domingo, 31 de mayo de 2015

Un supervillano que triunfa.


Da lo mismo quién lo resuelve… si quieres puede ser Superman. El punto es que el supervillano del que hablo realiza una maldad extraña. Un tipo de acción que incluso podemos poner en duda que se trata de una maldad, propiamente tal. Me refiero a que, por ejemplo, este supervillano elige dos ríos con caudales similares, y entonces, con un extraño poder, y sin que nadie lo note, cambia el agua de esos dos ríos. Y claro, el supervillano se pone a observar al día siguiente su fechoría y disfruta viendo cómo los hombres de ambas ciudades donde fluyen los ríos equivocados siguen su vida sin saber que su verdadero río, el que los ha acompañado por cientos de años, ya no está ahí.

Ahora bien… imagina que ahora, justo en ese instante cuando el supervillano arroja carcajadas de triunfo, el súper oído de Superman lo percibe y va hasta el lugar e intenta descubrir lo sucedido. Sobrevuela la ciudad, revisa con su vista especial hasta los lugares más secretos donde pueda existir alguna bomba o se desarrolle un plan que justifique la risa malévola del supervillano. Pero claro, no encuentra nada.

No sé si se entiende… pero me refiero a que esa maldad –que puede ni siquiera ser maldad, finalmente-, es la que constantemente no puede ser vencida por superhéroe alguno. Y aunque el ejemplo parezca algo improbable, lo cierto es que opera todo el tiempo en distinto orden de cosas.

Usted lo sabe, de cierta forma.

No lo niegue.

sábado, 30 de mayo de 2015

Poco más.


Dicen que borracho es más fácil escribir.

Yo no les creo.

Vivir, tal vez, borracho.

Puede parecer más fácil.

Poco más.

Pero no.

No siendo sincero, me refiero.

No es más fácil.

A veces la palabras.

A veces la confianza.

A veces no está el miedo.

O no se ve.

Y es que todo parece indicar
en apariencia
que hasta las palabras pesan distinto.

De esta forma,
ocurre que tal vez nos encorvamos menos.

Poco más.

Y es que luego, además,
está la sensación de resaca.

O el gusto que dejan las palabras
dichas demasiado a prisa.

O hasta el dolor de espalda.

El cansancio del día domingo,
en resumen,
nada más.

¿Escribir borracho, entonces?

Entonces nada.


O poco más.

viernes, 29 de mayo de 2015

Soñar con nosotros mismos.


Soñamos con nosotros mismos.

Eso hacemos.

Noche tras noche, si soñamos.

No salimos de nosotros mismos.

Falta saber salir.

Falta saber soñar.

Falta abandonarse uno mismo.

En medio del bosque abandonarse.

Olvidarse de los nombres.

Desandar el camino.

Y es que el fin está siempre dentro.

Dentro del nombre.

Dentro del sueño.

Y a ambos extremos del camino.

Así, si un día llueve, llueve también en el sueño.

Se moja el bosque y crecen pantanos.

Los pies se hunden en lodo fino.

Arrojas entonces palabras como cuerdas.

Pero de nada te salvan las palabras.

No debes engañarte.

No son partes de ti mismo.

Los ojos, por ejemplo, no saben qué mundo habitan.

Se abren y no saben.

No supieron y se cierran.

La luna tapa el sol.

Pero el sol se cambia en trigo.

Así, igual que tú en el sueño.

El sol no sale, finalmente, de sí mismo.

No deshabita la luz.

Tampoco conoce el frío.

Eso hace.

Eso hacemos.

Y es que no sabemos vivir, fuera de nosotros mismos.

Día tras día, si vivimos.

Eso es lo que ocurre.

En el bosque y en los caminos.

Falta abandonarse.

Abrazar la oscuridad.

Amar el trigo.

Pedimos luz,
y la luz oculta las estrellas.

No salimos, finalmente, de nosotros mismos.

jueves, 28 de mayo de 2015

Glóbulos.


Una vez escuché a un profesor un tanto tétrico.

Era de biología, me parece.

El punto es que explicaba esa vez el sistema circulatorio.

Habló de glóbulos, plasma, venas y arterias.

Todas esas cosas que a veces se veían, por debajo de la piel.

Yo tomaba apuntes igual que otros en la sala.

Entonces, no sé bien por qué, el profesor hizo una comparación.

Primero, habló de los glóbulos rojos como pequeñas ratas rojas.

Luego, habló de los glóbulos blancos como pequeñas ratas blancas.

