martes, 8 de noviembre de 2022

Humo desde aquella casa.


Siempre salía humo desde aquella casa.

Siempre que era de noche, salía humo.

Una pequeña columna que ascendía entre los árboles y que podíamos ver a la distancia.

La casa era pequeña y no estaba en buenas condiciones.

Varias ventanas estaban rotas y hasta las puertas no parecían encajar del todo bien, en los marcos.

Cuando la veías, a la luz de día, parecía incluso deshabitada.

Yo comencé a rondarla cuando tenía cerca de doce años.

Me acercaba hasta una cerca caída que alguna vez había demarcado el terreno, y observaba.

La casa, entonces, no parecía darse cuenta de nada.

Estaba en la ladera de un cerro, a unos trescientos metros del grupo de las otras casas.

A veces, daba la impresión que la casa había decidido retirarse hasta ese sitio, tal vez molesta con la forma de vivir de sus hermanas.

Ya entre los árboles, sin embargo, parecía que el tiempo hubiese transcurrido de una forma distinta sobre ella.

No solo envejeciéndola –dirían algunos-, sino haciéndola más sabia.

Todo eso era de día, por supuesto.

De noche la impresión, al ver el humo, cambiaba.

Tal vez por eso –para enterarme de eso-, es que una vez subí de noche para ver qué es lo que pasaba.

Incluso crucé la cerca, aquella vez, y logré a mirar al interior, por el hueco de una ventana.

Aprecié entonces una figura llevaba palos de leña desde una sala a otra.

Hasta el día de hoy me asusta describirla, y creo que es incluso la primera vez que me acerco a ella, hasta recordarla.

Sin embargo, solo puedo decir que lo que vi me observó, tras descubrir que lo observaba.

La voz de un niño se escuchó entonces, desde algún sitio cercano.

Pocos días después, finalmente, un incendió convirtió en ceniza aquella casa.

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