Creo que he hablado de esto otras veces. Me refiero a la extrañeza que me producía el observar cómo las niñas pequeñas, imitando la hora del té, jugaban a servirse esas pequeñas tacitas vacías, quedando, sin embargo, satisfechas.
Yo pensaba que mentían, claro, pero hoy creo que, de haberlo hecho, ellas creían fielmente en su engaño. Así, la impureza con que asocio esa imagen ha cambiado de origen, y desde ahí, ha alterado también, su naturaleza.
Quizá hablar del tema hoy sea extraño, pues ya prácticamente no se ve este tipo de juegos y a nuestra edad, existen un sinnúmero de cosas más importantes que pensar, o que recordar, para establecer un vínculo más preciso con lo que aquí hago… ¿pero saben…? sucede que existen otras formas de jugar hoy en día a las tacitas.
Una vez conocí, por ejemplo, a una señora que acostumbraba regar -al mismo tiempo que el pasto que crecía en su jardín-, un gran número de flores plásticas que se encontraban dispuestas en grandes maceteros.
Sé que hablé con ella sobre aquella costumbre, en aquellos años, pero mentiría si digo que recuerdo algo respecto a sus argumentos o la conversación que tuvimos.
Quizá ocurre algo parecido con aquellas niñas que acostumbraban tener peluches o distintas colecciones de animales. Una prima, -he aquí el segundo ejemplo-, recuerdo que tenía una colección de perros y de monos, pero nunca tuvo una mascota verdadera.
Una forma distinta -y sin duda con resultados más tristes-, se dio cerca de la casa de un amigo. Se trataba de una chica que vivía en una casa contigua a la suya y que yo también había visto alguna vez que lo visité, poco tiempo antes de que sucediera lo que él me contó.
El punto es que un día mientras mi amigo regaba su jardín, comenzó a fijarse que ciertas plantas, que estaban en la reja contigua a ambas casas, se encontraban un tanto secas. Así que aprovechó de regarlas mientras se encargaba de su propio jardín.
Y bueno, comenzó a suceder lo mismo durante algunos días, aunque al pasar el tiempo, mi amigo comenzó también a regar un poco más de aquel jardín. Así, mientras lo hacía, mi amigo me contó que pensaba cada vez más en su vecina.
Era una chica normal, como de nuestra edad, que al parecer trabajaba de secretaria o algo similar y que vivía sola en aquella casa.
-Y yo también vivo solo –me dijo mi amigo-. Y a veces hasta ponemos la misma música y nunca se me hubiese ocurrido que… no sé… que quizá podría pasar algo, o conocernos… y parece que me comencé como a enamorar…
De esta forma, mi amigo contó que empezó a tratar de encontrarse con su vecina, pero durante varios días no lograba coincidir con ella.
Inquieto, él se asomó por la pared que separaba las partes traseras de la casa, pero tampoco vio nada raro.
Así, sin saber bien para qué, mi amigo faltó un día a su trabajo y decidió pasarse a escondidas a la casa de su vecina, en el horario en que ella debiese haber estado trabajando.
¿Adivinaron qué pasó…? ¿Sí? ¿No…?
Pues la encontró muerta. Colgada de una especie de cable de luz en el baño, y habiendo tomado además unas pastillas, para asegurar el trabajo.
Y claro… hay toda una historia confusa en que se vio envuelto mi amigo tras tratar de explicarle a la policía cómo se enteró de la situación y por qué sus huellas estaban en la casa… pero no es eso de lo que quería hablarles.
Y es que simplemente estaba pensando en las distintas formas que teemos de jugar a las tacitas, y tratando de decidir si mi forma de escribir, y hasta de vivir, no era a fin de cuentas otra más de esas variantes.
¿Y saben?
Creo que he llegado a una respuesta.
Yo pensaba que mentían, claro, pero hoy creo que, de haberlo hecho, ellas creían fielmente en su engaño. Así, la impureza con que asocio esa imagen ha cambiado de origen, y desde ahí, ha alterado también, su naturaleza.
Quizá hablar del tema hoy sea extraño, pues ya prácticamente no se ve este tipo de juegos y a nuestra edad, existen un sinnúmero de cosas más importantes que pensar, o que recordar, para establecer un vínculo más preciso con lo que aquí hago… ¿pero saben…? sucede que existen otras formas de jugar hoy en día a las tacitas.
Una vez conocí, por ejemplo, a una señora que acostumbraba regar -al mismo tiempo que el pasto que crecía en su jardín-, un gran número de flores plásticas que se encontraban dispuestas en grandes maceteros.
Sé que hablé con ella sobre aquella costumbre, en aquellos años, pero mentiría si digo que recuerdo algo respecto a sus argumentos o la conversación que tuvimos.
Quizá ocurre algo parecido con aquellas niñas que acostumbraban tener peluches o distintas colecciones de animales. Una prima, -he aquí el segundo ejemplo-, recuerdo que tenía una colección de perros y de monos, pero nunca tuvo una mascota verdadera.
Una forma distinta -y sin duda con resultados más tristes-, se dio cerca de la casa de un amigo. Se trataba de una chica que vivía en una casa contigua a la suya y que yo también había visto alguna vez que lo visité, poco tiempo antes de que sucediera lo que él me contó.
El punto es que un día mientras mi amigo regaba su jardín, comenzó a fijarse que ciertas plantas, que estaban en la reja contigua a ambas casas, se encontraban un tanto secas. Así que aprovechó de regarlas mientras se encargaba de su propio jardín.
Y bueno, comenzó a suceder lo mismo durante algunos días, aunque al pasar el tiempo, mi amigo comenzó también a regar un poco más de aquel jardín. Así, mientras lo hacía, mi amigo me contó que pensaba cada vez más en su vecina.
Era una chica normal, como de nuestra edad, que al parecer trabajaba de secretaria o algo similar y que vivía sola en aquella casa.
-Y yo también vivo solo –me dijo mi amigo-. Y a veces hasta ponemos la misma música y nunca se me hubiese ocurrido que… no sé… que quizá podría pasar algo, o conocernos… y parece que me comencé como a enamorar…
De esta forma, mi amigo contó que empezó a tratar de encontrarse con su vecina, pero durante varios días no lograba coincidir con ella.
Inquieto, él se asomó por la pared que separaba las partes traseras de la casa, pero tampoco vio nada raro.
Así, sin saber bien para qué, mi amigo faltó un día a su trabajo y decidió pasarse a escondidas a la casa de su vecina, en el horario en que ella debiese haber estado trabajando.
¿Adivinaron qué pasó…? ¿Sí? ¿No…?
Pues la encontró muerta. Colgada de una especie de cable de luz en el baño, y habiendo tomado además unas pastillas, para asegurar el trabajo.
Y claro… hay toda una historia confusa en que se vio envuelto mi amigo tras tratar de explicarle a la policía cómo se enteró de la situación y por qué sus huellas estaban en la casa… pero no es eso de lo que quería hablarles.
Y es que simplemente estaba pensando en las distintas formas que teemos de jugar a las tacitas, y tratando de decidir si mi forma de escribir, y hasta de vivir, no era a fin de cuentas otra más de esas variantes.
¿Y saben?
Creo que he llegado a una respuesta.
El poder de la fantasía .....uuuuummmmm¡
ResponderEliminarPor cierto:
Muy agradable la sobremesa
y el cafe ...delicioso.
Se me ocurre que hoy en día algunas formas de relaciones cibernéticas tienen mucho de aquello de jugar a las tacitas. Se chatea mucho, se consume mucho sexo virtual, pero de contacto real...mmmm...bastante poco me parece.
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