Imaginen que esas cosas corren por dentro de sus venas, nos dijo.

Y claro, yo lo imaginé tal cual.

El resto de la clase no dejaba de mirar debajo de mi piel.

De intentar mirar me refiero.

Luego de la clase salimos a recreo y recuerdo que me fije en los otros, para ver si había alguno que estuviera afectado.

No me pareció reconocer a nadie.

Todos salían como siempre.

En tanto, yo los miraba mientras los ratones corrían por mi cuerpo y se aglomeraban en mi corazón donde erran arrojados, de un ventrículo a otro .

Una vez hice hasta un dibujo de aquello.

Y debo haber soñado también, con aquello, un par de veces.

Con el tiempo, las sensaciones fueron menos desagradables, pero lo cierto es que la imagen no desapareció, en lo absoluto.

En cambio, supongo que nos fuimos asimilando con esas ratas, poco a poco.

Con todo, un día nos separaremos.

Hoy no es, sin embargo, aquel día.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Un disco de Chet Baker.


I.

Como era horario punta y el metro estaba repleto como para combinar en la estación, terminé por rendirme y salir a dar una vuelta.

Comí algo, compré algún libro, me senté un rato en el único trozo de parque que encontré.

Había desaprovechado un par de entradas para el Municipal, pero estaba tranquilo, al menos.

Entonces volví a caminar y tras mirar un rato encontré en una vitrina el rostro de Chet Baker.

Entré a la tienda.

-¿Cuánto cuesta el disco de Chet Baker? –pregunté.

-¿Disco de Chet Baker? –´dijo la vendedora.

-El disco de la izquierda, ese que sale el rostro de Chet Baker… estoy seguro que ese disco es con la voz de Baker…

-¿Se está burlando?

-Claro que no… sé que era trompetista, pero a mí me gustan algunas versiones, cuando canta…

La vendedora parecía algo molesta.

Finalmente, tras insistir, logré que saliera conmigo para enseñarle el disco.

-Ese es –le dije.

La vendedora me miraba, sorprendida.

-¿Cuánto cuesta…? –insistí.

Tras mirarme otro momento, la mujer se animó a hablar.

-Cuesta $15000 –me dijo-, pero no es un disco de Chet Baker…

-¿No lo es? –Pregunté yo.

-No… -señaló.

-¿No es Chet Baker?

-No solo eso… -explicó-. Ese no es un disco…

No supe qué decir.

-Es una torta –continuó-, y este es un lugar de repostería, principalmente…

-¿Una torta?

-De piña, con trozos… –explicó la mujer, mostrándola de cerca.

Yo observé entonces con detención, y era cierto.


II.

Tras el extraño incidente, decidí volver al trazo de parque que había encontrado para aclarar ideas.

No es que me quedaran dudas, por cierto, pues había podido comprobar que en la vitrina del local solo había tortas.

Tras pensarlo un buen rato llegué a la conclusión que me había pasado lo que ocurre cuando tienes hambre y ves comida en todos lados.

Esa era la explicación más lógica, por lo menos.


III.

Seguía en el parque –ahora estaba leyendo un libro de Ishiguro-, cuando llegó la vendedora con un par de pasteles y se sentó a mi lado.

Los pasteles se llamaban Valentine y eran un invento suyo, a partir de arándanos y otros sabores que me costó reconocer.

-Busqué a Chet Baker en internet, pero no lo encontré cantando –me dijo.

Yo asentí.

Hablamos un rato.

Entonces llegó una chica con uniforme de enfermera y saludó a la vendedora.

-Es mi pareja –me explicó.

Yo asentí.

Entonces la vendedora le contó a la enfermera sobre mi confusión con el disco de Chet Baker y ambas rieron un poco.

Yo no.

Le di las gracias por el pastel y decidí caminar al metro, para ver si era posible subirse a algún vagón.

Tras tres intentos, lo logré.

Llegué a casa y terminé el libro de Ishiguro, que había dado de opción en una prueba.

Entonces, ya de madrugada, volví a reflexionar sobre lo ocurrido con Chet Baker.

Tal vez no me equivoqué –concluí, tras unos minutos.

Apagué la luz y me puse a escribir esto, poco después. 

martes, 26 de mayo de 2015

El doble de Jackie Chan.



Un amigo me cuenta la historia, pero yo no le creo.

La historia trata de un tipo que quería ser doble de acción de Jackie Chan.

