sábado, 23 de septiembre de 2017

Está ahí, pero no contesta.


Siempre sé que está ahí cuando no contesta. Mientras marco el número pienso eso. Ella está ahí, pero no querrá responder. Eso es lo que pienso. Dudaría, por el contrario, si contestara. Aunque fuese su voz pensaría que no es ella. O que es una grabación programada. Por suerte, entonces, no contesta. Y eso me tranquiliza. Tranquilizarme, por cierto, significa que puedo hacer mis cosas. Hacerlas olvidándome por momentos, de ella. Y es que entonces, hago como si estuviera en casa. Por ejemplo estoy en el trabajo y llamo y ella no contesta. O me junto con amigos y la llamo y tampoco lo hace. Entonces sé, paradojalmente, que está ahí. Lo sé de una forma extraña, pero al menos mi mente lo acepta de esa forma y ya no discute. Y claro: yo sigo trabajando, como si nada. No se lo comento a nadie, pero es verdad que así ocurre. De hecho, suelo llamar cuando estoy más nervioso y necesito su silencio para serenarme. Su no contestar, digamos. Una vez se lo conté a un amigo y prácticamente me trató como loco. Luego comparó mi situación con los que creen en Dios. Yo, en tanto, no le presto atención así que desconozco los argumentos que me entrega. Aunque claro, debo reconocer que me inquieta por momentos la quietud de todo esto. Al respecto, no es que quiera una opinión o un comentario sobre esto.  Tampoco contestes, me refiero, ante mis inquietudes. Sabré que estás ahí, si lo haces, y eso basta. 

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