sábado, 30 de septiembre de 2017

Palabras tachadas.


Dos cuadernos enteros con palabras tachadas. Eso es lo que encuentro mientras botaba unas cajas este fin de semana. Cuadernos donde supuestamente tomaba notas o escribía frases y que –sinceramente no recuerdo por qué-, aparecen enteramente tachados. Por otro lado, tengo razones para creer que el conjunto de rayas realizadas sobre las palabras parece ser mío. Por un lado, se parece a la forma que hasta el día de hoy ocupo cuando quiero corregir algo, y, por otro, dichas rayas están hechas con el mismo lápiz que fue usado para escribir bajo ellos. Esta última cuestión, asimismo, si bien aclara aparentemente el asunto de la autoría, vuelve por otro lado más absurdo el objetivo general de esa escritura. Y es que todos esos textos habrían sido tachados casi inmediatamente después de ser escritos, pues no existe ninguno de ellos en que no coincida, como decía anteriormente, el lápiz utilizado. Intento entonces recordar algo más sobre ellos, pero por más que me esfuerzo no puedo. Así, voy revisando cada una de las páginas tratando de ver lo que decía antes de ser tachado y, si bien recupero algunas palabras, no logro entender por qué pude borrarlas, ni en qué consistía este “proyecto”. Por otro lado, pienso también ahora, si alguna vez en el futuro mirase algunas entradas de este blog –sobre todo las de estos últimos años-, estoy seguro que no lograría entender el propósito y sería también como encontrarse con un grupo (mal)escrito de palabras tachadas, cuyo significado está siempre bajo una superficie que no entrega claridad alguna sobre lo que realmente está ocurriendo bajo ella. Una verdadera lástima, por cierto.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Mi teoría es que da cero.


Mi teoría es que da cero. Y claro, es un tanto pesimista como todas mis teorías, pero también depende de cómo quiera verse. Me refiero a los pasos. A la manía esa que teníamos de niños de contar los pasos. Y es que hoy -con los avances tecnológicos y las aplicaciones existentes, en concreto-, resulta bastante fácil poder hacerlo. Y claro, es entonces cuando surge mi teoría de que todo esto da cero, finalmente. No me refiero, sin embargo, a una suma directa. Y es que lo importante de los pasos no es solo su número, sino también su dirección. De hecho, dudo que un paso sin dirección pueda ser considerado finalmente como un paso. Es decir: un paso es un vector, como diría alguien con cierta inclinación científica –aunque no me interesa por lo pronto desarrollar esta idea-. Lo que apunta mi teoría simplemente es que da cero. La suma de nuestros pasos, me refiero. De nuestros pasos entendidos como vectores. Así, si comienzo mi día por ejemplo, en un punto cero y cuento los pasos dados hacia el norte, sur, este y oeste –con sus respectivos gráficos y coordenadas-, mi teoría señala que da cero. Puede variar obviamente el rango de tiempo, y tal vez algún día en particular la suma  y resta no nos dé exactamente el cero del que hablo, pero se trata aquí sin dudas de un cero mayor. Un cero que tarde o temprano terminará por imponerse. ¿No me cree? Pues busque una aplicación que le facilite el cálculo y luego hablamos. Por otro lado, si lo considera triste, piense simplemente en el punto de partida como su lugar propio, y pinte el cero con los colores que más le agraden, o le parezcan convenientes.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Humo.


I.
El problema no era que fumara mucho, sino que no botaba el humo. Por lo mismo, para hacer espacio, el humo comenzó a carcomer todo aquello que estaba dentro. Órganos, huesos, tejidos... Todo volviéndose ceniza hasta que de pronto no quedó nada. Y es que ya son cincuenta años los que guarda el humo y no exhala. Una cáscara casi, es lo que queda ahora. Una cáscara que fuma, digamos. Una cáscara que no se inmuta y que está llena de humo. Nada más.

II.
Hace años lo hablamos y yo creí que bromeaba. No solo soy yo, me dijo entonces. El mundo tampoco exhala. El universo mismo no exhala… ¿Hacia dónde va a exhalar el universo?

III.
Yo escuchaba y lo veía fumar y no lo tomaba en serio. De vez en cuando anotaba sus frases y bebía algo, mientras él fumaba. Esa era la rutina, más o menos. O lo fue hasta que quise descubrir el truco. Lo de no botar el humo, me refiero. Y es que siempre pensé que era un truco y un día se lo pregunté directamente.

