viernes, 28 de febrero de 2014

Un puente sin extremos.



Conversando sobre adquisiciones inútiles con unos amigos, me encuentro con la historia de una chica que compró un puente japonés.

Al parecer lo vio en una casa de remates y no pudo aguantarse y lo adquirió sin pensar.

Es prima hermana de un compañero de universidad y vivía en ese entonces en un pequeño departamento en Providencia.

-Según ella, el puente era igual a los de los jardines de Monet… de madera incluso… unido por unas bandas ocultas, de metal –contó mi amigo.

Según su versión, la chica habría tenido que desarmar el puente y volverlo construir en el interior del departamento, tras vaciarlo casi completamente.

-Lo supe porque mi madre le compró el comedor y yo fui a buscarlo en la camioneta –agrega-.

-¿Y viste el puente? –pregunté.

-Solo a medio hacer… pero mi prima me contó que pensaba dormir sobre él, incluso… yo pensé que estaba bromeando.

Lo peor de todo, sin  embargo, según cuenta mi amigo, es que tras armar el puente, la chica comenzó a obsesionarse con la idea de que eso no era realmente un puente. Al parecer porque no unía dos espacios.

-Ella decía que armado así era solo un montón de madera… -continúa mi amigo-, e intentó convencer a un tío que tenía una parcela, para llevar el puente hasta ahí y hacer que un pequeño arroyo pasara bajo él.

-¿Lo consiguió?

-No creo… o sea, sé que todos en la familia decían que se estaba volviendo loca… y que volvió a vivir con mis tíos hasta que se volvió normal.

-¿Normal?

-Claro… o sea, se casó, tiene dos hijos… esas cosas.

-Ya –digo yo.

Entonces nos quedamos en silencio hasta que mi amigo adivina lo que estoy pensando.

-¿Quieres saber qué hizo con el puente? –me pregunta.

-Sí –admito.

Él me mira como advirtiéndome que la siguiente información me hará mal.

-Lo está vendiendo –señala.

-Mierda –digo yo.

Mi corazón se agita.


jueves, 27 de febrero de 2014

Como soy un poco torpe.



Como soy un poco torpe, demoro horas en cortar unas cuantas letras, para una frase en mi sala de clases.

Además salen feas.

Luego olvido la frase.

Quizá hasta de gusto olvido la frase.

Entonces busco imágenes.

Escojo entre algunas postales de Portugal y otras de pintores y movimientos artísticos.

Años antes hubiese optado por Chagall.

Luego Monet.

Después Degás.

Hoy en cambio no sé bien por qué optar.

Paso por las imágenes y es como ver fotos de sensaciones antiguas.

Morisot, Rothko, Magritte…

Como estaciones casi que uno pudiese volver a visitar.

Qué ganas de bajarse un momento en la estación Morisot, por ejemplo…

O contemplar desde un vidrio la estación Lautrec…

Revisitar la estación nevada de Hiroshige…


Divago.

Vuelvo a mirar las postales.

Mientras elijo voy pegando información.

Fechas de pruebas, horarios, cosas de ese estilo…

Luego elijo las postales.

Unas cuantas sin gente, de Hopper.

Un par de Macke…

Muchas abstractas.

Kandinski, Delaunay… cosas de ese estilo…

Entonces recuerdo un trabajo de Wingarden donde se hablaba de la creación de textos abstractos en épocas de guerra…

Un texto solo regular, por cierto, pero que viene al caso.

Así, voy pegando las imágenes abstractas junto a algunas letras sueltas, que formaron parte de una frase.

No quedó muy bien, es cierto, pero ya es hora de que lleguen algunos chicos.

No es una guerra, por supuesto…

O al menos no exactamente.

Y es que aquí nadie muere.

Y apenas unos pocos, si hay suerte, resultan heridos.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Mi amigo Áyax.

“Solo el alma de Áyax Telamonio
se mantenía aparte,
irritada por la victoria…”
La Odisea.


I. Acercamiento.

Si bien lo principal en la trama de la Pequeña Ilíada parece ser el episodio del caballo de Troya, no deja de asombrarme cierto acercamiento al personaje de Áyax, dado en un inicio de dicha epopeya (de los fragmentos que quedan de ella realmente) y que retomará Sófocles –aunque haciendo hincapié en otros aspectos-, en la tragedia que lleva el nombre de dicho héroe.

