I.
-¡¿Sabes por qué vas a morir…?! –me gritó, apuntándome con un arma.
Yo no contesté. Pensé en decir algo chistoso, pero debo reconocer que estaba un poco asustado… Y claro, el sol me había dado por horas y estaba adormecido y bueno… sucedía que además no soy chistoso.
-Vas a morir de puro ahueonao –continuó-, porque te vai a hacer el valiente y te voy a tener que disparar y la sangre te va a correr por la cabeza…
Yo sentía el cañón del arma contra la nuca así que comencé a levantarme, porque pensé que el tipo quería eso ya que me golpeaba a cada rato y me empujaba con el arma.
-¡¡Pa dónde vai, hueón..!! –me gritó entonces.
-Pensé que querías que me moviera…
-¡No tenís que pensar po ahuenoao…! –volvió a gritar- ¡Esa hueá te va a traer puros problemas…!
El tipo tenía razón, me dije. Quizá era posible que me estuviese atacando un adivino, o algo así. Aunque de ser así debía también saber que no andaba con nada de valor…
-¡No te dije que no pensarai…! –me dijo, mientras volvía a golpearme con el arma.
Yo seguí en silencio.
-¿Tenís celular? –me preguntó entonces.
-No. No uso…
-¿Y qué tenís en la mochila?
-No sé bien… libros, creo…
-¡Abre la mochila y muestra…! –me ordenó, alejándose un paso.
Me levanté de donde me había tendido a descansar y mientras abría la mochila pude percatarme que el hombre que me asaltaba era un enano, como de un metro diez, calculé…
-¡No mirís pa acá y vacía la mochila…! –seguía gritando el enano.
Yo entonces la vacié. Tenía cuatro libros, y una botella plástica donde quedaba todavía un poco de agua. En el fondo también encontré un lápiz, que pareció desconcertar al enano.
-¡¿Y pa qué mierda es el lápiz..?! –preguntó.
Yo no supe qué contestar.
-¡¿Pa qué mierda es el lápiz… te pregunté…?!
-¿Cómo…?
-Que si anduvierai con cuadernos tenís que andar con lápices, po hueón… pero andai con libros… ¡¿o le vay a dibujar caritas a las “o”…?!
-Eh… no…. Debe haberse quedado en la mochila…
-¡¿Y a qué mierda venís al cerro con libros y una botella con agua…?!
Yo no supe qué contestar. Se trataba de esas acciones que suelo hacer un poco sin pensar, como si arrancase de algo.
-¡Te pregunté pa qué venís..!
-Es que no sé bien –intenté explicar-, quizá para aclararme, o…
-Ya, cállate no más, ya sé lo que te pasa.
-¿Qué me pasa?
-Lo que pasa es que tú no entiendes –dijo el enano, cambiando el tono.
-¿Y qué es lo que no entiendo?
-Que sería peor si entendieras.
-Entonces es mejor así –dije haciéndome el simpático.
-No me refiero a ese entender –siguió el enano, bajando un poco el arma-. Ese entender es una mierda… me refiero a la comprensión de verdad… al descubrimiento de lo que realmente son los otros.
-¿De qué otros me hablas? –pregunté.
-Tú sabes, no te hagas el hueón –contestó molesto, recuperando el tono agresivo y hasta volviendo a levantar el arma.
Entonces, mientras el enano volvía a apuntarme me fijé bien en aquel hombre. Y me percaté que además de enano, el tipo aquel vestía un extraño traje, de tonos verdes, como si hubiese estado disfrazado…
-¡¿Qué miras…?! –preguntó, molesto.
-Nada –dije-, o sea, la ropa, un poco…
-¡No es ropa…! ¡Es disfraz! –me interrumpió-.
Y claro, yo confirmé mis sospechas.
Lo extraño, sin embargo era que aquel disfraz –pensaba-, era justamente un disfraz similar a la idea que nos hacemos de un enano, o de un duende… es decir, era un disfraz que lo dejaba igual a sí mismo…
-¡Y qué hay de malo en disfrazarse de uno mismo…! –me lanzó-. ¡¿Acaso no es lo que hacen todos…?!
-Pero…
-¡Nada…! ¡Todos lo hacen! Se disfrazan de ellos mismos, pero luego representan el papel como la mierda… ¡no saben representar el puto rol de sí mismos…!
