miércoles, 16 de noviembre de 2022

Áreas y perímetros.


Fórmulas, te dicen.

Debes aplicar fórmulas.

Te las enseñan, entonces.

Te explican, incluso, su funcionamiento.

No bastan para comprender, es cierto.

No bastan, pero al menos, arrojan resultados válidos.

Luego tú aplicas según qué necesites, te dicen.

Es decir, tú eliges la más útil, según aquello que quieras calcular.

Así, mientras ellos enseñan, tú tomas apuntes.

Un poco triste, incluso, pues pensaste que había algo más.

No magia, pero sí un secreto dentro de aquellas fórmulas.

Un proceso distinto que te llevase a comprender de una forma también, especial.

Comprender como cuando abres por primera vez los ojos, bajo el agua.

Comprender como aquella sensación que tuviste, antes de despertar.

Pero no.

No es el caso.

Con las fórmulas, al menos, no había algo más.

En principio, te ilusionaste con las áreas.

Pensaste en el interior, en medir el contenido…

Hasta en la sangre, pensaste.

Pero claro, en nada de todo aquello había, realmente, profundidad.

Así, poco a poco, abandonaste ese camino.

Desesperanzado en principio, hasta que intuiste algo más.

Fue entonces que comprendiste la belleza de los bordes.

La delicada cuerda que servía tanto para contener como para formar.

La observaste.

Comprendiste.

Podías cortarla fácilmente y por eso comprendiste.

Es decir: porque decidiste no cortarla comprendiste.

Y también porque decidiste aquello, por algo similar a la bondad.

Áreas y perímetros, entonces.

Eso dijiste en voz alta, sin notarlo.

En voz alta, por algo similar a la bondad.

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