Así, en la Pequeña Iliada, de Lesques de Mitilene, se narra el juicio realizado luego de la muerte de Aquiles, para determinar a qué campeón (Áyax o Ulises), han de entregarle las armas del muerto.

De esta forma, para dirimir la cuestión, se decide recurrir a los comentarios de los enemigos sobre los héroes en disputa, resultando favorecido, en primera instancia, la figura de Áyax, quien habría recuperado el cadáver de Aquiles, en medio de la refriega.

Sin embargo, tras la intervención de Atenea, es Ulises quién termina quedándose con las armas, puesto que él habría facilitado, al seguir luchando, que Áyax protegiese el cuerpo del caído.

La importancia de este hecho, por cierto, es que la derrota en este juicio habría provocado la locura de Áyax, quién, confundido a través de un artificio de Atenea, termina atacando a un rebaño de corderos, mientras pretendía atacar al propio Ulises y a otros soldados.

Por último, tras darse cuenta de su engaño, Áyax, único héroe griego que nunca solicitó ayuda ni fue ayudado por Dios alguno, se quita la vida, consciente de que su sangre había sido siempre humana, y no había sido contaminada por los dioses.


II. Origen de la locura.

Lo que me interesa de la visión entregada en la Pequeña Ilíada, respecto a la locura de Áyax, es que este no habría enloquecido simplemente por la derrota, sino “por las razones de la derrota”.

Así, lo que realmente habría llevado a Áyax a “renunciar a la razón” es que los jueces hayan considerado más importante la matanza de Ulises, que el rescate del cuerpo de Aquiles, abriendo con esto un espacio para la reflexión sobre la nobleza de las acciones que determinan el sentido de la vida de los hombres que han ido a la guerra.

De esta forma, las armas de Aquiles adquieren una doble significación: la de ser protección de la vida de un hombre (concepto primario de armadura) y la de estar hechas para matar a los otros.

Hombres movidos por los dioses, dice entonces Áyax, han renunciado voluntariamente a la protección de aquello que eran ustedes por sí mismos… y así, hasta yo mismo, conservándome, me he perdido entre ustedes y los dioses.


III. Mi amigo Áyax.

Debo reconocer que en un principio, quería escribir un poema sobre Áyax.

O hasta una canción.

Algo chistosos –a mi manera-, como un “Áyax no te vayax” o “cuando anduvimos en káyax” o cosas de ese estilo.

(Lo hice, de hecho).

Pero entonces, buscando otras referencias, encontré aquella de Ulises cuando viaja al infierno y encuentra a Áyax retirado, a solas… descrita en La Odisea:

“Solo el alma de Áyax se mantenía aparte…”

Y bueno… me puse mamón… y lo borré.

Aunque claro, luego quizá lo hice peor, pues traté de tomar distancias -que es lo que he estado haciendo este último tiempo en muchos de los textos de este blog-, y escribí, sin pensar mucho, los dos puntos anteriores.

(…)

Vuelvo entonces a pensar en Áyax:

En el rescate del cuerpo de Aquiles.

En su vida sin dioses y sin poderes heredados, fuera de su propia humanidad.

En su vida sin derrotas más que por el juicio de los otros.

En su aspecto de Quijote luchando contra los corderos.

¿Y saben…? Decido entonces que es mi amigo.

Así de simple, aunque con un montón de cosas no dichas y otro montón mal dichas.

Mi amigo Áyax, simplemente.

Nada más.

martes, 25 de febrero de 2014

El libro de Freud sobre la Bella Durmiente.



-¿Leíste el libro de Freud sobre La Bella Durmiente?

-No… no sabía que existía, de hecho…

-Sí, bueno… en realidad no es un libro… pero es un artículo bastante interesante…

-¿Interpreta al príncipe como al padre que despierta a su hija?

-No. De hecho es un artículo extraño… más reflexivo… como cuestionándose qué se puede soñar durante cien años…

-¿Pero plantea alguna teoría, al respecto?

-No, es que bueno… de hecho es más como una reflexión, un tanto artística… o sea, juega un poco con la tentación esa, de quedarse en el sueño… de la vida y sensaciones que puedes desarrollar en cien años…

-Sueña extraño…

-Sí, es que bueno… realmente no es una reflexión… es más bien un poemas… sí, eso, un poema…

-Espera, ordenémonos… ¿me estás diciendo que Freud escribió un poema sobre la bella durmiente, reflexionando sobre la riqueza de las sensaciones y el mundo que puede desplegarse en un sueño de cien años?

