domingo, 10 de septiembre de 2017

Presión arterial.


I.

De chico me enseñaron a tomar la presión arterial.

De hecho, mientras aprendía, me dijeron que practicara conmigo mismo.

Fue así que, esa misma noche, comencé a tomarme la prisión.

Un estetoscopio y una serie de aparato eran los necesarios para realizar tal actividad.

Y claro, lo que sucedió entonces fue que, por más que intentara, mi presión arterial marcaba cero.


II.

No sé cómo habrá sido mi razonamiento, pero lo cierto es que tras varios intentos fallidos, determiné que el error estaba en mí.

Dicho error, además, podía significar varias cosas.

Una de ellas, es que yo ya estaba muerto.

Otra, es que yo tenía una forma de estar vivo distinta a la de los demás.


III.

Hoy puedo aceptar que mis conclusiones, en ese entonces, fueron apresuradas.

Apresuradas, ilógicas y fruto de un ego complejo y excedido, si quieren.

No obstante, en ese entonces, esas conclusiones me parecían incluso explicar otras sensaciones que yo creía únicas.

Así, pasé poco más de una semana creyendo que yo era un ser que no tenía presión arterial, ya que mi vida se desarrollaba por caminos distintos a los de los otros.

Guardé, sin embargo, el secreto de mi supuesta naturaleza distinta y traté de comprender mi naturaleza, a partir de esa diferencia.


IV.

Fue entonces que, un día, la persona que me prestó los implementos para tomar la presión pasó por mi casa.

Tomó los elementos y aprovechó de tomar la presión arterial a mi abuelo.

Tras un par de intentos en que lo vi complicarse, aquella persona revisó un par de piezas y volvió a conectar una especie de manguera.

Ahora sí, señaló, y yo comprendí de golpe que mi naturaleza era solo igual de compleja que la de los otros.

Entonces mi corazón, que se había creído especial por poco más de una semana, aceptó que era uno de tantos.

O eso me hizo creer, al menos, durante algún tiempo.

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