lunes, 31 de julio de 2023

Comer de pie, como en los cócteles.


De eso se trata.

De comer de pie, como en los cócteles.

No por falta de tiempo, aclaro, sino por actitud.

Comer y vivir de pie, como si estuviéramos de paso.

O conscientes, más bien, que todo (o casi todo) es un tentempié para algo que aún no llega.


No hablo, por supuesto, de algo trascendente.

Nada de otra vida u otra región, luego de esta.

No propongo creer ni vivir pensando en esas posibilidades.

Hablo de comer de pie, simplemente, como en los cócteles.

Amar de pie, incluso, pero amar.

Y es que no debe verse en esto desvalor alguno.


Debe disfrutar usted del cóctel, me refiero.

Sentir su sabor, incluso.

Recuerde que los nutrientes son los mismos, más allá de la actitud.

Y es su responsabilidad, por supuesto, el nutrirse sabiamente.


De eso se trata, le reitero.

Y debe comprender para avanzar.

Acostúmbrese a comer de pie, como en los cócteles.

No se apresure, pero tome siempre lo necesario.

Nunca menos.


Mentí, por cierto, cuando dije que no hablaba de algo trascendente.

No me disculpo, sin embargo, pues no quise mentir.

Ocurre simplemente, que yo trasciendo de otra forma.

domingo, 30 de julio de 2023

Ella y yo hablamos largo rato.


Ella y yo hablamos largo rato.

Era una conversación agradable, pero sentía igualmente que ocurría algo extraño.

Cierto tono en sus palabras, el tipo de preguntas que hacía… algo había en todo eso que no me resultaba familiar.

Nada concreto, en todo caso.

Por eso no se lo decía.

Ya entrada la noche descubrí que, desde un inicio, ella me había confundido con un sacerdote.

Le pregunté si acaso se me transparentaba la castidad.

Ella dijo que no, que no era eso.

Que más bien se trataba de mis ropas.

Me miré entonces, pero no vi nada en particular.

No llevaba sotana, por supuesto, ni tampoco un sayal, como los franciscanos.

Ella explicó entonces que no era que llevase ropas de sacerdote, sino que vestía como un sacerdote disfrazado de civil.

No un sacerdote de civil, recalcó, sino un sacerdote disfrazado de civil.

No la entendí, pero asentí.

Entonces bromee diciendo que tal vez ella necesitaba confesarse.

Me dijo que sí, muy seria, agregando que de hecho eso era lo que había estado haciendo.

Nos miramos.

Le dije que no podía absolverla, pero que tal vez eso fuera mejor.

Ella sonrió de forma extraña.

Se levantó.

Lentamente, comenzó a sacarse sus ropas.

La noche estaba llena de grillos mudos.

sábado, 29 de julio de 2023

Ese ejército.


Ese ejército se viene retirando desde que comenzó la guerra.

Eso es todo lo que hace.

Ocupa un territorio a modo de defensa, pero luego lo desocupa y retrocede a una nueva posición.

Tal vez retrase la ocupación, es cierto, pero no le veo utilidad alguna.

Ninguna aparte del retraso, por supuesto.

Simplemente van retrocediendo cediendo un poco más del territorio.

Fijan nuevamente su posición, instalan tiendas de campaña, organizan las tropas.

Ese es el ciclo.

Siempre ocurre de la misma forma.

Ellos retroceden; los otros avanzan.

Entonces, ambas tropas quedan fijas, por un tiempo.

Durante ese tiempo, no llegan a enfrentarse en batalla, negocian con el enemigo y ceden luego un poco más de terreno.

Creo la única baja que han tenido fue la de un oficial que tuvo complicaciones tras una infección estomacal.

De hecho, se dice que no han disparado, en todo este tiempo, ni una sola bala.

Tras analizar lo que ocurre, he pensado que tal vez sería un bien plan si existiese en algún lado otro ejército.

Un ejército aliado del que retrocede, me refiero.

Uno capaz de sorprender al enemigo mientras el que cede espacio gana tiempo.

En cualquier caso, lo único cierto es que no hay nada.

Es más: no hay ejército aliado y ni siquiera se contempla la creación de uno nuevo.

¿Lo ven?

Ese ejército se viene retirando desde que comenzó la guerra.

viernes, 28 de julio de 2023

El zapato derecho.


-Estamos unidos de una forma estúpida -me dijo-. Nos conocíamos desde antes, por supuesto, pero el lazo definitivo se selló en una zapatería.

-Pe…

-No interrumpas. Es serio.

-De acuerdo -dije.

Él siguió con su historia.

-Habíamos ido juntos, después del trabajo. La tienda estaba cerca. El resumen de lo que ocurrió es que ambos queríamos el mismo par de zapatos. Encontramos un poco extraño comprar el mismo, pero al final decidimos que estaba bien así. Ambos calzábamos 42, recuerdo. El caso es que cuando fuimos a comprarlo nos dijeron que solo quedaba un par. Buscaron en bodega, incluso, pero solo había uno. Entonces, él propuso que, para no discutir, ambos nos lleváramos uno. Yo acepté. Me tocó el derecho.

-Pero eso es estúpido… -comenté.

-Llevarse el izquierdo era igual de estúpido -dijo él, cortante.

-No me refiero a eso, sino a la decisión.

-No entiendes -me dijo-. Lo único estúpido es que no entiendas. No sabes de lazos, de vínculos. Yo tengo el zapato derecho y él el izquierdo. Eso es todo.

-No es todo -alegué-. Tener los zapatos divididos así no tiene utilidad alguna. Es absurdo.

-No se gastan de esa forma -dijo entonces.

-¿Cómo…?

-Que los zapatos no se gastan de esa forma -explicó-. Están nuevos todavía. No se usan, no se habla de ellos… si alguno de nosotros se hubiese llevado el par ya estarían en la basura después de haberse gastado…

-Pero así es la vida -le dije-. El desgaste…

-¿Qué sabes tú de la vida? -me interrumpió-. Dime tres cosas que sepas de la vida

-¿Qué…?

-Dime tres cosas que sepas de la vida -repitió.

-¿Tres cosas?

-Sí, tres cosas.

Iba a comenzar a responder, pero me lo pensé un poco y lo cierto es que no pude.

-Yo al menos tengo el zapato derecho -dijo entonces él, unos segundos más tarde.

jueves, 27 de julio de 2023

Llegó alterado.


