lunes, 31 de agosto de 2020

La gotera.


Como no he arreglado la gotera en el lavaplatos, pensé en cerrar la llave de paso.

Lo hice, de hecho, la última noche, pero al final me levanté a abrirla.

Y es que prefería sentir la pequeña gotera, a saber que el agua estaba bloqueada.

Si lo pienso es algo tonto, por supuesto.

Eso puedo admitirlo sin problemas.

Pero lo cierto, es que cada día que pasa pienso un poco menos.

No es la anterior una frase vacía, por cierto.

Me refiero a que es un hecho concreto, resultado de un proceso voluntario.

Podría incluso explicarlo, si les interesa:

Apenas me descubro pensando en algo, me vuelvo hacia mis sensaciones.

Disculpen si no lo sé decir más claro, pero yo, al menos, lo entiendo perfectamente.

Y claro… si vuelvo a lo de las goteras… supongo que ellas me parecen naturales.

No afectan mis sensaciones, me refiero, sino mis pensamientos.

El agua estancada, en cambio, prisionera en las cañerías… herméticamente bloqueada…

Eso sí afecta mis sensaciones.

Desespera, incluso, saberla en ese estado.

La gotera en cambio viene a ser algo así como un respiradero.

Una forma escasa de fluir en vez de estancarse, simplemente.

Así lo siento, al menos.

Ahora, sin embargo.. con el leve sonido de la gotera, me dispongo a dormir.

domingo, 30 de agosto de 2020

Sin subtítulos.


Me quedé la última noche viendo un par de películas en blanco y negro.

Películas finlandesas, por cierto.

En idioma original y sin subtítulos.


Si me preguntan ahora no sabría decir por qué lo hice.

Supongo que quería desconectarme de todo.

Ver algo que me permitiera estar fuera de mí, por unas horas.


En la primera película me parece que había un detective.

No podría asegurarlo, pero eso al menos me pareció.

Si era así, buscaba un documento que fue quemado al final, justo antes de los créditos.


La segunda película era de una mujer que vivía cerca de un puerto.

Vivía sola, con un perro, hasta que la culpan y encarcelan por un robo que no cometió.

Cuando sale libre, tiempo después, el perro no la reconoce.


No vi una tercera película porque ya amanecía y debía escribir un texto.

Este texto, por cierto, debía escribir.

Así que intenté volver a mí y así llegué entonces, exactamente, hasta esta palabra.


Sin sentir, prácticamente, llegué hasta esa palabra.

Supongo que en parte se debe a las películas finlandesas.

Pero también debe haber algo más, que probablemente no quiero averiguar.


Y es que el amanecer, incluso, tiene olor a anestesia.

Quisiera que fuese distinto, pero esa es la realidad.

Y estoy aquí, simplemente, porque no estoy en otro sitio.


Todo (tal vez) por un documento quemado.

Todo (tal vez) por un perro que probablemente no era el mismo.

Todo porque las agujas en la piel, hacen cada día, menos daño.

sábado, 29 de agosto de 2020

Hielo.


Era japonés.

De mi edad, más o menos.

Le faltaban partes de sus dedos en la mano izquierda.  

Nos contó que los perdió escalando una pendiente de piedra, en invierno.

Se le habían congelado mientras se afirmaba a una roca luego de tener un problema en la cordada.

Habían muerto dos de sus compañeros, esa vez, según nos contó.

Tenía también una mancha en una de sus mejillas, que se habría producido en esa ocasión.

Me quedó la cara pegada al hielo, dice riendo.

Lo dice con un acento extraño, pero lo simplifico aquí, para que se entienda.

Nos hemos reunido con él, pues resulta que ha escrito un libro.

Ninguno de nosotros lo ha visto todavía, pero él nos explica de qué trata.

Nos cuenta que es de un hombre que está en una especie de desierto, observando como el viento levanta arena, en algunos sitios.

Tal vez esté en marte, nos dice.

Intentamos entenderlo, pero se nos hace difícil.

Al parecer en la narración no se menciona el sitio, pero está helado y es similar a la superficie marciana.

El hombre también podría no ser, necesariamente, un hombre, según entiendo.

Y también le faltan dedos, nos dice, riendo.

El japonés ya pagó una traducción al inglés, pero no se siente conforme.