-Sí, pero lo dices muy frío… no es tan racional… o sea… es una sensación desplegada, un poema hermoso…

-¿Estás seguro que es de Freud?

-Seguro… o sea, bueno… es de Freud, pero en realidad es de otro Freud…

-¿Otro?

-Sí, eh… Joseph Freud.

-¿Pero es algo de Freud?

-¿De qué Freud?

-De Sigmund po, hueón…

-Ah, bueno, es que… mira, más bien Joseph Freud es un seudónimo…

-¿Un seudónimo?

-Sí, bueno…

-Pero el poema… uff… no entiendo…


-Sí, es que mira, para ser sincero, no es así como un gran poema… pero me gustaría que lo leyeras y me dieras una opinión…

-Espera… ¿acaso Joseph Freud es tu propio seudónimo?

-No, por supuesto que no… es de… bueno… mi hijo...

-¿De Marcos?

-No… es de… bueno, realmente es de Benjamín…

-Pero Benjamín tiene… cuánto… ¿dos años?

-No. Ya cumplió los tres hace un par de meses… es que el otro día le leí la bella durmiente y bueno… el comentó algo y yo lo anoté en esta servilleta… toma…

-Pero hueón… esto es apenas una frase…

-¿Y cómo los haikú?

-Pero hasta un haikú es más largo, y además…

-Medio haikú, entonces po, hueón… puta que tenís mala voluntad… yo pensé que tenías más sensibilidad…

-Pero…

-Ya hueón… no hablemos más… si no tenís voluntad déjalo así… pero ojalá te des cuenta que estay mal…

-Eh… yo…

-Sicoanalízate hueón… Hazte ver.

lunes, 24 de febrero de 2014

Ese billete es falso.



I.

Encuentro un billete en la calle.

Me dicen que es falso.

Luego ya no sé si era o no un billete.


II.

Pasos más allá encuentro otro billete, en la misma calle.

Y claro, ante la cercanía, sospecho también que es falso.

Paso entonces, junto a él, sin recogerlo.


III.

Dos minutos después retrocedo en busca del billete.

Tal vez no es falso, me digo.

O tal vez no importa si lo es.


IV.

Y es que es cierto, el billete tiene algo distinto.

Algo inexacto, por cierto.

Quién sabe si es este el único billete verdadero, me digo.


V.

¿Se podrán comprar cosas falsas con mi billete falso?

¿Habrán tiendas falsas donde mi billete sea válido?

¿Pagar la educación, por ejemplo, o darlo de ofrenda en una iglesia?


VI.

Guardo el billete falso en un bolsillo.

Y claro… siento que la gente me mira igual que siempre.

Me sorprende de una forma extraña, pero mi sorpresa también es falsa, a su manera.


VII.

De noche, lavo mi pantalón olvidando retirar el billete falso.

En el bolsillo, entonces, solo quedan restos de algo que no tenía valor.

¿Pueden llegar a ser verdaderos los restos de un billete falso?


VIII.

Antes de dormir acostumbro mojarme el rostro, frente al espejo.

Ahora, ya en la cama, dudo si cumplí o no, aquel ritual.

Ya no rezo, ya no pienso… apenas escribo:


“Ese billete es falso”, comienzo.

domingo, 23 de febrero de 2014

El tapón del mundo.



El tapón del mundo.

El tapón del mundo por dónde se vacía el aire.

Tiene que haberlo.

Tiene.

Debajo de una piedra o de un hombre solo.

Tiene que estar en algún sitio el tapón del mundo.

Bajo el agua.

O en el punto más alto de una montaña, si se vacía hacia arriba.

¿Sabe alguien dónde está…?

No digo para arrancarlo.

No es eso.

Pero quiero mirarlo, como al único ojo de Dios.

Sentarme junto a él.

Pensar en algo que aún no sé.

Respirar consciente del peligro próximo.

Respirar sabiendo que tras ese tapón… hay algo que desconozco.

Un teatro vacío.

Un animal que respira algo seco.

Vaciado…

No sé bien qué digo.

Tal vez en mi propia biblioteca… haciendo orden.

Quizá algún día dé con él tras correr un libro.

Un tapón pequeñito.

Bajo una foto olvidada o dentro de una carta llena de polvo.

¡Vaya uno a saber…!

Tal vez hasta en cada uno.

En cada hombre, me refiero.

Tal vez así se vacía el mundo.

