sábado, 31 de diciembre de 2022

Otro corazón, pero con fiebre.


Dadme otro corazón, pero con fiebre.

No un trozo de carne tibia.

No un músculo insensato incapaz de decir un nombre.

Dadme otro corazón, pero con fiebre.



Dadme un ojo nuevo, lleno de rabia.

No un ojo de vidrio acostumbrado a las desapariciones.

Con gusto arrancaré uno de los míos si es necesario el cambio.

Dadme un ojo nuevo, lleno de rabia.



No me des rebaños nuevos.

No quiero hijos ni animales de reemplazo.

No necesito amor, para despertar la carne.

Quiero un dolor que no sesté ahí, para conformarse con la queja.



No pido un nuevo principio ni tampoco un fin.

Eso se los dejo a los coleccionistas de retazos.

Ayúdame en cambio a ser consciente del ahora. De la sangre en el ahora.

Estar consciente antes de la cicatriz: previo a la sangre coagulada.



La sabiduría de saber qué hacer ante el sonido del grito.

Esa sí que es sabiduría.

No desesperación como dicen algunos. No angustia.

No es un grito que se levanta ante la presencia de otro grito.



Ordeno entonces:


Dadme otro corazón, pero con fiebre.

Dadme un ojo nuevo, lleno de rabia.

No me des rebaños nuevos.

No pido un nuevo principio ni tampoco un fin.


La sabiduría de saber qué hacer ante el sonido del grito.

viernes, 30 de diciembre de 2022

La gallina, en el balcón.


Como hace años vivían en una zona urbana, en medio de grandes edificios, avenidas y centros comerciales, les extrañó sobremanera ver una gallina parada en su balcón.

El ave estaba apoyada en el borde de la baranda, muy quieta, mirando hacia el horizonte, justo en el límite del departamento en que vivían desde hacía cuatro años, en el décimo primer piso.

-Es una gallina -dijo ella, al descubrirla.

-Sí, es una gallina -dijo él.

Ambos hablaron en voz baja, como si temiesen que la gallina pudiera escucharlos. Luego siguieron observándola, en silencio.

Era una gallina común, sin duda, de plumaje café, ni muy grande ni muy pequeña, que ahora miraba desde su balcón un horizonte en el que se veían varios otros edificios, en el amanecer de una gran ciudad.

-A lo mejor es de algún departamento vecino -dijo él, intentando parecer lógico.

-De todas formas, no podría haber llegado hasta acá -dijo ella-. Salvo que vuele.

-Es cierto -dijo él-. Salvo que vuele.

Ambos se miraron, en silencio.

Sin saber bien qué hacer se acercaron a la gallina. En cuclillas, temiendo asustarla.

Cuando abrieron el ventanal que daba al balcón la gallina se volteó a mirarlos.

Ellos estaban en cuclillas, sin saber qué hacer.

Entonces descubrieron que se sentían ridículos, ante la gallina.

-¿Qué hacemos? -preguntó él.

-No sé -contestó ella-. Decide tú.

Entonces, antes que ambos pudiesen decir algo más la gallina cacareó fuertemente, mirándolos.

El ave parecía más grande, ahora que había cacareado.

Finalmente, dio media vuelta y se lanzó, determinada, desde el balcón.

jueves, 29 de diciembre de 2022

Una piedra oscura: azul y blanca.


Una piedra oscura: azul y blanca.

Un movimiento extraño no producido por el viento.

El sonido de ropa vieja al desgarrarse.

Juncos creciendo por su cuenta a la orilla de un río.

La puerta que se abre y conecta siempre al mismo sitio.

Una cuerda gastada y sin extremos.

Las pisadas de un oso sobre un campo cubierto de hojas secas.

Un grupo de dunas vistas a lo lejos.

La luz encendida en un cuarto vacío.

Fotos gastadas de los antepasados de nadie.

Peces atrapados en las rocas, por llegar muy cerca de la orilla.

Gusanos que parecen nacidos de la carne.

Un suelo disparejo y sin semillas.

Dos lunas apagadas girando en torno a un planeta desierto.

El musgo que existe ahora como un eco.

Un candelabro guardado en un cajón.

El luto por alguien que creímos muerto.

Las muelas como cofres vacíos.

Media docena de huevos huecos.

Las gafas bifocales de un hombre que no las necesita.

Los gritos de los locos que no comprenden por qué gritan

Los colores que elegimos para ir a la guerra.

El antiguo nombre de un dios muerto.

Las respuestas que deberías haber dado.

Las preguntas que podrías haber hecho.

Puede usted armar, a su antojo. Como guste.

Una piedra oscura: azul y blanca.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

El vecino de la izquierda...


I.

El vecino de la izquierda, por las noches, hace funcionar el motor de su auto.

No sale en él, solo lo enciende y lo hace sonar unos minutos.

No sé de autos, pero supongo que lo hace para que el motor no se eche a perder, estando detenido.


II.

La imagen anterior, como metáfora, ciertamente es básica, y hasta burda.

Pero lo cierto es que no me interesa de esa forma.

Para mí todo se reduce un ruido que escucho cada noche.

Y cuento lo anterior sin intención alguna.

Solo como el resultado de haberme empinado para ver qué había detrás de ese ruido.

No me interesan las metáforas.


III.

Por lo general, cuando suena el motor, yo estoy frente a la pantalla en blanco.

Casi siempre -hoy por hoy-, sin nada nuevo que decir, pero al menos manteniendo la consigna.

Cansado y asumiendo la derrota de una lucha en la que ni siquiera he participado.

Así estoy, frente a la pantalla en blanco.


IV.

Mientras suena el motor del auto de mi vecino, algo se adormece.

No digo creencias ni verdades, que de eso ya ni siquiera hablo.

Me refiero más bien del calor y al sudor que hace brotar de cada una de las cosas.

Es entonces cuando presiono la primera tecla.

Una consigna no es una metáfora.

martes, 27 de diciembre de 2022

Como la piscina tenía grietas.


I.

Como la piscina tenía grietas ocurrió finalmente que dejaron de ocuparla.

Por un tiempo la llenaban igualmente, pero la piscina se vaciaba tan rápido que ya al día siguiente se encontraba prácticamente vacía.

Por un lado estaba el problema asociado al gasto de agua, pero también habían comenzado a preocuparse por la humedad del terreno, y el posible daño que podría originar toda esa agua en los cimientos de la casa.

Al irse por las grietas puede dispersarse irregularmente bajo el terreno y comenzar a aposarse en algún sitio, habían dicho.

Fue así cómo dejó de usarse.


II.

Un par de veranos después, tras preguntar a un par de especialistas, ellos convinieron en que no tenía sentido intentar tapar las grietas.

En cambio, propusieron hacer nuevamente la piscina o, como otra opción, forrarla.

Esto debía hacerse de forma completa, con una capa de mezcla especial, y luego sellar todo nuevamente con una especie de cerámica diseñada para piscinas, impermeable y antiadherente, que existía en el mercado.

Esta última opción fue la que eligieron, finalmente. E incluso aprovecharon de levantar un poco la altura de la piscina, para compensar lo que se perdía con aquella solución.


III.

