lunes, 18 de octubre de 2021

Ser mirados.


Pocos saben ser mirados. Y no me refiero solo a la incomodidad que puede producir aquel hecho. Me refiero también a otras sensaciones que aparecen en aquellos que saben -o comprenden más bien-, que son objeto de miradas atentas. Y es que no solo se pierde la naturalidad al ser mirado, sino que existen una gran serie de sensaciones que se entrelazan en el interior del sujeto observado que pueden ir desde el orgullo -si el sujeto interpreta como resultado de la admiración aquellas miradas-, hasta la culpa u otras emociones bastante más desagradables. Y es que no se sabe bien por qué -hay encuestas y pequeños estudios que he hojeado-, pero el ser observado parece ser que al ser objeto de miradas respondemos no solo a la defensiva, sino que generamos cierta molestia hacia quien nos observa. Incluso odio. Sabemos, sin embargo, que lo que acabamos de mencionar son apenas palabras, y que debemos desconfiar, por lo mismo, de su exactitud, pero lo cierto es que son, al mismo tiempo, los únicos puntos de referencia con los que cuento. Así, el problema o “lo difícil” no es en el fondo ser mirado (cuestión que por lo demás no depende mayormente de nosotros), sino de llevar una vida que nos permita no odiar, cuando nos miran. Es decir, seguir siendo quiénes éramos, ya sea en medio de la oscuridad o ante la mirada atenta de “esos ojos”. Sentirnos cómodos, por supuesto, pero aspirar a un punto mucho más allá de aquello. Sentirnos y sabernos nosotros mismos, en el fondo. Aprender a llevarnos puestos. Ser uno de esos pocos, en definitiva, que sí saben ser mirados.

 

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