IV.
No hay truco, me dijo. Y yo asentí, pero sin ganas. Entonces, sacó una pequeña navaja que tenía en su chaqueta y se hizo un corte en el antebrazo. Sonó como si alguien cortara un trozo de cartón. No se escapó el humo, pero brotó una especie de ceniza. Todo fue llenándose de a poco. Él, en tanto, volvió a encender otro cigarro.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Para no olvidar.

“El verdugo cortó las cabezas
equivocadas”
Ch. B.

Igual que las listas con tareas
que algunos dejan en el refrigerador
un artista conceptual polaco
de visita en Chile
invitaba hoy a corchetear en él algunas notas
con tareas o mensajes
que la humanidad no debiese olvidar.

Así, vestido únicamente
con una especie de taparrabos,
el artista polaco decía ser la humanidad,
mientras explicaba
-a través de carteles-,
su proyecto.

“Hoy soy la humanidad”,
se leía en el primer cartel.

“Ayudadme a recordar
lo que no debo olvidar”,
decía el segundo.

Pude observar que algunos transeúntes
se animaban a escribir algunas notas,
pero al ver que lo de sujetarlas al cuerpo del artista
a través de corchetes
iba en serio,
dudaban un poco,
y salvo dos o tres casos,
la gente no se atrevió
a corchetearlas,

Entonces,
al notar lo que sucedía,
-y tal vez por estar apremiado por alguna cámara de tv-,
el artista polaco comenzó él mismo
a corchetear en su piel
las notas que algunos transeúntes
habían olvidado.

Al hacerlo, por cierto,
pequeños hilos de sangre
brotaron de las heridas,
manchando en ocasiones
algunas de las notas.

Por lo mismo,
un ayudante se acercó
para limpiar con cuidado
algunas heridas.

Yo en tanto,
me limitaba simplemente a mirar,
y a tratar de elegir conscientemente
qué cosas recordar de todo aquello
y qué olvidar, rápidamente.

No te olvides
a ti misma,
decía una nota
que se corcheteó en un hombro.

No recuerdo, sinceramente,
ningún otro.

martes, 26 de septiembre de 2017

De qué nos reíamos.

"Una lista, me dijo, en pasado.
Ríete ahora
y no volverás a comprender".
O. W.

Nos reíamos
de las parejas que andaban
tomadas de las manos.

Nos reíamos
de las coreografías
de los bailes del momento.

Nos reíamos
del nobel de la paz
otorgado a Obama.

Nos reíamos
de los pequeños pack
de seis cervezas.

Nos reíamos
de las películas que tenían
un final feliz.

Nos reíamos
de los deseos de buenas noches
antes de dormir.

Nos reíamos
de la muerte lenta
que le llegaba a los viejos.

Nos reíamos
de los ceniceros de vidrio
repletos de colillas.

Nos reíamos
de las fotos familiares
puestas en el comedor.

Nos reíamos
de la gente celebrando
el regreso a la democracia.

Nos reíamos
de los castigos propuestos
en el libro de Levítico.

Nos reíamos
de los que compraban TVs
con tecnología 3D.

Nos reíamos
de los rostros que aparecen
en los billetes nacionales.

Nos reíamos
de los artistas rebeldes
que postulaban al Fondart.

Nos reíamos
de los que pagaban a otros
para que pasearan a sus perros.

Nos reíamos
de los intelectuales que vivían
sin tener que trabajar.

Nos reíamos
de los que rezaban hincados
pidiendo por sí mismos.

Nos reíamos
de aquellos que hablaban
de una vida verdadera.

Nos reíamos
de los hombres que morían
porque no entendían el amor.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Gestión cultural.


Fue por ese entonces
que contratamos al mejor pianista de la ciudad.

Arrendamos un local y hasta mandamos hacer cientos de invitaciones
que repartimos en las calles, con promesas de buen vino.

Se trataba de gastar unos fondos que nunca pretendimos ganar,
pero que entre bromas y proyectos ficticios
terminó por quedar en nuestras manos.

También llamamos a un par de escritores de renombre.

A unos maestros de sushi.