El trabajo fue costoso, es cierto, pero funcionó bien.

Al menos durante un par de años.

Durante ese entonces recibieron visitas de su hijos y nietos y la piscina no dio mayores problemas.

Y es que ellos mismos, por cierto, no la usaban desde antes de las primeras grietas.

Lamentablemente, como luego de un tiempo las visitas prácticamente desaparecieron, dejaron de llenar la piscina.

Además, sus hijos y nietos pasaban ahora casi siempre fuera de Santiago.

Tal vez surjan nuevas grietas si no la llenamos, comentaron un día.

No tomaron, sin embargo, ninguna determinación al respecto.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Cañerías.


Arrendé una casa en que sonaban las cañerías.

Toda la noche, prácticamente, sonaban.

Era un sonido extraño, como de metal retorciéndose.

O así me pareció.

En principio no sabía de qué era el ruido, así que decidí llamar al dueño.

Él contestó tranquilo, acostumbrado a esta pregunta.

Son las cañerías, me dijo. No es grave. Es por la presión.

Debió haberme advertido, le dije.

No es grave, contestó él.

Me quedé en silencio.

Es cierto que no es grave, pensé. Nada es grave.

De todas formas, como aún debía pasar dos noches en aquel sitio intenté buscar una solución.

Tal vez si dejaba una llave abierta, en la noche, ayudaría a bajar la presión.

Eso pensé hacer, en principio, pero luego desistí.

Y es que comencé a sentirme culpable de desperdiciar así, el agua.

Además, no estaba del todo seguro que funcionase.

Pasó así esa noche.

A la mañana siguiente me llamaron para contarme sobre una muerte.

Era un fallecimiento sorpresivo.

Probablemente doloroso, pero no lo sentí como un hecho terrible.

Tal vez, como todo dolía de igual forma por ese entonces, me pareció insignificante.

Esa noche, de todas formas, me costó más de la cuenta conciliar el sueño.

De hecho, recuerdo haberme quedado despierto, escuchando las cañerías.

Conversando con ellas, incluso, en un idioma extraño.

Antes de irme, al otro día, el dueño me llamó para disculparse por el sonido de las cañerías.

Me ofreció incluso compensar el ruido permitiéndome quedar otro día en aquel lugar.

En principio reí, porque me pareció absurdo.

Pero acepté, finalmente.

domingo, 25 de diciembre de 2022

Apenas terminó la novela.


Apenas terminó la novela comenzó a preguntarse si podría volver a escribir otra. Ya había sido aceptada para su impresión y tendría el próximo mes una reunión con alguien que podría convertirse en su editor oficial. Fue entonces que comenzó a cuestionarse cosas. Sobre su talento. Su capacidad para volver a escribir. Para reinventarse, creo que dijo. Fue entonces que me preguntó directamente qué creía.

-¿Sobre qué? -le pregunté.

-Sobre lo que te decía antes… -me dijo-. Sobre si podré volver a escribir una nueva novela sin problemas.

-¿Una novela como la que ya escribiste? -pregunté.

Él asintió.

Se veía nervioso.

-Pues sí -le dije-, creo que podrás escribir otra novela como la que ya escribiste sin problema alguno.

Él guardó silencio. Me observó.

-¿No te gustó, cierto? -dijo entonces-. Por eso te refieres diciendo que no costaría escribir otra si es de ese tipo…

-No he dicho eso -me defendí.

-Pues ha sonado así -dijo él.

Como la situación se había vuelto incómoda intenté cambiar el tema.

Lamentablemente, él no me lo permitió.

-¿No crees que tenga talento, cierto? -preguntó entonces- ¿Es eso?

-Todos tenemos talentos -le dije.

Él estaba molesto. Supongo que no quería tener el talento que tienen todos. Eso le ofendía.

Luego de un rato siguió con sus preguntas, así que comencé a ignorarlo, directamente.

Preferí aclarárselo, luego de un rato.

-No te respondo pues vas a seguir preguntando -le dije-. Y vas a estar cada vez más molesto y a mí me importará una mierda. De todas formas, no se trata de escribir o no. Ni siquiera de escribir bien o no. Hay un nudo antes que todo eso, sabes…

-¿Un nudo? -preguntó molesto- ¿Y tú lograrte desanudarlo, supongo?

-A lo mejor -le dije-, pero de todas formas eso no es algo bueno…

Como seguía sin comprender, terminé por ablandarme un poco.

-Si quieres imagina que ese es el nudo que amarra la vida -le dije entonces-. Todo se desarma si lo sueltas… No tiene mérito alguno. Y no hace bien…

Me observó, todavía molesto.

Yo también lo estaba, descubrí.

Podía adivinar, incluso, cuál sería su siguiente frase.

Entonces, en silencio, calculé la velocidad, fuerza y el ángulo correcto para darle un golpe seco, y quebrarle la nariz.

Intenté, sin embargo, convencerme una y otra vez que no valía la pena.

Conté hasta tres.

Dos veces conté hasta tres.

Casi lo consigo.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Un chivo.


Un chivo amarrado a la reja de un cementerio.

Lo juro.

Igualito que en un texto de Onetti.

Solo que ese chivo, según recuerdo, estaba cojo y viejo.

Este en cambio se veía joven.

Un cabrito, apenas, gris y blanco.

Inquieto.

Mordisqueando unas malezas, en principio, y después su propia cuerda.

De vez en cuando subo en bicicleta hasta ese lugar.

No es que ingrese al cementerio, pero ese es el sitio en que decido dar la vuelta.

A veces, sin embargo, me detengo un poco en fuera del cementerio.

Me bajo de la bicicleta por un momento, me estiro un poco y tomo agua.

Casi nunca veo gente, en aquel cementerio.

No en grupos grandes, me refiero.

Esta vez, además del chivo, vi a un grupo de señoras, un hombre y un par de niños.

Me asombró ver que a los niños no les llamó la atención el chivo.

Pasaron junto a él, simplemente, como si no lo hubieran visto.

Yo, en cambio, no podía apartar la vista de aquel chivo.

Pensé en acercarme, incluso, pero mientras lo hacía el animal terminó de morder su cuerda, hasta cortarla.

Corrió entonces, por fuera del cementerio, alejándose del lugar por una calle lateral, poco transitada.

Se escuchaban ladrar los perros, en esa calle.

Finalmente, me quedé largo tiempo en el lugar, tal vez esperando que saliera alguien que buscara el chivo, para decirle hacia dónde había ido.

Ninguna de las personas que salió, sin embargo, parecían buscarlo.

Antes de irme, quise tomar una foto al trozo de cuerda que quedó en la reja, como testimonio de la presencia del chivo.

Igual no es más que un trozo de cuerda, me dije.

No prueba nada.

Así y todo, tomé la foto.

La observé.

Un trozo de cuerda en una reja, pensé.

Ni siquiera parece un cementerio.

viernes, 23 de diciembre de 2022

A las tres de la mañana.


Cuando logro dormirme antes, alguien me despierta a las tres de la mañana.

Duermo solo, es cierto, pero si a esa hora estoy dormido, de igual forma alguien me despierta.

Siempre a las tres, exactamente.

