sábado, 19 de noviembre de 2022

Alfileres.


Como sentía que le habían robado una parte pidió unos alfileres.

Una pequeña caja de metal, con alfileres.

No dijo para qué, en primera instancia.

Yo la notaba nerviosa, como si intentase recordar algo grave que había olvidado.

Fue entonces que me dijo que sentía que le habían robado una parte.

Una parte suya, me explicó.

Del cuerpo suyo.

No que se la hubiesen llevado, pero que alguien le había robado una parte que ya no era suya.

Tras escucharla me sentí confundido.

Nunca la había escuchado hablar así.

Yo la visitaba todos los sábados y le leía algún libro.

Ese día, por supuesto, era sábado.

Como hoy, pero otro sábado.

A mí me trataba como un nieto y bien podría haberlo sido.

Me tenía confianza, supongo.

Me pidió cerrar la puerta y me dijo que tomase algunos alfileres.

Me dijo que la fuese pinchando, en distintas zonas de su cuerpo.

Un breve pero firme pinchazo, para saber si la parte pinchada seguía siendo suya.

Si no siento nada es que ya no es mía, me dijo.

Y confirmaría que alguien, en un descuido, me la robó.

Tras escucharla, dudé si hacerle caso o llamar a una enfermera.

Tenía la caja con alfileres en mis manos, mientras la observaba.

Finalmente, me dije que no era algo tan grave, después de todo, y la comencé a pinchar.

Ella me pidió que la pinchara una sola vez, con cada alfiler.

Eran poco más de treinta.

Por suerte, ella sintió cada uno de los alfileres.

Eso la puso contenta.

Luego me dijo que los botara y que terminase de leer lo que antes había comenzado.

No estoy seguro, hoy, qué libro era.

Seguí yendo un par de semanas más hasta que le prohibieron recibir visitas.

Tiempo después recibí una carta suya.

Decía algo muy confuso (su letra apenas se entendía).

Al fondo del sobre, por cierto, venía un alfiler.

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