miércoles, 12 de julio de 2023

Reparaba pianos.


Reparaba pianos.

Décadas reparando pianos y para qué, me dijo.

Estábamos bebiendo una cerveza cuando comenzó a quejarse de aquello.

Se veía molesto.

Yo no entendía por qué.

Después de todo, no había sido un trabajo tan pesado y ganaba buen dinero.

Le había alcanzado para tener bastante más que lo esencial, pensaba, mientras hacía cálculos.

Apuramos nuestras cervezas.

Pedimos otras.

Él debía tener unos cincuenta años y, según decía, abandonaría el trabajo que realizaba hacía casi treinta.

Yo intentaba entender por qué.

Se lo pregunté.

Hace años arreglo pianos que nadie toca, explicó.

A algunos les hago mantención, otros voy a verlos generalmente antes o después de alguna venta.

Cómo sea, el deterioro es siempre por no uso.

Por abandono.

Es como ir retocando muertos que nadie recuerda.

Guardó silencio un momento, luego de esas palabras.

Yo también.

Tras unos minutos intenté, torpemente, levantarle el ánimo.

Pero, ¿tú tocas los pianos cuando los reparas, o no?, eso ya es algo, le dije.

Él no contestó.

Igual es raro, agregué poco después, que un piano que no se toque para nada, se dañe o se desafine…

No es raro, me interrumpió, todo en la vida se desgasta, aunque no se use. Todo se desafina, se deteriora…

Siguió hablando en ese tono por un rato.

Yo decidí no contestar ni preguntar nada más.

En cambio, observé los vasos con cerveza.

Luego, pensé en el libro de Nabokov que llevaba en la mochila.

Y claro, le di la razón, sin decirlo.

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