Igual como se vacía un hombre...

Igual como se arranca a sí mismo, el aire.

Por amor, o por dolor, o por miedo…

Tal vez colgado el hombre descubre el tapón por dónde se vacía el aire.

Tal vez mirando honestamente sus propias manos.

¡Vaya uno a saber…!

sábado, 22 de febrero de 2014

Amarrar las zapatillas.



Para mí fue un trauma. Tuve y tengo muchos, es cierto, pero ese parecía sencillo y no lo fue. No se trataba, por supuesto, de amarrar las zapatillas, sino lo cordones de estas. Pero así decimos. El típico nudo que debía hacerse para que quedaran firmes y no se salieran de improviso. Fueron años de intentos. Nunca pude. Tras continuas enseñanzas lo único que lograba era hacer el nudo, pero uno de mis dedos siempre quedaba dentro. Ahora me parece estúpido, pero en ese entonces lo consideraba grave. Toda práctica seria terminaba con mi dedo siendo parte del nudo. Para que aprendiera propusieron que nadie las abrochara. Nadie hasta que yo aprendiera. Mi madre era severa y le hicieron caso. Por suerte era también corta de vista y aprendí a hacer un invento que simulaba la rosa del nudo, pero que se desabrochaba casi de inmediato. Con ese me presentaba ante ella. Luego el nudo se desvanecía. A solas seguía intentando, sin embargo. Mi dedo volvía a quedar aprisionado. No podía hacer un nudo sin ser parte de él. Me lo repetí mil veces de pequeño y sonaba como un defecto grave. Un defecto que tenía que ver también con otras cosas. No recuerdo qué pasó, con el tiempo. Solo sé que nunca aprendí a hacerlo. Años de intento y nunca pude. O sea hoy puedo, pero hoy no es nunca. Y así decimos. Para mí fue un trauma.


viernes, 21 de febrero de 2014

De la Tierra a la Tierra. Novela de anticipación.



Apuntes:


Parte I.

Todo comienza con un hombre construyendo una máquina. Una nave, digamos. Planos, estudios, diagramas… debe estar rodeado por elementos que demuestren que su construcción es fruto de una investigación minuciosa. Artesanal quizá, pero minuciosa.

Luego debe escribirse una escena en la que el hombre prepare un jugo. Un jugo en polvo, instantáneo, pero que se vea saludable. Es decir, el hombre debe fijarse en los datos del jugo, abrir la llave del agua un rato antes de echar en un jarro… revolver con cuidado… oler antes de tomar… Y claro, llevar consigo un vaso hacia su lugar de trabajo.


Parte II.

Es de noche y el hombre sale a caminar. Observa.  Debe ver el mundo como si cada información recolectada -incluso la forma de caminar de una persona, por ejemplo-,  pudiese llegar a tener utilidad en su tarea.

No debe quedar impresión de frialdad, sin embargo. Su tarea es noble. Es decir, debe desprenderse de la descripción de sus acciones, de su ritmo, que lo impulsa una buena sensación.

Así, puede tropezarse y reírse, por ejemplo.

O acercar la mano hacia un perro o una planta, sin saber muy bien para qué.


Parte III.

Otros personajes. Vecinos tal vez. Pequeñas conversaciones. Nada superficialmente profundo. De a poco, sin embargo, debe extraerse de dichas conversaciones la información sobre la construcción del protagonista, de quien se ríen un poco los otros personajes.

-¿Dijiste que construye una máquina para viajar a La Tierra?

-Exacto.

-Pero ya estaos en la Tierra.

-Lo sé.

-Entonces es un estúpido.

-Al contrario… De hecho, esa es la única máquina que existe en el mundo, que no puede fallar.


Parte IV.

A través de ciertos apuntes de bitácora, aunque principalmente a partir de sus acciones, el protagonista debe dar a conocer ciertos rasgos de su propósito…

Dicho propósito, si bien no se enunciará explícitamente, debe traducirse en el deseo de descubrirla… comprenderla… más allá de la información concreta.

Dar un paso en ella, podría decir, a respecto, el protagonista.


Parte final.

Lluvia. Cae sobre la nave. No debe decirse si el hombre ya viajó en ella o no. De hecho, por momentos, puede crearse la sensación de que el hombre está dentro de la nave.

Eso, poco más.

Debe redactarse de tal forma que el lector traslade su atención desde el hombre y la nave, hasta el hecho de la lluvia cayendo sobre la tierra.

