martes, jueves y sábado tenía sus propios recuerdos, distintos a los que tenía el que vivía lunes, miércoles y viernes, sin que ninguno de ambos encontrase huecos en su memoria. Mantenían un mismo nombre por supuesto y compartían un mismo cuerpo, pero cada uno de ellos sentía, simplemente, que se saltaba ese día intermedio en que el otro pasaba a existir, o que dormía ese día por completo. Que lo anulaba, de cierta forma. Así, si le preguntabas a uno de ellos qué había hecho ayer, él te respondía lo que había hecho anteayer, sin titubear en lo más mínimo. Como si todo funcionase correctamente.

Por todo esto tuvieron que citarlo para entregarle el diagnóstico dos veces. Y claro, como yo lo conocía me terminó informando la historia, también, dos veces, sin recordar que el otro ya me la había contado.

Fue en una de esas ocasiones, mientras me explicaba cómo ocurría su problema, que se me ocurrió preguntarle por lo que ocurría los domingos.

-Ya me dijiste que eras uno los lunes, miércoles y viernes, y que eras alguien más los jueves, viernes y sábado… -le dije-. Hasta ahí todo bien, pues además me coincide con lo que yo mismo he experimentado al hablar contigo…

-¿Y entonces? -dijo él.

-Entonces queda el domingo -le dije, tajante-. ¿Qué ocurre los domingos?

-¿Domingos? -preguntó.

-Sí, domingos -confirmé.

Tras un rato en que pareció buscar en su memoria, me preguntó nervioso:

-¿Qué es un domingo?

Entonces yo, aunque lo intenté, no supe qué contestarle.

martes, 12 de octubre de 2021

Cuando Dios se aburre suelta el mal.


I.

Cuando Dios se aburre suelta el mal.

Lo suelta entre nosotros, me refiero.

No es de malo, que lo hace, como dicen algunos.

No es, tampoco, el resultado de su ira ni un castigo por nuestro comportamiento.

Puede ser difícil de aceptar, pero lo cierto,
es que no somos tan importantes.

Lo que ocurre, simplemente, es que Dios se aburre.


II.

Pueden creerme o no creerme, pero es cierto:
cuando Dios se aburre suelta el mal.

Ahora bien, cuando digo que lo suelta,
no es que antes lo tuviese prisionero
o confinado en algún sitio.

Lo que quiero decir, en cambio,
es que lo deja salir,
desde dentro de sí mismo.

No es que lo engendre en ese instante,
ni que lo haya tenido prisionero dentro de sí,
el aburrimiento simplemente deja abierta una válvula
por donde sale el mal.

Estemos tranquilos.

No hay para qué
ni por qué
culpar a nadie.


III.

Cuando Dios se aburre suelta el mal.

Aunque esto ya lo dije varias veces, y probablemente los aburra.

Sé que no es un tema del que acostumbremos hablar,
pero hay algunos aspectos importantes,
que solemos dejar de lado.

En lo personal, trato ante todo de no ofenderlo a usted,
ni criticar por un instante su naturaleza.

Por lo mismo, aclaro que no dije en ningún momento,
que fuimos hechos a semejanza de Dios,
ni insinuar algo parecido.

También, antes de terminar,
me gustaría señalar que Dios se aburre,
según mis cálculos,
prácticamente todo el tiempo.

lunes, 11 de octubre de 2021

Dos puertas.


Por alguna razón que desconozco, podía accederse a aquella sala por dos puertas. Ambas a un mismo costado, compartiendo así ambos accesos, por lo que la situación parecía algo absurda. Yo acostumbraba entrar o salir siempre por la puerta que quedaba a mi derecha, mirando los accesos de frente, por lo que ocupaba una vez cada puerta sin pensar demasiado en el asunto.

Dentro de la sala, por cierto, había un hombre enfermo acostado en una cama. Tengo prohibido hablar de él así que solo puedo entregar esa información, aunque de todas formas no es aquí lo importante.

Por lo general, yo ingresaba ahí un par de veces cada día, a realizar algunas acciones rutinarias que podrían considerarse beneficiosas para aquel hombre, cuya enfermedad se agravaba, sin embargo, cada día.