Lo he comprobado con el tiempo, y lo cierto es que ocurre siempre de manera exacta.

Entonces, a las tres de la madrugada, todavía a oscuras, suelo abrir los ojos un momento y no resistirme.

Me siento en la cama y observo mi cuarto, en la oscuridad, sin pensar en nada de forma específica.

A veces, aprovecho de ir por un vaso de agua, sin encender luces, siempre a oscuras.

De regreso en el cuarto, como sé que el despertador sonará diez minutos antes de las seis, intento cerrar los ojos, para que regrese el sueño.

Hace diez años, aproximadamente, acostumbraba levantarme a las tres (ya me ocurría este fenómeno por aquel entonces), pero en ese tiempo aprovechaba de ir hasta el computador y avanzar en la escritura de una novela.

Fueron varios meses en que lo hice así, de tres a cinco, aproximadamente, y luego dormitaba un poco hasta las seis, hora en que comenzaba a prepararme para ir al trabajo.

Tiempo después, sin embargo, perdí esa novela a partir de un robo del que preferiría no hablar.

Ahora, si soy sincero, apenas recuerdo algo de lo que trataba.

De vez en cuando me acuerdo de ello, cuando me despierto a las tres.

De todas formas, no le doy muchas vueltas, pues ahora busco que regrese el sueño.

Y es que, si soy sincero, no sé si me si siento preparado para intentar siquiera saber qué significa.

Ni quién o qué es lo que me despierta.

Quizá, en otro sitio, las tres de la mañana coincida con el amanecer, y todo entonces sea un poco más fácil.

Aquí, sin embargo, todo sigue a oscuras y ya ni siquiera tiene sentido, seguir hablando sobre este asunto.

jueves, 22 de diciembre de 2022

Esas cosas pasan.


Estábamos en un bar.

Nos conocíamos hace poco.

Hablábamos de cosas triviales, sin mucha importancia.

Algún conocido en común.

Aspectos del trabajo.

Cosas de ese estilo.

Fue entonces que ella dijo algo que no entendí.

Culpa mía, supongo, pues estaba distraído.

Ella me miraba, como esperando una respuesta.

Por lo mismo, asentí de igual forma, sin entender.

De forma amable.

Por si acaso.

Luego bebí un trago.

Como ella seguía mirando, extrañada, decidí volver a asentir.

Con más energía esta vez.

De forma más resuelta, digamos.

Entonces, su expresión se volvió seria.

Casi triste, diría.

Bajó la vista un poco, y guardó silencio.

No entendía qué pasaba.

Quise explicarle que asentí de amabilidad, pero no me atrevía.

Supongo que me daba vergüenza decirle que contesté sin entender nada.

Intenté hacerlo, es cierto, pero finalmente no lo hice.

Segundos después, ella se paró y supuse que iría al baño.

Decidí que debía explicarle todo apenas regresara.

Después de todo, solo se trataba de una confusión absurda.

Siempre me suceden estas cosas, pensaba decirle.

Tal vez convendría contarle una anécdota chistosa de alguna de esas situaciones.

Lamentablemente, luego de un rato entendí que ella no había ido al baño.

Y por supuesto, no regresó.

Esperé un rato y le hice un gesto al garzón, para que me trajese la cuenta.

Él también me hizo gestos desde lejos y llegó poco después con otro trago.

Creo que no me entendió, le dije al garzón.

No se preocupe, me dijo él, sonriendo. Esas cosas pasan.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

En la otra orilla.


De vez en cuando me despierto en la otra orilla.

No me pregunten en cuál.

Lo cierto es que ya ni me preocupo por recordar en qué orilla estaba antes.

Simplemente me levanto, miro el entorno y entonces está claro:

Estoy en la otra orilla.

Lo repito en voz alta, incluso, para asegurarme:

Estoy en la otra orilla.

Es extraño, pero parece sencillo cuando lo cuento así.

Sin embargo, debo admitir que las primeras veces no fue algo tan fácil

De hecho, tras despertar en la otra orilla me inquietaba bastante.

Caminaba por el lugar, nervioso, preguntándome cosas… pero sin llegar a respuesta alguna.

Por suerte, con el tiempo, toda inquietud fue desapareciendo.

Y la tranquilidad, antes esos cambios, prevaleció.

No es mérito mío, es cierto, pero ocurrió de esa manera.

Y así sigue ocurriendo, por supuesto, incluso ahora.

Debo reconocer, de todas formas, que algunas cosas han cambiado.

Por ejemplo, hoy en día, intento siempre tomar algunas precauciones.

Por ejemplo, cargo siempre con mis cosas para evitar sobresaltos.

Así, antes de dormir, repito en voz alta algunas verdades que me calman:

Estoy en la otra orilla.

Todas las orillas se parecen.

La vida es la misma en todas partes.

Eso es lo que me digo, al menos, antes de dormir.

Para tranquilizarme, me lo digo.

Aunque ya no sé desde qué orilla.

martes, 20 de diciembre de 2022

La vi hablar con uno de sus brazos.


La vi hablar con uno de sus brazos, tal como le ocurría a un personaje de John Fante. A diferencia del personaje, sin embargo, ella le hablaba bajito, con timidez casi. Como si le pidiese un consejo sobre una materia delicada de la que no debiesen enterarse los otros.

Yo estaba a unos diez metros de ella, en otra banca del parque, y la observaba. En principio, me costó comprender lo que hacía, por lo inusual de la situación. No obstante, luego de apreciar cómo se dirigía a su brazo, y de qué forma miraba fijamente los movimientos de su mano, comprendí que ella no solo le hablaba a su brazo, sino que establecía una especie de diálogo con él. Respetando incluso los turnos de habla.

Disimuladamente entonces -o al menos así me lo pareció a mí-, saqué mi celular y comencé a grabar su conversación, intentando captar en especial los movimientos de sus labios y los dedos su mano, como para poder luego descifrar aquellos mensajes.

-¿Por qué está grabando a esa mujer? -me preguntó entonces una chica que se había sentado junto a mí, sin que lo notase.

Como me lo había dicho con un tono amable y no creo haber resultado amenazante, le expliqué la situación.

Tras escucharme, ella me observó en silencio, largo rato. Sin ninguna expresión en particular.

Por último, como comenzaba a inquietarme, decidí mejor cerrar los ojos, y evitarme el final.

lunes, 19 de diciembre de 2022

Vuelvo a ver cine checo.


Vuelvo a ver cine checo. Por dos días seguidos veo cine checo. Películas de hace al menos cincuenta años que he encontrado entre archivos viejos, aún sin subtitular.

Reconozco actores, directores, lugares y hasta imagino que comprendo algunos diálogos, mientras las películas comienzan a avanzar.

Me concentro, viendo esas películas.

Salgo de mí, de cierta forma, cuando las veo.

De vez en cuando algún actor o actriz mira directamente hacia la cámara. Generalmente son actrices. Desconozco si es parte de un sello del cine checo de esa época, pero es algo que está presente en prácticamente todas ellas.

Cuando esto ocurre, por cierto, pauso la película y miro fijamente los ojos que también parecen mirarme, desde la pantalla. Algunas veces, en blanco y negro.