Que el lector se dé cuenta que eso es lo importante.

Que esa es la realidad con la que él puede comprender, y tener contacto.

jueves, 20 de febrero de 2014

Plutarco y el azar (respuesta)


“Muchas cosas buenas son posibles en ocasiones,
pudiendo un hombre escoger cuál de ellas hará
sin necesariamente estar comprometido
con ninguna de ellas”
Plutarco.



Tomo al azar un libro.

Saco una polera, al azar.

Me ducho en la mañana o en la noche, indistintamente.

Tomo agua desde un vaso, o en mis propias manos.

Puede ser un día de calor o de frío.

Elijo al azar la primera y última palabra de cada escrito.


Poco más.


Otras cosas caen con el peso del día.

Como si fueran frutos.

Usted puede recogerlos.

Y puede no hacerlo, por supuesto.


Otras veces.


Otras veces el día carga su peso de otro modo.

Y no entendemos bien, aquel peso.

 A veces duele la cabeza, esos días.

A veces no nos percatamos de aquello.


No es terrible.


Avanzar medio paso.

Respirar hondo.

Mojarse el rostro una, dos y hasta tres veces.


Puedes buscar.


La sonrisa de Vonnegut.

Una foto antigua.

La voz de alguien que amas.


No siempre es azar.


El gato que llega hasta tu casa.

Las personas que pasan por tu lado.

El aroma que brota de la tierra.


¿Qué más?


Escuchar a Brel, tal vez.

Ir a la montaña.

Abrazar a tu hijo.

Ordenar la biblioteca.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Cambio una cosa por dos.



El letrero estaba en una casa, en el sector de El Volcán, en el Cajón del Maipo. Estaba escrito con pintura de color sobre un trozo de madera, colgado sobre una puerta entreabierta.

Cambio una cosa por dos, decía.

Llamé y salió un niño.

-No entiendo lo que dice el letrero –le dije.

-¿No sabe leer?

-No, sí sé… pero no entiendo…

-Yo aprendí el año pasado –comentó.

-Es que suena raro… -le dije- ¿Cómo es eso de que cambian una cosa por dos?

-Así… usted nos pasa una cosa y mi abuelo le regala dos.

-¿Dos qué?

-Dos cosas -respondió.

-Mmm… -dije yo.

El niño me miraba impaciente.

-¿Quiere cambiar algo?

-¿Puede ser cualquier cosa?

-Sí, pero tiene que ser suya –explicó-. No se vale recoger algo.

-Ya.

El niño esperaba.

Abrí mi mochila. No sabía bien qué buscar y me daba un poco de vergüenza pasar algo muy pequeño.

Al final le pasé un polerón.

-¿Es suyo? -Preguntó el niño.

-Sí… ¿por qué?

-Parece de mujer.

-Es de macho –afirmé.

El niño se metió en la casa con el polerón y yo me quedé esperando.

Pasaron como cinco minutos cuando el niño volvió.

-Mi abuelo le envió estas dos cosas –me dijo, entregándome una bolsa.

Abrí la bolsa.

En la bolsa había un barquito de madera. Nada más.

-¿No se te cayó nada? –pregunté.

-No. Ahí están las dos cosas.

-Solo hay un barco –señalé, mientras se lo mostraba.

-¿Y la bolsa?

-¿Qué pasa con la bolsa?

-También es una cosa –me dijo.

Era cierto.

El barco era bonito, de todas formas. Tenía detalles extraños.

-¿Va a cambiar algo más? –preguntó el niño.

Yo lo pensé un poco y decidí que no.

Por un momento pensé en pasarle la bolsa, para ver por qué me la cambiaba, pero finalmente desistí.

-¿Viene mucha gente? –pregunté, antes de irme.

-No –contestó-. Poquita.

Yo no supe qué más decirle.

Luego el niño se despidió y entró en la casa, sin preocuparse de cerrar la puerta.

Es una buena forma de vivir, pensé, mientras me alejaba.

martes, 18 de febrero de 2014

¿Me lo prometes, Prometeo?



El texto que a continuación se reproduce corresponde a la traducción de un conjuro milenario que hasta el día del hoy se realiza en la costa sur de la isla de Chipre, específicamente en el poblado de Aetokremnos, una de las primeras regiones europeas en la que se reconoce hubo actividad humana. El manuscrito original, sin embargo, fue encontrado en la región de Khirokitia y fue transcrito por petición expresa de Alejandro Magno en el año 331 a. de C.

