sábado, 5 de noviembre de 2022

Seguir la recomendación.


Para que no le doliera tanto el mundo le recomendaron hacerse budista.

Al principio surgió como una broma, pero poco a poco comenzó a considerar la posibilidad.

Además, los dolores hoy por hoy seguían siendo varios:

El divorcio, la muerte de los padres, la distancia de los hijos… y una larga de serie de cosas menores que mejor no valía ni nombrar.

Convencido de aquello y un poco confundido por las circunstancias, se vio de pronto investigando sobre el asunto y hasta inscribiéndose para visitar un pequeño templo en las afueras de la capital.

Se quedó algunos días en aquel sitio.

Le pidieron una cuota voluntaria por alojarse en un cuarto compartido y se unió a la rutina de los que llevaban ahí más tiempo.

Levantarse en la madrugada, realizar meditación y ejercitación cada cierto número de horas, trabajar y comer en silencio… fueron la mayor parte de las acciones que realizó en aquellos días.

Y si bien no sintió cambios muy profundos, al menos no se sintió angustiado ni pensó en otros problemas más allá de los que eran inherentes a todo ser vivo y que existían, por cierto, en todo lugar.

Antes de irse, fue a hablar con el monje que dirigía el templo, como acostumbraban hacer los visitantes antes de partir.

Durante el encuentro, el monje solo inclinó la cabeza y lo observó, mientras él no paraba de hablar.

Pasados varios minutos el monje hizo un gesto con la mano para que se callara y sonrió, con un gesto que parecía al mismo tiempo burlesco y agresivo.

Él, entonces, se sorprendió con aquello y se avergonzó de sus palabras.

Luego, se fue sin más, cabizbajo, dispuesto a regresar al dolor del mundo.

Yo -desde mi asiento-, lo observé entrar.

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