No sé por qué, pero cuando es en blanco y negro creo que se produce algo aún más especial.

Y es que de cierta forma vuelvo a mí, por un momento, cuando esto ocurre.

No al que está viendo la película ni al inmediatamente previo a comenzar a verlas, sino a otro que se encuentra más allá.

Luego sigo observando la película y mientras lo hago, siento que me despido poco a poco de alguien que sigue aquí, desvanecido.

Quisiera decir que comprendo lo que ocurre, pero no es cierto.

Y no me gustaría mentir. Nunca más.

domingo, 18 de diciembre de 2022

De corrido y no hace pausas.


Habla de corrido y no hace pausas. Eso le dicen, constantemente. Se llega a ahogar, incluso, cuando dialoga con otros o hasta cuando cuenta, simplemente, alguna anécdota. Por esto, la llevan al médico. El primero habla de trastornos de ansiedad y la deriva con otro especialista. Este le hace preguntas que apuntan a dilucidar si, cuando no habla, también su pensamiento funciona como un flujo continuo, o es más pausado. Asimismo, hacen ejercicios de lectura y monitorean su actividad cerebral en diversos momentos del día, incluido el tiempo dedicado al sueño. Así, poco a poco, van analizando nuevas aristas hasta que el diagnóstico se vuelve más complejo. Y es que hay trastornos graves en la respiración, descubren, e incluso algunos fenómenos extraños en la laringe, que se contrae y reacciona de forma extraña cuando vibran las cuerdas vocales y ella intenta hablar. La preocupación aumenta, incluso, luego que sufriera desmayos y pérdida de consciencia mientras conversaba con otros, y despertase con convulsiones luego de un día agitado de reuniones familiares y una importante discusión laboral.

-Hasta que sepamos algo más le pediremos que evite hablar, en lo posible -le dice el último médico, luego de enviarla a tomarse nuevos exámenes.

Ella asiente con un movimiento de cabeza mientras piensa que es algo que siempre intenta realizar.

-¿Quieres que hagamos algo especial esta tarde? -le digo, luego de salir de la consulta.

Pero ella simplemente me da la espalda y se aleja del lugar.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Menos verbos.


Menos verbos. Cada día hay menos verbos. No literalmente “cada día”, pero lo cierto es que hay menos. También se agregan nuevos, es cierto, pero escasamente son verbos. Y las otras palabras no me preocupan. A mí me interesan los verbos. O más bien, la desaparición de los verbos. Y es que no solo en español desaparecen. Es algo a nivel global. En todos los idiomas. Vengo estudiando este fenómeno hace años y es sin duda algo extraño. Después de todo, no es solo una palabra. Son decenas de conjugaciones asociadas a cada una. Y cada desaparición indica que hay acciones que ya no realizamos. Ergullir, porfijar, decluir… podría estar horas haciendo listas. Pero ver las palabras subrayadas en rojo en el procesador de textos es algo que me entristece. No sé bien cómo explicarlo, pero la desaparición de esas palabras es algo que trae consigo una preocupación mayor. No por la ausencia de palabra, sino por la ausencia de la acción que especificaba. Es decir, porque su desaparición es señal de inacción. De quietud. De estancamiento. Un preámbulo al final, digamos. Un indicio de otra desaparición, aún más grande. Puede que exagere, es cierto, pero así lo imagino. Así lo siento. Un final en el que no hay verbo. Un final donde no.

viernes, 16 de diciembre de 2022

Antaño sumaba vertical.


I.
Antaño sumaba vertical. Ahora sumo de costado. No yo, por supuesto. Hablo de las cifras. De la posición de las cifras. Antes vertical, ahora horizontal. Sé que esto no significa necesariamente algo, pero me gusta pensar que sí. No analizar ni descubrir el significado, sino creer que algo significa. Sin saberlo, creer que significa. Eso me gusta. Creer que hay cambios. Y pensar que esos cambios son consecuencias de un significado nuevo. No saberlo, reitero, pero saber que hay algo atrás de todo aquello. Eso es suficiente.

II.
Ahora sumo de costado, pero antaño sumaba vertical. Y las cifras apiladas sobre la línea de la suma terminaban por desmoronarse unas sobre otras y producir un único resultado. O así lo sentía yo, al menos. Como una caída. Una especie de alud que arrastra con aquello que está un poco más abajo. No era terrible, en todo caso. No he querido decir eso. Solo explicaba la sensación de la mecánica. Mis metas -cuando de comprensión se trata-, resultan siempre escasas.

III.
Me di cuenta que sumaba vertical un día mientras hacía cuentas en un bar. Por supuesto, ya llevaba tiempo haciéndolo, pero me hice consciente de aquello cuando comprobaba la cuenta. En la mesa del lado, recuerdo, alguien decía un chiste extraño: “Todo era risas hasta que entendimos que el tartamudo quería jamón”. Digo que era extraño por la forma en que fue contado y la reacción de quienes lo oyeron. Fue entonces, en todo caso, que comprendí que ahora sumaba en horizontal. Y extrañamente, me alegré por eso.

jueves, 15 de diciembre de 2022

Una masa viva.


I.
Una masa, me dijo. Una masa viva. Pequeña y aparentemente inofensiva, pero ese es siempre el truco. Verla y dejar de verla. Desestimarla, casi. Así ocurre, sin duda. Y el peligro es ese. Lo sabemos. No hay novedad en eso. Lo sabemos, pero de igual forma volvemos una y otra vez a hacer lo mismo. Así ocurre hasta que sufrimos las consecuencias. Entonces, por supuesto, reconocemos el error. Y nos decimos -casi como un mantra-, que aquello es algo que no debe volver a ocurrirnos. De todas formas, ya es tarde. La pequeña masa viva se ha acercado lo suficiente y resulta irreparable. Y es que el daño, digamos, ya está hecho.


II.
Una pequeña masa viva, siguió. Ahora las reconozco enseguida. Y apenas las reconozco me fijo en sus características. Principalmente, en mi caso, me fijo si tienen boca. No dientes, sino boca. Las diferencio así y es la característica esencial que me ayuda a decidir si tomar o no resguardos. Después de todo, si tiene boca puede morder, me digo. Boca y no dientes, necesariamente. Los dientes son algo secundario. Basta la determinación y la fuerza que lleva a esas pequeñas masas a apretar y no soltar su presa. Y ya sabemos que ellas son todo voluntad. Nada más que voluntad. Eso son las masas vivas.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Monedas en la boca (I)


Un primer caso:

Cada mañana al despertar, se encuentra una moneda en la boca.

Una moneda lisa, sin inscripción alguna.

Metálica, como toda moneda.

No sabe por qué.

Tampoco intenta interpretarlo.

De todas formas, sé que no es una ficha, me dice.

Aunque no tenga cifra sé que es una moneda.

Pasa toda la mañana intentando que el sabor metálico se vaya de su boca.

Luego se olvida del asunto.

Llega la noche.

Observa las pilas de monedas que ha reunido, sobre su escritorio.

Monedas planas, como decía antes.

Sin caras ni sellos, pero uniformes en su tamaño.

Todas ahí, sobre una superficie plana.

A veces toma una entre sus manos.

