domingo, 20 de noviembre de 2011

Todos saben lo que hacen.

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No los perdones.
Todos saben lo que hacen.
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El viejo no me engaña. Habla como si no importase, pero yo sé que le importa. Habla como si ahora ya fuese tarde, pero ambos sabemos que aun es tiempo. Viejo de mierda.

Me cuenta que fue por 20 años a tomar al mismo bar, y que luego se dio cuenta que era mejor cambiar de sitio, y que no tenía ninguna importancia. Finge que pensó que era difícil y me da un sermón sobre todas aquellas cosas que creemos difíciles y que no terminamos haciendo. Pero el viejo miente y él lo sabe. Y sabe que me da rabia, pero no sabe por qué.

Luego enciende un cigarro y habla sobre el derecho de hacerse daño a uno mismo. Incluso me dice que si me molesto no tengo más que alejarme de aquel sitio. Lo dice casi como creyendo que se hace más duro con todo eso, pero yo sé que el viejo no quiere hacerme daño. Y que si me quedo acá todo el rato va a apagar el cigarro. Porque el viejo juega a no serlo, pero en el fondo es bueno, y sabe lo que hace.

Luego se hace el chistoso contando una historia. Me cuenta que lo echaron de su trabajo porque se estaba quedando sordo de un oído. Luego entre risas falsas me dice que ya estaba sordo del otro.

El viejo trabajaba de portero en un edificio. Juega nuevamente a contarme que era un trabajo como cualquier otro. Eso dice, pero en realidad le duele que hoy sean vigilantes y no porteros lo que se necesita. Nada de dar los buenos días, piensa el viejo, hoy la gente entra y sale de todos lados como en una estación de tren. Incluso entran y salen de entre ellos mismos, como si nada les importase. Pero lo triste es que sí le importa. Y él lo sabe.

Lo chistoso, dice entonces el viejo, es que aunque sea prácticamente sordo puedo entenderme de lo mejor con los demás. Argumenta entonces el viejo que en realidad todo es obvio y fácil de seguir, aunque no escuches nada. No importa si se habla del amor, de la vida o hasta del destino de todos… todo es predecible y sin importancia, solo que hay que fingir y no decirlo en voz alta, dice el viejo.

Usted está mintiendo, viejo de mierda. Le digo. Usted finge que es un juego, pero no se lo cree. Y yo le importo. Y el mundo le importa.

El viejo se ríe y me dice que no escucha. Y hasta me invita una cerveza y sigue con sus análisis mediocres y falsos, que ya ni siquiera se sostienen.

Es así como el viejo sigue con sus historias. Y me habla del tiempo en que trabajo para el ejército en el período militar. Y me cuenta como violaban a algunas mujeres y hasta señala que está segura que a ellas les gustaba, y que era mejor que meterles ratones o ponerles fierros calientes, después de todo.

Luego habla de que los tiempos han cambiado. Y en el fondo busca que lo golpee. Que no crea en él. Que lo haga mierda.

Nadie tiene coraje para poner las cosas en su sitio, me dice. Por último vuelve a reír.

Yo lo miro y sé que no debo hacer lo que él quiere. No por no darle en el gusto, sino porque es mentira.

El viejo sigue aparentando que disfruta su maldad, pero en realidad ya está botando el humo del cigarro hacia otro lado.

Y es que es fácil ser malo, ser el antagonista, jugar a que el mundo no importa y hasta hacernos daño. Pero yo sé que sabes otra cosa, viejo de mierda. Y te lo voy a demostrar.

Y voy a venir todos los días a que me cuentes las mismas historias y voy a sentarme cerca del humo y tomar hasta hacerme daño. Porque no voy a perdonar que sigas jugando con todo esto.

Y si te golpeo o no vuelvo simplemente vas a haber ganado, o perdido de la forma en que elegiste salir derrotado.

Sabes que esto no es un juego y vas a tener que reconocerlo. Y te va a doler el daño realizado y luego no te va a doler, y te vas a dar cuenta que en el fondo lo que hice fue darte un regalo.

Y sí… la vida se me puede ir en esto, pero lo hago por ti, viejo de mierda.

Lo hago por ti.

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