miércoles, 30 de noviembre de 2011

"Creo porque es absurdo".

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En una isla de la Polinesia
existe hasta el día de hoy una tribu
que adora un árbol que entrega
frutos inútiles
año a año.

Así,
sucede que cada 6 meses
realizan una ceremonia
en que recolectan aquellos frutos
y se obtiene un número sagrado
cuya utilidad, por lo demás,
se desconoce.

Los frutos recolectados,
por cierto,
son enterrados en sacos,
pues al no contener semillas
tampoco resulta peligrosa
-ni posible-,
la sobrepoblación de la especie
como resultado de este acto.

De todas formas, los frutos,
no son combustibles
ni sirven de comida
o fertilizante,
ni tienen claramente
ningún otro tipo de utilidad
que el ser adorados.

Por si fuera poco
la sacerdotisa principal
de aquella tribu
debe ser obligatoriamente
una mujer estéril,
y las figuras que representan a su Dios,
del mismo modo,
dan cuenta de un ser sin ojos
ni oídos,
que dejó de moverse y conmoverse
ante el mundo
que lo llamaba.

(…)

Ahora bien,
no sé si quedó claro
que lo anterior es cierto…

Pero aunque no lo fuese,
-o usted lo dude, al menos-,
lo importante es ver en ello
esta tranquila manifestación de indolencia,
una adoración quieta a un Dios
cuya existencia poco tiene que ver
con la satisfacción
de nuestras propias necesidades.

Por lo mismo,
y a pesar de lo absurdo que puede parecer,
siento por un momento
al leer sobre esta tribu,
que ellos han llegado a ejecutar
una forma de amor-adoración
totalmente desinteresada.

Y es que no hay promesas.

Ni hay buenos frutos.

Ni tampoco hay nadie que los escuche
o que les entreguen palabras
que puedan servir al menos,
como guía…

Sin embargo,
y a pesar de todas esas ausencias,
siento que me invade
(al ver las imágenes de esa gente)
una sensación que es paz,
certeza y tranquilidad,
en un solo instante…

Después de todo,
sé lo que va a pasar con nosotros
al final de todo esto…
y haberlo descubierto de antemano
no puede considerarse
-comprendo ahora-,
en modo alguno una derrota…

Discúlpenme si lo transmití así
y me dejé caer
en algún instante…

Me comprometo a tratar
con más fuerza y responsabilidad
que no vuelva a repetirse.

martes, 29 de noviembre de 2011

Cosas por la ventana.

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En el departamento de arriba vive un mago.

Pero no imaginen a alguien deslumbrante
o en el mejor momento de su carrera.

Yo lo conocí y era un tipo común,
algo mayor, con ojeras
y gastado como un billete viejo.

De hecho,
solo te enteras que es mago
porque el conserje te comenta
que estuvo investigando su ficha,
tras dejarlo ingresar
con un conejo.

Como sea,
el punto aquí es que el mago
parecía tener una pelea memorable
hace apenas unos días,
pues los gritos llegaban a mi piso
con toda nitidez
y precisión:

“¡Lo que pasa es que ahora quieres huir
y esconderte en mi vida…!”
se escuchaba.

Y sí,
ese fue uno de los gritos que escuché
y hasta anoté
pues pensé que sería bueno
recordarlo más tarde,
cuando quisiera comprender al menos parte
de lo que estaba sucediendo.

Así,
(escuchando gritos)
estaba cuando de pronto
comencé a ver las pertenencias de aquel mago
lanzadas desde el piso 13.

Cayeron ropas,
platos,
y hasta pequeños muebles,
por loq ue abajo parecía juntarse
algo así como el relleno de un juguete
roto por un niño
en pleno juego.

Fueron pasando de esta forma
los minutos,
y las cosas no dejaban de caer
constantemente…

Y claro,
supongo que fue entonces
cuando el mago
debió decidir rotundamente
si terminaba de arrojar
sus pertenencias,
o comenzaba de una vez
a lanzarse a sí mismo
desde la ventana.

Eso le cuento a la policía
mientras siento que me miran extraño,
pues no han logrado dar
con el cuerpo del mago…

Incluso, me cuentan,
cuando horas después
deciden abrir la puerta
de su piso,
los policías encuentran la habitación
prácticamente vacía,
y sin rastro alguno
del supuesto mago…

Así,
luego del revuelo
y de las cosas
que aún siguen amontonadas
bajo el edificio,
no faltan los que comentan
que el último gran acto del mago
fue desaparecerse a sí mismo.

-¿Está bien dicho? –me pregunta entonces, el conserje.

-¿Qué cosa?

-Que el mago se desapareció a sí mismo…

Yo me lo pienso un poco
y al final le digo que sí,
que en el fondo todo está bien dicho…
y puede que hasta bien hecho.

-Usted también es raro –me dice entonces el conserje.

Y claro...
yo le doy la razón,
-y hasta le sonrío-
aunque sé que no la tiene.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Una única certeza.

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“El hombre es una deformidad,
una perversión de la naturaleza.
Entonces nuestros experimentos toman lugar.”
Ingmar Bergman.
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Es peligroso
hablar de la forma básica
que buscan moldear
los experimentos.

Arriesgado porque dicha forma
viene a contradecir
lo que nos enseñaron que existía al fondo
del ser humano.

Y es que a este respecto
puedo asegurarles
que toda enseñanza es equívoca,
pues lo único cierto
es que el fondo está vacío.

Nada de esencias
ni bondad
ni instinto de supervivencia:

en el fondo no hay nada

tras las máscaras
no hay nada.

Reconocer esto, por supuesto,
parece triste,
pero si lo pensamos bien
no tenemos de qué asombrarnos.

Además tampoco hay maldad,
como decían algunos
y supongo que eso, al menos,
puede ser considerado
como una buena noticia.

Puede que pocos lo acepten,
y que reclamen
y que busquen sentirse importantes
negándose a la vacuidad,
pero pueden escarbar
y ya verán que llegarán al hueso,
y descubrirán que no hay después,
solo hueso
y luego nada.

Con todo,
si bien puede parecer precario
edificarse sobre un vacío,
creo que es en esta verdad
donde reside realmente
el valor de la experimentación
de toda acción humana.

Y es que no hay nada
y creamos música;
no hay nada
e intentamos una y otra vez
llenar ese vacío,
sin derrumbarnos…

No importa qué tan consciente
estemos de ese proceso,
pero lo cierto es que lo hacemos
y que la ilusión de llenarlo
nos mantiene en pie.

De esta forma,
es en torno al globo que somos
que creamos un mundo,
y no hay aristas en la vida que elegimos
ni agujas, ni filos,
ni nada que ponga en real riesgo
lo que llamamos nuestro ser.

Así,
acolchamos el mundo
como esos cuartos para locos,
y podemos estrellarnos contra ellos
sin peligro
de reventar.

Y claro,
uno debiese aceptarlo, finalmente,
e intentar otra cosa,
o simplemente juntar más fuerza…

¿pero saben?

la decepción y el vacío
no son amigos de la fuerza...

Y es que esta es la historia de un hombre
que no lograba reventar:

Esa, es mi única certeza.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Para explicarlo habría que usar la imaginación.

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“Lo que amaba en ese entonces
era absurdo e incompleto
como el sentido del mundo”
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Para explicarlo habría que usar la imaginación. Recordar por ejemplo la historia de la Cenicienta, pero haciendo algunos cambios. Narrarla desde el príncipe, tal vez, que nada sabe.

Imaginarlo entonces, en el palacio. Atendido y hasta mimado por todos quienes le preparan un baile. Porque bueno… es un príncipe y debe casarse… Y es que usted sabe, son las normas… la cuestión social y las costumbres, me refiero… pero es también el corazón de todos el que después alega… porque eso de estar solos es para pocos y entre esos pocos no puede haber un príncipe… sería un desperdicio, ¿no creen?

Pero claro, se me olvida decir que lo que queremos explicar no se reduce a afectos ni a cuestiones de pareja. O no exclusivamente a ello, por lo menos. Se trata más bien de ese elemento perdido con el que pretendemos recomponer el sentido de lo que hemos extraviado, aunque sin saber muy bien cómo hemos de hacerlo.

Así, imaginemos por un momento que en vez que la zapatilla de cristal el príncipe haya encontrado ni más ni más ni menos que un pie. Sin sangre ni nada, pero netamente humano: piel, uñas y hasta olor desagradable si se deja al sol.

Un pie vivo entonces, aunque incapaz de dar un paso.

No piense nimiedades eso sí. Olvídese si es el derecho o el izquierdo o cosas de ese tipo. Solo imagine que el príncipe ha encontrado un pie. Un pie perfecto, para él. El pie que da sentido al mundo, por llamarlo de alguna forma.

Y bueno… yo dejaría la historia hasta ahí, pero lo cierto es que todo príncipe tiene consejeros. Así que es muy probable que tras enterarse de lo sucedido dichos consejeros atormenten al príncipe con inquietudes erróneas:

-Debe usted buscar a la dueña de ese pie, señor príncipe –por ejemplo.

Y entonces el príncipe dudaría si el sentido que ha encontrado es realmente un sentido completo, y miraría ahora al pie casi como a un usurpador. Y pensaría así que eso del amor es siempre algo que está más allá de lo que alcanzamos a percibir. Y que solo tenemos acceso a los elementos del amor, a sus pruebas, diría el príncipe, pero a nada más.

Los consejeros llevarían entonces el pie por el reino, buscando con detención a la afortunada que ha de recobrar su pie, y de paso, servir de pilar al mundo del príncipe que tras la inclusión y exclusión del pie perfecto, parece comenzar a desmoronarse.

Pero claro, para explicarlo bien habría que decir que pasaron años. Que los consejeros buscaban y buscaban infructuosamente a la dueña del pie, mientras el príncipe, sin pie y sin princesa -y sin sentido del mundo, por añadidura-, comenzaría de pronto a plantearse una nueva posibilidad:

-Y si el pie… –se diría el príncipe-. ¿Qué ocurriría si el pie hubiese sido solo eso: un pie perfecto, no perteneciente a nadie…? Un pie como una llave que permitía el acceso a ese cuarto que ocultaba el secreto que está en la naturaleza de todo hombre… ¿Qué tal sí…?

Pero no. Hasta ahí solamente puede ser, pues un príncipe no debe pensar tanto. Ni mucho menos llegar a conclusiones que pongan en riesgo su propia aceptación, y su naturaleza…

Por eso –para que no obliguemos al príncipe a llevarnos a conclusiones que no puede nombrar-, es que les pido que usemos la imaginación, y volvamos por un momento al pie que fue perfecto.

Un pie que fue perfecto, decía, pero ahora envejecido. Deteriorado por el manoseo de los consejeros y la mirada codiciosa de quienes arrebataron incluso su propio pie, para ver si podía prestarse a confusión…

Y es que finalmente, con pie o sin pie, el sentido último que adquieren las cosas que amamos ha de parecernos siempre incompleto, carente de algo que acostumbramos buscar sin razones válidas, como si evitásemos en el fondo llegar a destino, o a un final que se revela de improviso y luego ya no queda más opción que aceptarlo…

-¿Pero y si el príncipe…? –comenzará a preguntar entonces una voz inoportuna.

-¡El príncipe nada…! –habría que contestarle-. ¡El príncipe está bien como está!

Y entonces el silencio.

Y el fin.

sábado, 26 de noviembre de 2011

¿Sabes por qué vas a morir?

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I.

-¡¿Sabes por qué vas a morir…?! –me gritó, apuntándome con un arma.