Llegó alterado. Más de lo habitual, me refiero. Es decir, siempre anda alterado, pero esta vez parecía no controlar su cuerpo siquiera. Chocaba con las cosas. Temblaba. Arrastró la silla que estaba justo a mi lado. Se sentó junto a nosotros y pidió una cerveza. No sé bien por qué, pero yo lo observaba tranquilo. Los otros, en cambio, se mostraban inquietos. Tal vez pensaba que en cualquier momento iba a atacarlos. A sacar el revólver que siempre traía y dar un par de tiros. Yo no sé. No sé en qué pensaba, me refiero. Nunca había tenido un problema con él y creo que me estimaba desde esa vez que hablamos de un libro de Bulgakov. Él no acostumbraba leer, pero había leído ese pensando que se trataba de otra cosa. Era un libro llamado Morfina, por cierto. Lo vi con él y hablamos un rato de coas que él no trataba habitualmente. Cuando levantó la jarra con la cerveza me fijé que tenía la manga de la camisa, bajo la chaqueta, manchada de sangre. Comprendí entonces que estaba herido. Fue poco después que entraron los otros y comenzó lo que todos saben. Él, finalmente, recibió varios golpes y un par de tiros en el estómago. Yo, por mi parte, tuve suerte. Quizá demasiada. Solo terminé con un corte pequeño, en la mejilla. Tras percatarme, decidí irme, mientras los demás seguían ahí, tal vez demasiado quietos.

-Disculpen, me equivoqué de cuento -les dije, mientras salía del lugar.

miércoles, 26 de julio de 2023

¿Onda o partícula?


Juro que no eran poetas, sino científicos.

Matemáticos y científicos, para ser exactos.

Seis aproximadamente, aunque no recuerdo bien.

Yo estaba en una mesa contigua y los escuchaba hablar mientras bebía algo.

Pasaban de un tema a otro, mientras yo intentaba entender.

Hablaban distendidamente, por cierto, y aunque a veces alguno se apasionaba un poco más, todo se desarrollaba en un ambiente de relajo.

Me pareció oír que hablaban otra fuerza a la que eran sometidas las cosas, además de la gravedad.

Una que protege las cosas de dejar de ser ellas mismas, dijo uno de ellos.

Una fuerza que las hace permanecer unidas, bajo su borde, para que las partículas de alguna forma no se dispersen o se alejen entre sí, anoté yo, en una servilleta, tras escucharlos un rato.

¿Qué anotas ahí?, me preguntó entonces la chica con la que estaba bebiendo, y que prácticamente había olvidado.

Disculpa, le dije, escuché una frase en la otra mesa, nada más.

Ella parecía incómoda, aunque no molesta.

No todavía, al menos.

¿Y por qué no la anotas en tu celular?, me preguntó.

No supe qué responderle.

Por un lado, seguía poniendo atención a lo que hablaban en la otra mesa, y por el otro, era difícil explicarle que siempre perdía esos papeles, y que de cierta forma era una manera de perder algo que no quería, extrañamente, perder.

Volví a disculparme con ella, por cierto, cuando me dijo poco después, que se marchaba.

Se paró de la mesa, tomó sus cosas y me observó directamente.

-¿Onda o partícula? -preguntó seria, a modo despedida.

-Probablemente ambas -contesté, como si nada.

martes, 25 de julio de 2023

El reloj de Yuri Gagarin.


Si quieres puedes tomarlo, me dijo.

Era el reloj de Yuri Gagarin.

Yo lo observaba hacía rato, hasta que uno de los encargados soltó esa frase así, de improviso, como si no tuviese mayor importancia.

Ellos seguían caminando por el lugar y yo estaba ahí, frente al reloj.

Estaban armando una exposición en la que me pidieron hacer unas descripciones para un catálogo.

Algo muy sencillo, por lo demás, para una exposición que se realizaría en un museo de la moda, que no puedo nombrar.

El reloj estaba en una caja de acrílico, sin ningún tipo de seguridad, y debía ser montado junto a otros artículos que estaban a un costado y que no me importaban en lo más mínimo.

Después de todo, ese era el reloj de Yuri Gagarin.

El reloj con el que supuestamente había regresado luego de convertirse en el primer hombre en el espacio.

Pensando en eso, abrí la caja con cuidado y lo tomé.

Nadie me observaba.

El reloj estaba detenido, pero me parecía que el segundero vibraba un poco, como si quisiese avanzar y algo lo detuviera.

Por un momento pensé en hacer algo, para ver si volvía a andar, pero no lo hice.

El problema no es el reloj, sino el tiempo, me dije.

Tras unos minutos, volví a dejar el reloj en la caja.

Luego, intenté seguir con las descripciones que me habían encargado.

No las terminé.

Prometo que lo intenté, pero no pude.

Me despedí de los encargados y me fui del lugar.

Ninguno comprendió, ciertamente, qué es lo que había ocurrido.

lunes, 24 de julio de 2023

La luz del departamento piloto.


Cerca de mi casa hay un edificio en venta.

No el edificio por completo, por supuesto, sino los departamentos que hay en él.

No me percaté del edificio hasta que lo vi levantado, hace unos meses.

Ahí hay un edificio, me dije entonces, mientras lo observaba.

Igual no es algo en lo que deba o pueda pensar.

No me afecta mayormente, digamos.

Eso creía, al menos, hasta que pasé junto al edificio una tarde y observé un poco más.

En el primer piso, me fijé, estaba encendida la luz del departamento piloto.

Ventanas grandes, sin cortinas, permitían que uno pudiese incluso mirar dentro.

Algunos muebles, colores claros… lo típico.

Pero estaba esa luz.

La luz encendida, digamos, del departamento piloto.

Incluso ya de tarde, cuando nadie más iría a visitarlo.

Probablemente quede también encendida por la noche, pensé.

Lo comprobé, de hecho, horas más tarde.

Estaba inquieto así que fui hasta el lugar y comprobe que así era.

Observé esa luz.

Debía ser igual que otras luces, pero se sentía fría.

Metálica, tal vez. Distinta.

La comparé con otras luces del sector, de lugares habitados.

De regreso a casa la comparé incluso con mi propia luz.

Con la luz de mi casa, me refiero.

No puede ser la misma, me dije.

Puede que se parezca, pero no puede llegar a ser la misma.

Me dormí esa noche, inquieto.

Como si me molestase en los ojos la luz del departamento piloto.

Era una luz blanca.

Incluso cuando está apagada está encendida, me dije.

Luego, supongo, me dormí.

Ahora ya no importa.

domingo, 23 de julio de 2023

Una antropologa.


Poco después de salir de la universidad, conocí a una antropóloga que había vivido varios años con una tribu extraña.

Era prima de un amigo, y estaba ahora en Santiago trabajando en una tesis de doctorado donde abordaba elementos de su experiencia.