Una de esas veces -una de las últimas veces, por cierto-, encontré al hombre gimiendo. Emitiendo un grito gutural que supongo era de dolor, generado a partir de unas heridas que se le hacían en la piel, y que en la medida de lo posible cubríamos con gasas húmedas.

No había nadie más que nosotros en la sala -al menos en esa oportunidad-, por lo que me sentí incómodo hasta el punto que no pude salir del lugar, esperando a que dejase de gemir y gritar de esa forma.

Cuando lo hizo, me acerqué a observarlo y, dada su quietud, pensé por un momento que había muerto, aunque prontamente volvió a resoplar y comprendí que seguía con vida, cuestión que extrañamente no me tranquilizó en lo absoluto.

-Tengo que salir, pero pronto vendrá alguien -le dije aquella vez, aunque sin mayor esperanza de que comprendiera mis palabras.

El hombre me miró a los ojos con indiferencia y luego observé que empuñaba sus manos, no sé bien con qué intención.

Abandoné el lugar, por cierto, mientras esto ocurría.

Ahora, años después de lo sucedido -y años después, también, de la muerte de aquel hombre-, no consigo recordar su rostro, sino solo las dos puertas.

Una al lado de la otra, como si revelaran una inutilidad, pero al mismo tiempo no supieras cuál de ellas era necesariamente la puerta inútil, por lo que prefieres no darle ya más vueltas a aquel asunto, y comienzas mejor a pensar en otra cosa.

Y claro… eliges salir por una de esas puertas, ciertamente, para pensar en otra cosa.

Da lo mismo si lo logras, por supuesto.

Pero eso es lo que haces.

domingo, 10 de octubre de 2021

El bigote.


El hombre aquel se veía raro, con el bigote. Nunca antes lo había visto, pero podía asegurar que se lo había dejado crecer recientemente, luego de toda una vida de andar por ahí, sin bigote. O más aun, podía pensarse que ese bigote era postizo, aunque no formulé hipótesis para justificar las razones que tendría aquel hombre para hacer eso.

-Deja de mirarlo -me dijo G., incómoda-. Se va a dar cuenta. Puede incluso que se moleste y venga a quejarse o algo…

Habíamos salido por segunda vez juntos, a solas, aunque ya nos conocíamos de antes, por unos amigos que teníamos en común.

-Disculpa -me excusé-, es que me llamó la atención… ya sabes.

-Lo único que sé es que me dijeron que no saliera contigo -dijo ella-. Que cuando te emborrachas te comportas extraño y sueles meterte en algún problema y…

-Es el bigote -la interrumpí.

-¿Qué bigote? -dijo ella.

-El bigote de ese hombre -intenté explicar-. O más bien, el bigote que está delante de ese hombre… ¿No crees que da una impresión extraña?

-No creo nada -dijo ella-. No quiero mirarlo ni que lo mires mal, nos vas a meter en problemas…

-No va a reclamar -le dije, para tranquilizarla-. No va a hacer nada.

Ella seguía intranquila.

-Es el bigote el que manda -seguí-, no el hombre… Y el bigote no tiene ojos, no nos ve… Es un bigote que ha sacado a pasear a aquel hombre… que lo ha raptado tal vez… una forma de vida alienígena que se disfraza usando a ese hombre tras de sí, adhiriéndose a él, como un bigote.

-Puedes decirme lo mismo y sería chistoso, incluso -dijo ella-, pero deja de mirarlo. Es una situación incómoda… Después de todo ya sabes cómo soy, no me gustan estas cosas.

Cuando dijo esto la miré por un momento, sorprendido. Fue como si por primera vez me diese cuenta que estaba con ella, aunque incluso ya hubiésemos salido una vez anterior, y hasta nos hubiésemos acostado juntos.

-No sé cómo eres -le dije-. En eso te equivocas.

Luego intenté seguir su consejo.

sábado, 9 de octubre de 2021

Dicen.


Dicen que los animales no tropiezan, pero lo cierto es que una vez vi a un mono dar vueltas por el suelo, luego de haber pisado su propia cola. Me reí cuando lo vi, de hecho, supongo que por nervios, aunque al verlo malherido -poco después-, me puse serio de inmediato e intenté ayudarlo. Y es que el mono, comprendí, había golpeado su cabeza, en la caída, contra una piedra filosa. Su herida era profunda. Y sangraba.