Nos dice que trabajemos sobre ella, pero quiere que consideremos otras cosas, al momento de llevarla al español.

No le gusta hablar de dinero, pero dice que aceptará la cifra que nosotros propongamos si puede pagarla.

Nosotros nos miramos y quedamos de enviarle un presupuesto luego de leer su novela, mientras ponemos fecha para otra reunión.

Él nos dice que solo puede después de varias semanas, pues está preparando otra escalada.

Ahora voy solo, nos dice.

Es más pesado, según nos cuenta, pero lo prefiere así.

Hablamos un poco más y luego simplemente nos despedimos.

Siempre de forma cortés, por supúesto.

Al día siguiente, nos llegó un archivo con su novela, pero el archivo venía dañado.

Intentamos comunicarnos con él, luego de eso, pero nos fue imposible.

Nunca más, hasta ahora, volvimos a saber de él.

viernes, 28 de agosto de 2020

Técnica.



Para ingresar nos hicieron dibujar a un hombre en una silla.

Tres horas, de tiempo.

Papel y carboncillo.

Después de intentarlo varias veces decidí dibujar cualquier cosa.

Elegí un tazón cuadrado, que estaba en una mesa, atrás del hombre sentado en una silla.

Ni siquiera dibujé soportes.

Solo la taza cuadrada.

Neutra.

Lisa.

Sin perspectiva.

De hecho, creí que era yo el único que sabía que aquello era una taza.

Pasaron entonces viendo los trabajos terminados.

Anotaban cosas en libretas, a veces cruzaban un par de palabras con quienes habían dibujado.

Yo estaba serio porque estaba molesto.

Quería irme, digamos, mientras esperaba mi turno.

Mientras esperaba, el hombre de la silla se puso de pie y comenzó a elongar.

Supongo que para desentumecer los músculos luego de tanto tiempo en la misma posición.

Fue en uno de esos movimientos cuando accidentalmente el hombre golpeó la taza cuadrada y esta cayó al piso, quebrándose.

Todos miramos hasta que recogieron los restos.

Entonces llegaron a ver mi dibujo.

-¿Qué es eso? -preguntaron, con respeto.

-Algo que ya no existe -dije yo, por sonar interesante.

Los hombres se miraron entre sí y uno le murmuró algo al otro.

Yo mantuve mi postura.

-No dibujó nada más -dijo otro.

Como no sabía si era una pregunta o una acusación me quedé en silencio.

Se acercaron entonces otros dibujantes a observar.

Todos estaban serios y parecían discutir si aquello era o no una taza.

-¿Nada más? -preguntó a hora sí uno de ellos, mientras anotaba en una libreta.

-Nada -respondí-. Todo lo demás todavía existe.

Luego, mientras pasaban a ver el dibujo de quien estaba a mi derecha, preferí salir del lugar.

Era una oportunidad digna, pensé.

Días después me enteré, de pura casualidad, que fui seleccionado.

De todas formas, decidí no asistir, finalmente, a aquel curso.

Y es que decidí llevar mi técnica, digamos, al ámbito de la escritura.

Y en eso estoy.

jueves, 27 de agosto de 2020

Se supone...


Se supone que un monje no estrega información sobre sí mismo, pero este nos dijo que se llamaba Ramón.

-Soy un monje -nos dijo-. Mi nombre es Ramón.

Entonces lo acompañamos en silencio por el lugar hasta que nos indicó el sitio donde debíamos dormir. Eran dos sectores distintos, separados, organizados por género.

Traté de no hacer ruido pues había otros cuerpos en el lugar, aparentemente dormidos.

Dentro de todo descansé, esa noche, pero lo cierto es que no conseguí dormirme del todo.

Antes que amaneciera, sin embargo, ya estábamos de pie y nos dirigimos a una especie de templo de madera, donde hicimos una serie de ejercicios: físicos, vocales y de meditación, hasta poco después que saliera el sol.

Las acciones durante el día estaban todas organizadas. Labores en el hogar, en el jardín, en la cocina y obviamente otros periodos en el templo.

Al maestro solo le veíamos por momentos. En el templo, principalmente, o mientras comíamos en silencio. Yo sabía algo de él, por unos artículos que había leído, lo que me llevaban a mirarlo con respeto.