Yo no contesté. Pensé en decir algo chistoso, pero debo reconocer que estaba un poco asustado… Y claro, el sol me había dado por horas y estaba adormecido y bueno… sucedía que además no soy chistoso.

-Vas a morir de puro ahueonao –continuó-, porque te vai a hacer el valiente y te voy a tener que disparar y la sangre te va a correr por la cabeza…

Yo sentía el cañón del arma contra la nuca así que comencé a levantarme, porque pensé que el tipo quería eso ya que me golpeaba a cada rato y me empujaba con el arma.

-¡¡Pa dónde vai, hueón..!! –me gritó entonces.

-Pensé que querías que me moviera…

-¡No tenís que pensar po ahuenoao…! –volvió a gritar- ¡Esa hueá te va a traer puros problemas…!

El tipo tenía razón, me dije. Quizá era posible que me estuviese atacando un adivino, o algo así. Aunque de ser así debía también saber que no andaba con nada de valor…

-¡No te dije que no pensarai…! –me dijo, mientras volvía a golpearme con el arma.

Yo seguí en silencio.

-¿Tenís celular? –me preguntó entonces.

-No. No uso…

-¿Y qué tenís en la mochila?

-No sé bien… libros, creo…

-¡Abre la mochila y muestra…! –me ordenó, alejándose un paso.

Me levanté de donde me había tendido a descansar y mientras abría la mochila pude percatarme que el hombre que me asaltaba era un enano, como de un metro diez, calculé…

-¡No mirís pa acá y vacía la mochila…! –seguía gritando el enano.

Yo entonces la vacié. Tenía cuatro libros, y una botella plástica donde quedaba todavía un poco de agua. En el fondo también encontré un lápiz, que pareció desconcertar al enano.

-¡¿Y pa qué mierda es el lápiz..?! –preguntó.

Yo no supe qué contestar.

-¡¿Pa qué mierda es el lápiz… te pregunté…?!

-¿Cómo…?

-Que si anduvierai con cuadernos tenís que andar con lápices, po hueón… pero andai con libros… ¡¿o le vay a dibujar caritas a las “o”…?!

-Eh… no…. Debe haberse quedado en la mochila…

-¡¿Y a qué mierda venís al cerro con libros y una botella con agua…?!

Yo no supe qué contestar. Se trataba de esas acciones que suelo hacer un poco sin pensar, como si arrancase de algo.

-¡Te pregunté pa qué venís..!

-Es que no sé bien –intenté explicar-, quizá para aclararme, o…

-Ya, cállate no más, ya sé lo que te pasa.

-¿Qué me pasa?

-Lo que pasa es que tú no entiendes –dijo el enano, cambiando el tono.

-¿Y qué es lo que no entiendo?

-Que sería peor si entendieras.

-Entonces es mejor así –dije haciéndome el simpático.

-No me refiero a ese entender –siguió el enano, bajando un poco el arma-. Ese entender es una mierda… me refiero a la comprensión de verdad… al descubrimiento de lo que realmente son los otros.

-¿De qué otros me hablas? –pregunté.

-Tú sabes, no te hagas el hueón –contestó molesto, recuperando el tono agresivo y hasta volviendo a levantar el arma.

Entonces, mientras el enano volvía a apuntarme me fijé bien en aquel hombre. Y me percaté que además de enano, el tipo aquel vestía un extraño traje, de tonos verdes, como si hubiese estado disfrazado…

-¡¿Qué miras…?! –preguntó, molesto.

-Nada –dije-, o sea, la ropa, un poco…

-¡No es ropa…! ¡Es disfraz! –me interrumpió-.

Y claro, yo confirmé mis sospechas.

Lo extraño, sin embargo era que aquel disfraz –pensaba-, era justamente un disfraz similar a la idea que nos hacemos de un enano, o de un duende… es decir, era un disfraz que lo dejaba igual a sí mismo…

-¡Y qué hay de malo en disfrazarse de uno mismo…! –me lanzó-. ¡¿Acaso no es lo que hacen todos…?!

-Pero…

-¡Nada…! ¡Todos lo hacen! Se disfrazan de ellos mismos, pero luego representan el papel como la mierda… ¡no saben representar el puto rol de sí mismos…!

El enano gritaba ahora moviéndose de un lugar a otro, como desesperado. Quizá por eso no pudo descubrir que yo ya pensaba en lanzarme y agarrar el arma, aprovechando la situación.

Sin embargo, apenas me lancé, el enano dio un salto hacia atrás y apretó el gatillo… Y bueno, yo sentí algo helado atravesándome la cabeza y salí despedido hacia atrás, cayendo al piso.

-¡Y mas encima no tenís celular…! –gritaba el enano dando vueltas, con aparente nerviosismo.

Fue entonces que debo haberme dormido, pues no recuerdo nada más, salvo la figura del enano corriendo en torno mío, y gritando incoherencias.


II.

Desperté cuando comenzaba a oscurecer, con el rostro ensangrentado.

Tomé el agua que quedaba en la botella y me dispuse a bajar, sintiéndome extrañamente bien.

De hecho, cuando llegué a un pequeño arroyo que había cerca de la carretera, me lavé el rostro y más allá del agua roja, al lavarme, no logré dar con ninguna señal de herida, o algo similar.

A pesar del absurdo, recuerdo, no me sorprendió aquella situación, y solo pensaba que esa agua estaba fresca.

Un par de horas después llegué al departamento y comencé a darle vueltas a algunas de las cosas que me había dicho el enano.

Era extraño, pero al pensar, sentía que algo así como el mecanismo del pensamiento se había vuelto más simple, como cuando te lavas el pelo después de cortarlo y te parece que falta algo, y que todo resulta más fácil… o más breve, al menos.

No sé, sin embargo, si la sensación vaya a durar, o si tiene alguna utilidad, o hasta algún sentido.

Yo creo que sí, claro… pero esa es otra de las cosas que hoy por hoy se me escapan.

Con todo, creo que una buena conclusión sería que cuando vuelvan a preguntarme si sé por qué voy a morir, yo debiese ser doblemente valiente y contestar que voy a morir porque estoy vivo.

Y es que una valentía sería por atreverme a contestarlo, mientras que la otra –la más importante, por cierto-, debiese llevarme justamente a estar vivo… y dejar de pensar tanto, previamente, en cómo estarlo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Sobre cómo conseguir aquello en que no se cree profundamente.

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-Nunca consigo nada en que no crea profundamente –me dijo.

Yo la escuchaba hablar, pero desconfiaba justamente pues sentía que ella creía poco en sus palabras.

-Puede sonar a conformismo –continuó-, o a excusas que se da una para justificar nuestros fracasos, pero lo cierto es que cuando realmente he creído en algo, aquello termina funcionando tal y como yo quiero, sin oponer resistencia…

-Mmm…

-¿Por qué “mmm”…? ¿No me cree?

-No es eso… -intenté explicar-, puede que sea verdad lo que dices, pero siento que la dices sin creer en ella.

-¿Qué digo la verdad sin creer en la verdad?

-Sí…

-¿Y de que sirve creer o no creer si de todas formas es verdad? ¿Acaso creer no resulta al final algo superfluo?

-Mmm… no, no creo. Mira… imagínate un vagabundo que se convierte en millonario…

-¿Para qué?

-Solo imagínatelo… Piensa que encuentra un día una maleta llena de euros, pero el vagabundo piensa que es dinero falso, o de juguete… ¿no sería acaso para él más importante creer en ese dinero que la verdad del hecho de encontrarlo…?

-Puede ser… pero no me refiero a eso. Yo no hablo de la verdad de los hechos, sino de la verdad, a solas…

-La verdad no existe fuera de los hechos –le dije entonces.

Ella se agachó entonces para recoger algo del suelo y pareció recordar algo.

-¿Sabes? –me dijo-, hubo un tiempo que fui scout, y que intentaron convencerme para que me hiciera cargo de un grupo, pero al final, no resultaba ser yo alguien confiable…

-¿Por qué?

-Porque olvidaba todo… los nudos, las recomendaciones… las cosas serias, en el fondo. Y claro, no soy de las que ponen atención, y menos si voy al bosque. Por ejemplo, con las setas venenosas… siempre las confundo y termino comiendo justo esas, y después muero…

-Pero si estás viva…

-Ah, sí… ja,ja,ja es que exagero un poco… pero supongo que se entiende a lo que quiero llegar…

-Pues no estoy seguro… en un momento incluso, con lo de la muerte, pensé que te referías a la reencarnación, o algo así…

-Para nada, la idea de la reencarnación me desagrada incluso…

-¿Por qué?

-Porque nos lleva a la irresponsabilidad… es decir, somos responsables de una vida, de varias no…

-Mmm…

-¿“Mmm” nuevamente…? ¿Puedo saber qué es lo que te enoja?

-No me enojo, ya te dije… pero es que no logro entender de buena forma qué es lo que me estás diciendo…

-¿Y te molestas entonces porque te hago perder el tiempo?

-No… sinceramente no… Además existen mil formas de perder el tiempo… esta no tiene por qué ser peor que otra…

-Sí… no te preocupes por eso y has como yo, que en el fondo estoy alegre…

-…

-Lo que pasa es que el otro día me encontré con Rosine…

-¿Es un antidepresivo?

-Ja, ja, ja… no, es una persona… de hecho es una persona en extremo triste, pero me alegra.

-¿Y por qué está triste?

-¿Cómo?

-¿Qué por qué Rosine está triste?

-Eh… no sé… pero son años, o sea ella es así…

-¿Y nunca han averiguado por qué?

-Eh… no, pero es que eso nos desvía de tema además… y luego ya no puede clasificarse.

-¿Clasificarle?

-Sí, para guardar todo y poder contarles a los otros de qué hablamos, por ejemplo.

-¿Y podrías decir tú acaso, de qué hablamos?

-¿Cómo? ¿De qué hablamos recién…?

-Sí, ¿podrías hacerlo?

-Eh, creo que no…

-¿Y no tomas eso como un fracaso o algo así? –le pregunto algo molesto.

-Pues la verdad es que no –me dice ella, finalmente-. Además, ya te lo dije en un inicio.

-¿Qué cosa?

-Que nunca consigo nada de aquello en que no creo profundamente.

-Esa es tu justificación entonces.

-No… Esa es la verdad, más allá de que tú me creas o no, según tu conveniencia.

(...)

jueves, 24 de noviembre de 2011

Ella tenía un ratón blanco.

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“-Es un desastre, -dijo Chick-,
habría que llamar al arquitecto”.
Boris Vian
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I.

Ella aseguraba que tenía un ratón dentro. Un ratón blanco.

Quizá por eso –por ser blanco-, la situación no parecía serle tan incómoda, pues un ratón blanco es, después de todo, un animalito simpático -y hasta limpio-, si nos dejamos llevar por la superficie, por supuesto.

Nosotros conversábamos con ella y, de vez en cuando, deteníamos el diálogo y ella nos indicaba dónde había sentido el ratón en ese instante.

-Lo sentí recién en mi pierna derecha –decía, por ejemplo. Y nosotros nos mirábamos como aceptando sus palabras, sin cuestionarnos demasiado todo aquello.

Y es que ella era tan linda, pensábamos, tan encantadoras sus historias y todo lo que nos transmitía, que cuestionar aquello habría sido como poner en duda una especie de ideal, o ensuciar un poco lo que sentíamos por ella, que no dejaba de ser una de las pocas cosas agradables, que teníamos por ese entonces.

Sin embargo, con el paso de tiempo la situación empeoró. Es decir, ella comenzó a obsesionarse con la idea del ratón, y el asunto resultó ser más serio de lo que creíamos.

-Vian –me dijo un día, en que estuvimos a solas-, aunque sea blanco el ratón que tengo es un demonio…

-¿A qué te refieres? –le pregunté.