Tras conversar en un par de ocasiones, comenzamos a juntarnos. Por lo general a beber algo y a cruzar algunas ideas sobre algunos elementos y observaciones que había reunido en su etapa de investigación.

Su plan, comprendí entonces, no era solo redactar su tesis, sino realizar una serie de publicaciones -incluyendo algunos textos literarios-, para lo cuál me preguntaba algunas cosas sobre las que iba siempre tomando notas.

En principio esto me fue extraño, pero luego dejó de incomodarme y su cuaderno de apuntes pareció ser una simple extensión de ella, en la que ni siquiera fijaba mi atención.

Semanas después comenzamos a pasar la noche juntos después de esos encuentros.

Nada muy formal, en todo caso, pero supongo que nos considerábamos, de cierta forma, una pareja.

Una mañana, sin embargo, después de haber pasado una noche juntos ella dejó su cuaderno sobre la mesa en que íbamos a desayunar.

Y, sin mala intención, recuerdo que leí rápidamente un par de páginas.

Descubrí entonces que, más que observaciones para sus escritos, ella estaba tomando apuntes de mí, como si yo fuese una tribu extraña.

No sé explicar bien por qué, pero aquel descubrimiento me ofendió.

No las observaciones en sí, sino la distancia que suponían esas observaciones.

Cuando ella regresó a la mesa me notó extraño.

Tomó el cuaderno de notas y escribió algo.

Supongo que era justamente mi estado en ese instante.

-Leí algunas notas -le confesé.

Ella asintió.

-No debiste hacerlo -me dijo, poco después.

Tal vez era cierto.

Resumo contando que, desde entonces, no volvimos a vernos.

Por lo que sé, ella trabaja actualmente en una universidad en Estados Unidos, ha publicado un par de libros y hasta ha dirigido un par de documentales.

No he leído ni visto, debo confesar, ninguno de ellos.

sábado, 22 de julio de 2023

Frutas perfectas.


Me he dado cuenta que produce desconfianza la fruta perfecta, en la feria.

La manzana más brillante y sin daño, la naranja limpia y simétrica… el plátano que parece el modelo a seguir.

Y es que, observando, me he dado cuenta que la fruta perfecta sirve como anzuelo. Llama la atención, hace que el comprador se acerque y comience a elegir algunas… pero lo cierto es que a la fruta perfecta no terminan llevándosela.

La tocan a veces, a lo sumo.

Con cuidado, la tocan.

Pero lo cierto, es que terminan dejándola a un lado. No sé bien por qué.

Analizando lo que ocurre -sus movimientos, gestos y otras expresiones-, he llegado a concluir que la fruta perfecta les produce desconfianza.

Como si se tratase de esas frutas plásticas o de cera que se colocaban antaño, como adorno.

Así, la gente lleva fruta más común.

Fruta que puede encasillarse “dentro de la norma”, pero que no se aleja de ella.

No dañada, necesariamente, pero sí común y deja la fruta perfecta hasta prácticamente al final, junto con la más dañada.

Tras este descubrimiento, debo confesar que he ido esta vez a la feria comprando exclusivamente la fruta perfecta. Puesto por puesto.

A veces he debido comprar otras más, pues no venden por unidad, pero al menos me he llevado aquella fruta que fue mi objetivo desde un inicio.

Ya en casa, frente a las frutas perfectas, llamo a mi hijo y lo invito a que comamos alguna.

Ambos, sin embargo, nos quedamos observándolas, sin atrevernos a ir por ellas.

Tal vez más tarde, dice él.

De acuerdo, le digo.

viernes, 21 de julio de 2023

Qué simboliza el ornitorrinco.


Me pidieron analizar un poema polaco.

Vanguardista, al parecer.

Bastante innovador en su forma o simplemente mal traducido.

Lo cierto es que nunca aclaré esto último.

El análisis debía ser desarrollado a partir de una serie de indicaciones que constituían el examen final para aprobar un curso menor que trataba esencialmente sobre la evolución histórica de los símbolos.

En el caso del poema polaco, la pregunta esencial era responder, a partir del texto y de una investigación acabada: ¿qué simboliza el ornitorrinco?

El ornitorrinco, por cierto, aparecía nombrado solo en un verso del poema polaco -en el penúltimo-, y no me había parecido para nada esencial en una primera lectura.

Ya puesto en el análisis, mi primera dificultad no fue su segundo o tercer significado, sino el primero. Es decir, el significado convencional del ornitorrinco.

Podía anotar la definición del diccionario -que parecía más una descripción, dicho sea de paso-, pero lo cierto es que comencé a cuestionarme desde ahí si era posible o no interpretar algo que ni siquiera podemos explicar.

Y es que del ornitorrinco tenemos ante todo la imagen, pero no el significado… y la imagen que tenemos, además, la entendemos a partir de la fragmentación de otros animales: cola de castor, patas de nutria, hocico en forma de pico de pato…

Así, algo molesto y confundido pues no lograba avanzar en mi análisis, me acerqué al profesor y le planteé el problema. Cuestión que resumí en la dificultad del primer significado.

-El primer significado de todo es un invento -me dijo, con tono serio-. No importa si es un ornitorrinco o algo que pueda parecer más cotidiano. Si no puede interpretar y explicar qué simboliza un simple ornitorrinco no podrá entender el proceso de significación de cualquier cosa que lo rodea ni menos aún de un proceso de significación extendido a nivel textual.

-Ya -le dije.

Finalmente, volví a enfrentarme al poema polaco.

Me acerqué a él.

Y lo miré como si en realidad estuviese observando cara a cara al ornitorrinco.

De cierta forma me gruño, podría decir.

Poco después, sentí un dolor insoportable.

jueves, 20 de julio de 2023

Corazón faquir.


Escuché por primera y única vez la canción Corazón Faquir mientras comía un Kebab en un pequeño local de comida rápida, en Providencia.

Era un local de paso, en el que había unos mesones altos, ante los que podías comer de pie.

Casi nadie usaba los mesones, por cierto.

Esa vez pasé a comer algo con una amiga, que fue la primera en comentar algo sobre la canción.

-¿La conoces? -me preguntó.

-¿Qué cosa? -dije.

-La canción que está sonando.

Le puse atención.

No muy en serio al inicio pues la música no era de mi gusto, pero luego comencé a detenerme en la letra.

Los versos largos, la historia que contaba, el tipo de rima, las referencias que tenía a un par de obras de Daniel Clowes… de verdad me pareció una canción especial.

Conversamos un poco, tratando de vincularla con algún grupo o artista, pero no lo logramos.

Le preguntamos al vendedor, pero tampoco sabía.

Poco después, cuando nos íbamos, se acercó a nosotros un tipo que al parecer nos había escuchado.

-Corazón faquir -nos dijo-. La canción se llama corazón faquir.

Apenas atinamos a darle las gracias pues el hombre salió de inmediato.

Era serio. Llevaba un maletín.

Si nos atenemos a los estereotipos, no aparentaba saber de música.

De hecho, luego que nos dijo el nombre, buscamos en nuestros celulares sobre la canción, pero no encontramos información.

-A lo mejor nos mintió -comenté, algo defraudado.

-¿Con qué objeto? -me preguntó mi amiga.

Y yo, como no sabía con qué objeto se miente, preferí callar.

miércoles, 19 de julio de 2023

Podría ocurrir en un cuento de Lem.


Podría ocurrir en cuento de Lem:

Un hombre está tan cansado de hacer sus labores que se clona para que el ser clonado las haga.

Lamentablemente el ser clonado comparte el cansancio y el desgano con el hombre original y también se niega a realizarlas.

Las labores, por cierto, vistas desde nuestro contexto, son pocas.

De hecho, si avanzáramos en esa supuesta lectura, nos daríamos cuenta que el tiempo real destinado al trabajo (o a las tareas que en nuestra época producen cansancio o agobio) es realmente mínimo, y que esas labores que el hombre original no desea realizar, se reducen a interacciones mínimas con otros seres y a aquellas que están destinadas, únicamente, a ocuparse de sí mismo.

Así, en el fondo, lo que buscaría este personaje habría sido crear a alguien que “llevara su vida”, en el sentido de cargarla, de “llevarla encima” o “puesta”, sin más.

Más allá de esto -y sin caer en detalles-, el cuento de Lem seguiría, por supuesto. Ahora, con estos dos personajes -el hombre original y el ser creado-, creando un tercer ser.

Esto, ya que se convencen diciendo que, aunque probablemente el nuevo clon también comparta su cansancio, ellos al menos serán dos y podrán someterlo apelando esta vez, como recurso, a la mayoría simple, lo que les dará un poder sobre el nuevo ser, quien no podrá oponerse a esta doble voluntad.

El tercer ser, sin embargo, si bien se doblega ante la presión de la mayoría, apela a ellos señalando que no tiene ningún problema con cargar con las labores de uno de ellos, pero que llevar el peso de las tareas de los dos (más sus propias tareas, por supuesto), resulta demasiado demandante, por lo que propone la creación de un cuarto ser para que, al menos, distribuyan así la carga.

Los dos primeros seres lo escuchan. Luego conversan entre sí, excluyendo al tercero. Hacen cálculos. No se convencen.

Deciden entonces dejar la decisión para el otro día.

Quieren pensarlo estando más tranquilos. Sin tanta presión.

Cae entonces la noche.

Se duermen.

Sueñan lo mismo, pero no lo saben.

Los tres -me refiero-, sueñan lo mismo.

Finalmente despiertan.

Con cierta angustia, despiertan.

-Sí -dice entonces una voz, en esa mañana-. Podría ocurrir en un cuento de Lem.

martes, 18 de julio de 2023

Puertas automáticas.


Acostumbro comprar en un supermercado que tiene puertas automáticas.

Es un supermercado pequeño, sin tanto flujo de gente, y que en general funciona bastante bien.

Con esto me refiero a qué por lo general tienen los productos bien etiquetados, el lugar está lo suficientemente limpio y hay cajeras suficientes como para evitar que se produzcan largas filas al momento de pagar.

La única excepción a esto es que una de las puertas automáticas se demora un poco más de lo normal en abrirse.

No es un gran problema, por supuesto, pero lo menciono como una excepción.

De todas formas, no muchos se percatan.

Y es que, por lo general, la gente entra por las otras puertas, que además son las que primero se abren, pero yo acostumbro entrar por esa que se demora un tanto más en funcionar.

Al final, todo se resume en que tienes que quedarte quieto, mirándola un rato antes de que abra.

Por lo mismo, siempre que paso por ahí me invento algo.

Digo alguna palabra clave, finjo que me escanean la retina, hago una figura con mi mano en el aire… cosas de ese estilo.

Todo para amortiguar la pausa, digamos.

No busco mucho más.

A propósito, ¿les conté que Aristóteles y Plotino visualizan a Dios como un principio físico?

¡Cuánta ingenuidad…!

lunes, 17 de julio de 2023

¿A quién beneficia lo que perjudica a otro?


¿A quién beneficia lo que perjudica a otro?

¿Lo han pensado alguna vez?

Porque si lo han pensado es razonable que me digan que solo podemos saber a quién beneficia si sabemos quién es el perjudicado y de qué forma se le perjudicó.

Suena enredado, por supuesto, pero si lo analizan le encontrarán sentido.

Y probablemente quedarán conformes con seguir esa ruta hacia la comprensión.

Dicho esto, confieso que ese camino razonable para encontrar la respuesta se me hace tedioso.

Y, por si fuera poco, equívoco.

Por lo mismo, prefiero contestar de una vez y sin tantos rodeos.

Lo que perjudica a otro, beneficia (sin duda) a ese mismo otro.

Hasta antes de escribirlo pensaba explicarlo, a continuación.

Directamente, si resultaba, o si no con una pequeña historia.

¿Pero saben…?

Creo que por esta vez no lo haré.

Ni siquiera trataré de hacerlo.

Me refiero a la explicación, por supuesto, y de paso a la historia.

Ahora bien, ¿quieren preguntarse por qué no lo haré?

Es una pregunta retórica, por supuesto, pero si de verdad les interesa saber, puedo evitarles el cuestionamiento.

Y decirles entonces que no lo haré, a fin de cuentas, solo porque quiero perjudicarlos.

Esa es mi única razón, si soy sincero.

Y es una de las buenas.

domingo, 16 de julio de 2023

Un pacto incompleto.


Dicen que hizo un pacto con el diablo y luego no supo que pedir.

Creo que tenía un minuto para decidirse y la única condición era que el deseo fuese para él.

Más allá de los detalles, lo importante en la historia es que se bloqueó, y no terminó pidiendo nada.

O eso es lo que dicen, al menos.

Lo peor (para él) es que hizo el pacto igualmente.

Lo firmó antes de pedir, digamos.

Y dio su alma por nada.

Así y todo, dicen que él se enorgullece de la experiencia, y no se muestra arrepentido.

Señala que al menos estuvo frente al diablo cara a cara y que, respecto a su alma, no piensa que haya valido mucho.

Esa sería su postura, según me cuentan.

Ahora bien, a todos quienes me han contado su historia les he preguntado de improviso cuál sería su deseo.

Seriamente por supuesto, y manteniendo las indicaciones que le dieron a aquel tipo.

Y, tal como me lo esperaba, nadie pudo contestarme de forma clara y categórica a esa pregunta.

Del tipo original, en tanto, hay quienes dicen que en realidad no se bloqueó, sino que comprendió de pronto que no deseaba realmente nada.

Dicen también -y esto es ciertamente lo último que agrego-, que desde que le ocurrió aquello, habla en tercera persona de sí mismo.

sábado, 15 de julio de 2023

Un esquimal dentro de su iglú



Un esquimal dentro de su iglú no piensa.

Para hacerlo, la tradición dice debe salir al exterior.

Y luego debe caminar, lentamente, hasta que sus pensamientos se los lleve el frío.


A veces, fuera del iglú, imagino que un esquimal se encuentra con otro.

De ocurrir así, ambos debiesen levantar el rostro y saludarse.

Puede que alguna vez se sorprendan y entonces exclamen:

“¡También tú…!”

Pero también es cierto que bien pueden pasar cerca del otro, absortos, sin reconocerse en lo absoluto.


No es cierto que somos únicos, podría por ejemplo pensar un esquimal.

Solo fuera de su iglú, por cierto, podría pensarlo.

Lamentablemente, aunque cierta, esa frase por sí sola no contiene un gran significado.

Así y todo, tras pensar aquello, el esquimal puede volver conforme al interior de su iglú.


Cuando hay tormenta, un esquimal puede llegar a pasar varios días en su iglú.

Semanas, incluso.

Lo realmente indispensable está dentro, después de todo.

Y es que se dice que el sueño, ahí dentro, reemplaza al pensamiento.


Por lo general, el esquimal se sueña fuera del iglú.

De hecho, acostumbra a soñarse fuera de sí mismo.

Entre hombres, por un sendero, sintiendo aquello como un todo.

Sin bordes, digamos.

Finalmente, antes de despertar (o en mitad de aquello), suele regresar sin problemas.

Al sitio que le corresponde.

viernes, 14 de julio de 2023

Un amigo que es pintor.


Tengo un amigo que es pintor.

Hasta hace un par de años, mi amigo era solo aficionado, pero desde entonces ha logrado vender lo suficiente como para vivir de aquello.

La forma en que dejó el amateurismo resulta, por lo menos, extraña.

Fue más o menos así:

Un día, su pareja le exige que cambien el colchón de la cama, pues al parecer estaba muy viejo y resultaba en extremo incómodo.

Tras semanas de discusiones, terminan comprando un nuevo colchón, pero no saben de qué forma deshacerse del antiguo.

Tiempo después, todavía sin poder botar el colchón antiguo, mi amigo comienza a ocuparlo de lienzo, realizando una pintura de gran tamaño por uno de sus lados.

“Una tontera… un borrador que terminé con látex, brocha y hasta rodillo”, según sus palabras.

Finalmente una noche, de madrugada, lo abandonó en una calle vecina, y dos días después, resultó que hasta de la tv habían ido para filmar aquello.

“Se esparció el rumor que hasta podía ser de Banksy”, me contó.

Y claro, luego de eso reconoció su autoría, apareció en los medios y comenzó a vender por primera vez sus obras.

Pasó a entonces a usar de lienzo algunos sofás viejos, cortinas, muebles deteriorados… y claro, tras un par de exposiciones (una incluso en el extranjero) ha pasado a tener un nombre destacado entre los nuevos artistas nacionales.

-Así que ya sabes -me dijo al final de nuestra última conversación-, si cambias colchón o quieres botar algún mueble avísame antes…

Lo miro con atención para ver si bromea, pero veo que no lo hace.

-Dale, yo te aviso… -le digo.

jueves, 13 de julio de 2023

Voy a comprar una lupa.


Voy a comprar una lupa.

No tenía necesidad de hacerlo, pero alguien me habló de una tienda que solo vendía lupas y quise ir.

De todas formas, resultó que no solo vendía lupas, sino también microscopios, binoculares y otros dispositivos para aumentar la visión de un objeto.

-Tenemos de todo menos telescopios -me explicó el vendedor-, es un principio de la tienda.

Yo evité, al menos por el momento, preguntar sobre los fundamentos de ese principio.

Luego de mirar un poco el lugar le dije al vendedor que quería comprar una lupa.

Tenían de varios tipos: de escritorio, de lectura, de relojero…

-Quiero una lupa tradicional -le dije-. Sencilla. Ya sabe… de esas con un mango y el lente… como la de esos detectives antiguos…

-Entonces quiere la lupa Holmes -señaló el vendedor.

Yo asentí.

Poco después pusieron frente a mí varias lupas del estilo solicitado.

Todas parecían muy finas, con mangos de madera o metálicos llenos de grabados y cada una con su respectivo estuche.

Tenían eso sí, un gran tamaño.

-¿No tiene una de ese estilo, pero más pequeña? -pregunté.

-¿Qué tan pequeña? -preguntó el vendedor.

No supe bien qué responder.

-La maás pequeña que tenga -contesté, finalmente.

Poco después me sorprendí cuando el hombre me entregó una lupa del mismo tamaño que las otras.

Estaba a punto de alegar cuando el vendedor la puso frente a mí y me explicó.

-Puede ver a lupita con esta lupa -me señaló-, sino le será imposible.

No entendía bien a qué se refería, pero le hice caso.

Sobre el mostrador, bajo el lente de la lupa, podía observarse otra lupa, apenas visible.

-Lo malo es que si se lleva a lupita tendrá que llevarse otra más grande, para poder observarla.

-Cuando dice lupita -le pregunté entonces-, ¿se refiere a esa lupa ínfima…?

-Claro -dijo él-. Es el modelo Lupita, pero se vende junto a otra más grande, para que pueda ver qué le pasa, como en la canción…

Mientras el hombre la tarareaba, observé nuevamente la lupa pequeña, por medio de la lupa más grande y también a simple vista… Vi que tenía también detalles, y calculé que a lo sumo podía medir un centímetro…

-Está bien hecha -admití-, pero no tiene utilidad alguna…

-Su lente es igual de poderoso que el de las otras lupas -señaló algo molesto el vendedor-. Además, la utilidad está sobrevalorada…

Deje pasar unos segundos.

