En el departamento de arriba vive un mago.
Pero no imaginen a alguien deslumbrante
o en el mejor momento de su carrera.
Yo lo conocí y era un tipo común,
algo mayor, con ojeras
y gastado como un billete viejo.
De hecho,
solo te enteras que es mago
porque el conserje te comenta
que estuvo investigando su ficha,
tras dejarlo ingresar
con un conejo.
Como sea,
el punto aquí es que el mago
parecía tener una pelea memorable
hace apenas unos días,
pues los gritos llegaban a mi piso
con toda nitidez
y precisión:
“¡Lo que pasa es que ahora quieres huir
y esconderte en mi vida…!”
se escuchaba.
Y sí,
ese fue uno de los gritos que escuché
y hasta anoté
pues pensé que sería bueno
recordarlo más tarde,
cuando quisiera comprender al menos parte
de lo que estaba sucediendo.
Así,
(escuchando gritos)
estaba cuando de pronto
comencé a ver las pertenencias de aquel mago
lanzadas desde el piso 13.
Cayeron ropas,
platos,
y hasta pequeños muebles,
por loq ue abajo parecía juntarse
algo así como el relleno de un juguete
roto por un niño
en pleno juego.
Fueron pasando de esta forma
los minutos,
y las cosas no dejaban de caer
constantemente…
Y claro,
supongo que fue entonces
cuando el mago
debió decidir rotundamente
si terminaba de arrojar
sus pertenencias,
o comenzaba de una vez
a lanzarse a sí mismo
desde la ventana.
Eso le cuento a la policía
mientras siento que me miran extraño,
pues no han logrado dar
con el cuerpo del mago…
Incluso, me cuentan,
cuando horas después
deciden abrir la puerta
de su piso,
los policías encuentran la habitación
prácticamente vacía,
y sin rastro alguno
del supuesto mago…
Así,
luego del revuelo
y de las cosas
que aún siguen amontonadas
bajo el edificio,
no faltan los que comentan
que el último gran acto del mago
fue desaparecerse a sí mismo.
-¿Está bien dicho? –me pregunta entonces, el conserje.
-¿Qué cosa?
-Que el mago se desapareció a sí mismo…
Yo me lo pienso un poco
y al final le digo que sí,
que en el fondo todo está bien dicho…
y puede que hasta bien hecho.
-Usted también es raro –me dice entonces el conserje.
Y claro...
yo le doy la razón,
-y hasta le sonrío-
aunque sé que no la tiene.
Pero no imaginen a alguien deslumbrante
o en el mejor momento de su carrera.
Yo lo conocí y era un tipo común,
algo mayor, con ojeras
y gastado como un billete viejo.
De hecho,
solo te enteras que es mago
porque el conserje te comenta
que estuvo investigando su ficha,
tras dejarlo ingresar
con un conejo.
Como sea,
el punto aquí es que el mago
parecía tener una pelea memorable
hace apenas unos días,
pues los gritos llegaban a mi piso
con toda nitidez
y precisión:
“¡Lo que pasa es que ahora quieres huir
y esconderte en mi vida…!”
se escuchaba.
Y sí,
ese fue uno de los gritos que escuché
y hasta anoté
pues pensé que sería bueno
recordarlo más tarde,
cuando quisiera comprender al menos parte
de lo que estaba sucediendo.
Así,
(escuchando gritos)
estaba cuando de pronto
comencé a ver las pertenencias de aquel mago
lanzadas desde el piso 13.
Cayeron ropas,
platos,
y hasta pequeños muebles,
por loq ue abajo parecía juntarse
algo así como el relleno de un juguete
roto por un niño
en pleno juego.
Fueron pasando de esta forma
los minutos,
y las cosas no dejaban de caer
constantemente…
Y claro,
supongo que fue entonces
cuando el mago
debió decidir rotundamente
si terminaba de arrojar
sus pertenencias,
o comenzaba de una vez
a lanzarse a sí mismo
desde la ventana.
Eso le cuento a la policía
mientras siento que me miran extraño,
pues no han logrado dar
con el cuerpo del mago…
Incluso, me cuentan,
cuando horas después
deciden abrir la puerta
de su piso,
los policías encuentran la habitación
prácticamente vacía,
y sin rastro alguno
del supuesto mago…
Así,
luego del revuelo
y de las cosas
que aún siguen amontonadas
bajo el edificio,
no faltan los que comentan
que el último gran acto del mago
fue desaparecerse a sí mismo.
-¿Está bien dicho? –me pregunta entonces, el conserje.
-¿Qué cosa?
-Que el mago se desapareció a sí mismo…
Yo me lo pienso un poco
y al final le digo que sí,
que en el fondo todo está bien dicho…
y puede que hasta bien hecho.
-Usted también es raro –me dice entonces el conserje.
Y claro...
yo le doy la razón,
-y hasta le sonrío-
aunque sé que no la tiene.
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