Y hasta a un cantor lírico, que un productor nos ofreció
por poco dinero.

Con todos firmamos pequeños contratos de servicios
que aseguraban nuestro éxito.

Fue entonces que comenzaron a llegar los invitados.

Ninguno sabía buen a qué iba, pero el público iba aumentaba
y todo avanzaba según nuestro plan.

Los primeros en salir al escenario fueron los escritores.

Se quisieron negar, cuando les dimos instrucciones,
pero sus contratos tenían una cláusula rigurosa.

Así, uno de ellos leyó por veinte minutos
las predicciones del horóscopo chino.

El otro, en cambio,
debió estar veinte minutos leyendo el obituario de la semana.

Nadie les prestó mucha atención de todas formas,
pues la promesa de buen vino
al menos era cierta.

En tanto,
los maestros de sushi preparaban papas fritas
y el cantante lírico era abucheado mientras intentaba seguir el karaoke
de una confusa canción iraní.

Nosotros, en tanto, llenábamos los vasos con vino
y tratábamos de atender lo mejor posible a los invitados.

Como presentación estelar dejamos al mejor pianista de la ciudad,
quien intentó cinco minutos tocar la trompeta
hasta que decidió irse sin más
e incumplir el contrato.

Para entonces, sin embargo, nadie prestaba atención al escenario,
solo el vino era el invitado especial
y era lo único que no defraudó a nadie.

Por la mañana, recuerdo, solo quedábamos nosotros
en el lugar.

Algunos apilamos sillas y limpiamos un poco,
otros ordenaron las facturas para rendir los dineros
que nos habían asignado.

Nadie, sin embargo, había disfrutado
verdaderamente del asunto.

Esa mañana, por cierto,
fue la última que nos juntamos, como grupo.

Nadie dijo nada, pero creo que de cierta forma todos
sabíamos que así sucedería.

Con el tiempo, por cierto, todos seguimos rumbos dispares.

Uno de nosotros se casó y se fue a Australia.

Otro a estudiar a España.

Uno se mató
nadando mar adentro.

Dos nos hicimos profes.

Varios prometimos que algún día,
comenzaríamos a tomarnos esto
verdaderamente en serio.

Prontamente, cumpliré mi promesa.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Meter el pelo al plato.


Yo estaba distraído mirando a la chica que estaba en la mesa contigua. Estaba comiendo sola y tenía un vestido verde con blanco.

-¿Estás mirando a una chica? –me preguntó C., que estaba de espaldas a ella.

-Sí –le dije. Y seguí mirando.

Solo después de decirlo advertí que C. estaba molesta. Así que intenté mirar a C. y hasta le tomé una mano.

-¿Te aburriste de mirarle las tetas? –me preguntó entonces C.

-No es así –dije yo.

-¿No te aburriste, entonces?

-No, no es eso… No le miraba las tetas…

-¿Le mirabas el culo?

-Está sentada… ¿cómo le podría mirar el culo?

C. había retirado su mano y se había tomado su copa de golpe. Esto iba a resultar difícil.

-Solo me pareció chistosa… -dije yo-. Eso es todo.

-¿Chistosa…? –preguntó C. levantando la voz-. Puedo apostar que es atractiva.

-Sí puede serlo… pero yo la miro porque me da como risa… -quise explicar-, o sea, está sola y es un poco torpe…

-¿Dio vuelta un vaso, o algo…?

-No… pero es como si pudiera hacerlo a cada rato… -seguí explicando-. Yo creo que no sabe estar sola…

-Pues entonces anda con ella –dijo C.-. Pagas la cuenta yo me marcho y te vas con ella.

-No te molestes –insistí-. De verdad la miraba porque parece despistada… si hasta metió el pelo al plato… justo ahora…

C. se dio vuelta para ver. La chica había metido un gran mechón de pelo en un plato mientras buscaba algo en su cartera.

Entonces C. se rio. Y la situación se distendió de golpe.

-Es cierto –dijo-. De verdad es tonta…

Yo no quise comentar nada. Además C. parecía feliz.

-Avísame si hace otra tontería –dijo C., tomándome una mano.

Yo observé entonces a la chica quien no se percató de lo ocurrido y movió su cabello y se manchó un poco el vestido.

No le dije de esto a C.

Poco después la chica pagó y se fue.