Tras pensármelo un poco, decidí finalmente comparar la lupa pequeña, pero desistí de comprar alguna más grande… Solo me llevé la pequeña, que también tenía un pequeño estuche y venía en una pequeña caja, bastante más pequeña que una caja de fósforos común…

El vendedor parecía contrariado, pero me la vendió igualmente.

Llegué a notarlo triste, incluso, cuando me entregó la compra.

-Cuídela -me dijo, únicamente.

Yo asentí.

Es curioso, pero han pasado tres días, y todavía le doy vuelta a sus palabras.

miércoles, 12 de julio de 2023

Reparaba pianos.


Reparaba pianos.

Décadas reparando pianos y para qué, me dijo.

Estábamos bebiendo una cerveza cuando comenzó a quejarse de aquello.

Se veía molesto.

Yo no entendía por qué.

Después de todo, no había sido un trabajo tan pesado y ganaba buen dinero.

Le había alcanzado para tener bastante más que lo esencial, pensaba, mientras hacía cálculos.

Apuramos nuestras cervezas.

Pedimos otras.

Él debía tener unos cincuenta años y, según decía, abandonaría el trabajo que realizaba hacía casi treinta.

Yo intentaba entender por qué.

Se lo pregunté.

Hace años arreglo pianos que nadie toca, explicó.

A algunos les hago mantención, otros voy a verlos generalmente antes o después de alguna venta.

Cómo sea, el deterioro es siempre por no uso.

Por abandono.

Es como ir retocando muertos que nadie recuerda.

Guardó silencio un momento, luego de esas palabras.

Yo también.

Tras unos minutos intenté, torpemente, levantarle el ánimo.

Pero, ¿tú tocas los pianos cuando los reparas, o no?, eso ya es algo, le dije.

Él no contestó.

Igual es raro, agregué poco después, que un piano que no se toque para nada, se dañe o se desafine…

No es raro, me interrumpió, todo en la vida se desgasta, aunque no se use. Todo se desafina, se deteriora…

Siguió hablando en ese tono por un rato.

Yo decidí no contestar ni preguntar nada más.

En cambio, observé los vasos con cerveza.

Luego, pensé en el libro de Nabokov que llevaba en la mochila.

Y claro, le di la razón, sin decirlo.

martes, 11 de julio de 2023

Tres breves testimonios.


I.

En un bar, en una mesa que estaba en un rincón, no muy iluminada, vi una vez a un hombre sacándose una barba falsa. La despegó con cuidado, partiendo por la zona de sus patillas. Luego la dejó sobre la mesa y posteriormente, con mucho cuidado y atención, la guardó en una pequeña caja de cartón que llevaba en un bolso. Bajo la barba falsa, por cierto, el hombre tenía otra barba, que supuse verdadera.

No tengo nada que decir sobre este hombre, salvo lo que he dicho.


II.

Fue en un parque. Uno un tanto seco que estaba cerca de una playa. No recuerdo en detalle a la persona que lo dijo, pero recuerdo que fue una mujer. Hablaba con otro par de personas, en la noche. Puede que estuviesen bebiendo algo.

No sé de qué hablaban, solo recuerdo la frase.

-A diferencia de ustedes yo no llevo nada puesto -dijo ella-. No me cubro. No me oculto… Si hubiese un sol que bronceara los espíritus tendría sin duda un tono fantástico.

Estoy consciente que la frase suena poco natural, pero puedo asegurarles que la dijo así palabra por palabra. Con un tono teatral, probablemente, pero con una seriedad absoluta.


III.

Una casa pequeña, no habitada, al parecer. Muy deteriorada. Estaba en un sector despoblado, en el que no había otras construcciones. Estaba rodeada de árboles, arbustos y maleza.

Años después volví a ver esa casa. Estaba por supuesto en el mismo lugar. Igual de deteriorada.

A diferencia de ella, los árboles de su entorno, los arbustos y la maleza, parecían sin duda haber crecido.

Decidí entonces, observándola, no pensar en nada más.

lunes, 10 de julio de 2023

Tres breves diálogos (casi)


I.

-Es como un río que se duerme cada noche -me dijo-. Y por las mañanas, confuso, no sabe ya en que dirección fluye.

-¿Y deja de fluir entonces? -pregunté.

-No, no puede -me dijo-, solo se confunde un rato y a veces toma la dirección contraria… Pero debe fluir, recuerda que es un río.


II.

-¿Conoces la pintura esa en la que un hombre aparece dibujando una ventana sobre un muro? -me preguntó-. A veces pienso que tú eres un poco como ese hombre.

-¿Y cómo sabes que lo que está dibujando es una ventana?

-¿A qué te refieres?

-Puede estar dibujando un cuadrado, simplemente -explique-, y eres tú entonces quien pasa a ser quien ve un cuadrado como una ventana…

-¿Y para qué dibujaría un hombre un cuadrado en un muro? -preguntó.

-No sé -contesté-. Yo no he dibujado nada.


III.

-Sé que una vez comimos pies humanos -me dijo-. No sé si tú y yo, pero al menos yo con alguien más… Pies pequeños, recuerdo… resultaba incómodo. Recuerdo que sabían a carne de pato.

-Creo que no he comido nunca carne de pato -comenté.

-¿Sabes…? -agregó, luego de un rato-. A veces pienso que tú crees que miento o que estoy jugando cuando hablo, pero te aseguro que todo lo que digo es verdad, y que te hablo en serio…

-Lo sé -le dije-. Es solo que nunca sé que contestar cuando me hablan en serio.

-Pues puedes no contestar, simplemente.

Tras escucharla, consideré que era cierto.

Callé.

domingo, 9 de julio de 2023

Las hojas del árbol.


I.

Soñé que las hojas de árbol gritaban cuando se caían.

Sus gritos eran variados, por lo demás, y no dejaban de sorprenderme.

Ninguno parecía reflejar dolor o angustia, sino mas bien algarabía, como si se dejasen caer, voluntariamente.

¡Banzai!, gritaba alguna.

¡Allá voy!, gritaba otra.

Como el sueño seguía no tuve otra opción que reírme ante aquello.

Algunas hojas en el suelo, por cierto, también reían.


II.

Me desperté de madrugada, luego de aquel sueño.

Intentaba recordar lo que decían algunos de los gritos, pero solo me acordaba de los más básicos.

Entonces, mientras estaba despierto, en la cama, oí ruidos en la cocina.

Era extraño, pues solo yo estaba en casa.

Presté atención.

Los ruidos eran pocos y esporádicos, aunque claros.

Tal vez haya algo ahí que no quiere ser comido, me dije.

Pensé entonces en levantarme e ir a ver, pero al final no lo hice.