Se parecía mucho, por supuesto, pero para poder presentarse, pensó que debía aprender artes marciales y desarrollar diversas habilidades físicas.

Así, aprendió por ejemplo a cambiarse de una bicicleta a otra mientras estaban en movimiento y a correr rápidamente sobre los hombros de una muchedumbre, por ejemplo.

Posteriormente, grabó videos de varias de sus hazañas y logró contactar a uno de los managers del verdadero Jackie Chan.

Lamentablemente, luego de años invertidos en aprender sus hazañas (había ganado de todas formas un pequeño concurso de dobles en tv), consiguió una respuesta por parte de una productora que dirigía una película donde actuaba el verdadero Jackie Chan.

La respuesta decía así:

El señor Chan ha declarado que no trabaja ni trabajará, con dobles de acción.


Ninguna palabra más, tenía la respuesta.

Ante esto, el tipo que quería ser doble de Jackie Chan se sintió profundamente abatido pues, de cierta forma (según me explicaba mi amigo), este hombre sentía que había dedicado mucho de sí para ser el doble de un otro que, finalmente, solo quería interpretar por sí mismo los roles de otros.

A las pocas semanas, sin embargo, el doble de Jackie Chan recibió por redes sociales una invitación para contactarse con un grupo de otros dobles de Jackie Chan, que vivían en distintas ciudades del mundo y que aparentemente se habían encontrado con una respuesta similar, por parte de managers y productores.

Por último, mi amigo me cuenta que ese grupo de dobles estaba planeando algunas acciones, como filmar una especie de cortometraje basado en Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, aunque aquí se trataba más bien de buscar al original, sin el cuál el papel de dobles –y la existencia misma, digamos-, perdería sentido, para ellos, prácticamente de forma absoluta.

 Por desgracia, mi amigo no sabe bien cómo termina la historia.

Al parecer, el hombre (el doble de Jackie Chan del que hablábamos en un inicio) viajó para coordinar y realizar algún pequeño proyecto con los otros dobles, pero luego no se ha sabido nada de él.

Por lo mismo, no quiero adentrarme a ninguna otra posibilidad, para no alejarme de la verdad, mientras escribo estas palabras.

Eso es todo.

lunes, 25 de mayo de 2015

Seguir al camión de la basura.


Me cuentan que de chico seguí a un camión de la basura.

Al parecer, fue la primera vez que me extravié y escapé a los cuidados –generalmente excesivos-, de mi madre.

Yo no recuerdo bien el hecho, pero me cuentan que me vinieron a encontrar varias calles más lejos, todavía detrás del camión, luego de salir a buscarme con algunos familiares y vecinos.

Según ellos, yo había dado unas razones extrañas, entre ellas, que me quería enterar de por qué no se llenaba ese camión y qué hacían con la basura.

Debe haber sido entonces que intentaron explicarme que la basura se comprimía y se apretaba hasta ocupar un espacio muy pequeño, dentro del camión, razón por la cual podía pasar por muchísimas calles antes de llenarse.

Según me cuentan, yo exigía saber exactamente hasta qué tamaño se podía achicar la basura, y luego hacía cálculos sobre cuánta basura cabía realmente, de esa forma.

Más allá de eso, sin embargo, relaciono ese descubrimiento con algo que sentí por mucho tiempo al mirar las cosas, desde pequeño:

Todo puede ser reducido a algo mínimo, sin importar su aparente tamaño ni mucho menos la importancia o valor que tenga para nosotros.

Todo lo que tengo, si lo comprimo, podría llevármelo en una bolsa, recuerdo haber pensado años después –aún pequeño en todo caso-, y hasta haberlo intentado, en cierto instante.

El cerebro y el corazón, por cierto, también funcionan de esa forma.

domingo, 24 de mayo de 2015

Un frasco con monedas.

“Si todo había caído en un vacío desolador, 
era por culpa de un detalle mínimo y grotesco”
M. H.

Una encuesta dice que en seis de cada 10 hogares existe al menos un frasco con monedas.

Un frasco de vidrio –por lo general-, donde se van metiendo monedas de cierto valor, hasta reunir una cantidad considerable.

Y es que a veces, la gente tiene metas asociadas a estos frascos.

La compra de un producto, dinero extra para vacaciones o alguna salida especial, por ejemplo.

Lo importante es que cada uno, finalmente, escoge sus prioridades.

En mi caso, empecé hace poco a partir de una técnica sencilla.