De hecho, recordando ahora, creo que la única persona con la que hablé en esos días fue con el monje que se llamaba Ramón.

Y es que mientras limpiábamos un sector, recogiendo hojas y apilando leña, el monje Ramón rompió la regla de silencio y me contó que había estado preso y que, luego de salir, llevaba dos años en ese lugar.

-Dos años, pero el maestro aún no quiere darme un nombre… -me dijo.

No entendí bien a qué se refería en ese momento, pero días después, cuando incluso a nosotros nos bautizaron con un nombre, lo vi mirar, contrariado, desde un rincón.

Años después de esa experiencia, supe que el maestro y los monjes cambiaban su residencia, y estaban construyendo algo nuevo, cerca de Viña del Mar.

La información apareció en una revista donde nuevamente hablaban del maestro, comentando del cambio de residencia y diciendo al pasar que uno de sus seguidores se había suicidado hacía unos meses, lo que trajo varias complicaciones al maestro y a otros residentes.

-Su caso es especial y no representa las enseñanzas del maestro -decía al respecto una vocera-. Llevaba muchos años con nosotros, pero lo cierto es que ni siquiera había sido bautizado…

No había más información, por cierto, sobre hecho en particular. El artículo se centraba más bien en la formación del maestro. Sus años en Japón, sus vínculos, su modo de vida.

Según recuerdo, no era, del todo, un mal artículo.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Camellos.


“¿De verdad crees que en esa historia de mierda
había en algún lado algo valioso?”
O. W.


Estábamos reunidos en la casa de F., esperando a que llegaran los demás mientras él contaba algunas cosas de su viaje.

-Cuesta más de lo que parece subirse a un camello, -me dijo-, aunque se agachan, pero es difícil igual... Y eso que yo he montado a caballo y no soy tan bajo... Una vez arriba del animal no es incómodo, eso sí… Les ponen monturas bien avanzadas y hasta le inventaron un dispositivo para poner tu celular en la joroba que queda delante… Si no me crees te puedo mostrar una foto…

-Te creo -le dije.

-Yo anduve casi catorce horas seguidas -siguió-. Todo un día en realidad. Solo nos detuvimos para ir al baño y ya en lo noche, para comer algo…

-¿Y a dónde iban?

-Era un tour no muy común, según nos dijeron… -continuó-, al final llegamos a una especie de aldea donde había unas construcciones menores, supuestamente muy antiguas… Eran de piedra y tenían grabados, pero no me parecieron tan antiguas… en una las construcciones tenían una esfera, de piedra, que según ellos iba en la punta de una pirámide… esa se supone que era la gran atracción.

-¿Y luego de regreso?

-Sí… pasábamos la noche en ese lugar y luego regresamos. Ahí nos ofrecieron volver en camello o en una especie de jeep que tenían en el lugar…

-¿Y tú…?

-Jeep, elegí el jeep -contestó, adelantándose-. En realidad, solo viajamos tres y los tres regresamos en vehículo… fue por otra ruta de hecho, bastante más amable…

-¿Y los camellos? -pregunté.

-No sé – me dijo-. Supongo que regresaron también.

martes, 25 de agosto de 2020

El mismo sueño.


Antes soñaba que estaba en un puente.

Ahora sueño que estoy en un túnel.

Supongo que en el fondo son el mismo sueño.

Hay más luz, por supuesto, en uno de ellos.

Pero lo que ocurre en el entorno suele ser lo mismo.

Cuerpos que pasan hacia un lado, me refiero.

Y cuerpos que pasan hacia el otro.

Y es que, al parecer, en el sueño, estoy en medio del puente.

O de forma fija en medio del túnel.

Lo extraño es que, a pesar de estar inmóvil, soy consciente de los dos extremos.

Del fin y comienzo del puente, me refiero.

Y del fin y comienzo del túnel, en la otra variante.

Hoy, por ejemplo, tuve el sueño del túnel.

Y claro, veía pasar de un lado a otros cuerpos luminosos, que no distinguía en detalle.

Igual que siempre, digamos.

Eso, hasta que intenté dejar de estar inmóvil.

Y decidí moverme hacia uno de los extremos del túnel.

