domingo, 2 de agosto de 2020

Dulces de menta.


Tras discutir con su esposa G. decide ir a dormir al auto. O sea, no lo decide, en realidad, pero es lo que termina haciendo, luego de salir del departamento. De todas formas, no es que duerma muy lejos, pues el auto se encuentra estacionado en el mismo edificio, cinco pisos más abajo. Si viviera en una casa o en un espacio más grande -piensa G.-, tal vez bastaría con irse a otro cuarto o acostarse en el sillón, pero acá todo es realmente un mismo sitio. Y es que no son discusiones graves, en el fondo, pero las últimas han durado mucho más de lo debido. Además, el ciclo siempre termina en una charla en la mesa de la cocina, donde él debe asumir los errores y comprometerse a una serie de acciones que luego sabe no podrá cumplir. Puede parecer exagerado, pero lo cierto es que llevan tres años de casados y nunca alguna discusión ha terminado de otra forma. No es que él la culpe a ella, en todo caso, pero se siente aburrido de ser el único culpable y de poner en duda, nuevamente, el tema de los hijos. Los dos quieren, de cierta forma, pero como las disputas han comenzado a aumentar decidieron postergarlo por un tiempo.

-¿Vas a dormir acá? -dice ella entonces, tras golpearle una ventana.

G. dice que sí, que cree que sí, que no sabe.

Ella se queda de pie, junto al auto, sin agregar nada.

-No debiste salir con pijama -dice entonces él-. Es tonto… te van a ver acá…

-Déjame subir -dice ella.

G. baja los seguros y le dice que suba por la otra puerta.

Ambos están ahora al interior del auto, sin decir nada.

-¿Y si manejas un rato? -pregunta ella-. Tal vez podamos ir a algún lado y hablar.

-Hay toque de queda -dice él.

Ella se queda en silencio.

-Y no quiero hablar -agrega G.

Están así unos minutos hasta que ella abre la guantera y parece buscar algo.

-¿No te quedan de esos dulces de menta? -pregunta ella, mientras busca.

Él también busca y le acerca una pequeña caja plástica.

-Acá están… son pastillas eso sí… pastillas de menta… -dice él.

-¿Cómo…? -dice ella.

-Pastillas… no dulces… -explica él-. Si fueran dulces tendrían un sabor dulce… la menta no es dulce…

-Pastillas de menta… -dice ella.

-Sí -dice él-. Pastillas de menta.

Ella saca una y luego le ofrece. Él dice que no, que no quiere ahora.

-¿No quieres que subamos y lleguemos a un acuerdo? -dice entonces ella-. No tiene por qué ser terrible: preparo un café, lo arreglamos mientras comemos unas galletas y nos vamos a acostar.

-No quiero sentarme a hablar -dice él-. No quiero estar frente a la mesa de la cocina y reconocer nada… estoy cansado de esa parte…

-¿No quieres arreglarlo? -dice ella.

-No es eso -dice G.-, pero siento que lo arreglamos para que luego vuelva a quedar igual…

-¿No tiene arreglo entonces? -dice ella.

Su tono es amistoso, piensa él. Es amistoso a pesar de lo que dice.

-No es eso -dice ahora G., mirándola a los ojos-. Tal vez no necesita arreglo…

Ella lo mira tratando de ver si él realmente está hablando en serio. Observa sus ojos y piensa que sí, que está hablando en serio… que él no quiere ofender no discutir más.

-Yo también estoy cansada -dice entonces ella, sonriendo.

-¿Volvemos al departamento? -pregunta él.

Ella asiente.

Mientras bajan del auto ella le pregunta si puede llevarse los dulces de menta. Él contesta que sí, que claro, que por qué no. Luego caminan juntos, hasta el ascensor.

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