martes, 31 de diciembre de 2019

Popeye celebra el año nuevo.


Popeye celebra el año nuevo. Está con Olivia, Cocoliso y Pilón esperando que den las doce. También está su perro Jeep, apareciendo en lugares distintos, cada cierto rato. Pilón cocinó hamburguesas, pero no comparte. Olivia ha tomado dos botellas de espumante que abrió antes de tiempo, para estar alegre. Popeye está un poco cabreado cargando a Cocoliso. Está a punto de dormirse, pero sabe que despertará y volverá a llorar apenas comiencen los fuegos artificiales. No quiere estar ahí, Popeye. Si pudiese le pediría a Jeep que lo lleve con él a la cuarta dimensión. Una vez se lo preguntó y el perro movió la cabeza dando a entender que no podía. Popeye insistió, pero Jeep no miente. No puede hablar, pero no miente. Solo responde sí o no a las preguntas que le hacen. Una vez Popeye discutió con Bluto por aquello. Este último se burlaba de Popeye diciéndole que tenía un perro inútil. Que solo podía decir la verdad, pero al mismo tiempo no podía decirla. Y que eso era lo mismo a no tener nada. Popeye lo golpeó, por supuesto. Comió espinacas y lo golpeó tan fuerte que el cuello de Bluto hizo un sonido extraño y segundos después dejó de moverse. Y es que se había molestado con la idea de no tener nada. Desde entonces no se saca esa idea de la cabeza. Mientras espera el año nuevo, de hecho, recuerda aquella sensación. Carga a Cocoliso, observa a Olivia abrir la tercera botella y Pilón sigue comiendo sus hamburguesas. Cambié el mar por todo esto, piensa Popeye. Por esto que tal vez es nada. Tiene espinacas, por supuesto. Pero lo cierto es que nunca le han gustado y hoy prefiere no comerlas. No quiere volver a ser fuerte, digamos. De nada le sirve ser fuerte en estos momentos. Jeep aparece entonces junto a él, con restos de una orquídea en la boca. Entonces Popeye le hace una pregunta y el perro mueve la cabeza diciendo que no. Ya van a ser las doce, grita alguien, unos metros más allá. Todos miran la hora y comienza la cuenta regresiva. Popeye celebra el año nuevo.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Saquearon la tienda de Job.


I.

Saquearon la tienda de Job, hace unos días.

El dios que tanto adora permitió que lo saquearan.

Como confiaba en él no contaba con seguros.

Rompieron rejas y mamparas sin encontrar obstáculos.

Usaron sus productos para encender barricadas.

Las llamas se levantaban en la calle como en honor a un dios falso, pensó Job.

Luego encendieron fuego al interior de la propia tienda.

Otro dios falso, se dijo ahora Job, mientras observaba el fuego.


II.

Días después fueron del gobierno a hacer un catastro.

Tres hombres lo entrevistaron y tomaron sus datos.

Lo hicieron firmar papeles y le ofrecieron nuevos créditos.

Job firmó todo lo que le pusieron por delante.

Luego los hombres se fueron, pues su trabajo en la zona había terminado.

Y es que el local de Job fue el único, en toda la cuadra, al que intentaron entrar.


III.

La mujer de Job discutió con él, luego del incendio.

Tú te lo buscaste, le dijo, preferías servir a Dios que servir a los hombres.

Entonces la mujer se fue a la ciudad donde vivía anteriormente y se llevó a los niños.

Puedo tener otra tienda y otra familia, pensó Job, mientras los veía partir.

Nada trascendente ha pasado, se dijo.


Nada verdaderamente trascendente ha pasado.

domingo, 29 de diciembre de 2019

Como ocurren las cosas.


Durmió en la cocina porque hacía calor y el piso estaba fresco. Eso fue lo que me dijo. Yo le creí porque el calor no me dejó dormir y entonces su historia me pareció probable. Preparamos desayuno para todos y luego hablamos sobre lo que haríamos durante el día. El resumen era que almorzaríamos fuera y no volveríamos hasta la tarde. Él se iría a una playa cercana, con B. Los niños, F. y yo iríamos a conocer el bosque del que nos habían hablado y nos preocuparíamos de las compras, para el otro día. Le ofrecí conseguir un ventilador, para esa noche, pero me dijo que no sería necesario, que B. no se hacía problemas con el calor y que en el peor de los casos la cocina no estaba tan mal y el piso era fresco. Nos reímos un poco, nada más, según recuerdo. Supongo que culpábamos al otro por no consultar lo del aire acondicionado, pero nada muy serio. No pensé nada extraño. Él desayunó con B. en la terraza y yo le llevé el desayuno a la cama a F. y a los niños. Luego nos duchamos y salimos. Al menos en mi caso cumplí con lo acordado. Cuando salimos ellos todavía no se iban. Fuimos al bosque con y almorzamos fuera. Todo bien, en nuestro caso. Luego, de regreso, pasamos a comprar algo para la noche y el desayuno del otro día. Nunca sospeché nada extraño y supongo que F. y los niños tampoco. Tal vez no había nada qué sospechar, simplemente. Usted puede ordenar la historia de una forma distinta si quiere, pero los elementos serán los mismos, más o menos. Los hechos y el calor, nada más. O el calor y los hechos. No puede culparme de nada, me refiero. Así es como ocurren las cosas.

sábado, 28 de diciembre de 2019

Lupin, nacido de la incertidumbre.


I.

Creo que fue en la primera o segunda película, en los 70, cuando Lupin III se enfrenta a un extraño ser llamado Mamo. Recuerdo que un momento su enemigo lo atrapa y lo pone en una máquina, como crucificándolo. Es entonces cuando, tras intentar investigar su inconsciente, Mamo descubre que Lupin no tiene sueños, que está hueco. Entonces señala una frase que -ignoro si por mala traducción de la película que vi-, me quedó grabada: Eres la conciencia de la estupidez o de Dios, le dice Mamo, antes que Lupin se libere nuevamente, de una forma que no recuerdo.


II.

Más adelante, en la misma película, se arrojan dudas sobre el verdadero origen de Lupin. Es decir, se pone en duda que el Lupin que protagoniza la película sea el verdadero, ya que este, aparentemente, habría muerto con anterioridad. Tú eres solo un accidente, le dicen a Lupin en un momento, nacido de la incertidumbre. Al protagonista, sin embargo, no parece importarle demasiado no ser el verdadero y sigue adelante, derrotando a Mamo y sin darle muchas vueltas a lo que este le ha revelado.


III.

De vez en cuando me acuerdo de este argumento. No me siento hueco, ni me identifico con el personaje, pero de todas formas algo me inquieta, al recordarlo. Nacido de la incertidumbre, es una de las frases que me hace más eco, mientras en mis recuerdos Lupin sigue adelante, existiendo en sus actos, únicamente, y sin pensar demasiado en quién es. No quiero plantear que eso es lo correcto, pero no sé qué más se puede hacer cuando no se es el verdadero. Lupin es el milagro.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Todo estaba bien.


El mensaje decía que todo estaba bien, que el incendio era grande, pero al parecer estaba controlado. Además, habían hecho cortafuegos y todo se había detenido a unas cuántas hectáreas de la casa, por lo que podían estar tranquilos. El mensaje además daba cuentas de los daños en carreteras y hacía referencia al estado de los animales, cuestión que a fin de cuentas resultaba ser la información central.

De los animales, el mensaje señalaba que habían trasladado los caballos a una hacienda contigua, ya que estaban muy inquietos y esto alteraba también a las vacas, cuya producción de leche había mermado un 20% en los últimos días. Respecto al alimento, señalaba que contaban todavía con suficiente forraje y por otro lado el nuevo pozo permitía estar tranquilos con el agua, si se utilizaba adecuadamente y todo seguía como hasta entonces, sin mayor novedad.

Por último, el mensaje daba cuenta de la recuperación de los animales que se habían extraviado, cuando comenzó el incendio. Dos caballos recuperados sin daño alguno y un potrillo que se había herido levemente una pata, ya que no había sido herrado con anterioridad. También habían regresado las ovejas, sin novedad, salvo una, que al parecer era la única pérdida concreta que podía estimarse. Al respecto, el mensaje terminaba consultando sobre qué hacer respecto a esa oveja. ¿Quiere que la vayamos a buscar igualmente?, decía el mensaje. Acá decidimos no hacerlo para centrarnos en las otras, pero si usted manda podemos intentarlo. Como anexo, finalmente, el mensaje incluía el contacto del encargado de bomberos de la zona por si se necesitaba información directa, aunque probablemente no haría falta (se reiteraba), pues todo estaba bien.

jueves, 26 de diciembre de 2019

Un policía me pide el carnet.


Un policía me pide el carnet. Tras buscarlo descubro que no lo llevo conmigo. Entonces el policía llama a otro policía. Ambos me piden nuevamente el carnet. Que lo busque de nuevo, me dicen. Sé que es absurdo, pero lo hago. Lo busco entre mis ropas y en la mochila, pero solo encuentro un polerón, una botella con agua y algunos libros. Ellos apenas me prestan atención. Conversan a mi lado, mientras busco, sobre cualquier tema que no soy yo. Les aviso que terminé de buscar y les comento que no encontré el carnet, y que lo más probable es que lo haya dejado en casa. Eso es malo, dice uno. Debe andar con el carnet, dice el otro. Me piden algunos datos que registran en una libreta, descuidadamente. Extrañamente no me piden el nombre. Luego me dicen que vuelva a buscar, mientras deciden qué hacer conmigo. Ahora busca bien, dice el primero, como si quisieras encontrarlo. Vacía la mochila y deja las cosas en el suelo, dice el otro. Como dudo en hacerlo me observan molestos.  Creo que voy a tener que llamar a la patrulla, comenta a uno, luego de un rato. Lo escucho llamar, por radio, y dar un código. Yo comienzo a vaciar la mochila, poniendo las cosas en el suelo. Mi polerón. La botella con agua. Dos libros. También encuentro un par de lápices y unas monedas. ¿Por qué dos libros?, me pregunta entonces un policía. Se leen de a uno, dice el otro. Yo los miro y pienso en preguntarles por qué dos policías, pero finalmente no lo hago. No sé bien, digo finalmente, a ratos avanzo en uno y de pronto en otro. Ellos se miran como analizando mi respuesta. Dos libros y ningún carnet, dice entonces uno, con tono enérgico. Guarda tus hueás y ándate, agrega el otro. Tras esto, los policías me dan la espalda, ignorándome. Recojo mis cosas y las guardo en la mochila. No saben quién soy, me digo, mientras me alejo del lugar. No tienen cómo saberlo.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Pesas.


Fue en esa época que comenzó a levantar pesas. Todos los días, me refiero. Movimientos simples y repetitivos y cada vez con un poco más de peso. Tres veces al día, lo hacía. Anotaba lo realizado en una libreta. También compró pastillas luego del primer mes. Aminoácidos, creo, no sé bien. Comenzó a usar poleras ajustadas, sin mangas. Una vez, en ese entonces, nos encontramos con él en el supermercado. Nos contó que quería hacerse un tatuaje, pero que quería desarrollar más musculatura antes de hacerlo. Se veía cambiado, es cierto, pero no demasiado. Quedamos de juntarnos algún día, pero luego no lo hicimos. Lo llamamos un par de veces y dejamos de insistir. Supimos que se había hecho el tatuaje, finalmente. Uno de nosotros lo había visto de lejos y notó algo de color en uno de sus brazos. Un dibujo grande, nos dijo, del hombro a la muñeca, aunque no se fijó mayormente en el diseño. Pasó entonces el tiempo y no volvimos a saber de él. Varios de nosotros nos cambiamos de casa y supongo que intentamos cambiar también, aunque en la mayoría de los casos sin utilizar pesas. No hemos vuelto a reunirnos. Supongo que nos da vergüenza encontrarnos y seguir siendo los mismos, nada más. Para fin de año siempre nos mandamos un saludo, pero no contamos detalles y cada vez utilizamos menos palabras, al hacerlo. Quién sabe hasta cuándo va a durar, esa costumbre.

martes, 24 de diciembre de 2019

El lugar estaba lleno.


Como era navidad el lugar estaba lleno.

Tuvieron incluso que desarmar el pesebre para poner otra mesa.

En esa mesa se sentaron siete personas.

Había una cena especial, con solo dos alternativas de plato, todos en base a carne de distintos tipos.

Un plato era a base de pavo y faisán.

El otro tenía carne de res, jabalí y ciervo.

Esté último fue el más solicitado, tanto que, cuando se agregó esta última mesa y llegaron esas siete personas, solo era posible elegir el plato en base a pavo y faisán.

-Pero eso no es elegir -dijo el mayor de los siete, cunado le informaron la situación-. Eso es imponer qué debemos comer en navidad.

-Lo lamento -dijo la muchacha que los atendía-, no nos queda más.

Los siete que habían llegado se miraron como preguntándose si se quedaban o no en aquel lugar.

-Igual a esta hora ya no encontraremos otro sitio -dijo uno.

-Yo puedo intentar llamar a otro lugar si quieren -dijo otro-. Conozco al chef que ahora sale en la tele… el del restaurant que está al lado del Hotel…

-¿No es judío? -preguntó la más joven del grupo.

-¿Y eso qué tiene? -dijo otro.

-Que no celebran la navidad… creo que el restaurant es mayormente para judíos… deben ir allí si no quieren celebrar la navidad…

Siguieron así unos minutos hasta que optaron por quedarse.

Les sirvieron, por supuesto, el plato en base a pavo y faisán.

Notaron toques de manzana y otros frutos, en la preparación.

Comentaron que no estaba mal.

El vino podía haber sido mejor, comentaron, pero de todas formas era más que aceptable.

El postre, por su parte, era variado y agradó a la mayoría.

Finalmente, pagaron y se prepararon para irse, mientras comentaban lo que harían a continuación.

El último del grupo, al ponerse de pie, le pareció ver una figura extraña, en el suelo, pero prefirió recogerla y siguió de largo.

Les costó salir del lugar, pues aún había muchos comensales.

Y es que como era navidad, el lugar estaba lleno.

Siempre ocurre así, en estas fechas.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Un juego nuevo.


Vi a los niños jugando a un juego nuevo. Creo que consistía en esquivar las cosas. Habían llenado de esas cosas el patio y caminaban entre ellas. Iban conversando, mientras caminaban, fingiendo que no prestaban atención al entorno. Caminaban rápido, sin chocar ni pisar nada. Me acerqué para verlos y escuché que hablaban del trabajo. De sus supuestos hijos. De las obligaciones en sus casas. Fingían ser adultos, en su juego, comprendí. Se quejaban por el precio de la bencina, por la política actual y por la mala gestión de la profesora de sus hijos. Decían también que ya no sentían lo mismo que antes por sus esposas o esposos y que volver a casa, cada día, tenía un toque amargo. No tocaban nada, mientras caminaban. Eran buenos para el juego, y caminaban rápido. Uno comentaba que el auto estaba en el mecánico. Que se había manchado porque habían atropellado un perro al salir apurado, a trabajar. Escuché a otro decir que se había divorciado dos veces. Que había engañado a la primera esposa con la segunda y viceversa. El tiempo pasaba mientras jugaban y nadie chocaba con las cosas.  Parece que nos vamos morir en este juego, dijo uno, sin tocar nada. Los otros asintieron. Bajaron la velocidad poco a poco y volvieron a parecer niños. Se detuvieron, finalmente, en medio de las cosas. Todos habían ganado, pero se miraban como si el juego hubiese sido un fracaso, o no hubiese tenido un mayor sentido. Por un momento pensé que iban a patear todo y destruir lo que había, pero finalmente se rieron, relajados. Dijeron que era suficiente por hoy. Que mañana jugarían otro juego. Se despidieron y se fueron, simplemente, segundos después. Yo me quedé, observando las cosas. Pensando si debía recogerlas o no. Cuestionándome sobre mi rol, me refiero, en todo esto.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Una máquina que te putea.

"Podría decirlo de otra forma, 
pero no estoy más pal hueveo tuyo..."
O. W.

En Japón crean una máquina que te putea.

Una máquina expendedora, me refiero, que te agrede verbalmente por una suma relativamente módica.

Introduces el dinero, seleccionas la modalidad y en la pantalla aparece un rostro agresivo, que te ofende a gritos a través de unos altavoces ubicados en los costados.

Han sido todo un éxito, por cierto, estas máquinas.

Puedes seleccionar nivel de agresividad y hasta el idioma del insulto, pudiendo incluso elegir zonas geográficas más específicas.

Por ejemplo, si eliges el idioma español, puedes seleccionar -además de uno de los siete niveles de agresividad-, alguna de las siguientes zonas: España. México, Cuba, Argentina, Venezuela, Perú o Chile.

Es por esto que la gran variedad de improperios que reproduce es francamente monumental, y uno bien puede pasarse horas frente a ellas, tratando de escuchar algunas de las más de sesenta mil agresiones verbales que contiene, sorprendiéndote ante ellas.

Durante el fin de semana estuve viendo algunos videos sobre todo esto -hay varios en youtube al día de hoy-, y pude darme cuenta cómo algunas agresiones verbales eran de las más celebradas.

Qué te pasa mono culiao, por ejemplo, es la segunda expresión en español mejor votada (luego del improperio aparece en pantalla una pequeña traducción y la opción de calificarla), y existen varios videos con japoneses escuchando la frase frente a una de estas máquinas, riéndose de todo aquello y tratando de reproducirla.

En lo personal -más allá de reflexionar mínimamente sobre las razones que tienen las personas para recibir y celebrar estas agresiones-, me quedo con la idea de buscar la industria responsable de las máquinas y hacerme con la concesión en Chile, donde me atrevo a pronosticar un éxito rotundo.

Esos son mis planes, si a alguno les interesan.

(El cuerpo tiende a sanar, hasta que se agota)

sábado, 21 de diciembre de 2019

Esa planta no se toma el agua.


-Esa planta no se toma el agua -me dijo.

Yo fui a ver.

Era cierto.

La planta estaba en un macetero, en el borde de la casa.

Hacía calor, la planta aún estaba viva, pero no absorbía el agua.

-Espera -le dije-. Ya se la va a tomar.

Esperamos los dos, mirando la planta, varios minutos.

Todo seguía igual.

Ella le había echado agua que se acumulaba sobre la superficie, pero no era absorbida en lo absoluto.

-Ya ves que no se la toma -insistió ella.

-Tarde o temprano tendrá que hacerlo -dije yo.

Ella me miró y yo fui entonces por unas sillas.

Las puse cerca de la planta.

Nos sentamos a observarla.

No entendía que sucedía, pero tampoco me esforzaba por entender.

Era una buena mañana, me refiero.

Había luz y habíamos pasado también una buena noche.

No había forma que una planta pudiese cambiar todo aquello.

-¿No te parece extraño? -preguntó ella.

Yo le sonreí, pero no contesté.

-Incluso si solo hubiese tierra en la maceta… -insistió-, el agua debiese bajar…

-Si el agua debe bajar va a terminar bajando -dije yo-, no hay apuro.

Ella me miró entonces mientras yo me hacía el desentendido, buscando algo para cambiar de tema.

-A lo mejor tampoco está queriendo recibir el sol -dijo ella.

-Voy a preparar el desayuno -señalé, poniéndome de pie-. ¿Tuesto el pan…? ¿Preparo huevos?

-Mejor con mermelada -dijo ella-. Al menos para mí…

Estuvo unos minutos más frente a la planta, pero luego entró a la casa y comenzó a poner la mesa.

-¿Nos duchamos juntos después? -le pregunté.

Ella dijo que sí, mientras se sentaba.

Sirvió café, para ambos.

También jugo de naranja.

Yo me senté frente a ella y repartí las tostadas.

Nos miramos, antes de comer.

Ninguno de los dos parecía querer comenzar, primero que el otro.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Un profesor inflando un globo.


I.

Era un profesor bajito, muy nervioso. A mí no me hacía clases, directamente, pero lo veíamos siempre en los recreos. Por lo general, había un grupo de estudiantes que iba cerca suyo haciéndole alguna broma, o invitando a otros alumnos, para que conocieran cómo actuaba, y pasaran un buen rato.

Fue en ese contexto que me llevaron donde el profesor y me dijeron que le pidiera que inflara un globo. Que inventara que era para un trabajo y que luego pusiera atención. Lo encontré algo absurdo, por supuesto, pero ya me habían contado cosas sobre él y quería saber si era cierto, así que hice tal cual como me dijeron.

El profesor entonces, amablemente, tomo el globo y comenzó a inflarlo. Observé así como el globo iba creciendo hasta que llegó a su límite, sin que el profesor disminuyese el ímpetu con que soplaba. Por lo mismo, pasados unos segundos, el globo reventó, mientras el profesor seguía inflando.

-Disculpe -me dijo entonces, visiblemente apenado-. Siempre me pasa cuando inflo globos… lo había olvidado.

Los que me habían llevado ante él rieron y yo quedé extrañado. Al parecer siempre le pasaban cosas de este tipo y él se mostraba incómodo… avergonzado de aquello. Lo del globo, de hecho, supe después, constituía algo así como un clásico, y ya se lo habían hecho al menos unas tres veces.

-No se preocupe -le dije, arrepintiéndome un poco-. A mí también me pasa…


II.

Pasado el incidente, comencé a estar más atento y lo observaba en los recreos, para ver que otra cosa sucedía y tratar de entender algo, de todo aquello.

Fue así hasta que un día, en que el profesor terminó cortándose con unas tijeras, me acerqué hasta los que lo molestaban y los amenacé, para que detuviesen aquello.

-A él no le hace mal -contestaron secamente, sin tomarse en serio mi amenaza.

-Tampoco le hace bien -dije yo, sin ceder en lo absoluto.

No golpee a nadie ni me golpearon así que todo eso quedó ahí, como una situación más, casi intrascendente.

El profesor, en tanto -que se había ido a lavarse la herida mientras yo hablaba con los otros-, dejó de ir al colegio días después, sin dar explicación alguna.


III.

Corrieron distintos rumores sobre el profesor, luego que se fuera.

De entre ellos, comenzó a tomar fuerza uno que decía que había sido internado, por graves problemas sicológicos.

Yo se lo pregunté directamente a unos profesores, con quienes tenía confianza y me lo confirmaron.

-Un hermano del profesor vino a avisar -me dijeron-, y ya no volverá al colegio.

No pregunté más porque no sabía bien qué preguntar y supongo que también porque en el fondo no soy bueno.

Por otro lado, como me veían siempre con libros, esos mismos me entregaron uno que el profesor había dejado olvidado en el casillero.

Era una edición vieja de Al este del Edén, de John Steinbeck.

Fue el primer libro que terminé de leer y no supe darme cuenta que había terminado.

Igualito que el profesor con el globo, dirá el lector atento, aunque no es solo eso.

Definitivamente, no es solo eso.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Valdepinos llora en la ópera.


Valdepinos llora en la ópera y yo lo observo.

Está unas cuantas filas delante mío, en una ubicación más cara, y hace ruidos mientras llora, lo que molesta a los espectadores.

Yo mismo, como soy espectador, no puedo hacer otra cosa que indignarme.

Además, el llanto de Valdepinos suena tan falso como el propio Valdepinos.

Si llorase frente a un ataúd, por ejemplo, uno fácilmente podría sospechar que ese ataúd está vacío.

Siempre produce eso, Valdepinos, pero no quiero aquí detenerme a hablar de él.

Solo referirme a su llanto, y más precisamente a su llanto en la ópera, que es aquí lo que molesta.

Varios, de hecho, se han volteado a mirarlo y a increparlo en silencio, mientras sus sollozos no decaen.

Una mujer que está sentada al lado mío habla en voz baja con otra que está delante:

-Es Valdepinos -dice la mujer.

-¿El cínico de Valdepinos? – pregunta la otra.

-Ese mismo -contesta la primera.

No es una gran conversación, por cierto, pero la reproduzco de forma íntegra para ser fiel a la realidad, como siempre debiese ser el arte.

Pasan así unos minutos.

Valdepinos sigue llorando y sus sollozos llegan incluso a distraer a la soprano, quien se ha equivocado en una de sus líneas mientras canta el aria tras la muerte de su esposo.

-¿Usted lo conoce? -me pregunta entonces un guardia que se ha acercado hasta nosotros.

-Un poco -admito-. Creo que un par de veces discutimos sobre un libro de Juan Emar, pero lo cierto es que ninguno de nosotros fue del todo honesto.

-¿Y no puede usted decirle algo? -volvió a consultarme.

-¿A quién? -pregunté yo, para ganar tiempo.

-Al hueón que llora -me respondió el guardia.

Yo asentí y pensé en decirle “Shhhhhhhh”, pero luego dudé si eso contaba o no como decirle algo.

Finalmente, dejé fluir mis sensaciones y transformarse en palabras, sin procurar mayor resguardo.

-¡Cállate culiao…! -le grité entonces.

Apenas lo hice, por cierto, muchos se dieron vuelta a mirarme.

Incluso la ópera se detuvo y todo quedó de golpe en silencio, como si espectadores, músicos y cantantes hubiesen sido ese culiao al que había hecho callar, segundos antes.

No hubiese sabido qué hacer si la situación se hubiese prolongado, pero por suerte los ruidos de Valdepinos volvieron a desviar la atención de todos.

Ahora reía, sin embargo.

Se carcajeaba a gran volumen y golpeaba con sus manos sus propias piernas, mientras se movía en el asiento.

La gente entonces se olvidó de mí, y volvió a centrarse en Valdepinos.

Y es que su risa parecía tan falsa como su llanto y como el propio Valdepinos.

Como si riese ahora frente al muerto que debió haber estado en el ataúd vacío frente al cual supusimos antes, que lloraba.

-Es Valdepinos -comentó en ese instante un hombre que estaba sentado al lado mío.

-¿El cínico de Valdepinos? -le preguntó otro, desde la fila contigua.

-Ese mismo -contestó el primero.

Y yo no sé bien por qué, en ese instante, comencé a contagiarme de risa.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Desayuno todo el día.


Conozco un lugar
donde sirven desayuno todo el día.

De hecho, no sirven otras cosas.

Hay olor constante a tostadas, a leche y a café.

Cereales en cada mesa, principalmente para los niños.

Y hasta tienen un sector en que te atienden en pijama.


Me gusta el clima que existe en aquel lugar.

Música suave todo el tiempo y hasta tienes la impresión
que están comenzando a cantar los pájaros.

A mí, por ejemplo, me gusta sentarme mirando a una pared
que tiene pintado un amplio amanecer:
pura luz mayormente, parece estar pintada,
mientras apenas se ve el sol.


No son así, por cierto, mis desayunos reales.

Pro no es tan malo pagar, por cambiar un poco
esos recuerdos.

Meterse a aquel sitio en los días más malos.

No importa que tan tarde sea
ni que tan oscuro, pueda estar afuera.

Ir para resetear lo que va del día,
y comenzar de nuevo.


Entonces cierras los ojos y hueles el café.

Y llegan sin demora los huevos revueltos que pediste
y hay también leche y jugo de naranja y pan recién tostado…

Y sientes que el día aún no se ha echado a perder.

Y que el sol está siempre apareciendo, en el horizonte de todos.


Por último, si te animas a ir,
te recomiendo que no le hagas caso al hombre
que se para frente al local,
gritando que la vida es otra cosa.

Después de todo,
él tampoco sabe qué es la vida,
realmente.

martes, 17 de diciembre de 2019

Entre sueño y sueño, un puente.


I.

Entre sueño y sueño, un puente.

Abandonamos uno para llegar al otro.

Tú estuviste, tal vez, en el que estoy ahora.

Parecemos seguros, mientras avanzamos.

Pero nadie sabe, en realidad, sobre qué se afirma todo esto.


II.

Miento antes: no avanzamos.

Solo ve el puente quien está en el puente.

El pie piensa al pie cuando deja de sentir el suelo.

E inventa así también sus propios pasos.

Soy sincero: no avanzamos por el puente.

Y nadie encuentra a nadie, cuando busca, sobre él.

Podemos quedarnos con eso, o decirlo de esta forma:

Nunca mi sueño será tu sueño.

Y también vale lo contrario.


III.

Entre sueño y sueño, un puente.

Y bajo el puente otro sueño.

No te pertenecen, sin embargo, esos lugares.

Así dicen, al menos, los carteles.

Están puestos a cada extremo del puente.

Antes de abandonarlo, recuerdan que nada puedes llevarte.

Que ese es apenas un sitio de paso.

Que la vida verdadera se encuentra en otro sitio.


IV.

Miento antes: no hay otro sueño, bajo el puente.

Y es que nada sabemos, sobre aquellos que han ido a buscarlo.

Tal vez falta alguien que lo diga claro:

El corazón no debiese desear lo que desea:

Nombrar a dios, comprender el amor, saber por qué se vive…

No te angusties demasiado.

El corazón es un músculo, no hay más.

Y el sol no revelará por qué viene a ti cada mañana.

Grita o agradece, el resultado es el mismo.

Sin saltar, salta del puente.

lunes, 16 de diciembre de 2019

La centrífuga.

I.
Meto palabras en esta hoja como si fuera una centrífuga.
Entonces la enciendo
hasta que las palabras quedan secas, en el interior,
girando para nadie.

II.
Algo nos aleja del centro.
Algo que es ficticio y sin embargo nos aleja.
Eso dirían las palabras girando en la centrífuga.
Eso dirían si tuviesen con quién hablar.
O si supieran dónde dirigirse.

III.
No sé qué mirar cuando observo la centrífuga.
Espero que se detenga, simplemente, y luego busco algún sentido.
Si nada encuentro, la enciendo otra vez y repito lo ya hecho.
Me agoto, por supuesto, pero oculto mi cansancio.
Y me muevo mientras busco para no fijar mi referencia.

IV.
Si esto fuera un juego yo diría:
“De la centrífuga de Dios nació el ornitorrinco.
De la del hombre surgió la esfinge.
De la mía sale esto y a veces el silencio…”
Sin embargo, es probable que esto sea,
poco más que un juego.

V.
Wingarden habla de una tribu que miraba las estrellas, siempre caminando.
De esa misma forma yo observo la centrífuga.
¡Cómo pasa el tiempo…!
Antes miraba las estrellas y hasta les ponía nombres.
Fue así que descubrí, por ejemplo, Ekman, Eötvös y Coriolis.
(Aunque luego comprobé que solo Coriolis existía)

VI.
Ya se detuvo la centrífuga.
Quien la vio girar puede comprobar que es cierto.
Dije lo que debía hasta que se abrió la herida.
Y lo que hay en la herida se resume en esta frase:
El cuerpo tiende a sanar,
hasta que se agota.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Me paré ante Dios.


I.

Me paré ante Dios
y Él esperó a que hablase.

Pero yo no sabía qué decir
así que guardé silencio.

Nos quedamos así
un largo rato.

Por cómo me miraba
comprendí que Dios
no me conocía en lo absoluto.

Pasó así el tiempo
uno frente al otro.

La situación era clara
y podía resumirse en dos frases:

Dios no sabía mi nombre
ni yo el suyo.


II.

Sentí que había multitudes
escondidas, observando.

Por lo mismo,
me mantuve digno,
ante Dios.

Y es que pensé que al menos
podía obligarlo a hablar primero.

Le mantuve entonces la mirada
y crucé los brazos…

Buscaba una victoria mísera, es cierto,
pero victoria al fin y al cabo.

Eso hacía cuando pareció inquietarse levemente
y me habló con un tono menos agresivo de lo que esperaba:

Si eres Dios, demuéstralo, me dijo.

Yo reí entonces, con una risa nerviosa.

Él temblaba, frente a mí,
y parecía a punto de venirse abajo.


III.

Ese hueón no es Dios, me dije,
en ese instante.

Y por estúpido que parezca,
lo cierto es que consideré la posibilidad
de serlo yo mismo.

De ser Dios incluso sin saberlo, me refiero.

Además, si no lo era,
tal vez bastase con fingir
y mantener esa actitud,
ante quien se pusiera por delante.

Altivo, le dije al que estaba frente a mí
que se largase.

Así lo hizo, por supuesto.

Bajó su vista y se fue de aquel lugar
y yo nunca volví a verlo.

Así de simple fue:

Nunca volví a verlo.

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