Nosotros la vimos pasar y poco después hicimos lo mismo.

-Disculpa si me puse celosa –dijo C.-. Ando un poco rara hoy día…

Yo no le contesté, pero sonreí. pues seguía pensando en la chica.

Todavía lo hago.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Está ahí, pero no contesta.


Siempre sé que está ahí cuando no contesta. Mientras marco el número pienso eso. Ella está ahí, pero no querrá responder. Eso es lo que pienso. Dudaría, por el contrario, si contestara. Aunque fuese su voz pensaría que no es ella. O que es una grabación programada. Por suerte, entonces, no contesta. Y eso me tranquiliza. Tranquilizarme, por cierto, significa que puedo hacer mis cosas. Hacerlas olvidándome por momentos, de ella. Y es que entonces, hago como si estuviera en casa. Por ejemplo estoy en el trabajo y llamo y ella no contesta. O me junto con amigos y la llamo y tampoco lo hace. Entonces sé, paradojalmente, que está ahí. Lo sé de una forma extraña, pero al menos mi mente lo acepta de esa forma y ya no discute. Y claro: yo sigo trabajando, como si nada. No se lo comento a nadie, pero es verdad que así ocurre. De hecho, suelo llamar cuando estoy más nervioso y necesito su silencio para serenarme. Su no contestar, digamos. Una vez se lo conté a un amigo y prácticamente me trató como loco. Luego comparó mi situación con los que creen en Dios. Yo, en tanto, no le presto atención así que desconozco los argumentos que me entrega. Aunque claro, debo reconocer que me inquieta por momentos la quietud de todo esto. Al respecto, no es que quiera una opinión o un comentario sobre esto.  Tampoco contestes, me refiero, ante mis inquietudes. Sabré que estás ahí, si lo haces, y eso basta. 

viernes, 22 de septiembre de 2017

Defectos ajenos.


Hice listas de defectos ajenos.

Por años hice listas.

Minuciosas.

Detalladas.

Incluso incluí en cada una, referencias a acciones que sirvieran de fundamentos para los defectos señalados.

Entonces establecí criterios y las organicé en distintos tomos.

Compaginé.

Pasé en limpio.

Ordené todo aquello que iba construyendo.

De hecho, bien podría haber armado con esas listas, una nueva biblioteca.

Con el tiempo, sin embargo, cambiaron algunas cosas.

Por ejemplo, fui observando que los defectos se repetían.

Entre unas  personas y otras, me refiero.

Y no solo un defecto, sino la suma de cada uno.

De esta forma, ocurría que M., por ejemplo, tenía exactamente los mismos defectos que T., C. y G.

Entonces –ante el gran material que tenía-, decidí anular algunas listas y, siguiendo el ejemplo anterior, dejar solo la de M., ya que las otras se repetían íntegramente.

Fue así que comenzó a reducirse el material almacenado.

No de manera drástica, pero al menos se detuvo en gran medida la creación de nuevas listas.

Y es que estaba claro: los patrones de defectos se repetían una y otra vez, y ya no había mucho que agregar.

Dejé sin embargo, para el final, hacer mi propia lista.

Eran defectos propios, claro, pero pretendía igualmente ser objetivo.

Por esto, solicité ayuda a algunos conocidos y les pedí que me colaboraran enumerando algunos de mis defectos.

Recibí así, una gran cantidad de material.

Mucho más, al menos, de lo que había proyectado.

No los leí en detalle, por lo mismo.

Para intentar ser justo, entonces, destruí las otras listas que tantos años me había costado organizar.

Sé, por lo demás, que no soy el único que ha actuado de forma parecida.

jueves, 21 de septiembre de 2017

A Muhamad le roban la bicicleta.


I.

Cassius Clay todavía tiene doce años y está luciendo su bicicleta nueva.

Una Schwinn de colores negro y rojo que le robarán, finalmente, a los pocos días.

Tras darse cuenta del robo Cassius va hasta donde un policía y le exige que busque al ladrón.

El policía no lo toma muy en serio y lo insta a aprender a pelear, para que pueda darle una paliza a quien lo hizo.

Con el tiempo aquel policía, que además entrenaba a otros chicos, fue su primer coach, en el box.

Hasta antes de aquel incidente, Cassius confiesa que nunca había considerado la idea de boxear.


