"Nada de psicología
(de esa que solo descubre
lo que puede explicar)"
Otto Wingarden.
Andrée, tu departamento es un desastre. Y no se
trata solo de desorden o revoltijo. Puede sonar duro, pero lo cierto es que tu
departamento es un desastre porque tu vida es un desastre y no hay otra razón
o adorno que deba decirse para justificar eso.
Puedes pensar que solo es cuestión de gustos, o de
estilo, pero te aseguro que el caos es tal que contamina, y claro, me he visto
perjudicado de una forma que tú, allá en París, supongo que no podrás imaginar.
Porque claro, tú en París ni debes pensar en lo que
has dejado, y puede que hasta creas que todo está bien y que me hiciste un
favor cediéndome este espacio… ¡Cuán errada estarías, Andrée, si de verdad
piensas aquello…! ¡Cuán apagada de luces mientras paseas justamente por la
ciudad luz…!
Y es que no se trata solo de los escritos que he
encontrado, ni de los libros de Coehlo, ni de los mensajes que día a día van
llenando la contestadora como un montón de ropa sucia… Es decir, eso es una
cosa, un problema, y es tuyo. Y desde esa mirada está bien y me tiene sin
cuidado.
Sin embargo, si te escribo hoy es para hablarte de
otro problema: uno que no era tal y que hoy ha terminado por revelarse de una
forma irreparable, en tu departamento…
¿Te lo puedo decir directamente, Andrée?
Pues bien, aquí va: resulta que desde que llegué
acá, he estado vomitando conejitas playboy.
Y no, no es mentira, ni metáfora, ni nada que aleje
esa frase de la realidad que directamente significa. Es decir, no hay
traducción posible: simplemente vomito conejitas playboy, desde que llegué acá.
Porque claro, antes vomitaba también, no lo niego,
pero eran chicas de otra clase. Señoritas sensibles, tranquilas, cariñosas…
pequeñitas, es cierto, pero nunca fueron realmente un inconveniente…
Por otro lado, los tiempos en que llegaban eran
siempre regulares. Yo sentía el malestar, luego un espasmo… y ya preparaba la
palma de la mano para recibirlas, como acabadas de nacer.
Nunca conté esto antes, y escrito así, me parece
mucho más inverosímil, pero lo cierto es que había algo natural en todo
aquello. O sea, ellas llegaban, saludaban, me pedían unos cuantos trozos de
tela y no daban problema alguno.
De vez en cuando les leía un libro, es cierto, pero
esto no ocasionaba mayor trabajo… Además, ellas parecían disfrutarlo, y hasta
ayudaban luego, en pequeñas labores domésticas.
Por otro lado, quizá por ser pequeñitas, creo que
nunca sus muertes me afectaron de una manera profunda. Es decir, un día
aparecían tendidas, como en sueño profundo y luego venía simplemente el proceso
de enterrarlas. A veces en el patio de jardín -envueltas en papel suave-, o en unas
pequeñas macetas, que compré con ese propósito.
Pero claro… eso era antes, como te decía.
Y es que desde que llegué a tu apartamento todo
pareció descalibrarse.
Vómitos en cualquier momento, dolores de cabeza
insoportables… y bueno, lo que nombraba antes: las conejitas playboy.
Con todo, no te negaré que recibir a las primeras
fue algo simpático… Pequeñitas, con sus orejitas postiza y su ropa interior
llena de encajes… y claro, lo bastante voluptuosas como para perturbar un poco…
Y sí… debo reconocer que quizá por eso, acepté en
principio atender los pedidos que me hacían respecto a cremas hidratantes,
cosméticos, comidas libres de grasa y toda esa serie de requisitos que fueron
poco a poco quitándome el tiempo que el trabajo me dejaba.
Así, no faltó mucho para encontrarme leyendo en voz
alta sobre los últimos romances de la farándula, o sobre algunas técnicas para
reafirmar el busto, o hasta construyéndoles un solárium con la lámpara de mi
escritorio y una especie de cama que armé con papel de aluminio…
¡Qué mal me hizo tu departamento, Andrée…!
¡Cuánta frivolidad dispuesta a contaminarme apenas
yo me descuidaba…!
Porque tú no te das cuenta, por supuesto, pero en
tu departamento no había nada que reflejara siquiera, algo verdadero… Flores de
plástico, libros de autoayuda, diarios de vida donde únicamente anotabas
calorías… ¡nada realmente tuyo, Andrée…! ¡Nada…!
Por eso, te dejo esta carta y vuelvo mejor, hoy
mismo, a mi biblioteca… Sé que es frívola a su manera, y que hasta me hace mal,
de vez en cuando… pero al menos se trata de mi propia frivolidad: páginas
leídas en vez de calorías… novelas clásicas… ¡Mis propias cadenas, Andrée…! ¡Mi
propio plástico!
Por último, volviendo a lo de las conejitas, te
pido que por favor limpies algunos residuos que dejé en el microondas… y es que
no tuve valor para recogerlas luego de convencerlas de los beneficios del sauna…
También, por cierto, te aviso que boté algunas
cosas que creo no necesitabas… y reescribí algunas partes de los libros de
autoayuda.
Supongo que algún día me darás las gracias, pero no
tengo apuro en recibirlas.
Saludos cordiales y buen regreso.
Vian.
Nadie llega a poner la suficiente distancia como para no verse tentado de juzgar a su prójimo...más cuando se les da la oportunidad de revolverle sus íntimas frivolidades.
ResponderEliminarUn abrazo.