viernes, 31 de agosto de 2012

Romper el orden de las cosas.



Hoy escuchaba a un tipo hablar sobre la necesidad de romper el orden de las cosas.

-¡Es imperioso romper el orden de las cosas! –fue exactamente lo que dijo.

La gente escuchaba en éxtasis y hasta se olvidaban por un momento del cóctel, que hasta antes del discurso no dejaban de atacar.

Entonces, el hombre habló de la belleza, del espíritu humano, de las artes… y así, planteó la necesidad de volver a poner estas cosas en primer sitio.

-¡Es imperioso romper el orden de las cosas! –volvió a gritar.

Las reacciones no se hicieron esperar:

-Es un verdadero artista –comentaban algunos.

-Me parece ver un mundo distinto, cuando él habla… -dijo otro.

Y claro, yo que estaba algo borracho por el abundante vino de honor, intentaba hacerme una idea de aquella propuesta: “romper el orden de las cosas”.

Así, pensé por un momento en Súperman, y en su manía de usar los calzoncillos sobre la ropa… o en un amigo que solía ponerse una parca bajo el polerón, para parecer musculoso…

Pero no podía ser algo tan simple, pensé.

Entonces, como iluminado por una extraña comprensión, decidí romper algunas cosas.

Primero fueron un par de copas, luego una bandeja y posteriormente intenté acercarme al gran artista para ver si lograba explicar mi teoría.

-¡No hay que ser tibio…! –le gritaba-. ¿Para qué conformarse con romper el orden de las cosas…? ¡Lo verdaderamente necesario es romper las cosas mismas…!

Así, mientras seguía hablándole, fui desarrollando, respecto a esa postura, unas cuantas ideas que yo estaba seguro eran del todo brillantes.

-¡El orden no se rompe…! -Intentaba explicar-. ¡Solo ubicamos los saberes en un sitio, pero no sabemos si el lugar es correcto o no es correcto…! ¡Si de verdad quieren un cambio deben atreverse a romper las cosas mismas…! ¡Hay que rechazar la posibilidad de orden!

La gente, sin embargo, comenzó a mirarme con odio, como si los estuviese atacando directamente.

-Ese hueón está loco… -decían algunos.

-Qué estupidez –murmuraban otros.

Y claro, pocos minutos después dos hombres me invitaron a salir, sujetándome de los brazos y llevándome hasta el estacionamiento, aunque sin necesidad de mayores agresiones.

Una vez ahí, pensé que mis escándalos ya no eran como los de antaño.

Es decir, seguían siendo estúpidos e involuntarios, pero lo cierto es que no terminaban por provocar a nadie.

-Soy inofensivo –me dije, finalmente.

Y entonces pensé que tal vez el tipo ese, del discurso, tenía un poco de razón.

-Mañana mismo cambio el orden de las cosas -concluí, antes de acostarme.

Luego me dormí.

jueves, 30 de agosto de 2012

Lo que sienten los aldeanos cuando ven el castillo en llamas.



Con poco viven los aldeanos.

No sé si están conformes, pero no alegan.

Así, de vez en cuando, miran hacia el castillo cuando se llevan sus cosechas.

Algunos, incluso, las han cargado hasta la misma puerta, sin emitir palabra.

Con todo, es difícil poder nombrar aquello que sienten los aldeanos por aquel castillo.

Porque claro, es fácil sentir rabia por los hombres, o por los abusos, o simplemente por el hambre, pero resulta extraño comenzar a odiar realmente a un castillo.

Porque… ¿cómo se odia a un castillo?

O más bien, ¿qué puede el odio chiquito de un aldeano contra el castillo que se yergue en la distancia…?

Ahora bien, acepto que es posible que el aldeano no lo piense de esta forma, pero creo que de cierto modo lo intuye.

Después de todo, ¿no es odiar el castillo, un poco como odiar la vida, cuando no se comprende…?

Por eso, me gusta imaginar al aldeano mirar cómo se quema el castillo.

De pie, junto a sus pequeñas pertenencias, en silencio…

¿Qué siente el aldeano cuando ve el castillo en llamas?

¿Será en cierta medida un atisbo de justicia?

¿O sentirá algo cercano al miedo, porque debe empezar a administrar su libertad y hacerse cargo de su propia felicidad…?

Pues bien... si me preguntan a mí, lo cierto es que no tengo ni la más mínima certeza.

Lo que sé, simplemente, es que el castillo sigue en llamas y nadie se mueve de su sitio.

(Eso sucede cuando no se comprende).

miércoles, 29 de agosto de 2012

Giverny.



Una vez fui a Giverny.

Fue un viaje bastante improvisado aunque en realidad  yo deseaba ir desde hacía mucho, pues había escrito –sin terminar-, una serie de cuentos sobre los impresionistas, titulada provisionalmente, El hombre estanque.

Por cierto, Giverny es el pequeño pueblo donde Monet prácticamente se recluyó a pintar durante sus últimos años, centrándose principalmente en los estanques de nenúfares y obsesionándose con el trabajo de luz y composición de colores alcanzados en sus reproducciones.

Recuerdo que fui a pie desde Vernon –que era donde nos dejaba el tren-, un día de lluvia, por lo que llegué bastante empapado algunas horas después, un poco perdido, y algo sorprendido por la pequeñez y simpleza del lugar.

Por ejemplo, recuerdo que di con una sencilla iglesia que parecía abandonada, y que tenía en torno a ella varias tumbas, entre las que encontré, casualmente, la del propio Monet, que estaba por lo demás bastante descuidada.

Nadie en las calles, un pequeño museo cerrado y la casa del pintor sin acceso -pues solo podía visitarse en épocas no invernales, con los jardines florecidos-, fue lo que terminó de presentarme aquel lugar.

Con todo, recuerdo haber subido a las rejas a ver el interior, sin preocuparme de un señor que pareció apuntar con una escopeta, desde un costado de la casa.

Ahí estaban los estanques, el jardín –sin florecer, es cierto-, los puentes japoneses… y todo eso que me había preguntado mil veces cómo sería “en realidad”.

Y es que esa diferencia entre lo real y lo representado, entre el mundo que vivimos y el mundo que sentimos, es lo que realmente me llamaba la atención en los cuadros de Monet. Figuras difuminadas, flores en el agua… estanques que parecen descomponerse hasta revelar algo casi anterior a ellos… eso era lo que quería ver… la fuerza del artista para comprender el ser interno de ese medio… y bueno… toda una serie de cosas que, en teoría al menos, parecía yo entender bastante bien.

Con todo, creo que descubrí en ese viaje que en realidad no comprendía nada.

Y no tiene que ver con que el lugar no era todo lo hermoso que yo creía, o que el jardín y hasta los estanques me parecieron pequeños… lo que pasó fue que caí en el error de centrarme en un mundo que no sentimos, al menos desde nosotros… y me encontré de golpe frente a una serie de vacíos que intentamos a veces llenar con estanques que no son nuestros.

¿Suena muy extraño…?

Voy mejor a ser sincero, para aclararlo un poco.

Lo que pasa es que no viajé solo a Giverny.

Es decir, alguien caminó conmigo desde Vernon y yo me mojé junto a ese alguien antes de llegar a aquel lugar.

¡Qué pena, sin embargo, no poder decir que nos mojamos juntos!

Ella iba en el camino. Yo iba en el camino.

Ella quiso quedarse una noche en Giverny. Yo me quedé con ella.

Y es que así,  todos fueron momentos fallidos, y no creo que lográramos hacer algo realmente juntos.

Con todo, entendí tarde que ella reamente me quiso. Y que yo también la quise.

A ratos nos reímos. Nos ayudamos a subir la reja. E incluso, también, nos abrazamos bajo la lluvia…

Pero ella, sin duda, era para mí como ese estanque que no se puede comprender…. Y resulta que uno a veces se hunde, incluso por amor, en esos mismos estanques…

Y es que aunque suene estúpido, nunca entendí que me quería.

Nunca me sentí valioso.

Y claro: me equivoqué en ambas apreciaciones.

Así, me fui de Giverny sin volver a mirar el lugar de Monet, y dándole la espalda a esos estanques.

Nada de mirar atrás, me dije.

Nada ha de quedar de esa belleza.

Por eso, Giverny me recuerda hoy que nada sé del amor.

Nunca volveré a Giverny.

Yo soy el hombre estanque.

martes, 28 de agosto de 2012

Esta botella está vacía.


-Señor –dijo la mujer-, quisiera reclamarle pues acabo de enviar a mi hijo a comprar a este lugar y él ha llegado a casa con una botella vacía.

-¿Con una botella vacía?

-Así es. Lo he enviado a comprar precisamente a este negocio y él ha llegado a casa con una botella vacía.

-Pues sinceramente no lo entiendo –dijo el vendedor-, yo no recuerdo haber vendido nada en estos últimos minutos, ni mucho menos una botella vacía.

-Es que no fue hace pocos minutos –dijo la mujer-, ya de esto hace bastante tiempo…

-¿A qué se refiere usted con bastante tiempo?

-Creo que no necesito explicar eso, señor… de hecho, el que me debe una explicación es usted.

-¿Yo?

-Claro… ¿no encuentra que es prácticamente una afrenta enviar con mi hijo una botella vacía?

-¡Pero si conmigo lo hacen todo el tiempo…!

-¡Pero usted es un vendedor!- Exclamó airada la mujer-. ¡Usted está acá para llenar lo vacío! ¿Qué sentido tendría enviarle a usted enviarle botellas llenas?