Probé hacia un lado, con esfuerzo, pero noté que no podía.

Luego lo intenté, sin éxito, hacia el otro lado.

Mientras lo hacía, sin embargo, puede notar que los cuerpos parecían alterarse.

Moverse levemente y vibrar, como si estuviese ocurriendo un terremoto.

Fue entonces que comprendí que, en mis sueños, no estaba en el puente o en el túnel.

Sino que yo mismo era el túnel o el puente.

Y ser otra cosa, debo reconocer, me pareció en ese instante algo no tan malo.

Sobre todo, porque era una cosa que tenía una utilidad.

Ya fuese posibilitando una salida, o generando un acceso.

Con esa sensación me desperté y vine de inmediato a ponerlo por escrito.

Sin esforzarme demasiado, por supuesto.

Tomándome, digamos, un respiro.

lunes, 24 de agosto de 2020

Ojos que no ven.


I.

Nunca entendí el dicho ese de ojos que no ven, corazón que no siente.

Me lo repetía una y otra vez, pero no lograba encontrarle el sentido.

Me avergonzaba pedir que me lo explicaran, pero alguna vez lo hice.

Me dijeron que lo pensara al revés: ojos que ven, corazón que siente.

Y lo hice.

O intenté hacerlo, más bien.

Ahora dalo vuelta, me dijeron.

Obedecí.

Pero no entendí ni mierda.


II.

Con el tiempo, lo entendí, por supuesto.

Pero ya viejo.

Era algo tan simple y burdo que no lograba entender cómo se me había escapado.

Quizá eso, me llevó a pensar en por qué era yo, en esos años, incapaz de entender esa frase tan simple.

Concluí que nunca asocié la idea del engaño, o el sufrimiento provocado por el engaño, con algo que pudiese verse.

Supongo que sentía que uno igual sabía, aunque no viera.

Sí, eso era:

El corazón siempre sabía.

Y sentía siempre.


III.

Ojos que no ven no son ojos.

Corazón que no siente, no es corazón.

Pueden ser cursilerías, tal vez, pero me parecen frases verdaderas.

Y es que el daño más profundo es justamente aquel que nos hacemos cuando no queremos ver.

Es un derecho, por supuesto… no lo niego.

No sentir, no ver… y todas esas frases que pueden servir para finalizar un texto adolescente.

No ver… no sentir, decía.

Y entonces el final.

Abrupto y torpe, el final.

Como si no lo fuera.

domingo, 23 de agosto de 2020

Otra experiencia (Una buena experiencia)


G. había sido predicador en varias iglesias. Todas cristianas, hasta donde sé. Las cosas le iban bien, por lo general, pero solo hasta que alguien de la congregación moría y G. debía encargarse del discurso fúnebre o de alguna forma se refería a dicha muerte en el sermón dominical. Y es que la muerte le molestaba. Lo indignaba, incluso. Se le notaba en la voz, en el ritmo y en las palabras que terminaba diciendo. No aceptaba, digamos, que había que morir. O le molestaba no comprender el porqué, pienso ahora. Entonces el discurso se transformaba en un reclamo. Uno que se hacía incluso a Dios o a quién fuese que se le había ocurrido inventar aquello. Aquello era la muerte, por supuesto. Eso que llegaba antes que comprendiéramos del todo, según él. Nadie debiese morir antes de que comprendamos para qué, decía G. Recalcaba el para qué. Luego se enojaba más y a veces se le escapaba alguna palabrota. Entonces, los fieles se sorprendían y lo comentaban con algún superior. Luego, G. cambiaba de congregación, o incluso de iglesia, dependiendo del reclamo. Cuando esto ocurría, no se sabía de él por un tiempo. Después, por supuesto, se repetía el ciclo. Yo lo escuché un par de veces, por cierto, por eso lo contabilizo como una experiencia. Una buena experiencia, por cierto.

sábado, 22 de agosto de 2020

Una experiencia.