Volví a dormirme, en cambio.


III.

No regresé al sueño de las hojas.

O solo en parte, porque en el sueño todavía estaba el árbol.

Esta vez estaba desnudo, sin hojas.

Cuando quise buscarlas en el suelo me percaté que estaba nevando.

Y todas las hojas, por supuesto, habían quedado ocultas.

Incluso el árbol, observé, estaba cubierto de nieve.

Sin embargo, lejos de angustiarme, la sensación que transmitía aquel sueño era agradable.

Tanto así que quise quedarme ahí, en medio de la nieve, un rato más

No soy como Ulises, me dije, nadie me espera.

Se sentía como estar, tranquilamente, en una habitación banca.

sábado, 8 de julio de 2023

No te lo estás tomando en serio.


-No te lo estás tomando en serio -me dijo-. Sé que no te gusta hablarlo, pero tendremos que hacerlo.

-De acuerdo -dije yo-. Pero sí me lo tomo en serio.

No dio señas de escucharme.

Parecía molesto.

Se sentó entonces frente a mí y sacó barrios grupos de hojas, en carpetas.

Yo ya estaba sentado así que solo lo observé.

Abrió una de las carpetas, frente a mí.

En los papeles había un gran número de pegatinas, secciones destacadas, subrayados y un gran número de observaciones anotadas a los costados.

No alcanzaba a verlos bien, pero supuse que se trataba de los adelantos que le había estado enviando.

-Voy a ir directo al grano -me dijo-. No podemos aceptar esto. Ni remotamente podemos aceptarlo.

-¿Por qué? -pregunté.

-Mira -me dijo-, abriendo ahora otra carpeta… Un ejemplo: ¿recuerdas a M., el padre de F. que muere cuando ella tenía dos años, en el capítulo 2…?

-Claro -le dije-. Lo recuerdo.

-Pues resulta que apareció vivo en el capítulo 4, en la graduación de F. -dijo con molestia.

-Puede ser… -dije yo, intentando recordar la historia.

-La misma M., -dijo ahora acercándome unas hojas-. Resulta que estudia arquitectura en el capítulo 7 y se recibe de enfermera en el 9… Además, por supuesto, de perder la virginidad dos veces…

-Pero tú me pediste más de esas escenas… -intenté excusarme.

-También está el asunto de la mascota -siguió él, sin escucharme-. Es un gato hasta el capítulo 3, luego un perro, en el 5, cuando muerde a J., y un pez en el 11…

-¿Qué me estás queriendo decir? -le pregunté entonces, alzando un poco la voz.

-¡Que no te has tomado nada en serio…! -dijo él, levantando la suya todavía un poco más-. Que hicimos lo posible por mantener el acuerdo… libertades creativas, dijimos… pero estas son solo algunas inconsistencias… Todos están de acuerdo en que no se puede rescatar nada de lo que has enviado.

Guardé silencio ante sus acusaciones.

Finalmente, fue él mismo quien me invito a hablar:

-¿Qué ocurre…? -lanzó-, ¿no vas a decir nada?

-Hombres de poca fe -le dije-. Realmente carecen de ella.

Luego me puse de pie y caminé hacia la salida.

Rapidito, para que no me obligase a hablar en serio.

viernes, 7 de julio de 2023

Una mosca de vasta experiencia.


Era una mosca de vasta experiencia.

Al menos así se presentaba.

Había viajado de carnicero en carnicero durante toda su vida.

Ellos también son de carne, había descubierto.

Seres de carne que trabajan cortando carnes, había dicho a las otras, filosofando.


Las otras, por cierto, la escuchaban atentas.

Y es que no era común que alguna de ellas descubriese algo de esa envergadura.

Podían, por supuesto, pero lo cierto es que les costaba ser constantes y abandonaban sus proyectos de inmediato.


Eso no quitaba que, de vez en cuando, alguna sorprendiese a las otras con algún enunciado trascendente.

Todo es agua, había descubierto otra. Descubrí que en el mundo todo es agua.

Había dicho esto luego de escuchar a la primera, y lo había expresado con un tono que delataba envidia.

Tal vez por esto, la mosca de vasta experiencia, dejando de lado su filosofía, había intentado cuestionarla.

¿Y la tierra?, le preguntó.

La tierra es agua en polvo, se apresuró a contestar la otra.


Era una buena respuesta, sin duda.

De hecho, diálogos así no eran frecuentes entre las moscas.

Había algunas que pasaban toda su vida, incluso, sin pronunciar palabra.


Tal vez por esto, otra de las moscas destacadas fue llamada hasta el lugar, para que registrara el cruce de palabras que estaba ocurriendo.

Cuando llegó, otras moscas le extendieron un papel, para que comenzara a relatar lo ocurrido.

El verano ese año fue tan corto que el sol ni siquiera alcanzó a salir, escribió la mosca, como preámbulo.

Finalmente, les pidió amablemente a las otras que retomaran su conversación.

jueves, 6 de julio de 2023

Flores que no florecen.


I.

¿Hay flores que no florecen?

Mi lógica me invita a pensar que no.

Que si es flor ya floreció, digamos.

Plantas que no florecen sí, pero flores que no florecen no, me digo.

Me lo digo a mí, en principio, pero también se lo digo a usted.

Pero no, usted no me entiende.


II.

Pasa el tiempo.

Siempre pasa el tiempo, no sé para qué lo escribo.

Entre tanto, busco otra forma para decírselo.

Me gasto la vida así, a fin de cuentas, buscando formas.

Palabras u otros objetos con filo.

Firmes y con filo.

Cosas que penetran el corazón, diría alguien.

No yo, por cierto.

Yo nunca he hablado de esa forma.


III.

Un martillo y un clavo.

Poco más se necesita.

Fuerza, por supuesto, pero poco más.

Un martillo como si fuese una pala.

Un martillo para escarbar.

Para cavar en la tierra porque al corazón no llego.

Con mis palabras no llego.

Por eso lo digo así:

En la tierra enterré flores que no florecen.


IV.

Las manos están sucias, pero se lavan.

Y el agua no penetra, en las manos.

Tal vez quiera entrar, me digo, pero no lo logra.

De esa misma forma, por cierto, funcionan mis palabras.

¿Hay flores que no florecen?, pregunto entonces.

Por supuesto que hay, me contestan.

La tristeza está manchada.

miércoles, 5 de julio de 2023

Un matrimonio chino.


Un matrimonio chino abrió una tintorería cerca de mi casa.

Ocurrió hace tres o cuatro meses.

Resultaba extraño, pues ya casi no hay tintorerías.