Dicho conjuro, incidiría, según los estudios de los expertos, en la manifestación del fuego como símbolo divino del conocimiento. Por lo anterior, habría sido parte de una oración realizada por los gobernantes de la isla, para que el pueblo chipriota alcance la sabiduría necesaria para seguir los caminos señalados como correctos por los dioses.

Asimismo, el cobre, mineral abundante y de suma importancia en la isla –de hecho Wingarden ha realizado un extenso estudio demostrando la relación etimológica entre el término cobre y el nombre de la isla-, habría simbolizado el fuego robado por Prometeo a los dioses y escondido en la región, transformándose en mineral.

Por otro lado, y cerrando así nuestro preámbulo, las creencias de los habitantes de la región apuntan a una explicación más simplista del conjuro, vinculándolo principalmente con el alivio de malestares gastrointestinales, muy característicos de los chipriotas en los meses impares del año.



Texto
(Traducción propia)


Oh, Prometeo… (…)*
Si tú (…) en (…)
(…) rocas (…)
Nosotros siempre (…)
(…)
Sí (…)
(…) Merecemos oh, Prometeo… (…)
Deseamos (…)
(…) Una y otra rodilla (…)
Oh, Prometeo (…)
Ojos no (…)
Tuc, tuc… (…) toc
Secreto (…)
(…)
Nosotros nunca (…)
(…)
¿¡Qué…!? (…)
(…)
Mi madre fue una santa, Prometeo (…)
(…) Oh, tú… (…)
(…)
El de orejas frondosas (…)
Toc, toc (…) tuc
Sí (…)
(…)
Uno, dos (…) Uno, dos (…)
(…)
Probando (…)
(…) ¿Sí?
(…)
(…) ¿Me lo prometes, Prometeo?
(…)
¿Me lo prometes…?



* (…) Sectores señalados con ese signo se encuentra ilegible, en el original.

lunes, 17 de febrero de 2014

Cómo vivir bajo el agua.



I. Materiales.

Ante todo, si lo que deseamos es vivir bajo el agua lo primero que necesitamos es agua.

Respecto a la cantidad, sin embargo, no existe una medida específica, pues variará dependiendo del espacio que cada sujeto que desee vivir en estas condiciones requiera o ambicione para tal efecto.

Como segunda cuestión necesaria, de carácter imprescindible, tenemos la voluntad del sujeto que comenzará a vivir bajo el agua. Cuestión del todo esencial pues si se trata de vivir en esas condiciones, es necesario un esfuerzo y tesón constante.

No existen otros materiales esenciales, aunque debe observarse que el agua necesita ser contenida. Por lo demás, no importa el recipiente, pues el agua acostumbra adaptarse a la forma de aquello que la contiene.


II. Procedimiento.

Sumérjase en el agua.

Viva en ella.

(O bajo ella, como acostumbra decirse)


III. Otras consideraciones.

Si la adaptación a este nuevo espacio le presenta dificultades, se recomienda encarecidamente replantear la primera pregunta –a saber, ¿cómo vivir bajo el agua?-, acortándola a su expresión significativa mínima.

Es decir, reflexione sobre la respuesta que usted da a esa mínima pregunta: ¿Cómo vivir?

Ahora bien, una vez que tenga la respuesta clara, y esta se adapte de forma perfecta en usted (igualito que el agua en su recipiente), ya está usted en condiciones de volver a intentar el procedimiento descrito en el segundo punto.

Por último, si las dificultades persisten, le recomiendo comprobar la respuesta dada a la mínima pregunta antes mencionada. Dicha comprobación, por cierto, puede usted lograrla a partir de la respuestas a otras simples preguntas: ¿Por qué…? y ¿Para qué…?

Éxito en su tentativa.


domingo, 16 de febrero de 2014

El biombo.



En un bar de Las Vizcachas se presenta un tipo que, según el anuncio, “imita y supera” a Chet Baker. Creo que va una vez al mes y apareció unos minutos en televisión, según me cuentan.

La invitación me la hace una conocida que trabaja en la embajada de Francia con quien suelo intercambiar películas.

Esta vez ella me trae unas de Teshigahara y yo le llevo unas de Agnès Varda.

Además me trajo de regalo un vino.

Luego pedimos una botella y algunas cosas para comer.

Y claro… llegó entonces el imitador y superador de Chet Baker.

Era colorín, bajito y andaba de buzo, con una trompeta en la mano.

-¿Ese hueón es? –pregunté.

Ella no me respondió.

Entonces el tipo se puso detrás de un biombo. Se apagó la música grabada y se escuchó como comprobaba el sonido de la trompeta.

La poca gente que había en el local aplaudió.

Tras el biombo se veía la sombra del hombrecito con la trompeta.

Entonces comenzó.

Me parece que inició con Freeway y The Lady is a tramp.

Luego tocó algo que no reconocí.

-Suena igual –dijo la chica de la embajada.

Yo no contesté, pero era cierto.

De hecho, sonaba exactamente igual a las grabaciones de estudio de esos temas.

Entonces sospeché.

-¿Cómo sabemos que está tocando? –pregunté.

La chica me miró.

-O sea… está detrás del biombo y no podemos ver…

-¿Qué bombo? –preguntó ella.

-Biombo… la tela esa, donde se ve la sombra… ¿qué tal si la música está grabada?

-Oh…

-Además suena demasiado igual…

Entonces fue que comenzó a sonar Funny Valentine. Solo trompeta, por supuesto… pero de pronto se escuchó la voz… imposible que fuese tan igual… pero aún más imposible era que sonara la trompeta y la voz al mismo tiempo.

-¡Qué farsa…! –comenté.

Le expliqué mis razones a la chica.

Decepcionados, llamamos a un garzón apenas terminó la canción y le hicimos saber nuestras aprensiones.

-Tal como dice el anuncio, señor –me dijo el garzón-, nuestro artista imita y supera al músico original… es decir, toca la trompeta igual que él y canta igual que él… pero al mismo tiempo…

Yo lo miraba, incrédulo.

-Sé que suena imposible –continuó el garzón-, pero hace una extraña mueca y lo consigue…

-¿Y para qué es el biombo? –le pregunté.

-No hay bombo, señor, solo trompeta y voz…

-El biombo… -expliqué-, la tela esa que lo oculta…

-Ah… -agregó-, lo que pasa es que se ve tan desagradable cuando lo hace que ponemos el biombo…

-Mmm… -dije yo.

El garzón se fue.

El artista se tomó un descanso.

Me fijé entonces que el garzón se acercaba a hablar con el imitador y le indicaba algo, apuntando mi mesa.

Entonces el cantante se acercó hasta donde estábamos nosotros.

-¿Usted es el incrédulo? –me dijo.

-Eh… o sea… es que es raro, al menos… da para sospechar… -me excusé.

-Ud. no sospecha, ud. esquiva… -me dijo.

-¿A qué se refiere? –pregunté.

-Que no duda de la verdad de las cosas, si no que las evade… prefiere quedarse atrás del biombo… -me dijo.

-¿Atrás del biombo?

-Sí, de la tela esa que está allá…

-Sé lo que es… me refiero a qué es ud. quien está atrás del biombo…

-¿Yo atrás…? ¿Y cómo sabe usted cuál es la parte de atrás del biombo? ¿Tienen atrás y delante los biombos?

La situación estaba tensa.

Además era un tanto absurda.

La pareja de la mesa del lado nos miraba atenta a nuestra discusión.

-Si quiere puede ir ud. del otro lado del biombo cuando vuelva a cantar –me dijo finalmente-. Pero no creo que se atreva.

Y claro… apenas terminó la frase fue hasta su lugar y comenzó una nueva canción.

Creo que era The trill is gone.

-¿Vas a ir? –me preguntó la chica de embajada.

Yo no contesté.

Aunque claro, tampoco tenía ganas de ir.

Intenté entonces simplemente disfrutar la música y confiar un poco.

Resultó a medias, pero al menos estaba tranquilo.

-¿Crees tú que soy yo el que estoy atrás del biombo? –le pregunté entonces a la chica.

Ella se rio y me dijo que casi siempre sí, al menos un poquito.

Luego siguió riéndose, un poco.

A mí también me contagió un poco, la risa.

-Biombo es una palabra chistosa… -dijo, riendo todavía.

Entonces yo la miré reír, y observé a la gente en el local, y hasta la sombra del tipo, tras la tela…

-Biombo… -dije-. Biombo…

Y claro… fue entonces que la palabra pareció perder significado, mientras todo lo demás lo adquiría.

Volvió a sonar Mi funny Valentine.

-Biombo –dijo ella, finalmente, sonriendo.

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