El enano gritaba ahora moviéndose de un lugar a otro, como desesperado. Quizá por eso no pudo descubrir que yo ya pensaba en lanzarme y agarrar el arma, aprovechando la situación.
Sin embargo, apenas me lancé, el enano dio un salto hacia atrás y apretó el gatillo… Y bueno, yo sentí algo helado atravesándome la cabeza y salí despedido hacia atrás, cayendo al piso.
-¡Y mas encima no tenís celular…! –gritaba el enano dando vueltas, con aparente nerviosismo.
Fue entonces que debo haberme dormido, pues no recuerdo nada más, salvo la figura del enano corriendo en torno mío, y gritando incoherencias.
II.
Desperté cuando comenzaba a oscurecer, con el rostro ensangrentado.
Tomé el agua que quedaba en la botella y me dispuse a bajar, sintiéndome extrañamente bien.
De hecho, cuando llegué a un pequeño arroyo que había cerca de la carretera, me lavé el rostro y más allá del agua roja, al lavarme, no logré dar con ninguna señal de herida, o algo similar.
A pesar del absurdo, recuerdo, no me sorprendió aquella situación, y solo pensaba que esa agua estaba fresca.
Un par de horas después llegué al departamento y comencé a darle vueltas a algunas de las cosas que me había dicho el enano.
Era extraño, pero al pensar, sentía que algo así como el mecanismo del pensamiento se había vuelto más simple, como cuando te lavas el pelo después de cortarlo y te parece que falta algo, y que todo resulta más fácil… o más breve, al menos.
No sé, sin embargo, si la sensación vaya a durar, o si tiene alguna utilidad, o hasta algún sentido.
Yo creo que sí, claro… pero esa es otra de las cosas que hoy por hoy se me escapan.
Con todo, creo que una buena conclusión sería que cuando vuelvan a preguntarme si sé por qué voy a morir, yo debiese ser doblemente valiente y contestar que voy a morir porque estoy vivo.
Y es que una valentía sería por atreverme a contestarlo, mientras que la otra –la más importante, por cierto-, debiese llevarme justamente a estar vivo… y dejar de pensar tanto, previamente, en cómo estarlo.
-¡¿Sabes por qué vas a morir…?! –me gritó, apuntándome con un arma.
Yo no contesté. Pensé en decir algo chistoso, pero debo reconocer que estaba un poco asustado… Y claro, el sol me había dado por horas y estaba adormecido y bueno… sucedía que además no soy chistoso.
-Vas a morir de puro ahueonao –continuó-, porque te vai a hacer el valiente y te voy a tener que disparar y la sangre te va a correr por la cabeza…
Yo sentía el cañón del arma contra la nuca así que comencé a levantarme, porque pensé que el tipo quería eso ya que me golpeaba a cada rato y me empujaba con el arma.
-¡¡Pa dónde vai, hueón..!! –me gritó entonces.
-Pensé que querías que me moviera…
-¡No tenís que pensar po ahuenoao…! –volvió a gritar- ¡Esa hueá te va a traer puros problemas…!
El tipo tenía razón, me dije. Quizá era posible que me estuviese atacando un adivino, o algo así. Aunque de ser así debía también saber que no andaba con nada de valor…
-¡No te dije que no pensarai…! –me dijo, mientras volvía a golpearme con el arma.
Yo seguí en silencio.
-¿Tenís celular? –me preguntó entonces.
-No. No uso…
-¿Y qué tenís en la mochila?
-No sé bien… libros, creo…
-¡Abre la mochila y muestra…! –me ordenó, alejándose un paso.
Me levanté de donde me había tendido a descansar y mientras abría la mochila pude percatarme que el hombre que me asaltaba era un enano, como de un metro diez, calculé…
-¡No mirís pa acá y vacía la mochila…! –seguía gritando el enano.
Yo entonces la vacié. Tenía cuatro libros, y una botella plástica donde quedaba todavía un poco de agua. En el fondo también encontré un lápiz, que pareció desconcertar al enano.
-¡¿Y pa qué mierda es el lápiz..?! –preguntó.
Yo no supe qué contestar.
-¡¿Pa qué mierda es el lápiz… te pregunté…?!
-¿Cómo…?
-Que si anduvierai con cuadernos tenís que andar con lápices, po hueón… pero andai con libros… ¡¿o le vay a dibujar caritas a las “o”…?!