Todos los días paso por alguna máquina de azar, de esas que funcionan con monedas, y me retiro apenas he ganado algo, por mínimo que sea.

Ya van tres semanas seguidas y ningún día he terminado con pérdidas.

Por lo mismo, podría decirse que es una técnica sencilla y prácticamente infalible.

En mi interior, sin embargo, una voz la cataloga exclusivamente como una técnica cobarde.

Y  claro… a mí me incomoda esa palabra.

Quizá por eso, miro el frasco con desprecio, y no se me ocurre en qué pueda animarme a gastar ese dinero.

Hoy mismo, por ejemplo, compré un par de libros, pero no hubiese podido pagarlos con esas monedas.

Y claro... tampoco me animo a dárselo a alguien.

De hecho, ni siquiera me dan ganas de usarlo para pagar cuentas o comprar algún producto cualquiera.

Y es que es un dinero manchado, me digo, aunque no sé bien por qué.

Quizá por eso, escondo el frasco en un rincón, para que ni siquiera pueda verse.

La situación es absurda, sin embargo, intentaré idear algo para evitar este problema.

Es tan hueón que da vergüenza.

sábado, 23 de mayo de 2015

Así (no) hablaba Zaratustra.


Fui a ver una obra basada en Así hablaba Zaratustra. Se desarrollaba en las laderas de una pequeña colina, cerca de Santiago. La obra debía comenzar al amanecer, así que llegamos cuando aún estaba oscuro y acampamos cerca. Era un proyecto de unos actores de México y unos asiáticos que están aún perfeccionando el montaje.

Esperamos un rato hasta que nos llevaron a nuestros sitios. Eran unos bancos de tela, a poca altura del piso. Hacía frío.

Frente a nosotros, en lo alto, un hombre se veía sobre la colina. Aparentemente estaba hablando, pero no se escuchaba una mierda.

La gente se miraba y no comprendía. Yo intentaba concentrarme para no sentir el viento.

Seguían pasando los minutos.

Entonces comencé a fijarme detenidamente en el hombre y me di cuenta que sí… él realmente estaba hablando. Me refiero a que le veía mover los labios, al menos, en la distancia.

Cerca de nosotros se encontraban unos parlantes, pero no sabía si debían reproducir o no esas palabras.

Dejamos pasar otros minutos.

Parece que ese que habla allá es Zaratustra, le decía alguien a una chica.

Nadie se atrevía a hablar, en voz alta.

Estaba amaneciendo.

Por mi parte, no sabía si aquello sucedía así de gusto y se trataba de una de esas obras conceptuales, o algo así…

Finalmente, luego de otros minutos bajó un tipo que estaba en sector cercano a Zaratustra y pidió disculpas. Dijo que había fallado el sistema de sonido, y que lo sentía enormemente.

Alguien intervino y preguntó si no podíamos acercarnos a Zaratustra, para escucharlo hablar.

El hombre contestó que no, explicando que la falla en la amplificación influía enormemente en el aspecto estético de la obra y que no valía la pena desarrollarla así.

Yo, en tanto, seguía pensando que quizá se tratase de un plan. De un experimento donde la voz de Zaratustra no puede llegar hasta nosotros. Por lo mismo, miraba hacia todos lados en busca de alguna cámara, u otro público, o algo así.

Me equivoqué en eso, sin embargo.

Así, pasada una hora nos volvieron a pedir disculpas y nos devolvieron el dinero.

Con el dinero fui a tomar desayuno en una bencinera del sector. Al mismo lugar llegaron otras personas que iban de público y hasta el tipo que hacía de Zaratustra, que se sentó lejos de nosotros y pidió unas medialunas.

El café estaba amargo y era agradable.

El sol de la mañana me llegaba justo en el rostro.

Zaratustra.

viernes, 22 de mayo de 2015

Un mundo de ceros


-¿De ceros?

-Sí, un mundo de ceros.

-…

-Me refiero al cero como resultado… ¿se entiende?

-No.

-Pues de eso se trata justamente: uno entiende y otro no… alguien gana y alguien pierde… alguien nace y alguien muere… ¿ahora me explico mejor…?

-Puede ser… pero no creo que todas las acciones puedan tener una especie de anverso… un igual que las devuelva a cero…

-Pero yo no digo devolver, exactamente…

-Pues da lo mismo, igual es una idea estúpida…

-¿De qué hablas…? Ni siquiera es una idea…  Solo digo que todo es cero… todo junto, claro…

-¿Cómo el día y a noche?