La observa.

Hasta que le da sueño se dedica a observarla.

Es un poco como mirar televisión o revisar el celular, me cuenta.

Un poco como aquello, es cierto, pero el suyo es sin duda un rito más íntimo.

Luego se duerme, con alguna dificultad.

No recuerda lo que sueña.

Y claro, horas después se despierta con una nueva moneda en la boca.

Ya no le asombra.

Saca la moneda, simplemente y la deja junto a las otras.

Luego se enjuaga la boca varias veces y avanza en su día, del que no voy a hablar.

No lo prohibió, pero me contó lo que ocurre con cierta prudencia.

Además, comentó que los otros no creerán jamás en aquel fenómeno.

Yo, en cambio, creo que las cosas significan, independientemente si son o no son verdad.

martes, 13 de diciembre de 2022

No se alimentan de luz, las polillas.


I.

No se alimentan de luz, las polillas.

Puedes tomarlo como una información, o si prefieres, como una enseñanza.

Si quieres averiguar de qué cosas se alimentan puedes hacerlo, por supuesto.

Si lo haces, por cierto, no es necesario que te acerques a mí y me compartas esa información.

Ni qué comen ni cuánto viven ni cualquier otra de sus características.

Guarda para ti ese conocimiento.

Y es que a mí, a fin de cuentas, todo eso me importa una mierda.


II.

Tengo una amiga a la que le asustan las polillas.

Tanto así que una vez, conduciendo, entró una a su auto y terminó estrellándose contra un poste.

Esa vez, antes de estrellarse, atropelló a una niña que quedó con lesiones permanentes en su cadera.

La polilla, hasta dónde sé, sobrevivió al accidente sin sufrir lesión alguna.


III.

No se alimentan de luz, las polillas.

No lo hacen, pero a veces, pienso que sería de una belleza absurda que así fuera.

Que absorbiesen la luz, por ejemplo, hasta que todo se volviese opaco, como ellas.

Pero no se alimentan de luz, como hemos dicho.

La luz no es alimento de nadie, sino que se engulle a sí misma.

Si te interesa puedes averiguar sobre eso, y verás que no se trata de una metáfora ni tampoco de una frase hecha.

Y es que yo, al menos, ya no estoy para esas cosas.

lunes, 12 de diciembre de 2022

Deudas.


Siempre son de juego, las deudas.

No importa si hay apuestas de por medio, siempre las deudas son de juego.

Y siempre hay deudas, por lo demás.

Nos acostumbramos a esto, es cierto, pero sin duda se trata de algo extraño.

Ser todos deudores, me refiero, y no saber realmente a quién le debemos pagar.

Dicho esto, vale la pena agregar otros aspectos que tampoco parecer sostenerse por sí mismos.

Por ejemplo, no sabemos siquiera a cuánto haciendo nuestra deuda.

Ni tampoco comprendemos en qué consiste el juego que, sin saberlo, comenzamos a jugar.

Así, como ven, resulta que siempre resultan ser de juego, las deudas.

Y cuando decimos juegos, hablamos también de engaño, aunque esa palabra sea difícil de pronunciar.

Yo mismo me complico, si soy sincero, y esquivo lo más que puedo esa palabra, para no adeudar todavía un poco más.

Doy vueltas, en definitiva. Acelero y desacelero. Tomo rutas innecesarias.

A veces, incluso, olvido cuál es mi puesto, y pensando que participo, abandono el lugar.

Son juegos extraños, sin duda. Lo admito.

Deudas que resultan ser, aunque queramos, imposibles de saldar.

Costumbres necesarias, dirá alguien, pero errará al decirlo de esa forma.

Y entonces, sin saber que ha errado, comenzará a pagar.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Un día, mirando el mundo.


I.
Un día, mirando el mundo, creí comprender de pronto que todo estaba embalsamado. Todo vaciado de lo que fue alguna vez un órgano vital y relleno de sustancias firmes y poco degradables. Un mundo embalsamado y hecho para perdurar, de cierta forma. O para evitar la descomposición, al menos. Un mundo diseñado por un gran taxidermista. Oh, gran taxidermista, dije entonces. Y oré.


III.
La mayoría de las veces, sin embargo, cuando observo el mundo, ocurre ciertamente de otra forma. Esas veces, ocurre que no comprendo ni creo comprender, absolutamente nada del mundo. Y entonces, sorprendido, descubro que es cómodo sentirlo así. Lo descubro cada vez y no lo recuerdo pues eso es, de cierta forma, algo que se olvida. No sé por qué, pero se olvida. Sonrío incluso en esas ocasiones ante la idea absurda de intentar comprender el mundo y ante la candidez que me ha llevado hasta la angustia, en cualquier otra ocasión. Nada de taxidermistas, pienso entonces. Nada de embalsamientos. Y nada de oración, por supuesto. Y es que soy todo piel, podríamos decir, en ese instante. Y ser piel está bien. No hay vanidad en aquello. Ser piel ya es suficiente, me refiero, para ser algo.

sábado, 10 de diciembre de 2022

Los extranjeros.


Los extranjeros llegaron a la casa vecina hace apenas unos meses. Primero era una familia pequeña, de cuatro personas. Luego llegaron, al menos, otras cuatro más. Yo reconozco a algunos y los saludo, pero lo cierto es que no sé, realmente, quiénes son los que viven en aquella casa. Solo sé que son extranjeros y que viven ahí, sin molestar.

No se escucha música ni voces altas ni tampoco han ocasionado, hasta el momento, ningún tipo de problema. Por lo que sé, les hicieron firmar unos papeles sobre aquello y les advirtieron que si no cumplían las reglas tendrían que irse, nada más llegar.

Y es que es organizada la gente que vive en mi barrio. Organizada y silenciosa y hasta tienen una lista de reglas que todos los años debemos firmar.

Yo la firmo sin leer y ellos, según entiendo, tampoco les interesa que la lea.

-Son reglas que hemos redactado en base a nuestra forma de vivir -me dicen, cuando me entregan el papel-. No atenta contra nada que esté presente en nuestra vida habitual.

Tras firmar, sin embargo, me pregunto qué saben ellos, realmente, sobre mi forma de vivir.

Y pienso entonces que todos ellos, -salvo los extranjeros, que aún no tienen culpa-, se llevarán prontamente una desagradable una sorpresa.

viernes, 9 de diciembre de 2022

Tuvo la sensación de haber dormido mucho.