-A que me está comiendo dentro, Vian… cada día me encuentro más vacía… es como si el ratón ese buscara hacerse espacio, y yo me fuese quedando sin nada.

-¿Sin nada?

-Sí… como con menos de mí misma adentro…

Y claro, yo no sabía bien qué decirle, pero como la veía cada día un poco más triste, al final terminé por recomendarle alguna estupidez, como ir al médico o hacerse exámenes, o algo por el estilo.

-Eso no sirve de nada –me dijo entonces, refiriéndose a mis consejos-. Ellos han buscado y no encuentran nada, y aunque no lo creas yo sé que el ratón existe de una forma especial…

-¿Imaginariamente…? –me aventuré a decir.

-No. No se trata de eso –me corrigió, algo molesta-, el ratón es real, solo que su realidad, digamos, solo puede medirse por otros parámetros…

-¿Y entonces no puedes hacer nada?

-Puedo, pero tienes que ayudarme –me dijo-.

-¿Y qué debo hacer? –pregunté.

-Ayúdame a tragar un gato –me respondió entonces, de lo más seria.


II.

Debo reconocer que pensé mucho qué hacer ante aquella petición. Pero al final, decidí que intentar aquello era menos peligroso que encontrarla muerta tras tragar veneno para ratas, o algo parecido.

-Tengo un plan –me dijo entonces. Y lo explicó.

Su plan consistía en tomar un gato recién nacido, y, tras sedarse, hacer que el animal entrase en su organismo, a través de la garganta.

-Debes fijarte que no haya dificultades y que el gato no resulte dañado –me explicaba- y además, debes meterlo amarrado con un hilo y preocuparte de sacarlo.

-¿Cómo Ariadna?

-Sí. Tú envías a Teseo y te preocupas de que regrese, para no estar tragándome un perro más adelante y que el asunto se vuelva como la canción esa...

-¿Cuál canción? –pregunté entonces.

Pero ella no respondió.


III.

Con todo, fueron pasando los días y el plan nunca llegaba a ejecutarse.

No es que yo creyera que fuera posible, pero pensé que al menos ella iba a aparecer con un gato pequeño y me iba a pedir que la ayudara.

Pero no fue así.

En cambio, tras unas cuantas semanas me llegó un mail con noticias de ella.

“Ya es tarde –decía el mail-. El ratón terminó de comerse todo y solo me queda desaparecer. Sé que puede resultar extraño, pero en el fondo es simple: se comió todo”.

Y bueno… yo no entendí bien el mail, y esperé por un tiempo que llegara otro, pero al final terminé yo mismo enviando una gran cantidad de mensajes, sin obtener respuesta.

-¿Y no tienes cómo ubicarla? –me decían mis amigos.

Y yo decía que no. Que el mail. Que un teléfono que no contestaba. Que no tenía cómo, en definitiva.

Por último, sucedió que a mí mismo comenzó a obsesionarme aquel asunto y hasta intenté buscarla –infructuosamente-, unas cuantas veces.

Así, finalmente –porque todo ha de tener un final, supongo-, ocurrió que en la última búsqueda encontré algo: un pequeño ratón blanco.

Y bueno… el animal se acercó a mí, como si me conociera, e ingresó en uno de mis bolsillos, como si hubiese recorrido el lugar, de antemano.

Ahora, que han pasado años desde lo que cuento, he de confesar que el ratón se murió a los pocos días, ahogado en uno de mis bolsillos, y que extrañamente cuando saqué el cuerpo, este se había vuelto negro.

¿Y saben…?

Quizá sea un mal final para aquello que quería contarles… pero lo cierto es que nunca logré comprender si aquella historia, encerraba o no, alguna enseñanza.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿Será tan simple?

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En casa de tía Ruth podías descubrir cosas. Fotos viejas entre los libros, historias que contaba mi abuela y hasta una pieza con trozos de género y otros cachureos que se iban apilando sobre el suelo o en algunos muebles viejos.

Un día, sin embargo, descubrí algo que me impactó, y que me obsesionó de tal forma que guardé el secreto como si de verdad hubiese sido algo importante. Se trataba de uno de esos papeles con pegamento que sirven para atrapar moscas.

Yo no los conocía hasta ese entonces y lo cierto es que no lograba comprender para qué servían ni tampoco lograba asociarlos con ninguna de las personas que vivían en aquella casa.

Es decir, no me imaginaba ni a mi tía, ni a mi abuela ni al esposo de mi tía poniendo ese papel con el fin de capturar unas cuantas moscas. No sé por qué, pero recuerdo que en ese entonces me pareció algo fuera del sentido de las acciones de aquella casa.

Pero bueno, lo cierto es que todos los días encontraba un momento para acercarme hasta ese cuarto y vigilaba qué había pasado con las moscas atrapadas.

Y claro, fue entonces cuando descubrí que además de ser atrapadas las moscas se morían sobre aquel papel, y todo me pareció aún más extraño.

Y es que ¿podía uno llegar a morir incluso, por quedarse pegado…?

Recuerdo que yo me preguntaba eso casi obsesivamente. Analizaba la situación, buscaba algunas hipótesis.

“Mueren por que no pueden ir a comer ni a beber, no por estarse quietas”, me dije. Y eso me tranquilizó un poco.

Con todo, y quién sabe si para comprobarlo, un día en que una mosca acababa de ser atrapada me dispuse a dejarle algo de beber y de comer cerca. Así, pensaba, iba a comprobar realmente si las moscas morían solamente por estarse quietas o era más bien un asunto de alimentación.

A las horas, sin embargo, la mosca estaba muerta, y la teoría que decía que la quietud era la causante de la muerte comenzó a abrirse paso, y asustarme.

Y es que aquello parecía formar parte de esas cosas que ningún adulto te decía. Un secreto que estaba dentro de un cuarto cerrado, lleno de cachureos y al que nadie hacía referencia alguna.

“Si no te mueves, te mueres”, decía ese secreto, sin palabras.

Y así, a medida que el papel se iba llenando de moscas muertas, en las noches sus fantasmas parecían dar vueltas al interior de mi cabeza y traerme estas ideas.

Y claro, ocurrió entonces que el tiempo en casa de tía Ruth debía acabar, y uno -que había llegado a rozar la comprensión con aquel descubrimiento-, pasaba a sentirse ahora como pegado en otro papel. Un papel más amplio y sin significado alguno, por cierto, donde uno mismo permanecía como un signo incomprensible, y único.

-¿Vienes por las moscas? –me dijo sorpresivamente mi abuela, el día en que me despedía.

Yo la miré y no supe qué contestarle. Aunque entendí, claramente, que comprendía todo lo que ahí sucedía.

-No hay nada que hacer por aquellas moscas –siguió mi abuela-, ellas ya están pegadas o muertas, o simplemente en proceso… pero tú, fíjate en ti…, esa es tu tarea...

Luego, mientras sonreía, habló sobre algo referido a mis libros. A mis vacaciones llenas de libros. Y hasta me contó una historia que nunca supe si era, interiormente, un poema o un chiste, y que hablaba sobre el paso del tiempo.

Así, finalmente, me fui de casa de tía Ruth y volví a casa de mis padres, desde donde también me fui, con el tiempo.

Y claro, pasaron los años y mi abuela murió. Y en pocos más morirán mis tíos. Y mis padres. Y supongo que cuando pasen algunos otros hasta yo me sumaré al ruedo…

¿Y saben…? No digo que haya que evitar esto… pero supongo que hay que fijarse al menos dónde nos vamos quedando, en el intertanto…

¿Será tan simple, todo esto?

¿Será tan triste?

martes, 22 de noviembre de 2011

En el fondo estarás contenta.

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Ellas conversan de cualquier cosa. Pero entre una frase y otra parecen nacer verdades. No importa que las frases sean rígidas, o secas… las verdades aparecen igual, como las flores entre el pavimento, por dar una imagen reiterada.

-Pero en el fondo estarás contenta –dice la mayor.

-¿Qué significa en el fondo?

-En el fondo de ti misma, tonta…

Entonces la pequeña queda mirando hacia algún sitio. Quizá hacia el fondo. O buscándolo, al menos.

Y claro… yo podría mentir e inventar una larga conversación. Reflexiones sobre el fondo. Dónde está, o cómo podemos saber que realmente es el fondo y no hay otro, luego de ese… o jugar a preguntar quién vive en el fondo, realmente… Si es el mismo yo que vive afuera y si serán ciertas las sensaciones que él tiene, o cosas de ese tipo.

Podría así escribir una historia tierna, avanzar y sumergir a esa niña en sí misma para ver si es cierto eso de que está contenta y convertirla en la heroína de esa búsqueda… pero algo habría en eso que no sería cierto.

Y no quiero mentir.

Porque mentir me agota.

Y hasta duele.

En cambio, me quedo un rato junto a ellas y las veo jugar con el celular. Hablar sobre una amiga que va al recital de Britney Spears y luego volver a quedarse en silencio

Entonces una de ellas saca una corona de lentejuelas y se la pone en la cabeza.

Yo podría entonces jugar y decir que ella es toda una princesa.

Pero se trata solo de una niña que se ha puesto una corona.

Es entonces cuando me pongo a pensar cuál es realmente la verdad que aparece entre frase y frase de estas niñas.

Porque busco esa verdad. Créanme que la busco.

Y es que una historia sin esa verdad termina siendo nada. O casi nada.

Así, finalmente, las niñas se van y yo me quedo.

Usted me lee y yo me quedo.

Y claro: en el fondo estarás contenta -o contento-, te dicen.

Pero sabes que no es cierto.



lunes, 21 de noviembre de 2011

Afuera falta el aire / Afuera falta el aire que da vida.

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“El ideal, en nuestros pensamientos,
está inamoviblemente fijo. No puedes
salir de él. Una vez y otra has de volver siempre.
No hay ningún afuera; afuera falta el aire
que da vida.”
Wittgenstein.
.

No hay afuera.
No hay afuera nada.
No hay afuera nada vivo.

Creamos el ideal.
Creamos el ideal equivocado.

Luego lo cargamos.
Luego lo cargamos siempre.

Pero el ideal está.
Pero el ideal está muerto.

Pides una cerveza.
Pides una cerveza más.

No se te ocurre otra cosa.
No se te ocurre otra cosa peor.

El bebé de ella.
El bebé de ella, piensas.
El bebé de ella, piensas, nació.

Luego lloras.
Luego lloras riendo.

El bebé de ella, piensas, nació muerto.

Y es que el mal.
Y es que el mal existe.
Y es que el mal existe dentro.

Piensas que no.
Piensas que no importa.

Pero la verdad no.
Pero la verdad no es.
Pero la verdad no es juego.

Tu dolor.
Tu dolor existe.

Y no se va.
Y no se va jugando.

Todos aprenden.
Todos aprenden eso.
Todos aprenden eso, finalmente.
Todos aprenden eso, finalmente, tarde.

Porque el daño se instaló.
Porque el daño se instaló aquí.

Y es que a veces.

Y es que a veces falta el aire.

Y es que a veces falta el aire que da vida.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Todos saben lo que hacen.

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No los perdones.
Todos saben lo que hacen.
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El viejo no me engaña. Habla como si no importase, pero yo sé que le importa. Habla como si ahora ya fuese tarde, pero ambos sabemos que aun es tiempo. Viejo de mierda.

Me cuenta que fue por 20 años a tomar al mismo bar, y que luego se dio cuenta que era mejor cambiar de sitio, y que no tenía ninguna importancia. Finge que pensó que era difícil y me da un sermón sobre todas aquellas cosas que creemos difíciles y que no terminamos haciendo. Pero el viejo miente y él lo sabe. Y sabe que me da rabia, pero no sabe por qué.

