sábado, 12 de noviembre de 2022

Lanzamos dados.


Lanzamos dados.

Dos dados cada uno.

Sobre un tablero lanzamos dados.

A mí me salió un tres.

El otro dado no vi donde quedó.

Nadie lo vio, de hecho.

Sobre el tablero solo estaba un dado, que marcaba un tres.

Yo lancé los dos, por supuesto.

Los había agitado ambos en una de mis manos y luego había lanzado.

Los dos juntos, me refiero.

Pero ahora faltaba un dado.

Pensamos que había caído y lo buscamos bajo la mesa.

Movimos todo, bajo la mesa, pero no lo encontramos.

Luego comenzaron a mirarme extraño.

Los que estaban junto a mí comenzaron a mirarme extraño.

Supongo que pensaban que quería gastarles una broma y que solo había lanzado uno.

Uno de ellos me lo dijo, incluso, luego de un rato.

Que entregara el dado.

Que no era chistoso.

Cosas así.

Yo los miré e intenté hacerlos razonar.

Todos me vieron lanzarlos, les dije.

Por algo buscaron y se desconcertaron.

Ahora que no lo encuentran buscan que esto sea lógico y quieren culparme a mí.

Ellos parecieron aún más molestos con mis palabras.

Ahora todos ellos me acusaban.

Sabemos que lo tienes tú, me decían.

Si no quieres no juegues, pero no tenemos otro dado.

Entrega la hueá, conchetumadre, dijo entonces uno, más violento.

A mí me dio risa ese último.

Y a ellos les molestó mi risa.

Incluso vieron en ella la prueba de que yo había escondido el dado en otro lado.

Fue entonces que sentí un golpe fuerte, en el rostro, y me vine al piso.

Ni siquiera vi de dónde vino.

Con el golpe, se me quebró un diente que cayó sobre el piso del lugar.

Ahí está el dado, dijo uno. Lo tenía en la boca.

Todos se agacharon a buscarlo mientras yo buscaba algo para limpiarme la sangre.

En el respaldo de una silla, encontré una chaqueta, con la que me limpié.

Mientras lo hacía, voltee la chaqueta sin querer, y de uno de los bolsillo cayó un dado.

Golpeó el piso y rodó por él.

Todos se detuvieron a observarlo y quedaron expectantes, mientras se detenía.

Sin embargo, justo cuando iba a dejar de rodar se apagó la luz y todo quedó a oscuras.

No sé por qué ocurrió.

En medio de la oscuridad, uno de ellos volvió a culparme.

Tiene que haber sido el hueón del dado, dijo, sin argumento alguno.

Los otros, sin pensarlo, le dieron la razón.

Dijeron que iban a enseñarme por las malas.

Que no podría salir de ahí.

Cosas así, dijeron.

Yo los escuchaba, mientras tanto, en silencio.

Pensé en contestarles, pero decidí finalmente irme en silencio de aquel lugar.

Nadie me detuvo, así que supongo que no se dieron cuenta.

Poco después, escuché un grito desde aquel sitio, pero decidí no voltearme.

Estoy seguro que si lo hacía me hubiese convertido en sal.

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