Mis padres me escondían huevos pascua. Muy poquitos, porque no había mucho dinero. De hecho, recuerdo una vez que un guardia se llevó a mi padre algunos, escondidos, bajo una chaqueta. Fue la única vez, por cierto, que lo vi robar. Lo esperé solo, no sé cuánto tiempo, esa vez. Puede que horas. Yo era muy pequeño. De todas formas, esa no es la experiencia que iba a contar acá. Lo que iba a decir estaba referido al encontrar los huevos. Yo los buscaba y mis padres me decían en el fondo cuántos eran. Supongo que para regular las expectativas. Así podía dejar de buscar cuando ya no hubiera más, o sabía que debía seguir cuando quedaba alguno. Sin embargo, recuerdo que lo que yo verdaderamente quería era encontrar alguno un tiempo después, sin buscarlo. Encontrarlo, ahí sí, como una verdadera sorpresa. Me había pasado una vez y era un buen recuerdo. Encontrar algo así, verdaderamente como un regalo. Tal vez si mis padres me hubiesen mentido y hubiesen dicho un número menor lo habían logrado, pero no recuerdo que mintieran en eso. Por lo mismo, me vi obligado alguna vez a mentir yo, y decir que ya había encontrado todos cuando en realidad dejé uno, escondido. Intenté olvidarme, por supuesto, pero no se podía. No de esa forma. Días después seguía buscando en un lugar y en otro, engañándome un poco a mí mismo, pensando que hacía otra cosa. Ahora que escribo esta experiencia, creo recordar, de hecho, que nunca lo encontré. Tampoco sé si actué bien o mal, en ese entonces. Supongo que eso es algo que nunca se sabe. Y cuya respuesta uno también, de cierta forma, sigue buscando.

viernes, 21 de agosto de 2020

Dos, frío, blanco.


De pie en Praga
esperando un tranvía:
la nieve sobre el cuerpo.

Con suero en el hospital
y amargos calmantes,
temblando de frío.

Sacudes la nieve
y pronto te cubre
más nieve.

Si el dolor se retira
aprende a disfrutar
aunque sea un momento.

Las ramas de blanco
quebradas por la nieve,
saben menos que el árbol.

Si tu hijo te abraza
para frenar los temblores
agradece el dolor.

Tomar con quien amas
un tranvía en Praga
hacia cualquier sitio.

Si el dolor se va
o si no se aleja,
observa el amanecer.

En la última estación
fuera de Praga,
todo es blanco.

Si venimos a morir
a este mundo,
has que todo sea bello.

Hablar en Praga
sin hablar
con palabras de nieve.

Recoges un pájaro
al salir del hospital
congelado en el piso.

Aves cantando
en un puente de piedra
sobre algo que fue un río.

Que los recuerdos
no te alejen
de este amanecer.

Sea bajo el dolor
o bajo la nieve en Praga
no sacudas los hombros.

La nieve,  
no sabe lo que hace,
pero sin duda lo hace.

No creas a tus ojos;
solo se congela
la superficie del río

¿Quieres habar del frío?
preguntaba aquel
que nada entendió.

jueves, 20 de agosto de 2020

Su gracia.


Tenía tanta fuerza en una de sus manos que podía romper una piedra apretándola con fuerza. Esa era su gracia, digamos. Así, luego de un rato, la piedra que apretaba solía partirse en dos o más pedazos, que eran arrojados al suelo.

En lo personal, debo haberlo visto hacer ese truco al menos veinte veces.  Por lo mismo, sabía que no había trampa alguna y que aquel era un acto legítimo.

Una vez incluso fue a un programa de tv, donde luego de romper unas piedras midieron la presión que ejercía con cada una de sus manos. Entonces dieron cifras que no recuerdo y, mientras el público aplaudía, le entregaron incluso una suma pequeña de dinero.

Fuera de eso, por cierto, no recuerdo que su gracia le haya sido útil de alguna forma. Es decir, llamaba la atención cuando no lo conocían, pero eso era todo. Lo que hacía servía para abrir, apenas, una conversación.

-Hacer esto es una mierda -me dijo un día-. ¿De qué puede servir transformar en varias piedras una sola piedra grande…? De hecho, no creo que sea transformar hacer eso que hago…

Yo quise responderle algo, pero no supe qué.

Luego dejamos simplemente de saber de él.

Parece que, con el tiempo, se recibió de técnico jurídico y se fue a vivir al norte.

Supongo que todavía, carga con su gracias.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Un espantapájaros (principios).


I.

Un espantapájaros, no es,
más que un espantapájaros.