Tuvo la sensación de haber dormido mucho. Sin embargo, tras despertarse, descubrió que no durmió ni mierda. Se fijó entonces que todo seguía a oscuras y luego de un rato miró la hora en el reloj del celular sin entender bien qué había ocurrido. Incluso googleó para corroborar la hora y ver que no se tratara de algún desajuste técnico. No lo era, por supuesto. Habían pasado apenas unos cuantos minutos desde la última vez que vio la hora antes de acostarse. Veinte o treinta minutos, a lo sumo. Así y todo, recordaba vagos fragmentos de sueños que lo impulsaban aún más a pensar que había dormido largas horas. Un vuelo extraño en un helicóptero. Una caminata por la orilla de un río. El cuidado de un perro que, en el sueño, le pedía siempre que le llenase un recipiente con agua, pues no lograba saciar su sed. No podía haber dormido tan poco, se repetía. De hecho, tras despertar, sintió que hasta el cansancio había desaparecido. Decidió levantarse, tras un momento. Fue al baño. Sin saber muy bien por qué se enjuagó el rostro y se miró al espejo. Se observó a sí mismo cómo si quisiese preguntarse algo, pero no supo esbozar siquiera la pregunta. Luego, simplemente, volvió a la cama e intentó dormir. Sin cansancio y sin la sensación de tener necesidad de hacerlo. Igual que al levantarse, se dijo. Igual que siempre. Y cerró los ojos, por si acaso.

jueves, 8 de diciembre de 2022

Compartió el dormitorio con su abuelo.


Compartió el dormitorio con su abuelo hasta que el abuelo murió. Ella dormía en una cama pequeña y el abuelo en una cama clínica, al otro costado. La habitación era pequeña y entre ambas camas se formaba un mínimo pasillo. Si bien ella no lo entendía así, lo cierto era que su función -al menos por la noche-, era ser la cuidadora de su abuelo. Le habían enseñado cómo resolver algunos problemas cuando se presentasen y era la encargada de despertar a su madre cuando ocurriese algo imprevisto y alguna conducta del abuelo lo ameritase. Por lo general, sin embargo, eso no ocurría nunca. Solo un par de ruidos y gestos cada noche a través de los cuáles el abuelo solicitaba agua o pedía que le acercaban el jarro en el que acostumbraba escupir. Ella ya reconocía esos ruidos y estaba atenta a ellos, incluso en medio del sueño. A veces el abuelo también hablaba o decía algunas frases inconexas, pero ella sabía que solo estaba dormido y no se trataba, realmente, de algo importante. De hecho, ni siquiera recuerda, hoy en día, cuáles eran sus palabras.

-No las recuerdo porque no iban hacia mí -me dijo, cuando le pregunté-. Eran simplemente palabras que no iban hacia nadie…

Luego de la muerte del abuelo ella heredó la habitación que se volvió más espaciosa luego que retirasen la cama clínica.

Eso no es lo único, sin embargo, que ella heredó.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Abejas.


Abejas. Cientos de abejas. Llegaban por las tardes al patio en que, de pequeño, solía jugar. Volaban por el lugar. Se posaban en distintos sitios. Zumbaban. Sobre todo, zumbaban. De vez en cuando algunas se agrupaban en el árbol que estaba en el lugar. Sacó fotos. Grabó videos. Consultó a especialistas. No supieron decirle nada claro, pero al menos contactó a una empresa de fumigación que se especializaba en abejas. Ellos le dieron una fecha, pero le recomendaron que antes reconociera el panal. Que buscara un nido. Él obedeció. Lo intentó por varios días, de hecho, pero no lo logró. Las abejas llegaban por las tardes, pero se iban antes del anochecer. No vivían en su patio, pensó. Fue entonces a consultarle a sus vecinos. SI tenían problemas con abejas. Si habían detectado algún panal o si sabían dónde se dirigían cuando llegaba la noche. Los vecinos lo escucharon con respeto, pero parecían no entenderle. No sabemos de qué nos habla, le dijeron. Él entonces les explicó. Les mostró videos. Los vecinos los observaron con atención, pero dijeron que en sus casas todo se desarrollaba sin problemas. Que no habían visto nada especial y que no notaron una presencia inusual de abejas. Incluso, le sugirieron que probablemente él tenía algo en su patio que llamaba la atención de ellas. En otras palabras, le dieron a entender que el problema era únicamente suyo. Y él lo entendió así.

Días después, llegó la empresa a fumigar el lugar.

Según explicaron, las abejas no podían tratarse como cualquier tipo de plagas por lo que no se buscaba la muerte de ellas, sino alejarlas, en primera instancia, de aquel lugar.

-Ahora debe firmar unos documentos -le dijeron-. Luego deberá salir de la vivienda por un par de horas y dejarnos trabajar.

Él lo hizo.

No cuestionó nada y simplemente lo hizo.

Salió de casa.

Cerró la puerta y de golpe se detuvo. no supo dónde ir.

martes, 6 de diciembre de 2022

Bebidas energéticas.


Nos encontramos con él de casualidad. Cerca de un parque nacional que estábamos visitando. Él contó que estaba bien. Que ya no estaba casado, pero que veía bastante a sus hijos. Y que había comprado un par de terrenos en las cercanías.

-He comprado varios más, en realidad -nos contó-. En distintos lados. Es que económicamente me ha ido muy bien…

Como había estudiado literatura, igual que nosotros, le preguntamos qué es lo que había hecho.

-Ventas -nos dijo-. Invertí en una marca de bebidas energéticas y ahora las importo de forma exclusiva. Es un producto que siempre se vende. No importa si haga frío o calor. Todos quieren bebidas energéticas…

Sin quererlo, nos mostramos escépticos. Parecía una historia demasiado sencilla.

-Todos compran bebidas energéticas -siguió-. Ese es un hecho, por supuesto. Y sobre ese hecho uno llega a algunas conclusiones, tras reflexionar un poco.

-¿Y a qué conclusiones llegaste? -le preguntamos.

-No a muchas -confesó-. Pero si me lo preguntas así de golpe podría decirles que la gente cree que lo que les falta es energía. Me refiero a que no compran por gusto, sino porque creen que están cubriendo algo que necesitan…

-¿Cómo si comprasen bencina para un auto? -lo interrumpimos.

-Exacto -confirmó-. Piensan que necesitan bebidas energéticas así como un auto necesita combustible…

-¿Y no es así?

-Por supuesto que no es así… -contestó-. Y no lo es justamente porque no son vehículos… Nadie los conduce, quiero decir. No son el vehículo…

Se mostraba entusiasta en su análisis. Exaltado, casi. Por un momento me recordó al compañero que había tenido en la universidad.

-¿Y qué necesitan entonces? -le pregunté.

-Necesitan voluntad, no energía -señaló, tras pensárselo un poco.

Luego, nos quedamos en silencio un rato.

Finalmente nos despedimos. Y quedamos de hablar.

lunes, 5 de diciembre de 2022

Vimos llegar al predicador.


Vimos llegar al predicador y sentarse a solas, en la mesa del fondo.

En realidad, yo no sabía que era predicador, pero ella me lo contó mientras bebíamos algo.

Para mí era simplemente un hombre que estaba vestido de negro, con una camisa gris, sentado en la mesa del fondo.

También me advirtió que no lo dejase dormir en mi casa, si por alguna razón me lo pedía.

-Si te lo pide simplemente no lo hagas -me dijo-. Los que hospedan al predicador son, al menos, ingenuos. Yo misma lo hospedé una vez, pero le prohibí que hablase de nada en lo que realmente creyese. Le dije que esa sería mi forma de cobrarle y él aceptó. Al final, estuvo dos semanas en mi casa, y durante ese tiempo prácticamente no dijo nada. En ese sentido, debo reconocer que se portó bien. Por otro lado, intentó meterse a mi cama una vez. Sorpresivamente y en medio de la noche, pero al menos no fue violento. Se fue de casa dos o tres días después.

