“Este es el único poema que puedo leer.
Y solo yo, puedo escribirlo”
L. C.
.Y solo yo, puedo escribirlo”
L. C.
Hay un poeta en un columpio.
Se ve cómodo
y limpio,
y hasta los niños le han cedido
su lugar.
Hay sol
y árboles floridos,
por lo que además se trata de una escena
francamente entrañable.
Sin duda este poeta
sabe amar al mundo,
me digo,
y por eso sonríe
mientras mira a los demás.
Pero claro,
el sol comienza de a poco
a ocultarse
y los niños deben ir a sus casas
y hacer sus deberes
y bañarse…
y la plaza comienza así
a quedarse a oscuras.
Es entonces cuando decido
acercarme hasta el poeta
y me ofrezco para balancearlo suavemente,
mientras él contempla el mundo
como si estuviese naciendo
a cada instante.
Y claro:
él acepta.
Y yo lo balanceo.
Pasan así unos segundos.
El mundo no es un espectáculo,
le digo.
Entonces él se voltea
y yo le doy con una gran piedra
en el cráneo,
hasta descubrir que su interior
era igual
al de cualquier otro.
Y es que no debéis creer a los poetas
que tengan aún la cabeza intacta,
ni a esos que se afeitan con navajas,
pero sin llegar a producirse
ni el más mínimo corte.
Desconfiad de ellos
y de sus palabras…
Y desconfiad también
de sus balanceos
en los columpios.
Y es que tenían el corazón estrecho
si llegaron a sentirse
satisfechos con el mundo.
Y claro,
mi tarea en esos casos
es abrirles sin dudar
el alma a martillazos…
Adviértanles, si los ven,
que no pierdan tiempo
oponiendo resistencia:
El verdadero poema
será una bomba
o una piedra,
que hará estallar
la cabeza del mundo.
Se ve cómodo
y limpio,
y hasta los niños le han cedido
su lugar.
Hay sol
y árboles floridos,
por lo que además se trata de una escena
francamente entrañable.
Sin duda este poeta
sabe amar al mundo,
me digo,
y por eso sonríe
mientras mira a los demás.
Pero claro,
el sol comienza de a poco
a ocultarse
y los niños deben ir a sus casas
y hacer sus deberes
y bañarse…
y la plaza comienza así
a quedarse a oscuras.
Es entonces cuando decido
acercarme hasta el poeta
y me ofrezco para balancearlo suavemente,
mientras él contempla el mundo
como si estuviese naciendo
a cada instante.
Y claro:
él acepta.
Y yo lo balanceo.
Pasan así unos segundos.
El mundo no es un espectáculo,
le digo.
Entonces él se voltea
y yo le doy con una gran piedra
en el cráneo,
hasta descubrir que su interior
era igual
al de cualquier otro.
Y es que no debéis creer a los poetas
que tengan aún la cabeza intacta,
ni a esos que se afeitan con navajas,
pero sin llegar a producirse
ni el más mínimo corte.
Desconfiad de ellos
y de sus palabras…
Y desconfiad también
de sus balanceos
en los columpios.
Y es que tenían el corazón estrecho
si llegaron a sentirse
satisfechos con el mundo.
Y claro,
mi tarea en esos casos
es abrirles sin dudar
el alma a martillazos…
Adviértanles, si los ven,
que no pierdan tiempo
oponiendo resistencia:
El verdadero poema
será una bomba
o una piedra,
que hará estallar
la cabeza del mundo.
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