Usted dirá que esto es obvio,
por supuesto,
pero yo me sé trascendental.

No profundo.

No genial.

Pero sí trascendente.

Por lo tanto
si usted revolotea acá
y no le gusta esto,
(o le gusta un poco,
pero no lo acepta),
puede salir
tranquilamente
por donde entró.

No se haga usted problemas.


II.

De lejos, también,
un espantapájaros
sigue siendo
un espantapájaros.

Lo que parezca ser,
después de todo,
no tiene importancia alguna.

La vida que parece buena.

La mujer que parece hermosa.

Esas sí que son frases sin sentido.

¿No está de acuerdo conmigo?

¿Le parece que estoy equivocado?

Pues yo no intento aquí
convencerlo de nada.

Recuerde que le dije
que me sé trascendental

Y todo nos trasciende,
querido lector,
cuando ocurre que es cierto.


III.

Un espantapájaros es,
por siempre,
un espantapájaros.

Recuerde que el ser
no cambia
con el tiempo.

Admito que la piel se arruga,
sin embargo,
y acepto también
la idea de desgaste.

No puedo aceptar,
aunque quisiera,
nada más.

Y es que todo el resto,
digamos,
son apenas pareceres.

Y ya le dije,
lo que pienso sobre eso.

Estoy firme aquí,
esa es mi postura.

Usted, en cambio,
solo vino a pasearse,
nada más.

martes, 18 de agosto de 2020

Dos Áfricas.


En la carta decía que viajó a dos Áfricas.

No era metáfora,
su teoría era que todo tenía un par.

Que el mundo entero era dos mundos.

Que una vida era dos vidas.

Algo así, decía, aunque nunca,
que yo recuerde,
se lo oí explicar.


Venían fotos, también, en esa carta.

Tres fotos, intercaladas entre las hojas.

Eran fotos pequeñas, de llanuras inmensas.

Ninguna especificaba, por cierto,
el lugar donde fue tomada.


Debo haber leído esa carta unas seis veces.

Me gustaba leer sus comentarios, mayormente.

Comentarios que incluso
hacía sobre sus propias palabras:

Creo que mentí un poco en el párrafo anterior.

o

Debí iniciar la carta por esta parte.

o

La descripción que hice suena bien,
pero el lugar era francamente horrible.

Eran frases que probablemente agregaba
luego de haber escrito la carta.

Y es que estaban escritas con letra pequeña,
entre los párrafos,
o a un costado de ellos.

En esta en particular,
además,
se incluían unos dibujos
atrás de cada hoja.

En una había dibujado unos objetos,
en otra un par de árboles
y en la última iba un mapa.

Un mapa que era en realidad dos mapas.

Dos Áfricas con una ruta marcada en rojo.

Bajo ellas, finalmente, una única frase
escrita con letras pequeñas:

Ninguna de las dos valió la pena.

lunes, 17 de agosto de 2020

Si el fondo está al fondo es por algo.



Si el fondo está al fondo es por algo.

Tal vez, simplemente, no fue hecho para ser visto.


Las palabras sobre la hoja.

La sensación sobre la piel.

He ahí el reino que nos fue dado.


Cualquier otro intento viene más bien a desgarrar la superficie.

A romper la piel, aunque no se quiera.

Y hace entonces surgir la herida.


Un santo alemán, según recuerdo, decía incluso
que Dios habitaba en la superficie.

De lo que se sigue que cualquier intento
por traspasarla
es de cierta forma transgredir a Dios.


Puede usted creer o no, por supuesto,
yo no pretendo aquí
convencer a nadie.

Ni de un supuesto Dios,
ni de la existencia de un santo alemán…
esas son, después de todo,
cuestiones más profundas.

Lo que ven acá, más bien,
solo son observaciones sobre la mesa.


Frases en la superficie, digamos.

Lo demás, dejémoslo donde debe estar.

Si no tiene nombre no lo nombres.


Que el corazón esconda la raíz del grito.


La sangre dentro del cuerpo.

Las raíces bajo tierra.

Cada planeta en su lugar.


La distancia nos protege.

Flotar en la superficie no es tan malo.

Todo lo que necesitas está en la superficie.

Si el fondo está al fondo, recuerda,
debe ser por algo.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales