lunes, 25 de septiembre de 2017

Gestión cultural.


Fue por ese entonces
que contratamos al mejor pianista de la ciudad.

Arrendamos un local y hasta mandamos hacer cientos de invitaciones
que repartimos en las calles, con promesas de buen vino.

Se trataba de gastar unos fondos que nunca pretendimos ganar,
pero que entre bromas y proyectos ficticios
terminó por quedar en nuestras manos.

También llamamos a un par de escritores de renombre.

A unos maestros de sushi.

Y hasta a un cantor lírico, que un productor nos ofreció
por poco dinero.

Con todos firmamos pequeños contratos de servicios
que aseguraban nuestro éxito.

Fue entonces que comenzaron a llegar los invitados.

Ninguno sabía buen a qué iba, pero el público iba aumentaba
y todo avanzaba según nuestro plan.

Los primeros en salir al escenario fueron los escritores.

Se quisieron negar, cuando les dimos instrucciones,
pero sus contratos tenían una cláusula rigurosa.

Así, uno de ellos leyó por veinte minutos
las predicciones del horóscopo chino.

El otro, en cambio,
debió estar veinte minutos leyendo el obituario de la semana.

Nadie les prestó mucha atención de todas formas,
pues la promesa de buen vino
al menos era cierta.

En tanto,
los maestros de sushi preparaban papas fritas
y el cantante lírico era abucheado mientras intentaba seguir el karaoke
de una confusa canción iraní.

Nosotros, en tanto, llenábamos los vasos con vino
y tratábamos de atender lo mejor posible a los invitados.

Como presentación estelar dejamos al mejor pianista de la ciudad,
quien intentó cinco minutos tocar la trompeta
hasta que decidió irse sin más
e incumplir el contrato.

Para entonces, sin embargo, nadie prestaba atención al escenario,
solo el vino era el invitado especial
y era lo único que no defraudó a nadie.

Por la mañana, recuerdo, solo quedábamos nosotros
en el lugar.

Algunos apilamos sillas y limpiamos un poco,
otros ordenaron las facturas para rendir los dineros
que nos habían asignado.

Nadie, sin embargo, había disfrutado
verdaderamente del asunto.

Esa mañana, por cierto,
fue la última que nos juntamos, como grupo.

Nadie dijo nada, pero creo que de cierta forma todos
sabíamos que así sucedería.

Con el tiempo, por cierto, todos seguimos rumbos dispares.

Uno de nosotros se casó y se fue a Australia.

Otro a estudiar a España.

Uno se mató
nadando mar adentro.

Dos nos hicimos profes.

Varios prometimos que algún día,
comenzaríamos a tomarnos esto
verdaderamente en serio.

Prontamente, cumpliré mi promesa.

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