lunes, 25 de mayo de 2015

Seguir al camión de la basura.


Me cuentan que de chico seguí a un camión de la basura.

Al parecer, fue la primera vez que me extravié y escapé a los cuidados –generalmente excesivos-, de mi madre.

Yo no recuerdo bien el hecho, pero me cuentan que me vinieron a encontrar varias calles más lejos, todavía detrás del camión, luego de salir a buscarme con algunos familiares y vecinos.

Según ellos, yo había dado unas razones extrañas, entre ellas, que me quería enterar de por qué no se llenaba ese camión y qué hacían con la basura.

Debe haber sido entonces que intentaron explicarme que la basura se comprimía y se apretaba hasta ocupar un espacio muy pequeño, dentro del camión, razón por la cual podía pasar por muchísimas calles antes de llenarse.

Según me cuentan, yo exigía saber exactamente hasta qué tamaño se podía achicar la basura, y luego hacía cálculos sobre cuánta basura cabía realmente, de esa forma.

Más allá de eso, sin embargo, relaciono ese descubrimiento con algo que sentí por mucho tiempo al mirar las cosas, desde pequeño:

Todo puede ser reducido a algo mínimo, sin importar su aparente tamaño ni mucho menos la importancia o valor que tenga para nosotros.

Todo lo que tengo, si lo comprimo, podría llevármelo en una bolsa, recuerdo haber pensado años después –aún pequeño en todo caso-, y hasta haberlo intentado, en cierto instante.

El cerebro y el corazón, por cierto, también funcionan de esa forma.

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