No recuerdo bien de qué hablábamos con la sicóloga
laboral, pero hubo un momento de la conversación que me quedó grabado.
-Imagine por un momento que usted es una azafata… –me
dijo.
-¿De esas de los aviones…? –pregunté yo.
-Sí, una de esas –me respondió.
Y claro, yo me intenté imaginar de azafata, metido
en uno de esos típicos trajes ajustados, y debo reconocer que me dio asco.
-¿Qué pasa…? -preguntó.
-¿No puedo ser un piloto, mejor…?
-Es que tiene que atender directamente al público…
es parte de la situación.
-¿Y un azafato?
-Está bien. Imagine entonces que es usted un azafato,
y que está a cargo de la atención de la gente del avión…
-¿Yo solo?
-Mire, señor Vian –me dijo entonces cambiando el
tono-, le voy a tener que pedir que no interrumpa… manténgase con los ojos
cerrados, escuche y responda cuando yo le diga…
-De acuerdo -señalé.
Ella siguió.
-Ocurre entonces que es de noche y que los
pasajeros del avión están dormidos… usted se pasea por los pasillos… los ve
dormir plácidamente… ve un hombre con un libro sobre el regazo… luego observa una
mujer junto a su hija pequeña… todos están descansando… ¿entiende?
-Sí… todo está tranquilo –dije yo.
-Pues bien, ese es el panorama entre los pasajeros,
pero entonces… recibe usted una señal para dirigirse de forma urgente donde el
piloto… Así, usted se entera que el avión va prácticamente en picada y que no
hay, debido a la altura desde la que cae, posibilidad alguna de salvarse…
-¿Y no se siente la caída…? ¿Físicamente me
refiero?
-No. Para esta situación es necesario que sea
prácticamente imperceptible.
-De acuerdo.
-Pues bien –continuó-, usted como azafato tiene un
protocolo para estos casos: activar las alarmas, ayudar con los salvavidas
inflables… pero lo cierto es que eso es absolutamente imposible que funcione… es
decir, hay cero posibilidad de sobrevivencia según lo que le informó el piloto…
¿qué haría usted entonces?
-¿Respecto a los pasajeros?
-Claro… ¿los despertaría para alarmarlos y pedirles
que se pongan los chalecos salvavidas, aunque estos no sirviesen para nada…?
-¿Puedo pensarlo un minuto?
-En ese momento no podría… pero ahora puede, no se
preocupe.
Fue así que comencé a elaborar mi mejor respuesta. Es
decir, no se trataba de una conversación con una amiga ni mucho menos… de
hecho, se trataba de una derivación a la sicóloga laboral, a la que
sospechosamente ya me han mandado tres veces este año…
-¿Qué me dice, señor Vian? -insistió.
-Creo que en ese momento pensaría que fue un error
trabajar de azafato, y que habría sido una mejor decisión trabajar en esta gran
institución escolar, con tal alto sentido del deber y…
-Señor Vian –me interrumpió-. No diga estupideces y
dígame qué haría con los pasajeros… ¿los despierta o los deja dormir
tranquilos?
-¿El protocolo dice que los debo despertar y pasar
el chaleco salvavidas?
-Exacto.
-Pues creo que lo correcto es responder que los
despertaría y los ayudaría con los chalecos salvavidas…
-No le pregunto por la respuesta correcta, sino por
lo que en realidad haría…
-Es que no sé… si quiere que sea sincero, creo que
los miraría, solamente, con cariño… -dije sin pensar-, aunque también creo que
merecen que se les despierte…
-¿Por qué cree que merecen eso?
-Porque no decirles lo que ocurre es como
engañarlos sobre su situación…
-Pero usted no está engañando a nadie, usted solo
los deja dormir.
-No… si no les digo los estaría dejando caer, que es
distinto.
-¿Entonces los despertaría?
-No sé… creo que sería lo correcto…
-¿Podría hacer un esfuerzo por ponerse en la
situación…?
-La verdad… -le dije mientras intentaba pensarlo
seriamente-, por una extraña razón… me imagino despertando solo a los niños y
sonriéndoles…
-¿Confiando en que reaccionen bien?
-Mmm… sí, creo que sí… o al menos de forma más
sensata que la de sus padres… o sea, los adultos ante ese susto creo que pensarían
en las cosas equivocadas, los niños en cambio son más sensatos para entender
realmente por qué estar tristes, o por qué desesperarse… ante esas situaciones…
-De acuerdo… -dijo ella anotando algo.
-¿Qué puso en la hoja? –pregunté entonces.
-Puse la respuesta que la gerencia de la
institución siente como correcta, para no ocasionarle problemas.
-Gracias –dije yo.
Ella se mantuvo un momento en silencio y tomó un
sorbo del café que tenía sobre la mesa.
-¿Sabe…? –agregó entonces-. ¿No le intriga saber
cuál es la respuesta que quería la empresa?
-La empresa quería que los dejáramos dormir- dije
yo, totalmente seguro.
Ella asintió, y por un momento dejé de ver a la
sicóloga laboral y vi una persona honestamente apesadumbrada.
-¿No cree que es triste? –me dijo finalmente- ¿No
cree que es triste que el avión en que viajas se venga abajo y tú no sepas nada…?
¿No es terrible que quieran que ustedes como profesores…?
-No se preocupe –le dije yo, levantándome para
irme-. Siempre hay unos pocos que se despiertan por sí solos y otros a los que
podemos despertar, fingiendo un descuido…
-Pero el avión…
-El avión no choca hasta que choca –le dije
sonriendo, y mostrándome un poco más seguro de lo que en realidad estaba.
Luego, de una forma aún más extraña, nos
despedimos.
Así, ella terminó de llenar el informe y yo regresé
a mis clases.
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ResponderEliminarexcelente!
ResponderEliminarMe dejas pensando con una sonrisa...nos quieren mansos y entregados frente lo inevitable...o al menos, frente a lo que ellos juzgan inevitable. Desde ya que en sus mentes no hay lugar para milagros ni opciones impensadas, ni imprevistas salvaciones.
ResponderEliminarYo creo que del susto que tendría ante esa situación, con mis propios gritos los hubiera despertado!
=)
p.d
ResponderEliminarme ha parecido genial tu intento de respuesta:
"Creo que en ese momento pensaría que fue un error trabajar de azafato, y que habría sido una mejor decisión trabajar en esta gran institución escolar, con tal alto sentido del deber y…"
=)
Gracias.
ResponderEliminarFuera del supuesto, en la realidad, las turbulencias serían ENORMES y claro, todos despertarían. En la realidad, las condiciones materiales son DEMASIADO desiguales. Ese es el punto que explica el actual movimiento social.
ResponderEliminarMuy buena entrada!