Dicen que los animales no hablan, pero esa vez el mono me habló mientras yo intentaba ayudarlo. No sé mucho de curaciones, pero al menos intenté detener la hemorragia. Luego, quise lavar la herida, peor el mono no se dejaba. Alegaba diciendo que estaba bien así, que había que dejar que las cosas ocurran… y hasta se molestaba advirtiendo que a la naturaleza no se engaña. Yo no discutí con él porque no sé discutir con monos. Pero de cierta forma lo intentaba.

Dicen que los animales no reniegan de si mismos, pero este mono no quería admitir que realmente era un mono. Discutimos largamente sobre aquello y al final decidí fingir que, en nuestra discusión, él ganaba. Y es que se veía confundido, aquel mono. A un veterinario que llegó, por ejemplo, lo llamó doctor, y hasta se llamó a sí mismo con un nombre humano, que debe haber escuchado. Testigo de esto, fui incapaz de contradecirlo, en el momento, pero quien sabe si para compensar aquello escribo esto ahora.

Y es que dicen tanto de los animales… pero ya ven. Yo, al menos, no me conformo con el engaño.

viernes, 8 de octubre de 2021

En eso, al menos, no hay engaño.


No soporto a Chopin. Lo que me produce es complejo, y por lo mismo, prefiero no explicarlo. Diré simplemente que mi espíritu, supongo, no cuaja con él. Y es que tal vez Chopin sea honesto, pero a mí, al menos, me parece afectado y hasta falso. Lo mismo con Mozart y esa forzada sensación que me parece impostada. Alegría, por momentos, genio, artificio y una velocidad que no tiene que ver con los pasos de nadie. Dicho de otra forma: Mozart no te lleva a ningún sitio salvo a Mozart. Por otro lado, a Beethoven lo agoté, digamos. Me maravillé con su fuerza y con sus golpes, pero mi mandíbula se acostumbró a recibirlos y ya no me mueve como antes. Sé a dónde va. Yo ya he ido y he regresado. Bien por él, pero ya no. Todavía me maravilla la grandeza y perfección de Bach. Pero su arquitectura se construye más desde la razón de lo que debiese, pienso por momentos, cuando lo escucho. Lo contrario de Rachmaninov que me apasionó un largo tiempo, pero hoy me resulta empalagoso. Adolescente, Rachmaninov. Liszt, a veces está bien, y lo guardo por eso mismo, para no gastarlo. Schuman también, lo admito, tiene algo. Esas son hoy mis mañas, frente al reproductor de música, que sigue apagado. El silencio está bien, pero se ensucia fácilmente, concluyo, mientras vuelvo a hacer otras cosas. La culpa no es de nadie, dicen por ahí. En eso, al menos, no hay engaño.

jueves, 7 de octubre de 2021

Camarero o friega platos.


Trabajábamos por turnos. Día y noche trabajábamos. De vez en cuando podíamos elegir jornada, pero lo más relevante era distribuir las funciones. Entre nosotros, en este ámbito, solo existían dos opciones: camarero o friega platos.

Al principio lo dejamos a la suerte, un poco para no perjudicar al otro y también para no sentirnos con privilegios, y pasar por encima de los demás.

Con el tiempo, sin embargo, comenzamos poco a poco a elegir. Así, guiados mayormente por nuestro estado anímico, comenzamos a elegir ser friega platos cuando queríamos estar alejados del resto y trabajar en silencio; mientras que elegíamos ser camarero cuando nuestro ánimo nos permitía hablar con otros y mostrarnos entusiastas al momento de atender a los comensales.

De esta forma, los conceptos de camarero y friega platos pasaron poco a poco a convertirse en una especio de nombres clave, para referirnos a nuestro estado anímico general. Así, incluso sin necesidad de pronunciar palabras, reconocíamos la naturaleza anímica del otro, quien por su caminar o expresión corporal podía demostrar si había amanecido camarero o friega platos, sin necesidad de explayarnos más al respecto.

-Hoy P. anda friega platos -comentaba alguno.

-Sí, mejor dejémoslo solo, hasta que se le pase -respondía otro.

Y bueno, lo cierto es que el trabajo anduvo bien y se repartió de esta forma durante (casi) las dos temporadas que trabajé en el local.

