viernes, 25 de noviembre de 2022

La guinda.


No se abrieron los cielos, pero algo se abrió porque hubo un ruido.

Un sonido de rasgadura débil, como si en algún lugar cercano a alguien se le hubiera roto la costura del pantalón.

No era eso, por supuesto, pero la comparación es útil.

O tal vez no tanto, pero a mí me satisface, al menos.

Cómo sea, lo importante aquí es contarles lo que vino después.

La voz gastada que llevó hasta nosotros unas palabras confusas:

Soy el final, dijo alguien, a través de esa voz.

No soy el alfa ni el omega, pero de igual forma soy el final.

O soy la guinda, más bien, al final de todo esto.

Sí, eso soy: soy la guinda.

El pequeño fruto rojo que corona una torta que nunca sabremos si fue real.

Y es que nadie quedará en pie, para comprobar aquello.

La voz se escuchó un rato más, pero solo dando vueltas sobre lo mismo.

Desgastada, pero a la vez cierta y oscura.

Como si proviniese de un corazón también oscuro y fláccido.

Entonces no sé bien qué ocurrió, pero a mí me pareció un sonido de algo que se cubre.

No el cierre de una rasgadura, pero sí algo que la volvió, al menos, más lejana.

No se cerraron los cielos, en definitiva, porque no se habían abierto.

Y el silencio no fue completo, pero permitió en parte, la paz.

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