Luego enciende un cigarro y habla sobre el derecho de hacerse daño a uno mismo. Incluso me dice que si me molesto no tengo más que alejarme de aquel sitio. Lo dice casi como creyendo que se hace más duro con todo eso, pero yo sé que el viejo no quiere hacerme daño. Y que si me quedo acá todo el rato va a apagar el cigarro. Porque el viejo juega a no serlo, pero en el fondo es bueno, y sabe lo que hace.

Luego se hace el chistoso contando una historia. Me cuenta que lo echaron de su trabajo porque se estaba quedando sordo de un oído. Luego entre risas falsas me dice que ya estaba sordo del otro.

El viejo trabajaba de portero en un edificio. Juega nuevamente a contarme que era un trabajo como cualquier otro. Eso dice, pero en realidad le duele que hoy sean vigilantes y no porteros lo que se necesita. Nada de dar los buenos días, piensa el viejo, hoy la gente entra y sale de todos lados como en una estación de tren. Incluso entran y salen de entre ellos mismos, como si nada les importase. Pero lo triste es que sí le importa. Y él lo sabe.

Lo chistoso, dice entonces el viejo, es que aunque sea prácticamente sordo puedo entenderme de lo mejor con los demás. Argumenta entonces el viejo que en realidad todo es obvio y fácil de seguir, aunque no escuches nada. No importa si se habla del amor, de la vida o hasta del destino de todos… todo es predecible y sin importancia, solo que hay que fingir y no decirlo en voz alta, dice el viejo.

Usted está mintiendo, viejo de mierda. Le digo. Usted finge que es un juego, pero no se lo cree. Y yo le importo. Y el mundo le importa.

El viejo se ríe y me dice que no escucha. Y hasta me invita una cerveza y sigue con sus análisis mediocres y falsos, que ya ni siquiera se sostienen.

Es así como el viejo sigue con sus historias. Y me habla del tiempo en que trabajo para el ejército en el período militar. Y me cuenta como violaban a algunas mujeres y hasta señala que está segura que a ellas les gustaba, y que era mejor que meterles ratones o ponerles fierros calientes, después de todo.

Luego habla de que los tiempos han cambiado. Y en el fondo busca que lo golpee. Que no crea en él. Que lo haga mierda.

Nadie tiene coraje para poner las cosas en su sitio, me dice. Por último vuelve a reír.

Yo lo miro y sé que no debo hacer lo que él quiere. No por no darle en el gusto, sino porque es mentira.

El viejo sigue aparentando que disfruta su maldad, pero en realidad ya está botando el humo del cigarro hacia otro lado.

Y es que es fácil ser malo, ser el antagonista, jugar a que el mundo no importa y hasta hacernos daño. Pero yo sé que sabes otra cosa, viejo de mierda. Y te lo voy a demostrar.

Y voy a venir todos los días a que me cuentes las mismas historias y voy a sentarme cerca del humo y tomar hasta hacerme daño. Porque no voy a perdonar que sigas jugando con todo esto.

Y si te golpeo o no vuelvo simplemente vas a haber ganado, o perdido de la forma en que elegiste salir derrotado.

Sabes que esto no es un juego y vas a tener que reconocerlo. Y te va a doler el daño realizado y luego no te va a doler, y te vas a dar cuenta que en el fondo lo que hice fue darte un regalo.

Y sí… la vida se me puede ir en esto, pero lo hago por ti, viejo de mierda.

Lo hago por ti.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Hoy no.

.
No soy Vian.
Hoy no.
Hoy soy otro.

Por respeto a él,
sin embargo,
y porque no quiero
que esto acabe,
hoy pretendo contarles
un par de cosas
que nada tienen que ver
con su eventual ausencia.

Y claro,
para no desviarme mucho del estilo
ni de los temas,
parto diciéndoles
que conocí a Vian
grabando textos
para una institución
que trataba con personas
con discapacidades visuales…

Vian era unos años menor que yo,
y era silencioso y parecía triste
y pensamos que no serviría
para aquel trabajo,
pero lo cierto es que se transformaba
al momento de grabar,
y transmitía algo que voy a omitir describir,
pues Vian no me perdonaría los halagos.

Lo extraño de sus grabaciones,
sin embargo,
fue algo de lo que no nos percatamos
en un primer momento,

y es que en vez de grabar cuentos
o novelas
como hacían los otros voluntarios,
Vian intentaba contar en sus grabaciones
cómo se veían ciertas pinturas,
o dibujos.

Así y todo,
no se trataba simplemente
de una descripción,
sino que era hablar el cuadro,
ver al pintor, las sensaciones previas…

Recuerdo por ejemplo
una grabación que hizo
sobre los 27 puentes de Hiroshige.

De hecho,
fue la primera vez en que me di cuenta
qué era aquello
que verdaderamente estaba haciendo.

Vian se sentó así frente al micrófono
y con las imágenes marcadas al interior de un libro
comenzó a mirarlas y a hablar de un montón de cosas
que parecían no tener que ver con los cuadros
que supuestamente describía.

Recuerdo que esa vez se lo dije,
y hasta lo retamos un poco
porque se alejaba de las reglas…

pero claro,
un día en que me vi sin nada que hacer
por algunas horas,
cerré los ojos y descubrí
que aquellas grabaciones funcionaban
de una forma tal
que parecían depositarte
justo en medio de esos puentes,
-en medio de la lluvia
o bajo la nieve-,
y que uno era, en definitiva,
quien debía decidir qué hacía luego,
desde esa posición.

Lamentablemente
-y en esto no voy a profundizar-
hubo alguien que se lanzó del puente
donde lo habían dejado
y Vian guardó silencio
por varios años
y exigió borrásemos todas las grabaciones
que él había realizado.

Nadie pudo convencerlo
de lo contrario
y fue así que lo perdimos de vista
hasta hace un par de años,
cuando dimos con él de casualidad
y descubrimos una serie de magulladuras
que revelaron
que él también se había lanzado
de esos 27 puentes
hasta que se dio cuenta de algo más.

Luego se ha ido transformando en el Vian
que acostumbra estar por acá,
cada día,
bajo la promesa de cerrar esto
si no cumple su palabra.

Por eso tengo un poco de miedo.

Porque no soy él,
pero lo conozco…
y no quiero que desaparezca
nuevamente.

De hecho,
hoy me cambio por él
para que no suceda.

Y no hablé de las razones de su ausencia,
porque ese fue, en parte,
el compromiso.

Y él me enseñó que los compromisos
con aquello que amamos
son importantes.

¿Y saben…?
hoy no puedo exigírselo,
pero espero que él también
recuerde aquello,

de alguna forma.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Este no es un texto.

.
Este no es un texto.

Este soy yo.

Y estoy aquí no para que me lean
sino para mirarlos directamente
a los ojos.

Así,
no voy a bajar la vista
hasta que comprendan
que estas palabras
no son lo que parecen…
y acepten que los vea
aunque sea un momento.

Les voy a decir para qué,
pero permítanme primero
contarles una historia.

Una vez en un bar
un tipo de dos metros y 120 kilos
pareció ofuscarse cuando intenté mirarlo.

Me acusó de maricón,
de enfermo
y hasta me lanzó un cenicero de metal
haciéndome una herida en la frente.

Con todo,
el tipo no era capaz de sostenerme la mirada
y mientras me golpeaba
y la sangre me hacía cerrar los ojos,
creo que el hombre comprendió
que yo sabía
que él había violado durante varios años a su hija
que aún no cumplía los trece años.

Le faltó comprender a aquel hombre,
sin embargo,
que yo no iba ahí para acusarlo
sino para decirle que a pesar de todo
él no era peor que los que estábamos ahí
emborrachándonos mientras el mundo se pudría
y sintiéndonos incapaces de la felicidad
y hasta indignos
de sentirla necesaria.

Y claro,
la "pelea" la ganó él,
no hay duda de eso…
pero no morí,
a pesar de todo.

Y bueno,
lo cierto es que el resumen de aquella acción
me lo repetí desde entonces
varias veces:

Miraste al frente
y te golpearon,
pero no moriste.

¿Y saben…?

A pesar de lo que pueda parecer,
mirar a los ojos no es fácil.

Sobre todo porque sé
-aunque a veces suene distinto-,
que no soy mejor que nadie
y que tampoco soy ejemplo
ni tengo algo realmente concreto
que compartir.

A pesar de eso
miro a los ojos
porque creo que los corazones sanan
cuando se sienten vistos,
y saben reconocer cuando alguien
les habla realmente a ellos
a través de un lenguaje
disfrazado de otra cosa.

Y es que no soy un texto,
como les decía.

Estoy en él,
o tras de él,
pero no soy un texto.

Así,
si he de definirme,
simplemente soy alguien
que intenta mirar a los ojos
desde atrás de estas letras.

Y a veces parece que juego,
pero no es así:

y es que el corazón de todos
es algo demasiado valioso
para ponerlo en duda.

Y aquí estoy.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Cómo se hace un poema instantáneo.

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Como a veces falta el tiempo
y está el cansancio
y el sueño
acechando en torno tuyo,
se hace necesario,
sin duda,
aprender nuevas técnicas.

Una primera, por ejemplo,
habla sobre la posibilidad
de convertir nuestras ideas inconexas
y hasta nuestros errores
en nuestro propio estilo.

Abusar así de la imperfección,
y acrecentarla,
termina dando como resultado
un poeta innovador, al menos,
y eso es siempre valorado.

Sin embargo,
la no valoración,
es también a veces
un signo de genialidad
incomprendida…

Ahora bien,
en mi caso,
creo que no suelo llegar
-con cansancio-,
a ninguna de esas metas,
y mis esfuerzos caen entonces
por el barranco
donde se arrojan todas las cosas
a medio hacer.

Así, mi esfuerzo,
permanece en lo profundo,
junto al arroz que quedó crudo,
las novelas inconclusas,
y hasta a las vidas terminadas
prácticamente,
antes de comenzar.

Así y todo,
debo reconocer que me atrae,
la idea de los poemas instantáneos:

Arrojar unas palabras,
otras cuantas sensaciones ligeras…
¡y ya está…!

“Tiene ahí su poema instantáneo”.

Además,
no creo justo que se quejen,
ni que hablen de calidad…
ni tampoco que vengan a comparar
este tipo de productos
con poemas del todo elaborados,
hechos cuidadosamente
por escritores también correctos
y académicos
que desconfían de todo aquello que se señala
es un producto instantáneo.

¿Y es que sabes?
No se puede mentir en un poema
aunque sea instantáneo.

Por lo mismo,
el valor que uno de estos textos tiene,
a fin de cuentas,
no difiere mucho
del que pudiera tener cualquier otro texto.


Así,
lo único que queda por preguntarse,
deja de ser el “cómo”
y pasa a ser un “para qué”…

Es decir
¿para qué un poema…?
Instantáneo o no, da lo mismo,
pero para qué…

Pero claro…
como a veces falta el tiempo,
y uno debe acechar cada mañana,
lo cierto es que seguimos aprendiendo técnicas…
y las preguntas que vienen
nunca terminan siendo
nada más que una técnica
buscando justificación
de algún tipo.

Y sí,
estoy agotado
y debo preparar algunas cosas para mañana
¿pero saben?
Yo al menos tengo excusa para no responder
de mis preguntas…
usted, en cambio,
no tiene coartada alguna
para su silencio.

Así,
resulta al final que ambos vivimos,
quién sabe si también
de forma instantánea…

Y nuestro estilo se desvanece.