Y es que, a finales de la última, el dueño contrató a unas hermanas que tuvieron la exclusividad de fregar los platos, por lo que debimos abandonar el lugar, ya que ser camareros todo el tiempo requería más de nosotros mismos, y nuestro estado anímico, en este sentido, necesitaba también descansar acogiéndose a la otra variante, de vez en cuando.

-De verdad no quieren de vez en cuando ser camareras -intentamos convencer a las hermanas-. También tiene sus ventajas…

Ellas se negaron, sin embargo, y no dieron luces siquiera de considerar aquella opción.

Nos fuimos entonces, luego de agobiarnos por algunas semanas en las que intentamos ser camareros todo el tiempo, pero lo cierto es que no pudimos con nuestra naturaleza.

-Es que parte de mi espíritu es friega platos -intenté explicarle al dueño, pero no le interesó comprender.

En cambio, me entregó un cheque extra por mi tiempo de servicio, que preferí no cobrar. Supongo que por orgullo.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Supongo que me lo dijeron.


Supongo que me lo dijeron. Alguna vez. Y es que casi todo, supongo, ya me lo han dicho. Ya sea cara a cara o a través de un libro o de alguna idea contenida en determinada producción audiovisual, lo cierto es que me parece que todo -o casi todo-, ya me ha sido dicho. No lo digo con soberbia, en todo caso. Tampoco con la intención de señalar que ya es un trabajo terminado. Probablemente suene a eso, pero no es el caso. Tampoco es que yo sea, precisamente, el único o principal destinatario. Se trata de mensajes que andan por ahí, simplemente, y que probablemente pudimos haber escuchado cualquiera de nosotros si poníamos cierta atención o dedicábamos tiempo a escucharlos, en medio del día a día. En medio de otros mensajes, digamos, que no forman parte necesariamente del contenido profundo que nos ofrece el mundo. Por eso lo digo de esa forma. Que supongo que ya me lo dijeron. Y hasta aprovecho de confesar que tal vez no llegué a descubrir el sentido de aquel mensaje o tuve miedo de incorporarlo al conjunto de bases y creencias que probablemente dirijan mis acciones. Y es que elegimos, a fin de cuentas, qué escuchar realmente. O más bien, elegimos qué comprender de todo a aquello que escuchamos. Qué comprender y qué incorporar como sustento de aquello que hacemos y aquello que somos o intentamos ser. Me ocurre a mí y les ocurre a muchos. Supongo que a usted también, aunque no me aventuro a confirmarlo. Me refiero a que esto mismo, ya se lo han dicho. E incluso es probable que le remita también a otras cosas. Cosas que eligió no oír realmente, ni llevarlas con usted. Significados que tal vez se arrepienta de haber desestimado, en algún momento. Pero claro… yo no vengo aquí a acusar a nadie -y menos a usted- de abandonar algo esencial en el camino. Cada uno se juzga a sí mismo, a fin de cuentas. Y hasta si quiere no se juzgue. Después de todo (aunque yo no lo crea) dicen que se puede vivir bastante bien, de esa forma.

martes, 5 de octubre de 2021

Para no tergiversar la historia.


I.

Tras una esquina encontró al alienígena. Lo había visto antes, esa misma noche, y lo había seguido por varios minutos hasta que, sin comprender muy bien de qué forma ocurrió, le había perdido el rastro.

Ahora, ya dispuesto a volver a casa, lo había vuelto a encontrar luego de doblar una esquina, sin tener la menor esperanza.

El alienígena estaba de espaldas a él, a pocos metros, vomitando junto a una pared e intentando dar algunos pasos, mientras se tambaleaba.

Si no supiera que es el alienígena, pensaba, probablemente diría que se trata de un simple borracho… o hasta de un animal borracho…


II.

-Debió haber sido por la atmósfera -diría horas después al policía que le tomó declaración-. El tambalearse de esa forma, me refiero… tal vez en su planeta la gravedad era distinta, o la composición química del aire… vaya uno a saber…

-¿De verdad quiere que anote todo esto? -le preguntó el policía.

Él lo pensó un poco. Mientras, intentaba entender el tono del policía, pero no lo conseguía asimilar del todo.

-Mejor no lo anote -dijo entonces-. Además son hipótesis, solamente… En el fondo no sé qué originaba el comportamiento del alienígena.

-¿Quiere que escriba lo del alienígena? -insistió el policía, algo molesto.