-¿Predica en alguna iglesia? -le pregunté.

-No -contestó ella-. O no que yo sepa. Puede que antes predicara en las plazas, aunque en realidad no lo he visto hablar en público desde hace tiempo…

Hablamos un poco más sobre él y luego cambiamos de tema.

Así pasó el tiempo.

Horas después, casi al mismo tiempo en que salíamos del lugar, vi que el predicador se alistaba también a salir, acompañado de una mujer con la que se acercó a hablar en aquel sitio.

-No te voltees a verlo -me dijo ella-. Lo mejor es ignorarlo.

-De acuerdo -contesté, sin preguntar por qué.

Finalmente, mientras avanzaba junto a ella, me pareció escuchar desde lejos, sus palabras.

domingo, 4 de diciembre de 2022

No sé si ocurre de verdad.


No sé realmente si ocurre de verdad aquello que sentimos ocurrir dentro de uno. Antes pensaba que sabía. Me sentía seguro de aquello, pero el tiempo pasa y ya no sé. De todas formas, como lo que sé o dejo de saber en el fondo son creencias que también están dentro de uno, todo se vuelve un bucle cuando me detengo a observar estos asuntos. Un bucle que termina siempre por dejarme en mi propia superficie, dudando si realmente mis dudas o reflexiones transitaron o no por algún sitio y todo fue, entonces, únicamente superficie. Y claro: todo parece desvanecerse cuando esto ocurre. Juicios, emociones, impresiones y, en definitiva, todo aquello que supuestamente ocurría dentro de uno se revela entonces como una falsa realidad. O como un espejismo, digamos. Cuando esto ocurre, por cierto, lo comprobablemente verdadero se reduce a un mundo que está formado por todo aquello que no eres tú, pero al mismo tiempo te define. Te define al limitarte. Al marcar su término -sus bordes-, en la parte misma donde estás en contacto con ellos. Así, pasas a ser lo que no es el mundo. El final de aquello. Una pequeña isla de carne que existe en el mar que vendría a ser el mundo. Una isla incapaz de verse a sí misma. Los faros siempre iluminando hacia fuera. Y los moais, incluso, incapaces de mirar hacia el centro de la isla. Siempre es así, si observas el entorno. Sueñas otra cosa, pero eso es lo que ocurre. Lamento plantearlo así, pero no sé decirlo de otra forma. Antes pensaba que sabía.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Lo primero.


Lo primero que me asustó de ella fue que coleccionaba tijeras.

Las encontré casualmente, un día en que me pidió que le alcanzara algo que tenía en un baúl.

Y es que, en el baúl, encontré también una gran cantidad de tijeras, bajo una tela, como si estuviesen escondidas.

No se lo pregunté entonces, pero ella notó que las había visto y cambió un poco su actitud.

-¿Viste algo más en el baúl? -me preguntó esa vez.

Demoré en contestar, pero finalmente lo hice, intentando utilizar un tono natural.

-Tijeras -le dije-. Solo un montón de tijeras.

-Lo dices como si fueran cuchillos -comentó ella-. Como si fuesen armas o algo así.

Su observación probablemente era cierta. Para mí las tijeras eran como dos cuchillos unidos, a fin de cuentas.

-¿Las coleccionas? -pregunté.

-Las tengo -dijo ella-. Están conmigo. Todas esas en el baúl que viste y tengo también otras en cajas en el armario, en el mueble de la pieza del fondo y hasta unas pocas en una maleta, en la bodega.

-Ya -dije yo.

No sabía bien qué preguntar.

-¿Te complica que las tenga? -me preguntó ella, luego de un rato.

-No -le dije, intentando racionalizar la situación-. Tal vez me produjo algo extraño porque me pareció que estaban escondidas. En el baúl estaban bajo unas telas…

-Entonces te complica -interrumpió.

No contesté.

Luego de un rato fingimos olvidarlo y cambiamos el tema.

Luego de ese día, volvimos a juntarnos unas cuantas veces, pero no fue como antes.

No sé bien cómo explicarlo, pero supongo que me asustaron otras cosas.

A pesar de todo, estoy consciente que el problema puede haber sido mayormente mío.

Ella, por supuesto, estaba convencida que era así.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Todas las casas debiesen tener un subterráneo.


I.

Todas las casas debiesen tener un subterráneo.

Uno oculto, por supuesto, sin acceso evidente.

No para entrar en él.

No para ocultarse ni ocuparlo de refugio.

No se confundan.

Esa no es mi propuesta.

De hecho, hasta una puerta falsa bastaría, llegado el caso.


II.

La naturaleza entera tiene subterráneos.

Nosotros mismos, tenemos subterráneos.

No lo digo como algo oscuro ni terrible.

De hecho, considero que está bien que así sea.

Y es que, de cierta forma, el subterráneo es parte de eso que llaman el orden natural de las cosas.

Aclaro, sin embargo, que no digo “una parte” en el sentido de un espacio, sino más bien como un momento en una secuencia.

Un momento que probablemente apenas recordamos.

¿Se preguntan por qué ocurre esto?

Es fácil:

Incluso el subterráneo mismo ha de tener subterráneos.


III.

Todas las casas debiesen tener un subterráneo.

Y cuando digo casa me refiero a cualquier construcción o asentamiento que supuestamente se fabrica para cobijar al hombre.

Ya dije antes que debía ser un subterráneo oculto, pero agrego ahora que debe ser oculto “para todos”.

Es decir, ni quien construye la casa -ni quien la habita-, ha de tener información alguna sobre ello.

Dicho esto, no hay mucho más que agregar al respecto.

Incluso -si alguien realmente comprendió-, sabrá que todo ha sido explicado ya, dos veces.

jueves, 1 de diciembre de 2022

Un cocodrilo.


Primero llegaron carabineros a notificar de la denuncia. Una hora después, aproximadamente, apareció personal especializado del SAG. Venían en un camión de la institución, provistos de herramientas de gran tamaño y trajes de protección especializados. Según me explicaron, un vecino había enviado un video en el que se apreciaba que yo mantenía un cocodrilo en mi propiedad.

-¿Pueden mostrarme el video? -les pregunté.

-No lo tenemos con nosotros. Pero la denuncia está cursada y contamos con una orden para retirar al animal.

-¿Qué animal? -pregunté.

-El cocodrilo -contestaron.

Pensé discutir un poco más antes de dejarlos entrar. Plantearles lo absurdo del hecho y amenazarlos con una contrademanda o lo que fuese, pero opté finalmente por dejarlos pasar y dejar que perdiesen su tiempo.

-¿Nos dirá donde lo tiene o deberemos buscar nosotros? -me lanzó uno de ellos.

-Apenas tengo patio… no me haga contestar cosas absurdas. Es obvio que no tengo un cocodrilo.

Me observaron molestos.

“No colabora”, anotó uno de ellos en una especie de informe que luego me pedirían firmar.

Observé entonces a los tipos avanzar con cuidado y moverse ridículamente por mi casa. Partiendo desde los espacios más amplios para luego buscar en lugares aún más absurdos.

