miércoles, 1 de agosto de 2012

Carta a una no tan señorita en París.


"Nada de psicología
(de esa que solo descubre
lo que puede explicar)"
Otto Wingarden.



Andrée, tu departamento es un desastre. Y no se trata solo de desorden o revoltijo. Puede sonar duro, pero lo cierto es que tu departamento es un desastre porque tu vida es un desastre y no hay otra razón o adorno que deba decirse para justificar eso.

Puedes pensar que solo es cuestión de gustos, o de estilo, pero te aseguro que el caos es tal que contamina, y claro, me he visto perjudicado de una forma que tú, allá en París, supongo que no podrás imaginar.

Porque claro, tú en París ni debes pensar en lo que has dejado, y puede que hasta creas que todo está bien y que me hiciste un favor cediéndome este espacio… ¡Cuán errada estarías, Andrée, si de verdad piensas aquello…! ¡Cuán apagada de luces mientras paseas justamente por la ciudad luz…!

Y es que no se trata solo de los escritos que he encontrado, ni de los libros de Coehlo, ni de los mensajes que día a día van llenando la contestadora como un montón de ropa sucia… Es decir, eso es una cosa, un problema, y es tuyo. Y desde esa mirada está bien y me tiene sin cuidado.

Sin embargo, si te escribo hoy es para hablarte de otro problema: uno que no era tal y que hoy ha terminado por revelarse de una forma irreparable, en tu departamento…

¿Te lo puedo decir directamente, Andrée?

Pues bien, aquí va: resulta que desde que llegué acá, he estado vomitando conejitas playboy.

Y no, no es mentira, ni metáfora, ni nada que aleje esa frase de la realidad que directamente significa. Es decir, no hay traducción posible: simplemente vomito conejitas playboy, desde que llegué acá.

Porque claro, antes vomitaba también, no lo niego, pero eran chicas de otra clase. Señoritas sensibles, tranquilas, cariñosas… pequeñitas, es cierto, pero nunca fueron realmente un inconveniente…

Por otro lado, los tiempos en que llegaban eran siempre regulares. Yo sentía el malestar, luego un espasmo… y ya preparaba la palma de la mano para recibirlas, como acabadas de nacer.

Nunca conté esto antes, y escrito así, me parece mucho más inverosímil, pero lo cierto es que había algo natural en todo aquello. O sea, ellas llegaban, saludaban, me pedían unos cuantos trozos de tela y no daban problema alguno.

De vez en cuando les leía un libro, es cierto, pero esto no ocasionaba mayor trabajo… Además, ellas parecían disfrutarlo, y hasta ayudaban luego, en pequeñas labores domésticas.

Por otro lado, quizá por ser pequeñitas, creo que nunca sus muertes me afectaron de una manera profunda. Es decir, un día aparecían tendidas, como en sueño profundo y luego venía simplemente el proceso de enterrarlas. A veces en el patio de jardín -envueltas en papel suave-, o en unas pequeñas macetas, que compré con ese propósito.

Pero claro… eso era antes, como te decía.

Y es que desde que llegué a tu apartamento todo pareció descalibrarse.

Vómitos en cualquier momento, dolores de cabeza insoportables… y bueno, lo que nombraba antes: las conejitas playboy.

Con todo, no te negaré que recibir a las primeras fue algo simpático… Pequeñitas, con sus orejitas postiza y su ropa interior llena de encajes… y claro, lo bastante voluptuosas como para perturbar un poco…

Y sí… debo reconocer que quizá por eso, acepté en principio atender los pedidos que me hacían respecto a cremas hidratantes, cosméticos, comidas libres de grasa y toda esa serie de requisitos que fueron poco a poco quitándome el tiempo que el trabajo me dejaba.

Así, no faltó mucho para encontrarme leyendo en voz alta sobre los últimos romances de la farándula, o sobre algunas técnicas para reafirmar el busto, o hasta construyéndoles un solárium con la lámpara de mi escritorio y una especie de cama que armé con papel de aluminio…

¡Qué mal me hizo tu departamento, Andrée…!

¡Cuánta frivolidad dispuesta a contaminarme apenas yo me descuidaba…!

Porque tú no te das cuenta, por supuesto, pero en tu departamento no había nada que reflejara siquiera, algo verdadero… Flores de plástico, libros de autoayuda, diarios de vida donde únicamente anotabas calorías… ¡nada realmente tuyo, Andrée…! ¡Nada…!

Por eso, te dejo esta carta y vuelvo mejor, hoy mismo, a mi biblioteca… Sé que es frívola a su manera, y que hasta me hace mal, de vez en cuando… pero al menos se trata de mi propia frivolidad: páginas leídas en vez de calorías… novelas clásicas… ¡Mis propias cadenas, Andrée…! ¡Mi propio plástico!

Por último, volviendo a lo de las conejitas, te pido que por favor limpies algunos residuos que dejé en el microondas… y es que no tuve valor para recogerlas luego de convencerlas de los beneficios del sauna…

También, por cierto, te aviso que boté algunas cosas que creo no necesitabas… y reescribí algunas partes de los libros de autoayuda.

Supongo que algún día me darás las gracias, pero no tengo apuro en recibirlas.

Saludos cordiales y buen regreso.

Vian.

1 comentario:

  1. Nadie llega a poner la suficiente distancia como para no verse tentado de juzgar a su prójimo...más cuando se les da la oportunidad de revolverle sus íntimas frivolidades.

    Un abrazo.

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