Él se quedó en silencio ante esa pregunta. De hecho, comenzó a sospechar que el policía quería mantener todo en secreto, y hasta barajó la posibilidad de que tuviese un vínculo secreto con los alienígenas.

-Escríbalo como guste -dijo finalmente, intentando parecer amable-. O si prefiere incluso no lo escriba… Por mi lado, creo que mejor me voy a mi casa… además ya es tarde y…

-¿Y usted cree que a mí me sobra el tiempo para escuchar sus historias? -lo interrumpió, molesto, el policía.

Él iba a decir que sí, pero al final decidió no decir nada.

De esta forma ambos quedaron en silencio. Como estatuas, casi.

Yo, que observaba todo, esperé un poco a que dijeran algo más, pero finalmente no lo hicieron.

Así, simplemente, decidí dejar el texto hasta aquí, para no tergiversar la historia.

lunes, 4 de octubre de 2021

Un kamikaze indeciso.


M. quería ser kamikaze, pero resultaba que era indeciso. No indeciso en ser un kamikaze, digamos, pues no dudaba entre ser eso o ser otra cosa, sino indeciso de esencia, lo que podía afectarlo negativamente si, finalmente, terminaba siendo un kamikaze. De esta forma, al menos, se lo intentó explicar el sicólogo que lo entrevistó por cuarta vez, luego de ser derivado por su insistencia a un nuevo proceso de reclutamiento, del cuál ya había sido rechazado en tres ocasiones previas.

-Debe entender usted que la indecisión en este trabajo es un tema serio -le decía el psicólogo-. Recuerde que ser kamikaze no es tener un objetivo dado desde un inicio, sino que es la alternativa última luego que su aeronave deja de ser útil para un primer propósito y no tiene otra opción que lanzarse usted mismo contra un objetivo y…

-Pero en eso no hay indecisión -alegaba M.-, si es realmente una última alternativa tengo un camino único y…

-Se equivoca usted -lo interrumpía entonces el sicólogo-, pues si bien el lanzarse es una única alternativa, el objetivo hacia el cual decidiese usted lanzarse es el dilema… pues su indecisión puede llevarlo a no tomar una decisión a tiempo, y dejar de ser, por lo mismo un kamikaze…

-Pero de todas formas terminaría estrellándome -insistía M., sollozando casi-. ¿De eso se trata no…? No pueden ustedes volver a rechazarme, por favor…

-Podemos -dijo el otro, terminante.

Entonces M. empuño las manos, y por un momento pensó en lanzarse hacia el sicólogo y acabar con su frustración aunque fuese a golpes, sin importar las consecuencias… Pero claro, casi enseguida pensó que el sicólogo en realidad se guiaba por un manual y una serie de normas que no había escrito personalmente, por lo que los golpes en realidad debían ir dirigidos a los creadores de esas reglas o quien sabe a quien más, que terminase siendo el verdadero culpable…

-Ya ve usted que no se decide siquiera a quién dirigir su rabia -dijo el sicólogo-. Sus puños se relajarán dentro de poco y lo que podría haber sido una amenaza se desvanecerá en su propia indecisión…

-No pasará eso -dijo M., con aparente convicción.

-¿Y qué pasará entonces? -preguntó el sicólogo.

-Esto -contestó M., casi poniéndose de pie-. Pasará esto.

domingo, 3 de octubre de 2021

Uno de cada tres.


No exageremos. No es para tanto. Después de todo, uno de cada tres días soy yo. No es desaparecer, digamos, sino racionarse un poco. Yo al menos lo decidí así luego de hacer unos cuantos cálculos. Consideraciones y cálculos, más bien. Fue entonces que lo resolví y me lo dije una y otra vez, con convicción, para no contradecirme más adelante. Uno de cada tres días está bien. Lo otro ya es abuso. Es agotarse uno mismo, innecesariamente. Además, no se trata solo de cansancio. Me refiero a que cargarse todo el tiempo es complejo de otra forma. De una forma que puede incluso llegar a ser frustrante cuando tus creencias pesan demasiado. ¿Qué hay que hacer, entonces? Me atrevería a decir que lo esencial es que en esos días en que no eres tú, no te contradigas mayormente. Que tus acciones no ataquen ni debiliten al tú que ha de reaparecer al tercer día. Deja pasar esos días. Auséntate un poco. O si prefieres: preocúpate de no mentir, simplemente. Y es que no debes olvidar que al tercer día debes resucitar y ser tú mismo, nuevamente. De a poco. Correr la piedra tras la cual te ocultaste de los otros. Donde descansaste pues cansaba ser tú mismo. Si hasta sientes que mueres un poco, cuando lo eres. De a poquito, pero eso pasa. Hay desgaste, digamos. O hasta una erosión inevitable. Uno de cada tres días está bien. Con eso basta.

sábado, 2 de octubre de 2021

El lugar estaba vacío, salvo por...



El lugar estaba vacío salvo por unas cajas que estaban apiladas a un costado. Y esas cajas, por cierto, también estaban vacías salvo por aquello que contenían dentro. Lo que contenían dentro eran botellas, que estaban vacías salvo por un liquido extraño sin ningún tipo de nutrientes, a no ser que consideremos como tales a una extraña mezcla de vitaminas de dudosa procedencia, dado su carácter artificial.

-Me molestan las contradicciones -dijo X., mientras intentaba dialogar con Y., que estaba sentada junto a un jarrón lleno de flores plásticas, que estaba también, junto a las cajas.

Segundos después, como Y. no contestaba X. siguió.

-Me molestan, pero también me agradan, de cierta forma -señaló.

Mientras, afuera, no se escuchaba sonido alguno, salvo por los autos que pasaban y los paseos de algunos transeúntes. De entre ellos, X. e Y. no conocían a nadie, salvo a B. y a P. que aparentemente iban a comprar, pues observaron que llevaban unas bolsas con ellos. Bolsas grandes, de tela, que aparentemente iban vacías salvo por unas cosas que asomaban en la parte alta de ellas y que no pudieron determinar con certeza qué eran, exactamente.

-Un día me voy a terminar cansando de todo esto -dijo ahora X., mientras observaba sus manos vacías, salvo por una naranja.

Luego de pelarla e ir sacando algunos gajos, comentó:

-Es extraño, pero los gajos no están unidos a nada salvo a otros gajos.

Y. se mantenía en silencio, salvo por algunas palabras que decía de vez en cuando, pero que nadie registró.

Por otro lado, Y. tenía frente a sí un papel, en el que no escribía nada salvo lo que ahora ustedes probablemente estén leyendo.

-¿Ya te dije que no me gustan las contradicciones? -preguntó entonces X.

Y. movió la cabeza en un gesto afirmativo.

-¿Sí qué? -preguntó X.

viernes, 1 de octubre de 2021

Es más fácil de explicar...


Es más fácil de explicar con el concepto (o la imagen, más bien) del hombre con un gran chaquetón, pero lo cierto es que no es imprescindible. Y es que el verdadero factor común que he descubierto con el tiempo, es la seriedad del asunto. O más aún: la preocupación y angustia que me causa esa particular situación o asunto. De todas formas lo central es que, cuando alguna de esas situaciones ocurre: un jefe retándote, alguien que te asalta, una persona X que te increpa o hasta cuando haces frente a seres amenazadores en los sueños, paso a descubrir (o a imaginar si alguien se molesta por mi lenguaje) que bajo el chaquetón de ese ser hay en realidad tres niños ocultos, equilibrados unos sobre otros, como en esas caricaturas de antaño en que jugaban a parecer adultos. Y claro, cuando esta imagen viene a mí, la preocupación o angustia previa se transforma, y hasta cierto punto me relaja. Lo extraño, sin embargo, es que ha habido ocasiones en que esa imagen o sensación, también ocurre conmigo. Por ejemplo, cuando me escucho decir con convicción algo que en realidad no me convence. O en otras palabras: cuando mi actitud se aleja de la honestidad, para ser concreto. Y es que entonces, de un momento a otro siento que yo mismo estoy fingiendo ser alguien que está formado por tres niños, y comienzo a desequilibrarme y a desarmarme de a poco. Mientras que el niño de la parte superior (el con más ojeras y con más cara de viejo, probablemente) intenta disimular lo que ocurre, tratando de mantener un discurso medianamente coherente. Un discurso que es más fácil de explicar con un concepto solo, para no confundirse demasiado. Y que todo siga, entonces, más o menos como antes.

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