II.

Ya es tarde para el box, pero tal vez aún es tiempo de que roben nuestras bicicletas.

Yo, al menos, la dejo apoyada contra las paredes, sin seguros, candados ni cadenas, pero no he tenido suerte.

Igual está el tema de encontrar un policía y que se den otros factores.

De todas formas, vale la pena arriesgar la bicicleta.


III.

Un par de años antes de morir, Mohamed Ali recibió a un hombre que buscó verlo durante meses.

El hombre le dijo que su hermano mayor –que había muerto hacía un año-, tenía algo que era suyo.

Entonces un nieto de aquel hombre entró con una bicicleta Schwinn, negra y roja y se la entregó a Mohamed Alí, diciendo que su hermano se la enviaba con aprecio, y que a pesar de todas las molestias esperaba que el gesto hubiese traído buenos dividendos.

La bicicleta quedó así dentro de su casa, junto a su cama.

Extrañamente, no hay referencia a ella en el catálogo de objetos a subastar, pertenecientes a Muhamad Alí, aparecidos la última semana.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Kafka, el peluquero.


I.

Nos hablaron de un peluquero que se parecía a Kafka.

Un amigo incluso trajo una foto, aunque no se notaba mucho el parecido.

Según nos contaron, había adaptado su departamento para atender al público y estaba cerca de la facultad.

Lo tiramos a la suerte y me tocó a mí ir a comprobar la situación.


II.

Fui esa misma tarde y al día siguiente informé lo ocurrido:

El peluquero era idéntico a Kafka.

Incluso la actitud era parecida, al menos respecto al imaginario que teníamos del escritor.

Lamentablemente, comenté, ser igual a Kafka era su única gracia.

De hecho –y yo podía dar fe de ello-, cortaba el pelo como el culo.


III.

T. se enojó por mis comentarios.

Era preocupada por los demás, es cierto, pero en este caso simplemente actuó como fanática de Kafka.

Su tesis era que el peluquero ciertamente debía tener alguna otra gracia.

Una gracia propia, digamos, que a mí no me interesaba –o no sabía-, ver en los otros.

Discutimos hasta que ella me convenció de ir nuevamente al peluquero, con ella, para que definiéramos quién tenía razón.


IV.

Llegamos con T. hasta el lugar y ella decidió cortarse el pelo.

Le quedó horrible y era algo imposible de negar.

De hecho, en un momento, el igualito a Kafka hasta le hizo un corte en una oreja.

A pesar de esto, T. se esforzó por conversar con el peluquero y tratar de descubrir algún talento.

En un momento, incluso, logró que el peluquero nos contara un chiste.


V.

El chiste que contó era el siguiente:

Una cigarra está llorando junto a un árbol.

Entonces se acerca una polilla y le pregunta por qué llora.

Es por mi esposo, dice la cigarra, desconsolada.

¿Qué le pasó?, pregunta la polilla.

Se lo fumaron… Ayer, se lo fumaron… contesta la cigarra.


VI.

T. también intentó que cantara y que bailara, pero al menos a eso, el peluquero se negó.

Además, nuestro Kafka confesó que no le gustaba leer, ni el cine ni tampoco era bueno en los deportes.

T. estaba de espaldas a mí mientras hablaba con él y le cortaban el pelo.

Yo veía su reflejo y le hacía gestos indicando que mejor asumiera la derrota.

Algo que comenzó a inquietarnos, entonces, fue que cada cierto rato el peluquero se detenía y quedaba en silencio, como si pusiera atención a algo, en la distancia.


VII.

Justamente el peluquero estaba poniendo atención a algo, en la distancia.

Entonces, guardando también silencio, descubrimos que cada vez que se detenía, se oía un pequeño grito.

Cinco o seis veces se detuvo y siempre luego de eso, sonó el grito.

Nadie hizo comentario alguno.


VIII.

Mientras pasaba esto yo miraba el reflejo de T.

De hecho, le di vueltas a la idea que lo que veía era el reflejo de T., pues ella en realidad estaba de espaldas.

Fue entonces que su reflejo me miró y yo me atreví a decirle, moviendo mis labios, lo que estaba ocurriendo.

Esa no eres tú, le dije, mirando al espejo.

Ella se distrajo e intentó voltearse.

Fue en ese instante que el Kafka de las tijeras le hizo un corte en una oreja, que sangró profusamente.


IX.

El peluquero tenía un pequeño botiquín del que extrajo algunos implementos con los que curó a T.

En este sentido, al menos, hay que reconocer que actuó de buena forma.

Además, como disculpa, no le cobró el corte de pelo, y accedió a sacarse una foto con un libro de Kafka entre las manos.


X.

Días después T. me dio la foto y escribió un mensaje atrás.

Algo referido a que la única gracia de Kafka –supongo que el original-, había sido justamente ser Kafka.

Yo, guardé la foto hasta que dejamos de hablar con T., meses después.

Con los años, sin embargo, supongo que la foto se me perdió… o tal vez la boté.

Aunque claro, también está la posibilidad que no quiera confesar que aun la guardo, como un recuerdo valioso.

martes, 19 de septiembre de 2017

Conocer la nieve.


Como no teníamos dinero conocí la nieve una vez que me llevaron unos tíos.

Iba con un primo de mi edad que ya había ido varias veces y llevaba una mochila roja.

Había gran congestión de autos porque había nevado toda la noche y la nieve había llegado hasta la parte baja de la montaña.

Mi tío iba molesto y había comenzado a discutir con mi tía.

Yo iba en silencio, porque así me habían enseñado que debía ir.

No lográbamos avanzar nada y cada cierto tiempo mi tío sacaba un mapa y decidía cambiar de camino, aunque siempre con igual resultado.

Ya era más de mediodía.

Mi tía sacó unas galletas y nos ofreció.

Yo tenía hambre, pero solo saqué una, pues así me habían enseñado.

Mis tíos estaban molestos y mi primo quería regresar, pero aún insistimos un rato más.

Finalmente, aún en medio de la congestión, me fijé que a un costado del camino había montones de nieve.

No era tan blanca como la que se veía en lo alto de la montaña, pero era nieve.

Debe haber sido entonces que mi tío optó por regresar.

Antes de volver sin embargo, paró el auto a un costado del camino y mi primo y yo bajamos a orinar.

Entonces, sin que se dieran cuenta, tomé a escondidas un poco de nieve y lo metí en mi mochila roja.

Nadie habló de regreso a casa.

Me pasaron a dejar de vuelta, pero nadie quiso bajar del auto.

Esa noche, en mi pieza, quise sacar la nieve, pero solo encontré agua sucia.

La nieve no es gran cosa, pensé.

lunes, 18 de septiembre de 2017

La serpiente más larga del mundo.


La serpiente más larga del mundo fue encontrada en India, hace poco más de sesenta años.

Un grupo de cazadores furtivos dan fe del hallazgo, aunque no pudieron concretar con exactitud la medida.

Según la crónica de la época –aparecida junto a una borrosa foto en un diario regional-, los cazadores habrían estado todo un día intentando sacar el cuerpo concreto de la serpiente desde el pantano donde fue encontrada.

Lamentablemente los siete hombres que iban en la expedición solo lograron sacar parte de este animal, ya que parecía interminable y su cuerpo fue enredándose entre los árboles y se les hizo imposible seguir con su labor.

En total, alcanzaron a medir ochocientos setenta y ocho metros, que fueron apilando a un costado de los animales de carga que llevaban en la expedición.

Al caer la noche, fue cuando decidieron abortar la misión y cortaron a la serpiente –al menos la parte de la serpiente que lograron sacar del pantano-, en siete partes aproximadamente iguales, de ciento veinticinco metros cada una.  

La parte delantera de la serpiente –la que incluye la cabeza y los primeros ciento veinticinco metros-, fue enviada a Inglaterra, al palacio real.

Asimismo, junto a la nota enviada a palacio, se encuentra una nota firmada por los siete miembros de la expedición, quienes aseguran que la serpiente, durante la agonía que suponía ser cortada habría dicho “gracias”, en un dialecto indio de la zona.

Hoy en día, los ciento veinticinco metros de la serpiente se encuentran guardados en la bodega del Natural History Museum, en Londres.

No se prevé, por lo pronto, que llegue a ser parte de una exhibición.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Doce monjes (Canción tibetana - Traducción)


Doce monjes que son once van caminando por un bosque.

Avanzan en silencio, porque son monjes.

El bosque no avanza, porque es bosque.

Doce monjes que son once van caminando por un bosque.


Un templo de madera, sobre una montaña, los espera.

Sin moverse, los espera, porque es templo.

No hay Dios en el templo, porque no hay Dios.

Un templo de madera, sobre una montaña, los espera.


Doce monjes que son once llegan al templo, en la montaña.

Es el templo correcto, porque la montaña es la correcta.

Entran todos al templo, porque ese es el lugar.

Doce monjes que son once llegan al templo, en la montaña.


En el templo, desde fuera, los monjes parecen rezar.

Por el mundo rezarían, si es que el mundo les importa.

Por el templo rezarían, si es que comprenden la señal.

En el templo, desde fuera, los monjes parecen rezar.


Doce monjes que son once pasan tres días en el templo.

Tres días y sus noches, pues no se pueden separar.

Es un templo de madera, porque la carne está de paso.

Doce monjes que son once pasan tres días en el templo.


El fuego, en el templo, comienza a arder el tercer día.

Carne y madera, pues el fuego no distingue que quemar.

En silencio está el templo, porque en él hay monjes.

El fuego, en el templo, comienza a arder el tercer días.


Doce monjes que eran once, se fundieron con un templo de madera.

Se pierden sus nombres, pues no los voy a cantar.

Sus cenizas van al mundo, pues hay viento en la montaña.


Doce monjes que son once, se fundieron con un templo de madera.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Un pelícano en la cocina.


Hoy me levanté en la madrugada y fui a la cocina.

En la cocina, me crean o no, había un pelícano.

Un pelícano sobre el lavaplatos, a cientos de kilómetros del mar.


Entonces me detuve porque además el pelícano era grande.

Grande como para asustarme a pesar de que no se movía.

No se movía, pero claramente estaba vivo, mirándome desde el lavaplatos.


Estaba la ventana abierta, es cierto, pero eso no era una explicación.

No era una explicación suficiente, al menos, para dar sentido a su presencia.

Su presencia ahí, a ciento de kilómetros del mar, sobre el lavaplatos de mi casa.


Hablé entonces en voz alta, frente a él, con un tono de voz calmo.

Y con un tono de voz calmo me acerqué unos pasos hasta donde estaba y le dije.

Le dije que estaba a cientos de kilómetros del lugar donde debería estar.


El pelícano se asomó entonces en el lavaplatos como si se tratase de un nido.

Un nido metálico, vacío e incorrecto desde el cual él ahora quisiera hablar.

Hablar claro y decirme que él estaba más cerca que yo, del lugar donde debía estar.


Luego esto el pelícano se incorporó y avanzó incómodo, hacia la ventana.

Hacia la ventana que estaba abierta, en un costado de la cocina.

La cocina que ahora volvía a estar vacía y en silencio, como siempre debió estar.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Saludar y despedirse dos veces.


Por lo general nos parecía chistosa. Me refiero a que nos hacía reír, al menos, aunque no sé si lo hacía voluntariamente. Lo que más nos divertía era su carácter despistado. Por ejemplo, resultaba seguro que te saludaba dos veces y se despedía dos veces, también. Podía estar conversando con nosotros, incluso, hasta que de pronto se detenía y te preguntaba si ya se había despedido, y por lo general volvía a hacerlo. Al despedirse era similar. Acostumbraba despedirse, marcharse y luego volver, sintiéndose mal porque no recordaba haberse despedido. Lo extraño, sin embargo, comentábamos el otro día, es que nunca llegó a hacerlo tres veces. Y es que de verdad resulta increíble como cientos de veces – tal vez en todas las ocasiones como señalábamos algunos-, ella saludó y se despidió dos veces, pero tal vez nunca –según nuestros recuerdos-, llegó a repetir esto una vez más. Así, pensando esto y recordándola, resultó que hoy día estuvimos viendo fotos. Divirtiéndonos pensando dónde estará hoy o a quiénes estará saludando dos veces cada día y despidiéndose también, de la misma forma. Uno de nosotros incluso alcanzó a aventurar que tal vez no era despistada, sino que nos saludaba y despedía por duplicado simplemente porque nos quería más que el resto. Es decir, porque su forma de dar afecto, en general, era el doble a la que teníamos el resto de nosotros. Y claro, algo de cierto había sin duda, en aquellas palabras.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Ganchos.

“La agonía puede matar, o
la agonía puede sostener la vida”
Ch. B.

I.

Compré veinte ganchos
para la ropa.

Y aún no cuelgo
la ropa.

Supongo que eso quiere
decir algo.

Los ganchos ahí, me refiero,
hace meses.

La ropa incluso,
como piel abandonada.

Algo quiere decir
todo aquello.

Un patíbulo, digamos,
vacío.

Y un mundo con hombres
a medio morir.

Yo no, pero alguien
debe gustar de esas imágenes.


II.

A veces pienso en qué gancho
podría estar cada prenda.

La chaqueta sobre la silla, por ejemplo,
podría estar en el primero.

Pero ni las palabras, pienso entonces,
suelen tener el significado correcto.

Ni los hombres la vida,
ni la vida la sangre.

Nada tiene, decía,
el significado correcto.

Por eso la ropa, tal vez,
esté en su sitio.

Quién soy yo, después de todo,
para poder colgarla.


III.

Cuelgan los ganchos,
como ahorcados de plástico.

Como hombres que no llevan
nada a cuestas.

Como dioses que olvidaron
a sus hijos.

Como estrellas en el cielo,
que nadie observa.


IV.

Algo nos dicen, decía,
los objetos.

Los ganchos, las ropas o elija usted
el objeto que guste.

Mientras existen, sin existir,
algo nos dicen.

Nuestra voz rebota, mientras tanto,
entre ellos.

Y la vida se gasta,
queramos usarla o no.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

El perro de mi vecino (Canción - Traducción propia)


El perro de mi vecino es olvidadizo.
Ayer enterró un hueso, pero no recuerda el lugar.
Escarba y escarba, pero no encuentra el sitio.
Por suerte al buscar, olvidó también el hambre.

El perro de mi vecino parece que es café.
Tiene un nombre que olvidó así que solo hay que silbarle.
A veces olvida que es perro y te responde con palabras.
Sus ideas son escasas pues las abandona a medio construir.

¿Puedes decir hoy perro olvidadizo,
quién eres, dónde vas, o el nombre que tiene tu collar?
¿Puedes acaso al escarbar junto al árbol
reconocer los huesos que tú mismo has enterrado? (x2)

Un día lo vi seguir corriendo a un gato.
Lo seguí con la vista mientras ladraba sin cesar.
Después de unos minutos regresó con un conejo.
Lo usó de almohada y soñó, algo que también olvidó.

Ahora volvió con una mano el perro olvidadizo.
Fui a contarle a mi vecino, pero no lo encontré.
Para acelerar el paso me encontré corriendo en cuatro patas.
Solo entonces lo vi, pero olvidé qué iba a decirle.

¿Puedes decir hoy perro olvidadizo,
quién eres, dónde vas, o el nombre que tiene tu collar?
¿Puedes acaso al escarbar junto al árbol
Saber la diferencia entre un hueso y una cruz?

martes, 12 de septiembre de 2017

En lo absoluto.


Vivió sin comprender las razones por las cuáles vivía.

Dio su vida por un Dios que no le dedicó siquiera una palabra.

De niño lloró por situaciones que olvidaba antes de finalizar el llanto.

Empezó seis veces Los hermanos Karamazov y nunca pudo terminarlo.

Una vez se intentó matar por una chica que nunca supo su nombre.

Su mayor triunfo lo obtuvo comiendo hot dogs hasta batir un récord.

Jugó siempre de diez en un equipo que solo atacaba por las bandas.

Peleó por causas que le eran ajenas y en las cuales no creía.

Una vez escribió un poema y lo acusaron de plagio.

Fue el mejor trabajador hasta el día mismo en que fue despedido.

Su película favorita solo la vio en checo y sin subtítulos.

Siempre votó por el candidato perdedor.

Los de la funeraria le robaron el reloj y un anillo.

Lo enterraron con un traje cuyo color detestaba.

Sus amigos llevaban flores al entierro, pero las olvidaron en el taxi.

El cura que habló sobre su vida confundió su apellido y hasta su estado civil.

Lo enterraron junto al hermano que se acostó con su primera esposa.

Antes de morir entendió que se moría y no se emocionó en lo absoluto.

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