¡Y todo se desvanece…!

Y el estado de cosas
es una conexión de objetos,
como decía Wittgenstein,

pero nadie comprende.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Dionisios de Heraclea, el que cambió de parecer.

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“Porque si, después de haberme dedicado
tanto a la filosofía, no puedo soportar el dolor,
esto es prueba suficiente de que el dolor es un mal”.
Dionisio de Heraclea.
.

Diógenes Laercio nos habla de Dionisios de Heraclea. No es el único, claro, pues Cicerón también habla de él cuestionando su alejamiento de los estoicos, e ironizando con su cambio de doctrina, del cual proviene su epíteto: “el que cambió de parecer”.

¿No les parece hermoso, a todo esto, aquel apodo?

A mí al menos me intrigó desde un inicio por lo que intenté investigarlo, pero poco encontré salvo en referencias fragmentarias a las que llegué casualmente, en el transcurso de los años. De hecho, ahora que acabo de googlearlo veo que en Wikipedia se hace referencia a él, mencionándolo erróneamente como un tirano, sin decir nada más al respecto.

Pero bueno… lo cierto es que Dionisios de Heraclea fue un estoico discípulo en primera instancia de Heraclides, luego de Alexino, Menedemo y finalmente de Zenón… al menos si creemos en la información dada por Diógenes Laercio, quien desestima señalar al último maestro de Dionisios, ese que justamente lo hizo cambiar de parecer, y que puede observarse en las siguiente descripción, (dada por el mismo Diógenes):

“Puesto que sufría enormemente, dejó de decir que el dolor es algo indiferente”.

Así, podríamos señalar que el último maestro de Dionisios fue su propio dolor, su experiencia, la evidencia que le hizo dudar de todo aquello aprendido y le hizo dar un giro rotundo a su vida, alejándose de la doctrina estoica, que lo había distanciado, hasta entonces, del placer.

Y es que luego de sufrir estos dolores, Dionisios de Heraclea cambió de forma rotunda, todo lo que hasta entonces habían sido sus creencias, y su vida.

Así, por ejemplo, se dice que comenzó a escribir un sinnúmero de poemas, alabando la felicidad… aunque en su afán creador, al parecer, descuidaba demasiado las normas que podrían haber hecho de sus textos algo inteligible. De esta forma lo expresa el "Índice herculanense de los estoicos":

“Se convirtió también en polígrafo (…) llegando casi a las ochenta mil líneas. Sin embargo, muchos opinaban que no era capaz de comprender ni de utilizar el lenguaje”

De esta misma forma, los temas que trataban sus libros también van acompañando este cambio de doctrina, sino fíjense en la lista señalada por Laercio:

Sobre la impasibilidad.
Sobre el ejercicio.
Sobre el placer.
Sobre la riqueza, el premio y el castigo.
Sobre las relaciones del hombre.
Sobre la prosperidad.
Sobre los antiguos reyes.
Sobre las cosas dignas de alabanzas.
Sobre las costumbres de los bárbaros.



Así, recordando cosas y hojeando unos apuntes antiguos encontrados al azar en un libro, me voy encontrando poco a poco con otras frases que siguen hablando de este hombre, que se atrevió a cambiar de parecer:

“Habiéndose alejado de Zenón (…) Frecuentaba los prostíbulos y se entregaba abiertamente a los placeres…”

“Cuando entraba el ocaso comenzó a endulzarse:
hay tiempo de amar, tiempo de casarse, tiempo de dejarlo todo… decía.”

“Al ver, a través de los dolores, que su cuerpo filosofaba contra la doctrina que profesaba, confió en aquél, más que en las palabras…”



Y sí, debo reconocer que no he pillado muchos otros fragmentos, pero… ¿no les cae bien, Dionisios…?

Y es que intento comparar la belleza existente entre alguien de quien decimos: “nunca cambió de parecer”, con la que se expresa en el epíteto de este filósofo… y siento con esto cómo mis mismas creencias tambalean un poco y pasan por alto aquello que hubiese contestado sin dudar, hace algunos años…

Por último –y ante la premura del tiempo y el cansancio que no permiten que me extienda-, me gustaría señalar dos visiones respecto a su muerte.

La primera, dada por Diógenes Laercio:

“Habiendo vivido cerca de ochenta años, acabó (voluntariamente) por hambre”

(Lo que permite desde cierto punto plantear la teoría de que nunca dejó de ser realmente un estoico…)

Y la segunda, tomada del "Índice herculense de los estoicos":

“Habiendo abrazado a sus amigos, y recostado en una artesa, Dionisio murió”.

...

Elijan ustedes la versión que más les gusta.

(Pueden, sin embargo, cambiar de parecer, y hasta les doy permiso para mezclarlas un poco, si se animan).

martes, 15 de noviembre de 2011

A ti que aguantaste cuando las cosas iban mal.

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Te dicen que es más fácil
estar en una tormenta
que bajo una lluvia sencilla.

Y claro…
eso te dicen
porque piensan
que en la tormenta no hay opción,
pero además
sucede que ellos
-los que hablan-,
han estado nunca al interior
de una verdadera tormenta.

Quizá es por eso que tú
das vueltas buscando comprensión
e intentas dormir
incuso cuando sabes que no podrás
conciliar el sueño.

Y es que tú aguantaste
cuando las cosas iban mal.

E incluso
dejaste que hablaran
de forma absurda,
sobre dolores que no existen
fuera de ti.

Sin embargo,
más allá de tus razones,
hoy vengo a pedirte
un poco más…
quiero pedirte que mires
con afecto
al interior de cada uno
de aquellos que pensamos no han vivido
tormentas verdaderas.

Y no quiero que los juzgues,
ni que los perdones
ni que los entiendas…

Hoy vengo a pedirte que los quieras,
y a contarte
que soportar el dolor sirve de poco
cuando no nos permitimos
ampliar nuestros afectos
hacia aquellos que pensamos
no merecen recibirlos.

Sé que te ha sido difícil.

Sé que muchos otros
no lo hubiesen logrado…
y por eso te lo pido a ti.

Sé que no tomar la puerta de salida
es una tarea ardua
cuando todo parece
habernos abandonado.

Y sé también que hasta un reloj
que no funciona,
marca la hora correcta
dos veces al día…

Por eso, simplemente,
no te duermas
sin amar un poco más,
o sin regar esa planta
que creíste muerta.

Y es que a veces la vida
nos sorprende desde dentro
y nos revela que el corazón es más elástico
de lo que habíamos creído.

No dejará de doler,
es cierto,
y será difícil…

Pero yo sé que puedes.

Si no fuese así,
sin duda alguna,
no habrías leído

hasta acá.

.

lunes, 14 de noviembre de 2011

¡¿Y qué...?!

.
.

¿Es muy maricón decir que envidio la sensación de ser la mujer que lleva King-Kong en una de sus manos mientras sube un edificio…?

No digo que tenga que usar el vestido blanco ni depilarme las piernas, ni que tenga que haber un aire romántico en todo eso, pero no creen que sería linda esa sensación… ir seguro, me refiero, en una mano gigante y acolchada como para descasar un poco de aquello que nos desgasta.

Porque vivir desgasta, no tiene sentido negarlo. Sobre todo vivir de la forma en que creemos correcta, y cuestionarnos como mejorar algunas cosas, cuando fallamos…

Y es que eso siento en estos días, agotado un poco internamente porque… bueno… no importa… pero agotado…

¿No sería lindo entonces poder descansar en esa mano… estar seguro aunque nos bombardeen por todas partes y el mundo nos persiga y sintamos que quieren derribarnos…?

Dormir incluso, en aquel lugar… ¡se imaginan…! ¿Qué se soñará al dormir en esa mano…? ¿Habrá alguien que despierte cansado o que haya tenido un mal sueño luego de semejante experiencia?

Y es que uno debiese poder exigir aquello, pienso yo… Su propio Kong, me refiero. Ese que te lleve hasta lo alto para mostrarte el mundo y a la vez te proteja y hasta dé la vida por aquello.

Nada de Jehovás, ni de Mahomas… Un Kong. Un animal silencioso y gigante en cuya mano puedas descansar en plena vida y que de una forma secreta ordene de a poquito lo que aquí sucede… Es decir, un Kong que sostenga nuestro universo, a fin de cuentas… y que renueve confianzas sobre el sentido de las cosas…

Y sí… díganme maricón si quieren, pero no me nieguen que sería lindo... Y no me digan que no sería justo para aquellos a quien la vida ha golpeado más duro.

No me digan que ellos, al menos, no se lo merecen…

Un Kong… uno solo, para cuando la vida más nos duele y necesitamos un descanso.

Un Kong, solamente, decía… y ser también un Kong, si se puede, para los otros.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Todos somos dermatólogos.

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Imaginamos otras cosas, pero al final no. Nos quedamos en la piel. Solo eso. Nada de interiores, ni de espíritu. Todo eso nos fue negado. Así, sucede que solo somos dermatólogos. Aunque claro, el asunto de fondo es que somos más que piel, y es entonces cuando comienzan los problemas. A mí, por ejemplo, lo que me duele no es la piel. Sin embargo, no es que niegue que la piel sea importante. Bastante sé que somos piel y que a veces esta también nos complica, y más que eso. Pero somos más que piel. Ese es el punto. Una vez de chico escribí un cuento. Era sobre la gente cebolla. Personas que eran capas y capas, pero al final solo piel, aunque ellos no lo sabían hasta que se despojaban de ellos mismos. Parecía un cuento chistoso, a pesar de todo, pero a mí me hacía llorar… quizá de la misma forma como te hace llorar el picar una cebolla, al ir atravesando sus capas. Lo escribí en un tiempo en que aún me atrevía a jugar con esas cosas. Hoy en cambio, creo que el interior de nosotros, por doloroso que sea, no debe dejar de verse ni tampoco puede ponerse en duda. Ya lo han hecho otros con la tierra, definida capa por capa aunque aún desconozcamos su centro. O con el cielo, o hasta con una casa si pensamos en sus paredes como capas y vamos haciendo ese ejercicio. Pero claro… esto ocurre porque todos somos dermatólogos. Y porque creemos ingenuamente que hemos llegado al espíritu cuando apenas hemos atravesado un par de capas. Y hasta creemos que amamos o que dejamos de amar cuando simplemente nos movemos en la superficie… Y es que se imaginan si no fuera así… ¿se imaginan el dolor que existe abajo si solo la piel de nuestros sentimientos nos hace doler de esta forma…? Yo a veces hago el ejercicio, sin embargo. No crean que me siento un héroe, pues sé que muchos otros también lo hacen. No poner piel entre nuestros sentimientos y los sentimientos de los otros, me refiero. Y sucede entonces que a veces vemos algo. Y a veces nos ilusionamos. Y a veces nos duele. Pero no hay culpables; no se resume en eso. Solo ocurre que las cosas te golpean tan firme que es normal que la piel se endurezca y haya que vivir en ese tipo de tratamientos… y preocuparnos de la superficie. Yo, en tanto, no sé si aguante mucho más, pues nunca he podido quedarme en la superficie sin sentirme tibio. Y a veces me equivoco y pienso que son cobardes las personas que amo, por no descubrirse y arriesgarse. Y sí, creo que ante todo me falta comprensión y me sobra egoísmo, en este aspecto. Y quizá también me falte amar la piel, antes de intentar rasgarla y llegar bajo ella. Ojalá entiendan que es torpeza y no falta de afecto, y me disculpen un poquito. No soy mejor que nadie, después de todo. Tampoco en este aspecto.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Quizá suene estúpido, pero pensaba en el corazón.

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“Lo lógico sería pensar
que cuando envejeces
tu mente se llena de eso que llamamos
el lado espiritual de las cosas,
pero parece que la mía
se hace cada vez más práctica
como si quisiera aclarar algo”
Alice Munro
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Tres de la mañana. Un bar en Valparaíso. Extrañamente estoy sobrio.

-Siempre pensé que sería más difícil –me dijo-. Que tal vez al presenciar algo así terminabas por comprender algo… o te afectaba por siempre… Ja,ja… ¡qué ingenuo…! Al final, más allá de no olvidarlo, seguí existiendo tal cual…

-Pero tal vez sería distinto… -intenté decir.

-No creo… Uno es el que es no más –continuó-. Si yo eso lo viví hace diez años, poco más, y la vida no cambió una mierda, ni lo que entendía… ni una hueá, finalmente…

-¿Pero ni siquiera en el momento fue impactante?

-O sea… fue extraño, principalmente… ¿Tú conoces bien la historia, supongo?

-Mmm… sé lo del accidente…

-Sí, o sea, eso es lo principal… Pero mira… yo conocía a ese hombre desde hacía tres meses, más o menos. Llegábamos juntos al turno en el aserradero, a veces compartíamos colaciones, un trago, cosas así… pero yo solo sabía que vivía en una pieza de madera, y que venía del sur…

-Pero él… ¿tenía problemas… usted notó algo antes de…?

-¿Si tenía problemas…? Ja,ja… todos tenemos problemas… la hueá es cargarlos bien, tener espaldas…

-¿Pero no vio nada especial en él… en la forma de cargar esos problemas, por ejemplo…?

-No. Pero esas cosas no se ven… Nadie en Pompeya se dio cuenta que el Vesubio humeaba, decía mi abuelo…

-¿Y entonces lo único que sucedió fue el corte…?

-Sí… el tipo estaba al lado mío. Recuerdo que me pidió que fuera a buscar algo y apenas di unos pasos sentí un ruido y pude ver que él metía la cabeza en la sierra por donde pasaban los troncos…

-¿No fue un accidente?

-No. Incluso él debió sacar más el filo de la sierra para que le cortara la cabeza sin problemas… Yo vi cómo se inclinó y vi caer la cabeza, quedar colgando de un borde primero y luego salir despedida y caer al lado suyo…

-¿Y qué sucedió entonces?

-Yo me acerqué y me saltó sangre a la ropa… el cuerpo había quedado en una posición extraña, sujeta a la máquina por un brazo, y la cabeza a un costado, cortada de forma casi perfecta, aunque le faltaba un trozo de piel de un lado… Entonces fue que tomé el cuerpo y lo tendí de espaldas, y tomé la cabeza con cuidado… y volví a ponerla en su sitio…

-…

-¿Sabes…? He tenido dos hijos y creo que he estado enamorado al menos en un par de ocasiones, pero no recuerdo haber hecho un acto de amor más grande que volver a poner la cabeza en su sitio… es decir, tomé la cabeza, la puse con cuidado… y recuerdo que hasta lo peiné un poco, con la mano, y le cerré los ojos… luego me quedé a su lado…

-¿No llamó a alguien…?

-¿A quién?

-No sé… a una ambulancia, o la policía…

-No había necesidad de nada, pensaba… o al menos no había apuro… Además no le iban a coser la cabeza, todo estaba hecho… Yo solo veía como el charco de sangre crecía y trataba de mantener limpio el rostro, y ordenado… Fue extraño, si lo pienso ahora, porque en ese momento pensé que había comprendido algo… un secreto sobre la vida, o qué era realmente el ser humano… yo pensé que las cosas iban a cambiar…

-¿Cambiar…?

-Sí… o sea, al llegar a la casa, frente a mis hijos, no sé… pensé que todo iba a ser distinto, como si comenzaras a ver colores que no has visto antes, y la realidad cambiara…

-¿Y no fue así?

-No. Ni una mierda. Tuve problemas con la policía e incluso estuve detenido un par de días, y al final nada cambió, ni para mejor ni para peor… todo quedó en su sitio… igual que si alguien más hubiese puesto una cabeza sobre un cuerpo, solo que ese experimento hubiese funcionado mejor que el que yo hice…

-…

-A veces pienso que me gustaría ese final. Se lo dije a mi mujer en ese entonces y hasta a mis hijos, cuando todavía los veía, pero creo que solo los asusté…

-¿Se refiere al final de la cabeza cortada…?

-En parte… no necesariamente con la cabeza cortada… per me gustaría ese gesto de volver a juntar mis restos, ordenarlos aunque ya no tengan vida… o que me acaricien el pelo… sería lindo irse así…

-…

-¿Lo aburro?

-No…

-Es que como se quedó en silencio…

-Sí, disculpe, pero fue por otra cosa.

-¿Piensa que estoy loco?

-No, no es eso… es que pensaba en lo que decía, en la sensación que debe dejar eso…

-No creo que puedas sentirla…

-No… yo tampoco creo… pero pensaba en qué pasa cuando nos arrancan otra parte de nosotros…

-¿Una pierna, por ejemplo?

-No… quizá suene estúpido, pero pensaba en el corazón… o en lo que representa el corazón, claro… ¿qué piensa usted…? ¿Habrá esperanza de que alguien haga lo mismo por nosotros…?

-¿Alguien que lleve el corazón hasta el sitio en que debía estar…?

-No sé… quizá sí… pero es algo más…

-¿Alguien que comprenda?

-Sí, eso… o alguien que nos diga alguna frase que nos calme, o que nos permita seguir viviendo…

-¿Una frase como “el amor nunca muere”…?

-Tal vez…

-Eso son mierdas, amigo… El amor sí muere, y los corazones están arrojados en todos sitios, rodeados de moscas… la gente no sabe o no se atreve a reconocerlo, pero esa es la verdad… El problema es que falta piedad, pienso yo…

-¿Pero entonces…?

-Entonces falta alguien… una persona lo suficientemente piadosa como para recoger un corazón, limpiarlo cuidadosamente y volver a ponerlo en su sitio…

-¿Y eso no sería como juntar los restos de un cadáver, solamente?

-No sé, amigo… usted elige en qué creer…

-¿Pero usted en qué cree? –le pregunté finalmente.

-Yo no creo en nada -me dijo-. Yo solo le conté la historia.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Formas de jugar a las tacitas.

.
Creo que he hablado de esto otras veces. Me refiero a la extrañeza que me producía el observar cómo las niñas pequeñas, imitando la hora del té, jugaban a servirse esas pequeñas tacitas vacías, quedando, sin embargo, satisfechas.

Yo pensaba que mentían, claro, pero hoy creo que, de haberlo hecho, ellas creían fielmente en su engaño. Así, la impureza con que asocio esa imagen ha cambiado de origen, y desde ahí, ha alterado también, su naturaleza.

Quizá hablar del tema hoy sea extraño, pues ya prácticamente no se ve este tipo de juegos y a nuestra edad, existen un sinnúmero de cosas más importantes que pensar, o que recordar, para establecer un vínculo más preciso con lo que aquí hago… ¿pero saben…? sucede que existen otras formas de jugar hoy en día a las tacitas.

Una vez conocí, por ejemplo, a una señora que acostumbraba regar -al mismo tiempo que el pasto que crecía en su jardín-, un gran número de flores plásticas que se encontraban dispuestas en grandes maceteros.

Sé que hablé con ella sobre aquella costumbre, en aquellos años, pero mentiría si digo que recuerdo algo respecto a sus argumentos o la conversación que tuvimos.

Quizá ocurre algo parecido con aquellas niñas que acostumbraban tener peluches o distintas colecciones de animales. Una prima, -he aquí el segundo ejemplo-, recuerdo que tenía una colección de perros y de monos, pero nunca tuvo una mascota verdadera.

Una forma distinta -y sin duda con resultados más tristes-, se dio cerca de la casa de un amigo. Se trataba de una chica que vivía en una casa contigua a la suya y que yo también había visto alguna vez que lo visité, poco tiempo antes de que sucediera lo que él me contó.

El punto es que un día mientras mi amigo regaba su jardín, comenzó a fijarse que ciertas plantas, que estaban en la reja contigua a ambas casas, se encontraban un tanto secas. Así que aprovechó de regarlas mientras se encargaba de su propio jardín.

Y bueno, comenzó a suceder lo mismo durante algunos días, aunque al pasar el tiempo, mi amigo comenzó también a regar un poco más de aquel jardín. Así, mientras lo hacía, mi amigo me contó que pensaba cada vez más en su vecina.

Era una chica normal, como de nuestra edad, que al parecer trabajaba de secretaria o algo similar y que vivía sola en aquella casa.

-Y yo también vivo solo –me dijo mi amigo-. Y a veces hasta ponemos la misma música y nunca se me hubiese ocurrido que… no sé… que quizá podría pasar algo, o conocernos… y parece que me comencé como a enamorar…

De esta forma, mi amigo contó que empezó a tratar de encontrarse con su vecina, pero durante varios días no lograba coincidir con ella.

Inquieto, él se asomó por la pared que separaba las partes traseras de la casa, pero tampoco vio nada raro.

Así, sin saber bien para qué, mi amigo faltó un día a su trabajo y decidió pasarse a escondidas a la casa de su vecina, en el horario en que ella debiese haber estado trabajando.

¿Adivinaron qué pasó…? ¿Sí? ¿No…?

Pues la encontró muerta. Colgada de una especie de cable de luz en el baño, y habiendo tomado además unas pastillas, para asegurar el trabajo.

Y claro… hay toda una historia confusa en que se vio envuelto mi amigo tras tratar de explicarle a la policía cómo se enteró de la situación y por qué sus huellas estaban en la casa… pero no es eso de lo que quería hablarles.

Y es que simplemente estaba pensando en las distintas formas que teemos de jugar a las tacitas, y tratando de decidir si mi forma de escribir, y hasta de vivir, no era a fin de cuentas otra más de esas variantes.

¿Y saben?

Creo que he llegado a una respuesta.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Los marcianos no existen.

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A pesar que soy amigo de varios
puedo afirmar rotundamente
que no existen los marcianos.

Ellos, además,
tampoco dudan,
pues han aprendido
que su existencia
es absurda e innecesaria
como los encrespadores de pestañas.

Ahora bien,
no faltará el individuo
que buscará mediocres argumentos
para probar lo contrario
y alegará encrespador en mano
que yo me equivoco
y que no acierto mis palabras…

¡Pobre individuo…!

¡Ingenuo individuo…!

¡Que lo abduzcan los marcianos…!

Y es que nunca he perdido
una discusión al interior
de mis propios textos,
y toda incerteza
o incomodidad
viene a ser de esta forma
verdad irrefutable
si a mí se me antoja.

De hecho,
eso hablaba el otro día,
con un marciano que cultivaba flores
al interior de un sombrero mexicano.

Él no tenía voz,
pero hablaba lindo
y podías verlo
en completa tranquilidad,
con el mismo agrado que transmite
el olor de las manzanas verdes.

Así,
sucede a veces que estos seres
comienzan a rodearte en silencio,
aunque verlos resulta tan poco amenazante
y tan íntimo
que nunca dejas realmente
de estar solo.

Lo malo,
por otro lado,
es que como no tengo sombrero mexicano
al final tampoco tengo flores,
y entonces no hay belleza
ni desesperación
ni marciano alguno.

Y claro…
es entonces cuando me quedo
frente al encrespador olvidado
en la sala de clases
y todo parece sumido en una pausa
que hipnotiza.

Debo tener el corazón en pausa,
concluyo.

La vida en pausa.

¡Y por si fuera poco…
los marcianos no existen!

