martes, 29 de noviembre de 2022

Era un letrero luminoso.


I.

Era un letrero luminoso, de esos ya clásicos, escrito con luces de neón.

Lamentablemente, cuando lo vi, apenas se iluminaban algunas pocas letras.

Una de cada cuatro, calculo, por la distancia entre ellas.

Además, como el letrero estaba lejos, no lograba distinguir la silueta de las letras apagadas.

Por lo mismo, el mensaje se me hizo indescifrable.

Y no está acá.


II.

Así y todo, podría mencionarte las letras que permanecían encendidas.

Y jugar entonces a adivinar, cuáles eran aquellas que faltaban.

Algo así como un ahorcado, aunque no podríamos corroborar, finalmente, si estábamos en lo cierto.

Por lo mismo -pienso ahora-, da igual si te menciono yo las letras o te las inventas tú o si las sacas al azar de algún sitio.

Solo son letras, además.

En luces de neón, es cierto, pero siguen siendo letras.

Y al final se apagan.


III.

Podría concluir diciendo que todo es siempre un mensaje incompleto.

Pero sería en el fondo una mentira, como tantas.

Otro engaño que esbozamos para dar a entender que el mundo -o alguien que escribe con luces de neón-, tiene algo que decirnos.

Signos luminosos y dispersos que son arrojados sobre el mundo como si se tratase de semillas.

Suena bien, es cierto, pero reconocemos el engaño.

Y es que sabemos, con pesar, que nada crece de esos signos.

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