Hoy escuchaba a un tipo hablar sobre la necesidad
de romper el orden de las cosas.
-¡Es imperioso romper el orden de las cosas! –fue
exactamente lo que dijo.
La gente escuchaba en éxtasis y hasta se olvidaban
por un momento del cóctel, que hasta antes del discurso no dejaban de atacar.
Entonces, el hombre habló de la belleza, del
espíritu humano, de las artes… y así, planteó la necesidad de volver a poner
estas cosas en primer sitio.
-¡Es imperioso romper el orden de las cosas! –volvió
a gritar.
Las reacciones no se hicieron esperar:
-Es un verdadero artista –comentaban algunos.
-Me parece ver un mundo distinto, cuando él habla…
-dijo otro.
Y claro, yo que estaba algo borracho por el abundante
vino de honor, intentaba hacerme una idea de aquella propuesta: “romper el
orden de las cosas”.
Así, pensé por un momento en Súperman, y en su
manía de usar los calzoncillos sobre la ropa… o en un amigo que solía ponerse una
parca bajo el polerón, para parecer musculoso…
Pero no podía ser algo tan simple, pensé.
Entonces, como iluminado por una extraña
comprensión, decidí romper algunas cosas.
Primero fueron un par de copas, luego una bandeja y
posteriormente intenté acercarme al gran artista para ver si lograba explicar
mi teoría.
-¡No hay que ser tibio…! –le gritaba-. ¿Para qué conformarse
con romper el orden de las cosas…? ¡Lo verdaderamente necesario es romper las
cosas mismas…!
Así, mientras seguía hablándole, fui desarrollando,
respecto a esa postura, unas cuantas ideas que yo estaba seguro eran del todo
brillantes.
-¡El orden no se rompe…! -Intentaba explicar-. ¡Solo
ubicamos los saberes en un sitio, pero no sabemos si el lugar es correcto o no
es correcto…! ¡Si de verdad quieren un cambio deben atreverse a romper las
cosas mismas…! ¡Hay que rechazar la posibilidad de orden!
La gente, sin embargo, comenzó a mirarme con odio,
como si los estuviese atacando directamente.
-Ese hueón está loco… -decían algunos.
-Qué estupidez –murmuraban otros.
Y claro, pocos minutos después dos hombres me invitaron
a salir, sujetándome de los brazos y llevándome hasta el estacionamiento, aunque
sin necesidad de mayores agresiones.
Una vez ahí, pensé que mis escándalos ya no eran
como los de antaño.
Es decir, seguían siendo estúpidos e involuntarios,
pero lo cierto es que no terminaban por provocar a nadie.
-Soy inofensivo –me dije, finalmente.
Y entonces pensé que tal vez el tipo ese, del
discurso, tenía un poco de razón.
-Mañana mismo cambio el orden de las cosas -concluí,
antes de acostarme.
Luego me dormí.
Luego me dormí.
Toda revolución es deseada y festejada siempre y cuando no mengüe el estado de quienes la festejan...
ResponderEliminarHola hola!!! Te dejé una mención en mi blog para que la revisés :)
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