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Vian, Bollywood y el gemelo sensible.

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I.

Esto fue antes. Es decir, en otro tiempo. Lo aclaro porque he cambiado y porque percibo cierta distancia entre lo que ocurrió en ese entonces y lo que podría suceder hoy, de reiterarse algunos acontecimientos.

Todo tiene su inicio en un guión. Una historia sencilla y sin muchas pretensiones que trataba sobre una niña que no podía hablar, un gato y un vendedor de ampolletas, pero que terminó transformándose en una historia sobre un príncipe, una mujer endemoniada y un tigre, según la adaptación –mala traducción en realidad-, que hizo un pequeño director de cine hindú que me contactó hace unos diez años, mientras viajaba con unas quince personas para filmar el final de una película en una pequeña ciudad al sur de Chile, quién sabe por qué necesidades argumentales.

-Él dice que tu historia es monumental –me dijo el traductor, esa vez-, y que desea comenzar a filmarla a más tardar mañana.

Y claro, como a uno –secretamente-, le gusta que lo alaben, terminé aceptando la propuesta que no incluía, por cierto, remuneración económica alguna, al menos hasta después de que la película se convirtiese en todo un éxito, como aseguraba el cineasta.

Fue entonces que, mientras el director me mostraba unos dibujos y hablaba entusiasmado sobre el proyecto, pude percatarme que la historia original prácticamente había desaparecido y que, por si eso no bastara, pretendían que yo mismo interpretase a uno de los protagonistas.

-Firme aquí –me dijo entonces el traductor, indicando una línea al final de unas hojas oscuras, llenas de signos extraños.

Y sin pensarlo mucho, yo firmé.


II.

El tigre llegó en una jaula al día siguiente –proveniente de un circo argentino que daba una gira por el lugar-, y parecía tan sorprendido como yo del escenario y los extraños trajes que debíamos portar.

Yo estaba vestido con una especie de túnica blanca y unos autoadhesivos dorados, que supongo hacían de mí un príncipe hindú lo suficientemente respetable como para ser inmortalizado en la pantalla grande.

El tigre en tanto, que se veía un tanto viejo, no se dejó adornar con los lazos de colores que intentaron ponerle, e incluso atacó a dos de los hombres que quisieron insistir en todo aquello.

Por último, llegó la muchacha, vestida con un extraño atuendo rosa, y la filmación comenzó de inmediato.


III.

Para ser sincero no logré entender qué sucedió en la historia.

Yo solo tenía que decir dos frases y dejar que la mujer me hablara, corriera botando espuma por la boca y llorara incluso, hasta morir tendida junto a un árbol, del que habían colgado algunos tomates.

Para peor, las frases que yo decía –y que por cierto no entendía-, debían ser dichas al tigre, que estaba sedado –pero despierto-, fuera de la jaula, sin resguardo alguno.

La filmación duró tres días, recuerdo, y solo fue al último cundo me enteré de aquello de musical, y la situación cambió radicalmente.


IV.

No sé si lo saben, pero prácticamente la totalidad de las películas realizadas en India cada año (miles de películas) terminan con un musical donde participan todos los actores que en ella han aparecido.

No importa si la película es un drama, o si los personajes han muerto durante el film, lo cierto es que invariablemente todos deben volver a ponerse de pie, secar sus lágrimas o derechamente resucitar, para bailar al son de una canción y realizando una cuidada coreografía.

Fue así que, en nuestro caso, un tipo llegó con unos dibujos a enseñarnos una serie de pasos, donde incluso debía participar un tipo disfrazado de tigre, que compartía escenario con la endemoniada, conmigo y con otros bailarines que se sumaban quién sabe de dónde.

-Dile al director que no puedo hacerlo –le dije al traductor tras apreciar la dificultad-, dile que tengo una uña encarnada o algo así…

El traductor pareció pensarlo un poco, pero luego lo hizo.

-El director dice que usted miente –me comunicó el traductor tras unos cinco minutos de palabras y gruñidos del director-. Y dice que de tener una uña encarnada usted ni siquiera sabe dónde se encuentra esa uña…

Yo miré al director y al traductor y por un momento pensé en intentar a hacer ese baile, pero lo cierto es que en aquellos años no bailaba y aunque hubiese querido los resultados habrían sido nefastos…

Fue entonces que apareció, como surgido de la nada un miembro de la compañía que no había visto hasta ese momento. Un hombre muy parecido a mí y que con su sola presencia parecía dar luces sobre una posible solución.

Era mi gemelo sensible.


V.

Todos tenemos un gemelo sensible, me explicó el traductor. Es una especie de doble que asume la superación de nuestras necesidades y temores afectivos y es capaz de superarlos de una manera sencilla, sin mayores complicaciones.

Pues bien, la compañía para estos casos de urgencia contaba con una especie de gemelo sensible universal, que se adaptaba fácilmente a distintas personalidades y que acostumbraba trabajar de doble en algunas situaciones difíciles.

-No te preocupes –me explicaba el traductor, aunque con un tono algo ofensivo-. Él bailará con toda naturalidad y hará todo aquello que tú no podrías hacer, aunque quisieras.

-Yo si quisiera podría bailar –me defendí, orgulloso-, es solo que no quiero. Has visto que actúo bien y que no he tenido problema en las otras partes de la película…

-El director mismo comentó que tú solo eras bueno para asumir papeles artificiales, pero bailar es otra cosa… bailar no es actuar, dice siempre el director. Es fluir, es ser tú mismo… ese es el secreto de Bollywood… sacar ese hombre honesto y alegre que existe atrás de toda careta o personaje, y tú no tienes eso…

-¿Eso dice de mí el director?

-Sí –insistió el traductor-, incluso señaló que tú sabías actuar, pero no sentir, y él mismo le encargó a tu gemelo sensible que comenzara a prepararse…

-¡¿Y acaso el director cree que el mundo de sus películas es uno donde cabe sentir realmente?! –alegué ofuscado.

El traductor me miró en silencio por unos momentos, como tratando de recordar las palabras que referidas a esto, podría haber señalado el cineasta.

-Este es el único mundo que permanece –dijo por fin e traductor-. Eso piensa el director.


VI.

En su momento no lo valoré. Pero debo reconocer que el baile fue maravilloso.

De hecho, cada vez que intento hablar sobre lo que entiendo por verdadera felicidad, suele venirme esa imagen a la memoria.

En la imagen me veo bailando junto a una mujer hermosa, con pasos perfectos y una alegría que de cierta forma reconozco… Sin embargo, la tristeza vuelve en el momento exacto en que recuerdo que no soy yo aquel que baila, y reconozco nuevamente a mi gemelo sensible, tomando mi lugar, y bailando ahora junto a un tigre hasta que la música cesa, mientras sigue cayendo la lluvia, sobre los bailarines.

Y claro, duele perder esa noción de la alegría y recordar que ese no eras tú.

Y es entonces cuando te acuerdas de improviso, sobre qué era aquello, que te amargaba adentro, en ese entonces.


VII.

Esto fue antes. Es decir, en otro tiempo.

Hoy las cosas han cambiado y creo que si esa situación se diera hoy, es casi seguro que me animaría a hacer ese baile, aunque no sé sinceramente sobre la naturalidad que podrían tener mis movimientos, al realizarlo.

Y es que de todas formas me termino preguntando: ¿qué tan artificial puede llegar a ser el baile al final de las películas indias…?

Y siguiendo con esa idea… ¿qué tan artificial es la vida, en la que vivimos habitualmente…?

No sé si me entienden, pero me refiero a que sinceramente no sé bien qué diferencias existen entre preparar la coreografía y planificar tus clases, o saludar a tu familia o despedirte dando las buenas noches…

No es que quiera comenzar a filosofar sobre el asunto ni nada de eso. Es simplemente que a veces recuerdo situaciones que me hablan sobre aquello que yo entendía podía ser la felicidad…

Y claro, puede que haya cambiado en varias cosas, pero cuando se trata de comprender qué tan cerca o tan lejos nos encontramos de aquello que debiese sernos realmente importante, uno termina descubriéndose casi tan inexperto como antaño.

¡Ah…! Y por cierto… Nunca supe qué le sucedió a ese tigre.

¿Tiene usted alguna teoría, querido lector...?

martes, 8 de noviembre de 2011

Un poeta en un columpio.

.
“Este es el único poema que puedo leer.
Y solo yo, puedo escribirlo”
L. C.
.

Hay un poeta en un columpio.

Se ve cómodo
y limpio,
y hasta los niños le han cedido
su lugar.

Hay sol
y árboles floridos,
por lo que además se trata de una escena
francamente entrañable.

Sin duda este poeta
sabe amar al mundo,
me digo,
y por eso sonríe
mientras mira a los demás.

Pero claro,
el sol comienza de a poco
a ocultarse
y los niños deben ir a sus casas
y hacer sus deberes
y bañarse…

y la plaza comienza así
a quedarse a oscuras.

Es entonces cuando decido
acercarme hasta el poeta
y me ofrezco para balancearlo suavemente,
mientras él contempla el mundo
como si estuviese naciendo
a cada instante.

Y claro:
él acepta.

Y yo lo balanceo.

Pasan así unos segundos.

El mundo no es un espectáculo,
le digo.

Entonces él se voltea
y yo le doy con una gran piedra
en el cráneo,
hasta descubrir que su interior
era igual
al de cualquier otro.

Y es que no debéis creer a los poetas
que tengan aún la cabeza intacta,
ni a esos que se afeitan con navajas,
pero sin llegar a producirse
ni el más mínimo corte.

Desconfiad de ellos
y de sus palabras…

Y desconfiad también
de sus balanceos
en los columpios.

Y es que tenían el corazón estrecho
si llegaron a sentirse
satisfechos con el mundo.

Y claro,
mi tarea en esos casos
es abrirles sin dudar
el alma a martillazos…

Adviértanles, si los ven,
que no pierdan tiempo
oponiendo resistencia:

El verdadero poema
será una bomba
o una piedra,
que hará estallar
la cabeza del mundo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

"Sobre el engaño que hay en el corazón del hombre"

.
“Escribid con compasión sobre el engaño
que hay en el corazón del hombre”
Leonard Cohen.
.

A veces pienso
que lo que amaba en ese entonces
era incompleto y trivial
como el sentido del mundo.

Pero claro,
uno no suele darse cuenta
de estas cosas,
y es así como el corazón se transforma,
sin quererlo,
en algo similar
a un gato momificado.

Lo malo, sin embargo,
es que a todos les hace gracia
un gato momificado;
tanto así que ante la ausencia de podredumbre
se olvidan por un instante
que aquello que les parece simpático
es en realidad un trozo de carne vaciada
y sin vida.

Va sucediendo así,
que nos adormecemos escuchando la ciudad
cuando oscurece,
y no diferenciamos
el sonido de la guerra
del sonido del amor
ni distinguimos la voz clara
y constante
de la muerte.

...

¿Quiere soluciones?

¿Quiere que le consiga
la pareja perfecta,
o una poción anti envejecimiento?

¿Quiere la casa de sus sueños
y un jardín que nunca se marchite…?

Pues bien,
si eso quiere,
déjeme contarle que esto no es un texto
como cualquier otro…

Tómelo más bien
como un pagaré,
o un cheque en blanco.

Escoja usted la cifra,
o el deseo
e imprima estas palabras
y todo será concedido…

¿Pero sabe…?

¿Quiere que le cuente un secreto…?

La vida no va a cambiar
fruto de esos cobros,
y la felicidad
-de existir-,
seguirá estando siempre
a la misma distancia.