-Eh… no…. Debe haberse quedado en la mochila…
-¡¿Y a qué mierda venís al cerro con libros y una botella con agua…?!
Yo no supe qué contestar. Se trataba de esas acciones que suelo hacer un poco sin pensar, como si arrancase de algo.
-¡Te pregunté pa qué venís..!
-Es que no sé bien –intenté explicar-, quizá para aclararme, o…
-Ya, cállate no más, ya sé lo que te pasa.
-¿Qué me pasa?
-Lo que pasa es que tú no entiendes –dijo el enano, cambiando el tono.
-¿Y qué es lo que no entiendo?
-Que sería peor si entendieras.
-Entonces es mejor así –dije haciéndome el simpático.
-No me refiero a ese entender –siguió el enano, bajando un poco el arma-. Ese entender es una mierda… me refiero a la comprensión de verdad… al descubrimiento de lo que realmente son los otros.
-¿De qué otros me hablas? –pregunté.
-Tú sabes, no te hagas el hueón –contestó molesto, recuperando el tono agresivo y hasta volviendo a levantar el arma.
Entonces, mientras el enano volvía a apuntarme me fijé bien en aquel hombre. Y me percaté que además de enano, el tipo aquel vestía un extraño traje, de tonos verdes, como si hubiese estado disfrazado…
-¡¿Qué miras…?! –preguntó, molesto.
-Nada –dije-, o sea, la ropa, un poco…
-¡No es ropa…! ¡Es disfraz! –me interrumpió-.
Y claro, yo confirmé mis sospechas.
Lo extraño, sin embargo era que aquel disfraz –pensaba-, era justamente un disfraz similar a la idea que nos hacemos de un enano, o de un duende… es decir, era un disfraz que lo dejaba igual a sí mismo…
-¡Y qué hay de malo en disfrazarse de uno mismo…! –me lanzó-. ¡¿Acaso no es lo que hacen todos…?!
-Pero…
-¡Nada…! ¡Todos lo hacen! Se disfrazan de ellos mismos, pero luego representan el papel como la mierda… ¡no saben representar el puto rol de sí mismos…!
El enano gritaba ahora moviéndose de un lugar a otro, como desesperado. Quizá por eso no pudo descubrir que yo ya pensaba en lanzarme y agarrar el arma, aprovechando la situación.
Sin embargo, apenas me lancé, el enano dio un salto hacia atrás y apretó el gatillo… Y bueno, yo sentí algo helado atravesándome la cabeza y salí despedido hacia atrás, cayendo al piso.
-¡Y mas encima no tenís celular…! –gritaba el enano dando vueltas, con aparente nerviosismo.
Fue entonces que debo haberme dormido, pues no recuerdo nada más, salvo la figura del enano corriendo en torno mío, y gritando incoherencias.
II.
Desperté cuando comenzaba a oscurecer, con el rostro ensangrentado.
Tomé el agua que quedaba en la botella y me dispuse a bajar, sintiéndome extrañamente bien.
De hecho, cuando llegué a un pequeño arroyo que había cerca de la carretera, me lavé el rostro y más allá del agua roja, al lavarme, no logré dar con ninguna señal de herida, o algo similar.
A pesar del absurdo, recuerdo, no me sorprendió aquella situación, y solo pensaba que esa agua estaba fresca.
Un par de horas después llegué al departamento y comencé a darle vueltas a algunas de las cosas que me había dicho el enano.
Era extraño, pero al pensar, sentía que algo así como el mecanismo del pensamiento se había vuelto más simple, como cuando te lavas el pelo después de cortarlo y te parece que falta algo, y que todo resulta más fácil… o más breve, al menos.
No sé, sin embargo, si la sensación vaya a durar, o si tiene alguna utilidad, o hasta algún sentido.
Yo creo que sí, claro… pero esa es otra de las cosas que hoy por hoy se me escapan.
Con todo, creo que una buena conclusión sería que cuando vuelvan a preguntarme si sé por qué voy a morir, yo debiese ser doblemente valiente y contestar que voy a morir porque estoy vivo.
Y es que una valentía sería por atreverme a contestarlo, mientras que la otra –la más importante, por cierto-, debiese llevarme justamente a estar vivo… y dejar de pensar tanto, previamente, en cómo estarlo.
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