Están en uno de una hilera de cuatro locales.

Los otros tres venden distintos tipos de comida rápida.

Siempre que pasas por la tienda de los chinos los puedes oír conversar.

No siempre puedes verlos, eso sí, pues suelen estar en una esquina, un poco ocultos.

En estos meses, no recuerdo nunca haber visto algún cliente en la tintorería.

Los vendedores de los otros locales comentan que la tintorería va a cerrar.

De hecho, se sorprenden que aún no lo haga pues observan que, prácticamente, no tienen ingresos.

Ninguno de los vendedores habla con el matrimonio chino.

Los saludan, eso sí, y uno de ellos contó que una vez les llevó comida gratis, pero ellos la rechazaron.

Supongo que están gastando sus ahorros, comenta uno. Pero solo están perdiendo dinero con aquel negocio. Hoy lo único que es seguro es la venta de comida.

Desde que he confirmado que les va mal he tratado de pensar cómo ayudarlos.

Pero ni siquiera tengo ropas que llevar a la tintorería.

Por otro lado, cuando los escucho conversar -siempre en chino-, no me parece que su tono revele mayores angustias o preocupaciones.

Es otra forma de gastarse la vida, simplemente, me comenta un amigo a quien le cuento del asunto.

Ya sabes -explica-, habitas la vida que te toca y luego la gastas.

No suena tan terrible de esa forma, le digo.

No vale la pena decir más.

martes, 4 de julio de 2023

Langostas.


Langostas.

Millones de langostas se escuchan a lo lejos.

Más cerca, cacarean las gallinas para alertar de las langostas.

Para alertarse entre ellas, me refiero.

No ponen huevos hace días, las gallinas.

No hay ya para qué.

El hombre las sabe extrañas por eso hace preguntas.

A su familia hace preguntas.

Ellos ríen, porque no saben que decir.

Levantan sus hombros como si volteasen piedras.

No hay bichos bajo aquellas piedras.

Tampoco hay musgo, sobre ellas.

Esa noche sienten ruidos.

A lo lejos, como una especie de motor.

Como no saben lo que es, han dejado de escucharlo.

Ha llovido hace poco.

Ha cambiado el tiempo.

Las langostas, probablemente, han cambiado el tiempo.

Millones de langostas.

Tantas que bien podrían bloquear la luz del sol.

De cierta forma ya lo intuyen, las gallinas.

Mientras cacarean, eso intuyen.

No alertan las gallinas, sino que se despiden.

La familia del hombre asegura que volverá a llover.

Por suerte, en la casa, no hay problemas.

No ingresa la lluvia, al menos, cuando cae.

Se ha cortado la luz hace dos días, pero es algo con lo que se puede vivir.

Eso dicen, bromeando, justo en el momento en que se acercan las langostas.

Se dispersan más bien, por los campos.

Las gallinas las observan llegar.

Todo se oscurece.

No tienen voz, las langostas, pero gritan.

Sin piel, el hombre se desarma.

lunes, 3 de julio de 2023

Un Dios que flota.


En una piscina gigantesca que existe en todas partes, pero que no vemos, Dios flota de espaldas. No hace gestos. No realiza movimientos. Solo se mueve levemente por el flujo del agua. Sé que no es flujo, exactamente, pero le digo así porque no sé explicar bien el movimiento mínimo y permanente que efectúa el agua. Así está Dios, flotando en la piscina esa, inconmensurable. Hay quienes lo imaginan como una figura inflable que ha quedado olvidada, sobre el agua. Allá ellos, pero yo no imagino así. No es que lo tenga tan claro ni que pueda demostrarlo, pero algo en mí sabe que el Dios está quieto, flotando en el agua, prácticamente quieta. Mi única duda, si soy sincero, es si Dios está flotando boca arriba o boca abajo, haciéndose el muertito. Lo malo es que como Dios no sabe fingir y no se mueve, poco puedo hacer para descubrir su real estado. No puedo moverme mientras lo observo. No dirijo mi vista a sitio alguno, cuando lo observo. Cierro los ojos, de hecho, y floto a mi manera. Yo también puedo hacerlo. Sé de quietud. Sé de amor. Sé de dolor, decepciones y alegrías. Nada se olvida. Yo también puedo ser el Dios de otros, sin saberlo.

domingo, 2 de julio de 2023

Platos.


No sequen los platos.

Lávenlos sí, pero no los sequen.

Por una última vez, lávenlos.

Principalmente con agua, nada más.

Dejen que estilen, si tienen donde.

Si no, no se preocupen.

Obsérvenlos un rato y luego sean honestos una vez.

¿No quieren quebrar alguno?

Porque si es así, les aconsejo desde ya que no se repriman.

Elijan el lugar.

Despéjenlo incluso si no quieren hacer más daño.

Créanme: son libres de quebrar los platos.

No hay ley alguna que lo prohíba.

Pueden arrojarlos, por supuesto, pero no siempre es necesaria esa vehemencia.

Si lo prefieren pueden quebrarlos quedamente.

Meter alguno a una bolsa de tela y luego darle un golpe.

No es necesario un gran golpe, solo un golpe.

O varios pequeños, ya que estamos explicando.

Usted elija.

Incluso, si la bolsa de tela es lo suficientemente gruesa, puede usted partir el plato con sus propias manos.

Con la tela de por medio, por supuesto, para que no se corte.

Usted decide, como le decía, pero desde ya le recomiendo no dejar plato alguno.

Tómese su tiempo, claro.

Obsérvelos.

La mayoría deja dos o hasta uno, hasta que se deciden.

Y claro… finalmente llega el problema de botarlos.

Es incómodo y un poquito peligroso, pero es algo que debe hacerse.

Puede envolverlos en papel y luego meterlos en bolsas.

O en una caja y sellarla.

Puede incluso poner una advertencia escrita en la caja, aunque es difícil que la lean.

“Cuidado, platos rotos”, puede escribir.

Otra opción (para no complicar a nadie), es enterrarlas en su patio.

Si tiene patio, por supuesto.

Igual que a un cadáver, puede enterrar esos restos.

Cómo sea, luego de botarlos, la tarea ha concluido.

Respire hondo.

Mantenga el aire dentro unos segundos.

Ahora exhale.

Y despídase definitivamente de los platos con esa exhalación.

Puede salir ahora a dar un paseo, si quiere.

O mucho más que un paseo.

Recuerde que es libre de hacerlo.

Está prohibido, eso sí, volver a pensar en los platos.

No es ley, pero yo se lo prohíbo.

Finalmente, cierre la puerta de casa, por fuera.

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