-Exacto… pero ni siquiera lo imagino como algo separado… eso tal vez para los griegos…

-¿Y para ti qué es, entonces?

-Un cero, ya te dije… ¿qué más te puedo decir sobre un cero?

-No sé… a mí me sigue sonando absurdo… incluso como discusión…

-Pues de eso se trata exactamente: yo creo en algo, tú lo niegas…

-¿Y quién gana con ese cero, según tú?

-¿Quién gana…? No te entiendo…

-¿Alguien se beneficia de esos ceros?

-Por supuesto, alguien se beneficia y alguien tiene pérdidas.

-¿De verdad lo crees así?

-Claro… pero no sé si la palabra creer tenga algo que ver en todo esto.

-…

-…

-¿Sabes…? A veces siento que te estás burlando, simplemente…

-Pues eso nunca se sabe… después de todo alguien se burla y alguien intenta creer en todo esto…

-¿Un cero, entonces?

-Exacto. Un cero. 

jueves, 21 de mayo de 2015

Las orejas de la multitud.



-Todo cambió cuando me di cuenta que tenían orejas –me dijo-. O sea, siempre supe que tenían, pero de pronto lo supe de otra forma…

-¿De qué estás hablando?

-De la gente po, hueón… de toda la gente… O más bien, de las orejas de esa gente… Imagínate, un día esperando el metro y de pronto me doy cuenta… había orejas por todos lados… todas más o menos a la altura de mi vista… y entre las orejas una cabeza, claro…

-¿Y antes no te dabas cuenta?

-No po, hueón, por eso te cuento… O sea, como que sabía, pero no me daba cuenta, realmente… como cuando hablay del alma o de dios en una iglesia… y de pronto sabís…

-¿Qué cosa es lo que se sabe?

-Se sabe que uno sabe po, hueón… que uno se dio cuenta…

-¿Y eso te pasó con las orejas de la gente?

-Sí, pero fue peor… porque fue más bien con las orejas de la multitud… cientos y cientos de orejas y sus respectivas personas esperando el metro… fue una sensación rara, hueón, como de descubrimiento, pero también algo grotesco… y hasta incómodo…

-¿Por qué incómodo?

-Porque eran orejas po, hueón… Y las orejas están ahí, pero no ven ni te hablan, y como que son torpes…

-Pero escuchan…

-Pero esa hueá no sé si sirve… Me refiero a que al final igual están chocándose de un lado a otro… y no tienes además a quién acusar de todo eso…

-¿Acusar…? ¿Y acusar de qué?

-De todo po, hueón; de las orejas, por ejemplo… de las orejas de la multitud… ¿No sientes que es agobiante tener todas esas orejas así, moviéndose tan cerca de ti?

-Puede ser…

-Claro que lo es… son miles hueón… debiesen poder escuchar todo, si lo piensas…

-Pues prefiero no pensarlo –le dije.

-Claro… así hacen todos… pero…

-…

-Así hacen todos…

miércoles, 20 de mayo de 2015

Sombreros.


Al principio no comprendo pues pensaba que hablaban de un distinto viaje. Luego, me doy cuenta que hablan de uno solo, y que incluso fueron juntas.  Y es que en definitiva, ambas compraron hace algunas semanas el mismo pack turístico a Punta Cana y ahora conversan sobre algunas experiencias al volumen suficiente como para ser oídas por quienes estamos hasta a cinco metros de ellas. Así, me entero –sin querer hacerlo, por supuesto-, sobre la forma en que se preparaban ciertos tragos, o sobre su viaje en buggy, o sobre el instructor ese que quedó en salir con una de ellas, pero que finalmente no pudo hacerlo, pues le surgió, supuestamente, un sorpresivo e importante compromiso.

En ese mismo contexto, ambas dan bastante atención a las compras realizadas, en especial a un pack de sombreros que compraron a medias. Según me entero –sin querer enterarme, como ya decía-, se trata una docena de sombreros que compraron a un precio muy económico y que repartieron entre ambas. Sombreros que, sin embargo, no eran necesariamente para llevarlos puestos, sino para utilizarlos como accesorios, a distintas prendas.

-Eso es lo malo –dice una-, aquí uno los lleva en la mano pero nadie se fija ni hace el menor comentario.

-Sí –dice la otra-, yo trato que combinen y los mantengo de buena forma, pero siempre soy yo la que tengo que contarlo para que alguien se percate.