-Pues quizá para mí, al menos, tendría sentido…

-¡Mentiras…! Usted lo que quiere hacer es simplemente ofenderme, como si quisiera decirme que no merezco nada lleno… o que mi misma casa está vacía…

-Enreda usted las cosas, señora… yo no tendría esa intención…

-¡Claro que la tendría… y la tuvo…! ¡No venga a tratarme a mí también como a esa botella…!

-Pero…

-Lo que pasa es que usted da por hecho que es aquí el más importante… todo porque tiene el monopolio de las botellas llenas…

-Señora –interrumpió entonces el vendedor-, creo que no tiene sentido alargar esta conversación, así que tendré que pedirle que abandone este local si no presenta pruebas de su acusación…

-¿Y cree usted que he venido sin pruebas…?

-Pues yo no veo ninguna.

-Ya la verá… -la mujer salió hasta la puerta del local y comenzó a gritar- ¡Hijo…! ¡Hijo…! Ven acá y trae la botella.

Entonces entró al negocio un niño, que efectivamente traía una botella.

-¡Lo ve…! ¡Lo ve…! –exclamó la señora-. Esta botella está vacía.

-¿Cuál botella señora? –preguntó el vendedor.

-¡Esta…! –exclamó la mujer- ¿Acaso no la ve?

-Ese es el niño, señora…

-¿El niño?

-Claro… fíjese bien usted… dígale que hable…

La mujer miraba incrédula, ajustándose los lentes.

-Hola mamá –dijo entonces el niño.

-Lo ve –dijo satisfecho el vendedor-. Asunto resuelto. La botella está llena y su hijo está vacío.

-Pero… -intentó decir la mamá.

-Nada, no se preocupe… -agregó el vendedor con un tono más condescendiente-, piense que la botella está llena y no se haga más problemas…

-Tiene razón, -dijo la mujer-. Creo que me dejé llevar esta vez… lo lamento…

-No se excuse -dijo por último el vendedor-, a todo nos pasa… errar es humano…

Y claro, fue así que yo, que también estaba en el local, pensé que errar es prácticamente lo único humano, que nos va quedando.

-¿Qué va a querer usted? –me dijo entonces el vendedor, percatándose de mi presencia.

-Nada por el momento-, le respondí.

lunes, 27 de agosto de 2012

El hombre que no podía morir, y otras divergencias.


“En la falla del saber está
la oportunidad de la comprensión”
Otto Wingarden.


Un hombre va al psiquiatra y le dice al doctor que se encuentra desesperado, ya que está seguro que no puede morir.

-Pero ¿lo ha comprobado? –pregunta el doctor.

-No necesito comprobarlo –contesta el hombre-. Lo sé.

El doctor guarda silencio y lo invita a hablar.

-Hasta el momento lo he conversado con numerosos doctores, pero todos intentan convencerme de que estoy equivocado, y que voy a morir… irremediablemente.

-¿Y eso no lo tranquiliza? –pregunta el doctor.

-Por supuesto que no… ¿cómo pueden estar ellos seguro de lo que me va a ocurrir…?

-Pero eso le sucede a todos los hombres –insiste el doctor-. Es decir, no hay ninguno de la especie que no haya muerto… ¿no lo entiende?

-Yo no he muerto, doctor.

-Claro… o sea, no me refiero a los vivos… pero al menos si usted se reconoce como perteneciente a un género, a una especie, tendrá que admitir…

-Usted no entiende, doctor –interrumpe el hombre-. ¿Cómo podría ser que otros tengan una certeza mayor que la mía respecto al final de mi propia existencia?

-Es que no se trata de su existencia –intenta explicar el doctor-. Es la existencia de todos… no puede ser que uno de todos tenga un fin distinto al que tienen los demás…

-¿Por qué no, doctor?

-Porque no es lógico. Debiese bastarle con eso… hay normas generales, masivas… la vida funciona de esa forma.

-Es que usted no entiende doctor… usted repite lo que todos… pero nadie puede comprobármelo.

El hombre se impacienta.

- Yo no voy a morir… estoy seguro de ello…

-Cálmese, hombre… -dice entonces el doctor-. Tómeselo con calma… ¿acaso no es hasta mejor pensar que no se va a morir? ¿No es eso a lo que aspiran todos?

-¡Es terrible, doctor…! –grita el hombre-. ¿No lo comprende…? ¿Cree usted que es soportable la vida así sabiendo que no tiene un término…?

-¿Y qué es lo que necesita, entonces? ¿Qué es lo que busca en esta consulta?

-Busco fe, doctor…

-Pues esto no es una iglesia, esto…

-¡No necesito una iglesia! –vuelve a interrumpir el hombre-. Las iglesias justamente impulsan a tener fe en la vida eterna… y yo ya tengo certeza de eso… yo quiero que me enseñen la fe en la muerte…

-¿Qué quiere decir con eso? –pregunta el doctor.

-Fe en la muerte… ¿no lo entiende? La muerte es un acto de fe, doctor… es algo que no podemos comprobar por nosotros mismos… nuestra propia muerte, me refiero…

El hombre camina por la consulta, desesperado.

-¡Uno está condenado a estar vivo, doctor! –sigue el hombre-. Y si uno está condenado a la vida, la vida misma pierde todo sentido…

-¿Puede sentarse nuevamente y explicármelo con calma? –pide el doctor.

-Lo haría, pero usted no comprende, doctor –dice el hombre-. Usted piensa que va a morir y juega a entristecerse, pero en el fondo eso lo tranquiliza… es decir, no es necesario que usted haga algo más, porque claro… usted va a morir… ¿pero qué pasa conmigo, que no voy a hacerlo…?

El hombre comienza a sollozar.

-Todo es tan inútil, doctor… ¿no lo ha pensado usted? –agrega, luego de un rato-. Me refiero a las preguntas que uno hace, doctor… ¿no ha pensado que en el fondo existe solo una respuesta para todas las preguntas? Y que esa respuestas es de hecho la base de las preguntas… que existe primero que ellas, me refiero…

-Le voy a pedir nuevamente que se siente –interrumpe el doctor, pero el hombre parece no escucharlo.

-Es como una respuesta que sentimos, ¿no cree? O sea, una respuesta que no podemos expresar… que intuimos, por eso preguntamos… para insistir en eso… es la única forma de acercarnos a esa respuesta…

-…

-¿Acaso no lo entiende…? Se trata de una sola respuesta porque como no es decible tampoco puede dividirse, y entonces sigue siendo siempre una sola cosa

-Disculpe… -volvió a decir el doctor-. Sinceramente me pierdo en lo que dice y…

-…una sola cosa –sigue el hombre, sin prestar atención-, una sola porque no hay signos… ¡Y esa cosa está dentro de nosotros, doctor…! ¡Por eso la respuesta para todos está al interior de cada uno…!

-…

-De hecho, ni siquiera es el interior… ¡es el fondo del interior de cada uno! ¿Ha tirado usted una piedra al interior de un pozo, doctor…? Pues es igual… solo que acá lo que lanza es la pregunta… y claro, como es un pozo hondísimo a veces nos cansamos de no escuchar tocar el fondo, y nos rendimos… pero justo en ese momento se llega al fondo… ¡es decir, es el largo de nuestra creencia el que le da la profundidad de nuestra pregunta…!

-Señor, si no se calma tendré que llamar a los enfermeros… -amenaza el doctor.

-…y ese mismo largo es el que da forma y tamaño a nuestra interioridad… ¡Indica lo que contenemos…!

El hombre siguió entonces hablando incoherencias, mostrándose cada vez más exaltado, por lo que el doctor se vio en la necesidad de llamar a los enfermeros, para que lo sedaran.

Minutos después, ya sedado y dormido en la consulta, el cuerpo del hombre no parecía más que un bulto.

-Sáquenlo de aquí –pidió entonces el doctor, a los enfermeros.

Luego, sin más, llamó al próximo paciente.

domingo, 26 de agosto de 2012

No es tan importante.


“De vez en cuando, uno debe dejar de lado
las cosas de vida o muerte,
y dedicarse a algo más importante”



-No es tan importante… -me dijo-. Todos vamos a morir, todos sufrimos por amor, todos tenernos sueños que no cumplimos…

-Pero…

-No digas nada –continuó-. Todos se defienden. Lanzan encima sus dolores, sus pérdidas, sus torturas y su vidas mínimas. Tú no digas nada. Tú observa y aprende lo importante.

-¿Lo importante?

-Sí. Lo importante. Llores cuanto llores, sufras cuanto sufras… lo cierto es que mañana tendrás la fuerza suficiente para levantarte; y hasta puedo asegurarte que parte de ti… aunque sea una pequeñísima parte de ti… va a querer hacerlo.

-¿Eso es lo importante?

-No… no seas hueón… eso es lo que pasará simplemente… Lo importante tiene que ver con lo que está ahí, no con lo que sucede o deja de suceder… o con la comprensión de eso, más bien.

-¿Lo importante es comprender aquello que permanece en vez de fijarse en aquello que…?

-¡No seas estúpido! –me interrumpió-. Comprender es comprender todo, uno no comprende fijándose en unas cosas y en otras no… uno comprende o no comprende, nada más. No tiene que ver con fórmulas o frases estúpidas… esto no es un curso de autoayuda… de hecho no quiero ayudarte…

-…

-Yo no soy de esos que dicen que riegues los arbolitos, o que contemples la naturaleza, o algo así. No soy de los que pregonan que hay una luz al interior de las personas, o que busques la bondad oculta… de hecho, eso también lo meto en el saco de lo insignificante…

-¿Y entonces?

-¡Y entonces una mierda…! ¿Qué quieres que te diga? ¿Que tienes que escribir, que tienes que dejar todo… y dejar de ser cobarde? Eso tú ya lo sabes.

-No es cobardía. Para mí es más fácil hacer eso…

-Pues eso es justamente no entender el tipo de cobardía del que te estoy hablando… de hecho, hablar de eso ya es una pérdida de tiempo… lo importante es otra cosa, Vian, dejémoslo en eso…

-Espera… quiero entender: ¿vienes y dices que lo que creo que es importante no lo es y que es otra cosa, que por lo demás no nombras, y luego te vas y esperas que yo te crea?

-Es una forma hueona de decirlo, pero sí.

-¿Y yo debiese creerlo?

-Estoy seguro que vas a creerlo.

-¿Por qué?

-Porque no crees en ti, Vian… porque solo crees cuando los otros creen en ti, y eso se está volviendo cada vez más difícil…

-…

-No te lo digo con rabia, en todo caso –agregó finalmente-, pero lo único cierto es que te vas a morir sin una certeza.

-Pues tú mismo dijiste que vivir y morir no era lo importante.

-No lo es. Pero vivir sin certezas y hasta morir sin ellas, puede llegar a serlo…

-…

-¿No sientes acaso que te falta una certeza, pequeñita quizá, pero certeza al fin, para mantenerte firme?

-…

-Búscala, Vian. No digas nada más si no quieres, pero búscala.

sábado, 25 de agosto de 2012

Te equivocas, Carlota.


“-Y sin embargo -repuso Carlota-, te aseguro
que en muchos casos es necesario
y desde luego mucho mejor,
escribir no diciendo nada, que no escribir.”
Goethe, Las afinidades electivas.



Te equivocas, Carlota.

Te equivocas rotundamente.

Y extrañamente te lo dice alguien que ha sido acusado en varias oportunidades de elegir la opción que tú propones.

Aunque claro, yo doy fe que no es así.

¿Sabes…? Quizá no viene al caso, pero me acordé de algo que dijo hace ya bastante tiempo Flannery O´Connor. No recuerdo bien la situación exacta, pero al parecer alguien la estaba acusando de no escribir historias que llegaran al corazón. Así, en respuesta, Flannery le contestó que quizá eran ellos mismos, quienes tenían el corazón en el lugar equivocado.

Ahora bien, Carlota, no creas que te cuento esto pensando en que tú tengas el corazón en el lugar equivocado… pero lo cierto es que hay algo en esa anécdota que suele perturbarme, casi tanto como tu frase.

De hecho, creo que es algo que colinda con tus palabras, de cierta forma.

Porque bueno… escribir sin decir nada debe ser casi como escribir sin corazón. O con uno en el lugar equivocado, como decía la O,Connor.

Así, finalmente, resulta que me han quedado dando vueltas tus palabras… vueltas que me produjeron, luego, algo que bien podría llamar angustia.

Y es que resulta peligroso gastarse la vida de esa forma, Carlota. Triste y peligroso, más bien...

Porque las palabras también se gastan, Carlota… y se les va el sabor igualito que a los chicles… y luego ya no hay cómo hablar del mundo, con verdadero afecto.

Por eso te equivocas, Carlota.

Porque el valor se lo damos a las cosas, nosotros mismos.

Y eso nos enriquece.

viernes, 24 de agosto de 2012

Un día debajo de una mesa.



Vengo de pasar todo un día
debajo de una mesa.

Bastante tenso,
encorvado
y sin la luz suficiente
como para leer un libro,
lo único que pude hacer
fue escuchar
a aquellos que comían
o conversaban
sin percatarse
de mi presencia.

Y claro, pueden pensar que exagero,
pero lo cierto es que apenas puedo escribir
porque siento asco.

Y es que el problema,
si soy sincero,
es que intento siempre pensar que somos mejores
de lo que realmente somos,
y que, bueno…
tiene algo de sentido cumplir nuestro trabajo
o escribir cada noche,
o cocinar,
o preparar las ropas para nuestros hijos,
o lo que sea que hagamos por amor
hasta que alguien se dé cuenta
que esto va en serio.

¿Y saben…?

Hoy después que todos se fueron,
pensé por un momento
que no iba a ser capaz
de levantarme..
y es que me pareció entonces
que nada duele más
que llorar por asco…
y hasta con culpa.

Porque claro,
el asco no es solo por los otros,
y eso es algo bastante difícil de aceptar,
escondido,
y debajo de una mesa.

Con todo,
estar en esa posición
permite en cierta forma
descansar.

O más bien
rendirse
y descansar.

Y claro…
es ahora cuando buscando una forma ingeniosa,
o llamativa,
(o simplemente patética
al querer ser llamativa)
yo debiese decirles
que no se rindan…

Así que bueno…
me ahorraré mejor disfrazar la frase
y se los diré simplemente:

No se rindan.

No importa lo que escuchen de los otros.

No importa lo que ellos no vean.

No importa si de pronto esa angustia
comienza a fijarse en el pecho
y los tira al suelo…

No importa si se reconocen, incluso,
parecidos a esos que escucharon...

No se rindan.

Y es que eso es,
a veces,
cuando todo es más difícil,

lo único que realmente
debemos hacer…

jueves, 23 de agosto de 2012

¿Puede un elefante balancearse sobre la tela de una araña?



Puede.

Estoy seguro que puede.

De hecho, la pregunta pertinente no debiese ser si puede o no balancearse, sino qué pretende el elefante con aquello.

Porque claro, podemos pensar que es por diversión y aceptarlo fácilmente… pero el punto es que luego el elefante llama a otro de su especie… y luego a otro… y ahí es donde comienzo a cuestionarme.

Es decir, no quiero caer en la facilidad de hablar de compañía… porque para eso el elefante puede reunirse en cualquier sitio…

Así, mi postura se inclina más bien por una voluntad de romper la tela de araña –por parte del animal-, lo que queda expresado claramente cuando buscamos indicios en la canción:

“…como veían que resistía… fueron a llamar a otro elefante…”

Ahora bien, más allá de proponer una causa a esa llamada y aceptar la voluntad de querer romper la tela por parte de los paquidermos, se hace necesario recalcar que dicha acción no se trata solo de romper una cosa cualquiera, sino de romper la tela que los sostiene… es decir, sus propios soportes.

Y es que si no, ¿hasta cuándo pensaban llamar más elefantes…? ¿No estaban forzando, acaso, aquella tela, hasta propiciar sus propias caídas…?

Así, no queda más que aceptar esa voluntad de venirse abajo, que tendrían estos animales, y comprender que esta acción no es necesariamente igual a derrumbarse, sino que ofrece, de cierta forma, un contacto directo con lo real, y un alejarse de todos esos aparentes soportes que pueden revelarse como causantes de una distancia, y hasta de un aletargamiento, entre los de aquella especie.

¡Qué suerte que no somos elefantes…!

miércoles, 22 de agosto de 2012

No soy bueno para cuidarme.



No soy bueno para cuidarme.

Hoy, por ejemplo,
debo haber estado unas dos horas,
caminando bajo la lluvia.

No fue un hecho romántico,
ni poético, ni expiatorio…
solo estúpido.

Aún así
podía imaginar mientras caminaba
que era yo quien llevaba el ritmo correcto
entre la gente
y que de cierta forma, incluso,
ir observando todo bajo la lluvia
era lo mismo que ir leyendo un libro
extrañamente cercano.

Y claro…
quizá se debió a esa supuesta lectura
del mundo bajo la lluvia
que comencé a notar que algunas personas
parecían también ir un tanto extraviadas,
mojándose incluso, innecesariamente,
mientras iban de un lugar a otro.

Con todo, creí notar que existía
un punto común,
justo a mitad del gran número de trayectorias
recorridas por aquellos sujetos…

Y hacia ese punto fui.

De hecho,
me paré justo sobre aquel lugar,
por lo que muchos me miraban,
al pasar,
como si les hubiese robado
una palabra
u otra pequeñita
forma de lenguaje.

Así, detenido sobre ese punto imaginario,
sucedió entonces que mi ropa comenzó
a secarse… y descubrí de esta forma
que en ese mínimo espacio,
no caía nunca agua.

Era un descubrimiento algo estúpido, claro,
pero descubrimiento al fin y al cabo…
lo que ya es algo…
y quise entonces comentarlo con otros.

¿Saben qué sucedió…?

¡Fue un fiasco…!

Así de simple.

Podría desarrollar páginas enteras
de malas reacciones…
pero lo cierto es que prefiero
reunir todo en un solo lugar
e intentar olvidarlo, desde entonces.

Así, por lo pronto,
creo que me basta jugar a leer ese libro
solo para mí…

Y claro, puede que el libro aquel
-el de los otros bajo la lluvia-,
no sea más que un libro estúpido,
después de todo…

¿Pero saben…?

Es grato reconocerse en un libro
y saber que al menos por un momento
el mundo te toca un poco menos…

Y es que no soy bueno para cuidarme
como decía en un inicio…

Sí… no soy bueno para cuidarme.

martes, 21 de agosto de 2012

Vian, azafato.



No recuerdo bien de qué hablábamos con la sicóloga laboral, pero hubo un momento de la conversación que me quedó grabado.

-Imagine por un momento que usted es una azafata… –me dijo.

-¿De esas de los aviones…? –pregunté yo.

-Sí, una de esas –me respondió.

Y claro, yo me intenté imaginar de azafata, metido en uno de esos típicos trajes ajustados, y debo reconocer que me dio asco.

-¿Qué pasa…? -preguntó.

-¿No puedo ser un piloto, mejor…?

-Es que tiene que atender directamente al público… es parte de la situación.

-¿Y un azafato?

-Está bien. Imagine entonces que es usted un azafato, y que está a cargo de la atención de la gente del avión…

-¿Yo solo?

-Mire, señor Vian –me dijo entonces cambiando el tono-, le voy a tener que pedir que no interrumpa… manténgase con los ojos cerrados, escuche y responda cuando yo le diga…

-De acuerdo -señalé.

Ella siguió.

-Ocurre entonces que es de noche y que los pasajeros del avión están dormidos… usted se pasea por los pasillos… los ve dormir plácidamente… ve un hombre con un libro sobre el regazo… luego observa una mujer junto a su hija pequeña… todos están descansando… ¿entiende?

-Sí… todo está tranquilo –dije yo.

-Pues bien, ese es el panorama entre los pasajeros, pero entonces… recibe usted una señal para dirigirse de forma urgente donde el piloto… Así, usted se entera que el avión va prácticamente en picada y que no hay, debido a la altura desde la que cae, posibilidad alguna de salvarse…

-¿Y no se siente la caída…? ¿Físicamente me refiero?

-No. Para esta situación es necesario que sea prácticamente imperceptible.

-De acuerdo.

-Pues bien –continuó-, usted como azafato tiene un protocolo para estos casos: activar las alarmas, ayudar con los salvavidas inflables… pero lo cierto es que eso es absolutamente imposible que funcione… es decir, hay cero posibilidad de sobrevivencia según lo que le informó el piloto… ¿qué haría usted entonces?

-¿Respecto a los pasajeros?

-Claro… ¿los despertaría para alarmarlos y pedirles que se pongan los chalecos salvavidas, aunque estos no sirviesen para nada…?

-¿Puedo pensarlo un minuto?

-En ese momento no podría… pero ahora puede, no se preocupe.

Fue así que comencé a elaborar mi mejor respuesta. Es decir, no se trataba de una conversación con una amiga ni mucho menos… de hecho, se trataba de una derivación a la sicóloga laboral, a la que sospechosamente ya me han mandado tres veces este año…

-¿Qué me dice, señor Vian? -insistió.

-Creo que en ese momento pensaría que fue un error trabajar de azafato, y que habría sido una mejor decisión trabajar en esta gran institución escolar, con tal alto sentido del deber y…

-Señor Vian –me interrumpió-. No diga estupideces y dígame qué haría con los pasajeros… ¿los despierta o los deja dormir tranquilos?

-¿El protocolo dice que los debo despertar y pasar el chaleco salvavidas?

-Exacto.

-Pues creo que lo correcto es responder que los despertaría y los ayudaría con los chalecos salvavidas…

-No le pregunto por la respuesta correcta, sino por lo que en realidad haría…

-Es que no sé… si quiere que sea sincero, creo que los miraría, solamente, con cariño… -dije sin pensar-, aunque también creo que merecen que se les despierte…

-¿Por qué cree que merecen eso?

-Porque no decirles lo que ocurre es como engañarlos sobre su situación…

-Pero usted no está engañando a nadie, usted solo los deja dormir.

-No… si no les digo los estaría dejando caer, que es distinto.

-¿Entonces los despertaría?

-No sé… creo que sería lo correcto…

-¿Podría hacer un esfuerzo por ponerse en la situación…?

-La verdad… -le dije mientras intentaba pensarlo seriamente-, por una extraña razón… me imagino despertando solo a los niños y sonriéndoles…

-¿Confiando en que reaccionen bien?

-Mmm… sí, creo que sí… o al menos de forma más sensata que la de sus padres… o sea, los adultos ante ese susto creo que pensarían en las cosas equivocadas, los niños en cambio son más sensatos para entender realmente por qué estar tristes, o por qué desesperarse… ante esas situaciones…

-De acuerdo… -dijo ella anotando algo.

-¿Qué puso en la hoja? –pregunté entonces.

-Puse la respuesta que la gerencia de la institución siente como correcta, para no ocasionarle problemas.

-Gracias –dije yo.

Ella se mantuvo un momento en silencio y tomó un sorbo del café que tenía sobre la mesa.

-¿Sabe…? –agregó entonces-. ¿No le intriga saber cuál es la respuesta que quería la empresa?

-La empresa quería que los dejáramos dormir- dije yo, totalmente seguro.

Ella asintió, y por un momento dejé de ver a la sicóloga laboral y vi una persona honestamente apesadumbrada.

-¿No cree que es triste? –me dijo finalmente- ¿No cree que es triste que el avión en que viajas se venga abajo y tú no sepas nada…? ¿No es terrible que quieran que ustedes como profesores…?

-No se preocupe –le dije yo, levantándome para irme-. Siempre hay unos pocos que se despiertan por sí solos y otros a los que podemos despertar, fingiendo un descuido…

-Pero el avión…

-El avión no choca hasta que choca –le dije sonriendo, y mostrándome un poco más seguro de lo que en realidad estaba.

Luego, de una forma aún más extraña, nos despedimos.

Así, ella terminó de llenar el informe y yo regresé a mis clases.

lunes, 20 de agosto de 2012

Vian y su breve paso por el ATP.



I.

No alcanzaron a entrevistarme porque estuve solo un mes en el ranking. Fue hace exactamente once años y aún tengo un recorte donde aparezco mencionado: Vian (Chile) Lugar 1827, 1 punto.

Yo estaba aún en la universidad por ese entonces y todo fue parte de una especie de anticampaña para una lista de dirigentes estudiantiles que supuestamente pensaban renunciar.

Así, mi inscripción en aquel torneo obedeció a mi triunfo en una competición previa organizada por unos amigos en la facultad, cuyos partidos se programaron a unos horarios imposibles, por lo que nadie nunca se presentó.

De esta forma, debido a mi triunfo en este falso torneo amateur, ocurrió que pude inscribirme en ese torneo ya real de la ATP, que me dotaba de un punto para el ranking, si pasaba las dos primeras rondas.

-La idea es que vayas y en vez de raqueta saques un libro… -intentaban convencerme mis amigos-. Luego en tu polera muestras que tienes dibujado el logo de nuestra lista, sacamos una foto, y eso es todo…

-¿Y el partido? –preguntaba yo.

-El partido importa una mierda… si nunca has jugado al tenis… -me decían ellos.

Y era cierto.

Así, sintiéndome un poco utilizado, recuerdo que decidí entonces entrenarme en secreto. Tomar una raqueta, al menos, y golpear la pelota contra una pared.


II.

Dos días después de mi primer entrenamiento me enfrenté con el primer rival.

Era un ecuatoriano bastante alto y que tenía el pelo chistoso. Algo así como una especie de mohicano, pero con el pelo teñido de rojo.

Mis amigos estaban grabando junto a la cancha y recuerdo que todos estaban bastante borrachos, por lo que me gritaban y no entendían por qué yo no hacía lo que ellos pretendían que hiciera.

Y claro, quizá fue eso lo que llevó a la confusión al ecuatoriano quien perdió su primer punto a base de puras doble faltas.

-Voy a intentar ganar –les dije entonces a mis amigos.

Y bueno… así lo hice.

Aún no sé cómo y sé que sería imposible repetirlo, pero lo cierto es que logré ganarle a ese tipo por 7-5 y 6-4, sin poder explicarme cómo lo logré.

Y mis amigos aplaudieron a un borde de la cancha.


III.

El segundo partido fue al día siguiente.

Aunque claro, el rival no se presentó.

De hecho, al parecer, el tenista había tenido un accidente en moto y estaba bastante grave.

-¿Eso quiere decir que pasé a tercera ronda? –le pregunté al árbitro.

Él asintió.


IV.

La noche antes de mi partido de tercera ronda soñé que lograba la fama como tenista.

No era una gran fama, claro, pero al menos era de los que salía en tv y ganaba bastante dinero.

En el sueño también tenía mujer y una casa con cancha privada.

Luego desperté.


V.

No quiero tener cancha privada, recuerdo que me dije.

Ni tampoco quiero descubrir que soy bueno para el tenis y que no lo sabía.

Y es que si he de escoger un talento, jugar tenis es algo que no quiero… algo innecesario, si se piensa… y eso lo convierte en un talento que quizá pueda coartar el desarrollo de otro  talento, un poco más útil, si se quiere…

Así, resultó que tardíamente saqué un libro, hice un pequeño show, y me descalificaron.

Con todo, en esa oportunidad fue que obtuve mi único punto ATP y me encaramé hasta el puesto 1827.


VI.

¿Ha tenido usted alguna vez un punto ATP?

¿Ha descubierto su talento…?

Se lo pregunto porque tampoco es cosa de elegir talentos ahí donde uno quiera.

Por ejemplo, una vez un amigo descubrió que podía decir las frases que quisiera al revés, estando borracho… y bueno, lo cierto es que no le servía de mucho aquel talento.

Yo, en cambio, descubrí que los talentos, sean del tipo que sean, son en realidad cuestiones breves… distractores que te alejan de una posible derrota que siempre, finalmente, resulta incuestionable.


***

Quizá no tenga mucha importancia, pero acabo de recordar algo importante de mi paso por el ranking ATP: y es que como me descalificaron antes de comenzar el partido, puede decirse que me retiré invicto.

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