Puede creerme o no,
por supuesto,
y considerarme un charlatán
o un ingenuo…
pero hasta que usted me crea
no vaya a olvidar
que seguiré estando en este lugar

y a una misma distancia.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Isabella perdida en Isabella.

.
“No creas en la verdad.
La verdad es diminuta comparada
con las cosas que aún tienes que hacer.”
Leonard Cohen.
.


-¿Cómo quieres que se llame?

-Isabella.

-¿Y qué quieres que haga?

-Quiero que camine por un bosque, como esos de los cuentos…

-¿Esos en que los personajes se pierden?

-Sí, pero no quiero que se pierda.

-¿Y entonces?

-Quiero que pueda perderse, o que se pierda a ratos… pero que no se pierda.

-¿Y quieres que se encuentre con un lobo?

-Mmm… según…

-¿Según qué…?

-Según si es una historia para los demás o solo para mí.

-¿A qué te refieres?

-A si la van a oír los demás o solo es para mí.

-¿Y por qué sería distinto, si es tu historia?

-Porque si es para los otros va a ser fome sin un lobo…

-¿Pero para ti…?

-Para mí está bien sin lobo.

-Entonces dejémosla así.

-¿Y puede ser linda Isabella aunque no recoja flores…?

-Claro…

-¿Pero sin que recoja nada?

-No entiendo…

-Que si puede ser que Isabella solo camine por el bosque y que nos demos cuenta que es bella sin que tenga que hacer nada…

-Pero igual va a caminar.

-Claro, pero caminar no más… no saludar a los pájaros, ni recoger flores, ni suspirar… ¿se puede hacer eso?

-Sí, creo que sí… pero no sé si depende de la historia…

-¿Y de qué depende?

-Eh… no sé, del lector quizá…

-Pero si no hay lectores, de quién depende…

-No te entiendo bien…

-¿Puede depender de Isabella?

-¿Cómo…?

-Que sería lindo que dependiera de ella misma…

-¿Lo de ser linda...?

-Sí, y lo de ser feliz también.

-¿Quieres que ella sea feliz, entonces?

-Sí… pero poquito…

-¿Cómo “poquito”?

-O sea, no poquito, pero no todo el rato…

-¿Que llegue al final a ser feliz?

-Mmm… no, tampoco es eso…

-¿Y entonces?

-Que pueda ser feliz… y que ella se dé cuenta de eso… sí, puede ser eso…

-Creo que entiendo… ¿pero y el final?

-¿Ya llegamos al final?

-No… pero querría saber, ¿cómo quieres que sea el final?

-¿El final de Isabella?

-Claro… o sea del cuento de Isabella…

-Espera… no le digas cuento que suena feo…

-¿La palabra “cuento” no te gusta?

-No. No me gusta, suena como a mentira…

-Pero tú misma hablabas sobre los bosques de los cuentos…

-Sí, pero de los bosques… Isabella no es el bosque… eso es absurdo…

-¿Por qué?

-Porque sería como si Isabella se perdiera en Isabella…

-Pero no suena mal eso.

-¿Isabella perdida en Isabella?

-Claro, podría ser un buen título.

-Suena bien, pero no sería verdad… además el título me gustaría que estuviera luego de todo lo demás…

-¿Luego del final?

-Mmm… sí… o sea, si hay final…

-¿A qué te refieres?

-A que las sensaciones no tienen final, solo se transforman en otras cosas… permanecen de otra forma…

-¿Entonces Isabella sería algo así como una sensación?

-Tal vez… pero no es eso no más… ¿te imaginas?

-¿Qué cosa?

-Si fuera una sensación…

-No te entiendo…

-Escucha: “Había una vez un bosque por donde avanzaba una sensación. Y esa sensación se llamaba Isabella…” ¿te imaginas algo así…?

-Claro, y podría decir luego: “E Isabella avanzaba por ese bosque donde no había un lobo…”

-No…

-¿No qué?

-No puedes detenerte a decir lo que no hay… eso es de cobardes, y además es un camino del que no se sale…

-¿Por qué?

-Por que habría que decir luego que en ese bosque tampoco había brujas, o tigres, u osos y luego querríamos pasar una a una por las cosas que tememos, y eso nunca tiene fin…

-¿Por qué no tiene fin?

-Porque siempre le tememos a otras cosas.

-¿Y entonces tú dices que no hay que temer?

-No digo eso…. Temer o no temer no se escoge, pero nombrarlo sin necesidad a veces es llamarlo… y comienza a existir entonces.

-Sí… puede que tengas razón…

-…

-Pero… ¿y el final? No es que no pueda no haber, pero… ¿qué sucedería con Isabella…?

-¿Me preguntas si Isabella muere o no muere?

-No, pero…

-Porque si es eso resulta absurdo preguntarlo… Isabella puede morir, igual que nosotros, no podemos hacer nada con eso, y por eso tenemos que hacer la historia…

-No entiendo bien…

-Que tenemos que hacer vivir a Isabella justamente porque va a morir…

-¿Y no es que vaya a morir porque nosotros la hacemos nacer?

-Las sensaciones ya son desde antes, o ya nacieron o no son, y cuando nos damos cuenta que existen tenemos que hacer algo con ellas…

-¿Hacerlas vivir, dices tú?

-Sí, hacerlas avanzar por un bosque, porque puede haber un final…

-¿Puede haberlo aunque no haya lobo?

-Sí, porque Isabella avanza, y porque pasa el tiempo y a veces no se ve en el bosque…

- ¿Y si la dejamos quieta?

-¿Cómo…?

-¿Qué pasa si dejamos a Isabella sin avanzar en el bosque… y que no pase el tiempo y no oscurezca…?

-¿Crees que eso es darle vida…? Eso es hacer que muera antes de tiempo, que acepte morir antes para evitar que avance… sería como hacer una ilustración única…

-¿Y no tendría imágenes la historia entonces?

-No es el punto… pero si tuviese me gustaría que fueran como de esos libros donde se movían cosas…

-¿Y qué Isabella fuese algo así como un personaje que se moviera por un camino?

-Sí… pero más todavía, porque si es sensación se debiese mover todavía más libremente…

-…

-¿Por qué te quedas en silencio? ¿Te lo estabas imaginando…?

-Sí… pero también pensaba que sería triste un final…

-¿Aunque haya vivido antes…?

-Sí… sé que uno debiese pensar en otras cosas, ¿pero no te entristece que el final sea la muerte…?

-El final de las cosas sí, pero no de las sensaciones…

-Pero seamos un poco más concretos… ¿acaso no tienes miedo o tristeza de que incluso nosotros podamos morir? ¿O que les llegue e final a aquellos que nos rodean…?

-¿Te refieres a que yo puedo morir…?

-Claro, pero no solo tú…

-Sí, pero ¿quién decidiría eso?

-¿Quién decide que nosotros tengamos un final?

-Sí… yo creo que no sabes.

-Claro que no sé… ¿acaso sabes tú?

-Yo creo que sí…

-¿Crees que sabes quién decide sobre nuestro propio final?

-Sí, pero es un secreto…

-¿Y no podrías decírmelo?

-Sí, podría… pero quizá te sonaría absurdo…

-¿Por qué…? ¿Acaso me hablarás de Dios y esas cosas…?

-No… yo creo que es más sencillo… y que el final lo terminas decidiendo tú mismo.

-…

-Puede ser una buena o mala decisión, pero algo hay en uno que apresura ese final… y no siempre es algo que niegue a la vida… por eso no debiese ser triste…

-Pero entonces estarías afirmando lo que hace un rato negabas…

-¿Qué cosa?

-Qué Isabella está perdida en Isabella…

-Sí, puede que ahora sea así, pero eso solo porque Isabella ahora es otra Isabella… acuérdate que es una sensación…

-…

-¿Acaso no crees que es lindo ser una sensación y tener la posibilidad de transformarnos interiormente mientras avanzamos?

-Sí… pero…

-Pero nada… no discutas con las sensaciones, y pensemos mejor en que al terminar esta historia la habremos pasado transformada y alguien más tendrá a Isabella…

-¿Y serán buenos con ella? ¿Sabrán que es linda aunque no recoja flores…?

-Sí… yo creo que sí. Sinceramente creo que sí.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Espera.

.
No me siento bien para escribir. Pero intento ordenar cosas. Calmar cosas. Quizá no se entienda por qué o con qué sentido y les pido disculpas por eso. Y es que no puedo explicar el inicio, porque las raíces de las cosas vivas no conviene removerlas. Asimismo, el sentido se me escapa porque es poco lo que entiendo, en este momento.

¿Saben…? He corregido el párrafo anterior varias veces, y supongo que así y todo no quedó bien. Y está frío. Y por supuesto para ustedes sigue siendo incomprensible.

Para evitar esto, voy a escoger mejor hablarles de un libro. Es de Gastón Leroux, el autor de “El fantasma de la Ópera”, y el libro en cuestión se llama “El misterio del cuarto amarillo”. Lo leí hace mucho, pero recuerdo claramente la sensación que me dejó, que excedía lo que debía haber abordado pues se trataba simplemente de un libro de misterio.

La gracia central-objetiva del libro, es que es uno de los primeros que trata de resolver un enigma en un lugar cerrado y hermético. Es decir, algo ocurre al interior de una habitación y no puede resolverse a partir de la evidencia encontrada. Luego vienen detectives y se encomienda el caso a un hombre que tiene una visión muy particular del ser humano, desarrollada brevemente mientras busca resolver de forma lógica lo ocurrido.

Y claro, hay cierto misterio que logra resolverse aunque nos haya parecido imposible en un inicio, pero la sensación final que deja el libro –o al menos la que me dejó a mí-, es que en ese cuarto amarillo siguió existiendo otro misterio.

Quizá por esto, es que no me puedo sacar de la cabeza el libro, ya que es la forma más concreta que tengo para acercarme a aquello que me ocurre, y que no sé abordar de una manera más directa.

Y es que de cierta forma me siento como en un enigma cerrado, al interior de un cuarto amarillo que agobia y que desespera incluso pues no parece haber solución, salvo golpes con pequeñas cosas cotidianas que no dicen nada del verdadero misterio, ese que ocurre en el otro cuarto amarillo, mucho más inaccesible, y que nos está permitido visitar solo a nosotros mismos.

Lo malo de esto, sin embargo, es el egoísmo asociado a nuestra forma de resolver los problemas. Es decir, la triste capacidad de evadirlos o darles aparentes soluciones lógicas que nos permitan estar en paz y seguir con nuestras cosas.

Pero claro… lo cierto es que me da asco esa paz. Es decir, la rechazo porque es además la más cómoda y la que nos hace olvidar que quizá fuimos visitados en ese cuarto de una forma extraña y que compartimos esa intimidad con un otro que hoy, vuelto enigma, nos es más fácil dejar de lado.

Y es que a veces no hay pistas, ni aparentes razones… y es más, puede que ni siquiera haya verdaderos culpables -si es que me acerco nuevamente al libro de Leroux-, pero lo cierto es que hay que exigirse la fe necesaria para reconocer verdaderamente cuál es el cuarto amarillo donde se encierra el problema.

Y sí… sé que es abstracto y que no logro decir nada. Pero créanme que si lo hago de otra forma me quebraría entero, y quizá la fe de la que les hablaba se dañaría incluso un poco más, y ya no podría mantener siquiera dos palabras juntas. Y no lograría ver nada.

Y es que no es tan cierto que necesite dormir, ni ordenar, ni calmar… esos son verbos vacíos hoy día. Lo que necesito primero es una voz, una suave y transparente como una H.

No quiero lógica ni explicaciones, eso se los dejo a los detectives.

Yo ansío una voz. Necesito una voz.

No creo poder imaginarme qué ocurriría, si no llega.

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