-¿De verdad creen que puedo tenerlo en el baño? -pregunté cuando los vi entrar.

El hombre no contestó.

Uno de ellos incluso regresó para abrir el refrigerador y mirar dentro, antes de irse.

-O lo escondió muy bien o realmente no tiene usted un cocodrilo -dijo el jefe del grupo, mirándome a los ojos, como si esperase que yo confesara algo.

Poco después, me extendió un informe que debía firmar.

En el informe se señalaba que no encontraron nada sospechoso en mi hogar, salvo una excesiva cantidad de libros, películas y otros “elementos de colección”.

-No son elementos de colección -les dije entonces, negándome a firmar-. Tampoco sé qué quiso decir con excesiva.

El hombre me miró extrañado. Luego guardó el papel.

-Tendré que informar que se negó a firmar -amenazó.

-Puede hacerlo -le dije.

Poco después se fueron, sin agregar nada más.

Yo, en tanto, entré en la casa y observé mis supuestos “elementos de colección”.

Mientras lo hacía, sorpresivamente, encontré el cocodrilo.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Igual que un profesor ante su curso, paso lista a mis emociones.


Igual que un profesor ante su curso, paso lista a mis emociones.

Muy de vez en cuando, es cierto, pero al menos lo hago.

Respiro hondo, abro bien los ojos y busco el tono que considero adecuado.

Comienzo entonces a nombrarlas una a una con nombre y apellido.

Y como no saben contestar las busco por la sala.

Casi nunca están a simple vista, así que me demoro en encontrarlas.

En rincones.

Ocultas unas tras de otras.

Semanas, a veces, me demoro en el proceso.

Por otro lado, si soy sincero, debo reconocer que cada vez encuentro menos.

Y si bien no sé si eso es algo malo, de cierta forma la ausencia me entristece.

No sé explicar por qué.

Es cierto: de vez en cuando alguna ausente regresa con el tiempo, algo cambiada.

Pero la mayoría en realidad no regresa nunca.

No sé decir si desertaron o simplemente egresaron tras completar su ciclo.

Y sinceramente desconozco si eso es algo que pueda alguna vez averiguarlo.

Tal vez por eso, las observo con atención, como si me estuviera despidiendo.

Con vergüenza, incluso, porque no tuve nada que enseñarles.

Entonces, igual que un profesor ante su curso, me despido de ellas.

Y las dejo salir, porque sé que en el fondo son libres.

Y no me pertenecen.

martes, 29 de noviembre de 2022

Era un letrero luminoso.


I.

Era un letrero luminoso, de esos ya clásicos, escrito con luces de neón.

Lamentablemente, cuando lo vi, apenas se iluminaban algunas pocas letras.

Una de cada cuatro, calculo, por la distancia entre ellas.

Además, como el letrero estaba lejos, no lograba distinguir la silueta de las letras apagadas.

Por lo mismo, el mensaje se me hizo indescifrable.

Y no está acá.


II.

Así y todo, podría mencionarte las letras que permanecían encendidas.

Y jugar entonces a adivinar, cuáles eran aquellas que faltaban.

Algo así como un ahorcado, aunque no podríamos corroborar, finalmente, si estábamos en lo cierto.

Por lo mismo -pienso ahora-, da igual si te menciono yo las letras o te las inventas tú o si las sacas al azar de algún sitio.

Solo son letras, además.

En luces de neón, es cierto, pero siguen siendo letras.

Y al final se apagan.


III.

Podría concluir diciendo que todo es siempre un mensaje incompleto.

Pero sería en el fondo una mentira, como tantas.

Otro engaño que esbozamos para dar a entender que el mundo -o alguien que escribe con luces de neón-, tiene algo que decirnos.

Signos luminosos y dispersos que son arrojados sobre el mundo como si se tratase de semillas.

Suena bien, es cierto, pero reconocemos el engaño.

Y es que sabemos, con pesar, que nada crece de esos signos.

lunes, 28 de noviembre de 2022

Volvieron los caracoles a ese jardín.


Volvieron los caracoles a ese jardín.

O al menos yo volví a verlos.

Los encuentro junto a él, en realidad.

Saliendo o regresando, probablemente.

Me preocupo de no pisarlos, cuando camino por un pequeño camino que está a un costado.

Me preocupo sobre todo en la noche que es cuando salen.

Entonces los tomo con cuidado y vuelvo a depositarlos en el jardín, entre las plantas.

Después, dejo de pensar en ellos hasta que vuelvo a encontrarlos, otra noche.

Solo entonces, no sé bien por qué, me pongo a escribir sobre aquello y pensar algunas cosas.

Por ejemplo, he comenzado a pensar hacia dónde van los caracoles cuando salen del jardín.

O por qué salen si nada hay para ellos, más allá de esas plantas.

Y claro, como no tengo respuestas, sigo escribiendo sobre ello.

Eso es lo que hago, por cierto, ante todo aquello que no logro comprender.

Ante toda pregunta que queda lanzada así de pronto, sin dirigirse hacia algún sitio.

La recojo, supongo, así como hago con los caracoles y la llevo hasta el jardín de esta hoja.

No sé mucho más sobre cómo funciona todo aquello.

Si es que funciona, de alguna forma.

Solo digo que volvieron los caracoles a ese jardín.

Y a este jardín.

O al menos yo volví a verlos.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Cómo llegó a casa.


Llegó a la casa con huellas de dientes marcadas en la palma de una de sus manos y en dos de sus dedos. Eso decía el comunicado de la madre, donde además solicitaba reunirse con la directora de la escuela y con la profesora que tenía los niños a su cuidado.

También había fotos incluidas en su mensaje. Seis archivos que habían llegado junto con el mail donde acusaba el problema y solicitaba, urgentemente, la entrevista.

La directora llamó a la profesora del niño y juntas observaron las imágenes. Una de las manos del niño estaba apoyada en distintas posiciones sobre un mantel blanco. Tal vez por el ángulo en que habían sido sacadas, las fotos se veían muy extrañas. La mano de niño, de hecho, parecía un juguete de goma, sobre una mesa, o como un trozo de carne que se ocupará luego, en un almuerzo.

No se trataba de heridas, al menos, comentaron ambas. Eso las alivió un poco. Eran solo unas marcas rojas que probablemente ya hubiesen desaparecido para cuando se entrevistaran directamente con la madre.

-¿No dice el mensaje quién habría sido? -preguntó la profesora.

-No -dijo la directora-. No aparece. Recuerde que usted también leyó el mensaje.

Era cierto.

La directora entonces conversó con la maestra sobre el niño y pidió otros antecedentes. No había nada especial. Tampoco había habido ningún otro caso de niños que se mordieran u otras agresiones. Salvo algunos empujones y un par de chicos un tanto aislados, durante los recreos.

-Puede haberse mordido él mismo -dijo la profesora, mientras observaba nuevamente las imágenes.

-Puede -dijo la directora.

Ambas se observaron, mientras imaginaban al mismo tiempo al niño mordiéndose una de sus manos.

-¿Está segura que es un buen niño? -preguntó finalmente la directora.

La profesora dudó por un instante qué contestar.

-Es un niño… -dijo entonces, algo confusa-. Es un niño.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales