Todos se preguntan por qué no llora la señora Gibbons.
Después de todo, se trata del funeral de su vecino, quien además fue el
almacenero de toda la vida y eso crea vínculos, según dicen. Así, basta mirar a
la señora Margarita (que apenas lo vio estos últimos años), o a doña Sofía (que
siempre discutía con él sobre cualquier cosa), para comprender que derramar un
par de lágrimas por el almacenero es cosa correcta y acertada, si se realiza
con mesura.
Porque claro… un llanto exagerado tampoco es buena
cosa para una vecina, sobre todo si se quieren evitar los comentarios
malintencionados que nunca faltan… Además tiene a su esposa para eso, dice la señora
Delia quien fue de paso quien me comentó lo de la falta de llanto en la señora
Gibbons.
-Tal vez es por ser inglesa… -agrega-, ya sabe
usted, dicen que esos son fríos y que toman té a las cinco porque se preocupan
más de la hora que del hambre y…
-No es inglesa –interrumpe ahora la señora Clara
que escuchaba a un costado-, parece que es irlandesa o algo así… ¿no te
acuerdas que de joven era colorina?
-Me da lo mismo si es colorina o no –contesta molesta
la señora Delia-, pero creo que no tiene sentido venir a meterse a un velorio y
estar toda seria, como si le diera lo mismo todo.
-Es igual con las plantas –dice bajito doña Sofía,
quien se suma a la conversación-. Las riega todos los días, pero no pareciera
que lo hace con gusto… yo, por ejemplo, hasta les hablo cuando las riego…
-Yo también… -dice otra.
Así, me veo de pronto en una situación algo
extraña. Es decir, la sala parece haberse dividido en dos bandos y al parecer
he quedado atrapado en uno. En el bando de todos menos la señora Gibbons, quien
sigue, por cierto, casi tan imperturbable como el almacenero bajo el vidrio,
justo en medio de los dos bandos.
-¿Te fijaste que ni se acercó a verlo? –escucho comentar
ahora a la señora Margarita-. Yo creo que a lo mejor le tenía rabia… tal vez se
molestó con él alguna vez, por algún malentendido.
-Si fuera por malentendidos yo tampoco estaría aquí
–alega la señora Sofía-, pero uno debe hacer lo correcto en estos casos… no es
excusa para actuar así…
-Eso es muy cierto –comenta otra.
Así, va pasando el tiempo en el velorio. De vez en
cuando llega una nueva vecina y tras mirar en el ataúd se acerca rápidamente al
bando mayoritario, donde se incorpora a la conversación.
-¿Saben si tenía hijos? –pregunta.
-¿Quién…? ¿La señora Gibbons?
La recién llegada asiente.
-Pues claro que sí –le responde otra-, uno. Lo que pasa
es que se fue a estudiar fuera, parece, con una beca…
-¿Y si en realidad la abandonó y por eso está así? –pregunta
ahora doña Sofía.
-Sí… yo creo que es eso –comenta ahora la recién
llegada-, una vez leí que a las personas que han sufrido mucho, la muerte ya no
les afecta tanto.
-Yo también he sufrido y me afecta –agrega la
señora Margarita.
-Claro, pero como ella es extranjera…
-No me parece adecuado, de todas formas… -dice
ahora la señora Delia.
Yo, en tanto, mientras ellas conversan y la señora
Gibbons está como abstraída, comienzo a fijarme que de tanto mirar a la mujer
extranjera, el resto de los presentes ha dejado de fijarse en el ataúd donde
está el almacenero.
Si ahora
sucediera un milagro, pienso entonces, y
el almacenero abriera los ojos, por ejemplo, nadie se daría cuenta…
-¿En qué piensa joven? –me dice entonces la señora
Marta, que venía entrando.
-En nada… -contesto-, o en que tengo que ir a hacer
unas cosas, para ser sincero…
-Pues vaya a hacerlas –me dice sonriendo-, además
usted es joven y acá deben estar las viejas, las que estamos arrancado a la
muerte, casi…
Y claro… pensé decirle algo, pero al final pudieron
más las ganas de irme y solo le sonreí de vuelta, igual que a los otros
asistentes despidiéndome a la distancia.
-Que esté bien –me desearon algunas.
E incluso la señora Gibbons hizo un gesto.
Quizá por esto, mientras me iba, comencé a sentir
cierta predilección por la señora Gibbons.
Y es que era ante ella, y no ante el ataúd, hacia
donde se inclinaban todos en ese velorio.
Su misterio
es mayor que el de la muerte, -me dije finalmente-. Y puede que hasta más definitivo…
Y claro… fue justo en ese momento cuando alguien
tocó mi hombro.
Y me voltee.
No hay comentarios:
Publicar un comentario