viernes, 31 de agosto de 2012

Romper el orden de las cosas.



Hoy escuchaba a un tipo hablar sobre la necesidad de romper el orden de las cosas.

-¡Es imperioso romper el orden de las cosas! –fue exactamente lo que dijo.

La gente escuchaba en éxtasis y hasta se olvidaban por un momento del cóctel, que hasta antes del discurso no dejaban de atacar.

Entonces, el hombre habló de la belleza, del espíritu humano, de las artes… y así, planteó la necesidad de volver a poner estas cosas en primer sitio.

-¡Es imperioso romper el orden de las cosas! –volvió a gritar.

Las reacciones no se hicieron esperar:

-Es un verdadero artista –comentaban algunos.

-Me parece ver un mundo distinto, cuando él habla… -dijo otro.

Y claro, yo que estaba algo borracho por el abundante vino de honor, intentaba hacerme una idea de aquella propuesta: “romper el orden de las cosas”.

Así, pensé por un momento en Súperman, y en su manía de usar los calzoncillos sobre la ropa… o en un amigo que solía ponerse una parca bajo el polerón, para parecer musculoso…

Pero no podía ser algo tan simple, pensé.

Entonces, como iluminado por una extraña comprensión, decidí romper algunas cosas.

Primero fueron un par de copas, luego una bandeja y posteriormente intenté acercarme al gran artista para ver si lograba explicar mi teoría.

-¡No hay que ser tibio…! –le gritaba-. ¿Para qué conformarse con romper el orden de las cosas…? ¡Lo verdaderamente necesario es romper las cosas mismas…!

Así, mientras seguía hablándole, fui desarrollando, respecto a esa postura, unas cuantas ideas que yo estaba seguro eran del todo brillantes.

-¡El orden no se rompe…! -Intentaba explicar-. ¡Solo ubicamos los saberes en un sitio, pero no sabemos si el lugar es correcto o no es correcto…! ¡Si de verdad quieren un cambio deben atreverse a romper las cosas mismas…! ¡Hay que rechazar la posibilidad de orden!

La gente, sin embargo, comenzó a mirarme con odio, como si los estuviese atacando directamente.

-Ese hueón está loco… -decían algunos.

-Qué estupidez –murmuraban otros.

Y claro, pocos minutos después dos hombres me invitaron a salir, sujetándome de los brazos y llevándome hasta el estacionamiento, aunque sin necesidad de mayores agresiones.

Una vez ahí, pensé que mis escándalos ya no eran como los de antaño.

Es decir, seguían siendo estúpidos e involuntarios, pero lo cierto es que no terminaban por provocar a nadie.

-Soy inofensivo –me dije, finalmente.

Y entonces pensé que tal vez el tipo ese, del discurso, tenía un poco de razón.

-Mañana mismo cambio el orden de las cosas -concluí, antes de acostarme.

Luego me dormí.

2 comentarios:

  1. Toda revolución es deseada y festejada siempre y cuando no mengüe el estado de quienes la festejan...

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  2. Hola hola!!! Te dejé una mención en mi blog para que la revisés :)

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