De esta forma, el último fragmento de la conversación da cuenta de algunas situaciones específicas donde, ya en Santiago, usaron los sombreros –bajo el brazo, claro-, y no recibieron el más mínimo comentario.

-Igual fue una buena compra –dice a modo de conclusión, una de ellas.

-Sí –acepta la otra, repitiendo sus palabras-, fue una buena compra.

martes, 19 de mayo de 2015

El hombre que observaba a la multitud.


No sé dónde vive, pero supongo que pone el despertador a las seis y se levanta casi de inmediato. Lo imagino preparando un desayuno sencillo y buscando una chaqueta gruesa. Y es que a las siete, siempre está cerca del hombre de los periódicos, sentado en una silla de plástico y observando a la gente que pasa hasta le estación de metro que hay a unos cuántos pasos.

Nunca lo he visto hablar con nadie. Simplemente observa los grupos de personas que se acercan al semáforo para ir hasta el metro, o aquellas otras que esperan micro en un paradero.

Con el tiempo, me he ido fijando que el hombre hace esto solo en las horas punta. Tanto en las mañanas, como por las tardes. Siempre sentado en su silla de plástico. Siempre sin nada en las manos. Únicamente observa, y hasta parece contento.

Pasadas estas horas, cuando la aglomeración disminuye, el hombre suele pararse de la silla e irse caminando del lugar. Esa es su rutina.

El hombre de los periódicos, si bien no es amigo de ese hombre, me comentó que una vez le confesó el porqué de su rutina.

-Ver a la multitud lo tranquiliza –me dijo el hombre de los periódicos-. O al menos eso me comentó él.

-No ser parte de la multitud debe ser lo que tranquiliza –comenté yo.

Extrañamente, tras preguntar por él, y decidirme a hablarle directamente, el hombre que observaba a la multitud no ha vuelto a aparecer.

lunes, 18 de mayo de 2015

En el metro (Mal esbozo).


La historia pasa en el metro de Santiago. Un día cualquiera al comienzo de la jornada laboral. Aglomeraciones, apuros, nerviosismo y algo de tedio como ya es costumbre. Tenemos también un protagonista. Un hombre como cualquier otro que no puede subirse a un par de trenes y que, de forma algo agresiva, logra entrar al tercero, ya con el tiempo justo de llegar a su trabajo. Luego vienen descripciones. Otras personas que viajan junto a él en el metro. Alguna situación incómoda. Así, el viaje se desarrolla tradicionalmente hasta que en una estación determinada el tren del metro se detiene, pero finalmente, no se abren las puertas. Se escuchan reclamos. Un par de personas debían bajar y bastantes más esperaban para intentar abordar el tren. Por los parlantes el conductor lanza un simple “disculpe las molestias” y avanza rápidamente hasta una próxima estación.  En ella, vuelve a pasar lo mismo. Me refiero a que no se abren puertas en lo absoluto y todos siguen dentro. Comienzan entonces a desarrollarse pequeñas conversaciones entre los que van en cada vagón, y hasta intentan, a través de los intercomunicadores, exigir respuestas claras al conductor del metro. De esta forma, la situación se repite a lo largo de la línea y no se ve posibilidad de mejora. Pasan los minutos. Por el camino, se encuentran con otros vagones, probablemente en las mismas condiciones, los que pasan en la otra dirección. Así, ya más resignados, almuerzan. La situación sigue y empeora y hasta puede verse alguna discusión y un robo que se produce abiertamente. El tren, en tanto, ha permanecido en movimiento, aunque por lo general en cada estación se demora unos cuantos minutos extra. Ya a la hora de once –los pocos productos comestibles habían  sido reunidos y se distribuyeron de forma equitativa entre los que iban en el vagón-, los viajantes constatan que ya han pasado en más de una ocasión por alguna estación terminal, y que están yendo de un lado a otro, mientras se pierde, también, la luz del día. Es entonces cuando, extrañamente, se hace el aviso de que el servicio se repondrá normalmente. Y claro, que se pide disculpas por las molestias ocasionadas. Así, de un momento a otro, comienzan a abrirse las puertas. En principio, todos buscan salir rápidamente, pero tras pensarlo mejor, deciden permanecer en el lugar y aprovechar de bajarse en la estación en que se subieron, esa mañana. Además, la hora coincide, más o menos, con su horario de regreso. Es entonces cuando la narración vuelve a centrarse en el protagonista, quien hace un repaso por lo ocurrido. La falta de aire. La chica que se vio obligada a orinar en una bolsa. La guagua que lloraba en el vagón de al lado. Breves historias de ese tipo. Finalmente, el tren se detiene en la estación en que subió en la mañana. Piensa entonces en organizar todo para el otro día. Se baja del vagón. Entrega sus datos para un sistema de compensación que propondrá la empresa. Finalmente, respira hondo, mientras camina por la calle, de regreso a su casa.

domingo, 17 de mayo de 2015

Un grupo de jazz que no llega / Pecas falsas


Tomo una cerveza en un bar donde debía tocar un grupo de jazz, que no llega.

Los instrumentos incluso están en un pequeño escenario.

Piano, contrabajo, batería y trompeta.

Mi cerveza está helada y en general todo está bien, salvo por la ausencia del grupo.

Esperamos un rato.

Conversamos de cualquier cosa.

Pedimos otras cervezas.

Son cervezas artesanales y de alto grado alcohólico, bastante caras.

Hoy me invitan y me pagan hasta la quinta, me dijeron.

Estoy acá pues quieren saber si sirvo para escribir crónicas o artículos en vivo, como una especie de corresponsal.

Yo dije que iría, para probar, pero no me interesa hacerlo, realmente.

Todo es para una especie de revista virtual, con corresponsales en distintas ciudades del mundo.

Suena importante, pero se trata de algo bastante menor, en realidad.

Con enlaces a noticias reales y cosas de estilo, pero muy poca paga, en principio.

Pasan así 30 minutos.

Seguimos esperando a los músicos.

Aunque claro, para ser sincero vine porque quien me habló del proyecto fue una portuguesa bastante atractiva que ahora está frente a mí, tomando una copa de vino.

Tiene pecas, pero dice que no le cree a Pessoa.

Lo dice incluso con cierto desdén.

Escribo esto en una especie de Tablet, bastante incómoda.

La idea era que hablara del grupo que hoy iba a tocar y mezclara algo del ambiente.

Pasan 20 minutos más.

Hemos hablado de unas cuántas cosas, pero ella se muestra molesta.

Me parece que está discutiendo por celular, mandando mensajes.

Yo escribo esto, de vez en cuando.

Ya acabé mi cuarta cerveza.

Justo entonces, los del local confirman que no habrá músicos y para compensar, señalan, todo será dos por uno, considerando incluso los pedidos anteriores.

Yo me alegro y aclaro con el chico que atiende, que en total deberían ser 10 las cervezas, y que la que acaba de traer era la quinta.

La portuguesa acaba de apagar el celular.

Me pide disculpas por la situación y hasta por la ausencia de los músicos.

Me pregunta entonces qué escribo.

Yo le digo que nada.

O casi nada.

Y es cierto.

Entonces ella habla de varios temas y de pronto hasta habla mal de Lisboa.

Yo la escucho.

Mientras lo hago, me fijo en sus pecas y poco a poco comienzan a molestarme, como si fuesen falsas.

Ella parece esforzarse por mostrarse algo más alegre y me intenta hacer hablar.

La verdad es que lo logra, por momentos, pero no digo mucho.

Pasan así otros 20 minutos.

Como a la octava cerveza le digo directamente que no creo en sus pecas.

Ella no entiende mi observación.

Yo no se la explico.

En cambio, decido no pedir las últimas dos cervezas.

Es parte de un plan, para fingir que voy al baño y largarme del lugar sin dar explicaciones.

Un plan infantil, lo confieso.

Ahora simplemente pego este texto en el blog y en dos minutos estaré fuera.

Respiraré hondo.

Trataré de mirar el cielo y buscar pecas verdaderas.

Leeré a Pessoa.

Ese es mi plan, ahora.

Si duermo soñaré con Lisboa.

sábado, 16 de mayo de 2015

Mi estilo (o algo así)


Digan lo que quieran, pero es mi estilo.

No nació antes de la acción, es cierto, pero sigue siéndolo de igual manera.

Y no hablo de literatura, ni de relaciones humanas ni de posición ante la vida.

Hablo de formas.

Solamente de formas.

Forma de dormir (o de no hacerlo).

Forma de tomar un libro.

Forma de abrir o cerrar alguna puerta.

De eso hablo, en el fondo.

O de eso me atrevo a hablar, cuando hablo de mí.

Y no es que me sienta orgulloso de mi forma.

Pero debo admitir que el orgullo existe igual ante el mero hecho de saber.

De saber de ti, me refiero.

De poder decir, por ejemplo:

Esa sombra caminando es mía.

Yo camino así.

No es que me guste o no me guste.

De verdad no es eso.

Ni siquiera es por el lugar a donde uno camine.

Esa es mi forma, simplemente.

Y ese soy yo.

Los libros sobre la cama.

Las pruebas que reviso y las que debo revisar en distintos sitios.

Los juegos con tu hijo.

Una cerveza de emergencia en el refrigerador.

Así, descubres de pronto que la forma es lo único esencial.

Y es esencial no porque no cambie, sino justamente porque son formas que cambian, en el tiempo.

Y porque cambian (porque van a dejar de ser mi estilo en algún momento) es que resulta esencial conocerlas a tiempo.

Decir “este soy yo” y no “ese era yo” cuando mire hacia atrás desde un yo supuestamente mejor construido.

Y ser consciente de gustos y opciones y hasta de esos errores que sigues cometiendo porque hasta les tomas cariño.

Elegir estar solo.

Elegir leer o releer un libro.

Elegir el trabajo que haces aunque a veces parezca absurdo.

Elegir incluso el camino que sabes no lleva a ninguna parte.

Pero saber, en definitiva, que siempre estás tú en esos sitios.

Puede parecer autoayuda, pero es más simple que eso.

No es solo aprender a caer, me refiero.

Es saber qué cayó, cuando caes.

Conocer el peso.

O algo así.

viernes, 15 de mayo de 2015

Sheriff


I.

Soñé que un grupo de personas me venía a convencer para que aceptara ser sheriff.

Me mostraban la típica estrella de metal que anunciaba el cargo y hasta ponían sobre la mesa un cinturón con una pistola y unos cuantos cartuchos de balas.

Sin embargo, en el sueño, yo seguía rechazando el cargo principalmente porque no quería enfrentarme a nadie.

Lamentablemente, venía entonces una de esas chicas de traje y gran escote a convencerme y decirme que en el pueblo todo era tranquilo y que no tenia de qué preocuparme.

Fue así que, todavía en el sueño, me vi convertido en sheriff de una pequeña ciudad cuyo nombre he olvidado.


II.

Lo primero que hice fue dar una ronda por las calles.

Miré el pueblo, saludé a las personas… hice cosas de ese estilo.

Luego pregunté por el barrio más terrible, para mirarlo, al menos, desde lejos.

Me llevaron hasta él.

Entré.


III.

El barrio era tan agresivo que los hombres, al detenerse y bajarse del caballo en que viajaban, le daban un balazo al animal del cuál descendían.

En principio era una imagen tragicómica, pero poco a poco, en el sueño, el montón de cuerpos de caballos fue creciendo ceca de la entrada de una serie de bares y restaurantes hasta obligarme  a tomar una decisión.

Fue así que me convencí de entrar a uno de esos bares y advertir a todos sobre la costumbre esa que realizaban con los caballos.

Nadie por supuesto me tomó en serio.

De hecho, mientras les hablaba, se escuchó un par de balazos, justo antes que entrara otro tipo, hasta el lugar.


IV.

-¿Le disparó usted a su caballo? –pregunté.

-Sí – dijo el hombre-

-Pues tendré que llevarlo a la comisaria.

-Inténtelo –me respondió-, pero se trata de un animal grande, no sé si va a poder…

La gente del bar se burló.

-Me refería a usted –le dije.

El hombre me dio la espalda y pidió un trago.

Fue entonces que yo, para hacerme respetar, empuñé la pistola y la saqué de su funda, frente a ellos.

-Es usted como un niño pequeño, sheriff –me dijo otro de los hombres del lugar.

-Y no entiende nada –agregó el último que había llegado.

Yo, en tanto, no me inmuté con sus palabras.


V.

Cuando me acordé que era un sueño me decidí a dispararle a los hombres del lugar.

Nada de discusiones, pensé, o si no me despierto como  un cobarde.

Fue entonces que comencé mi justicia.

Le disparaba a uno, arrastraba el cuerpo hacia el lado de los caballos, y volvía por otro.

Hice lo mismo sin que nadie se opusiera, por un largo tiempo.

Entrar, disparar y apilar.

Y claro… me preocupé así de realizar aquella acción hasta equiparar los montones de caballos y los montones de hombres

Exactamente al conseguir que los bultos fueran exactos, me desperté.

Analicé, entonces, cuidadosamente mi sueño.

Era yo como un niño, me dije.

Ellos tenían razón.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales