La vi un par de veces en una librería y pregunté
por ella. En ambas ocasiones, hablaba con el encargado del local y se veía
preocupada. Entonces, tras consultar, me dijeron que era la autora de un libro
de cocina que alegaba sobre un problema en la edición. Y claro, yo me acerqué
para escuchar lo que decía.
-Debe poder corregirse de alguna forma… -decía, mientras explicaba su historia.-. Es
preocupante que el libro llegue así a los lectores…
Resumiré el inconveniente señalando que la mujer
(Rut era su nombre) había descubierto que en una de las recetas aparecía mal la
medida sobre la cantidad de tazas de harina necesarias para hacer una
torta. Creo que eran tres en vez de dos, pero es probable que no recuerde bien
la cifra.
-Es un problema importante –decía la mujer-, además
se trata de una torta de cumpleaños, podría arruinar un momento especial…
Ante esto, recuerdo que el encargado de la librería
le señalaba que era un problema que debía solucionar la editorial… que los
libros estaban sellados y que, después de todo, casi nadie seguía al pie de la
letra los libros de cocina…
-¿No? –preguntaba la mujer-. ¿Y para qué se supone
que se compra un libro de cocina?
Luego, la discusión seguía el mismo vaivén improductivo
hasta que la mujer desistía y se iba del lugar.
Esto ocurrió las dos veces que la vi.
Por último, una tercera, semanas después, la vi
salir desde otra librería, donde al parecer había tenido una discusión similar.
Esa vez me acerqué y hablé con ella.
-Fueron doce años –me contó-, doce años los que fui
guardando recetas y cambiando leves detalles a partir de mis propias preparaciones…
ligeros toques de jengibre, un poco de ralladura de naranja… cosas leves, pero que
cuidé en detalle… ¡todo eso, entiendes…! Doce años de mi vida para que un error burdo no se
soluciones y me vengan con que no tiene importancia…
La mujer estaba realmente afectada.
-He logrado corregir algunos –continuó-. He
conseguido que los abran y he dejado un papel como fe de erratas en aquella
página… pero una nunca sabe lo que puede ocurrir…
Tomamos un café, esa vez. Ella lo pidió con cierta
medida de leche, caramelo y nuez moscada. Yo pedí el más barato.
-A la editorial le da lo mismo –me dijo, mientras
tomábamos el café-. Fui al menos seis veces y nadie me toma en cuenta… Además
fue una edición que pagué en parte yo, así que la editorial no pierde mucho
dinero con el error, y no están interesados en publicar otro…
Yo la miraba con atención.
-Mi hermana sacó las fotos… las de los platos del
libro, me refiero… -continuó-. Ella
también me ayudó y hasta se hizo pasar por lectora para reclamar por la corrección,
pero no hubo caso… además se habían vendido muy pocos y el libro lo sacarán de
stock en poco tiempo, si no mejora las ventas… supongo que finalmente no es
importante, después de todo…
Hablamos un poco más. Trajeron la cuenta.
-No fui de vacaciones por tres años para pagar la
edición de ese libro… -dijo por último, como si sacase cuentas-. No sabes
cuántas veces repasé las recetas… Importé ingredientes, postergué a mis hijos,
hice una fiesta en casa para lanzar el libro… Todo eso y finalmente me entero
que a nadie le importa... Que se vendieron unos cuántos… Que eso es todo…
Yo la miré y la dejé hablar.
No supe qué decir.
De hecho, todavía no sabría decir si se trataba o no de
un problema menor.
Su libro todavía está a la venta, por si les interesa.
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