martes, 31 de mayo de 2011

Un bosque sin un lobo.

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-¿Nombre?

-Vian.

-¿Nada más?

-No.

-Me puede prestar su carnet de identidad.

-No tengo.

-¿Se lo robaron también?

-¿Qué cosa…? ¿La identidad?

-No, el carnet, y no se haga el chistoso.

-Es que de verdad no tengo. Está perdido.

-¿Y si alguien lo encuentra y lo utiliza para algo ilegal?

-No creo… está perdido.

-La caperucita también, y la encontró el lobo.

-Pero mi carnet se perdió en un bosque sin lobos.

-¿Pero entiende que andar sin carnet es una falta grave?

-Sí, pero estoy siendo sincero… además estamos denunciando un robo, y en mi lugar de trabajo, y todos me conocen…

-Mmm… lo dejaremos pasar esta vez…

-Gracias.

-Pero búsquelo… no se confíe… este también era un bosque sin lobos y ya ve.

-¿Qué cosa?

-Ya ve que le robaron, y a sus colegas, sin que nadie viera nada.

-Pero las cámaras captaron algo…

-Sí, digamos que sí… captaron al lobo, mientras el bosque no se inmutaba.

-Los bosques no se inmutan.

-Está bien, pero al menos tendrá que admitir que había un lobo.

-No lo sé, es largo de explicar, pero sigo sintiendo que no era un lobo, que los bosques son siempre bosques sin lobos, de cierta forma…

-¿Y qué fue lo que le robaron acá, concretamente?

-Mi notebook, como a mis colegas, y una caja con discos y $200.000.

-Ok… ¿Marca? ¿Color? ¿Avalúo?

-¿Para qué? ¿Para recuperarlo?

-Realmente no, pero es parte de la rutina.

-Entonces anote lo que quiera, lo que acostumbra la rutina…

-Pero tendrá que firmarlo.

-De acuerdo.

-…

-…

-¿Algo de valor al interior del notebook?

-Una novela terminada y varios comienzos y otros textos, fotos de mi hijo desde hace varios años, videos… al menos 100 pruebas de libros de narrativa contemporánea realizadas para un proyecto de análisis y habilidades, guías de trabajo…

-¿Y en concreto?

-Parte de mi vida, el esfuerzo, el afecto y el ponerse de pie de los últimos años…

-Mmm… ya, pero… ¿Y en concreto?

-¿Eso no es concreto?

-No, en realidad no.

-¿Sabe? Trabajo en este colegio cuarenta y cinco horas a la semana, me llevo trabajo y pruebas por corregir al hogar, trato de ver a mi hijo y estar con él lo más que puedo… he perdido una cosa tras otra estos últimos años…

-Pero no ha denunciado esas pérdidas…

-Porque no hay culpable de esas pérdidas, porque no hay lobo, ya le dije… Pero sabe, el punto es que no le voy a aceptar que me diga que eso que perdí no es concreto…

-…

-Hace más de 14 meses sin fallar ni un solo día he escrito un texto para subir a un blog… la mayoría son malos y no alcanzo a corregirlos, pero hago lo posible por dar algo en cada uno de ellos, por ser yo mismo… no sé si me entiende…

-Lo entiendo, pero…

-Pero el caso es que eso no es todo… sin decirle a nadie he puesto mi despertador una hora y media más temprano cada día… a las 4 y media casi siempre, o a más tardar a las 5… son dos o tres horas de sueño, ¿sabe? Y me levantaba a avanzar en una novela, a corregirla sin saber para quién y dudando día a día si era o no algo necesario…

-Una novela ¿cómo las de la tele?

-No, una historia escrita.

-¿Y de qué trataba?

-De la bondad de las personas, de la belleza que no saben que tienen… de que no hay lobos, sino un bosque…

-¿Y usted pensaba eso?

-Lo pienso, y pienso en cada una de esas frases, en todo eso que no respaldé y que deben estar formateando y convirtiendo en nada…

-¿Y se siente mal por eso?

-No sé… sinceramente me siento egoísta al sentirme mal por eso, es decir, estaban también las fotos de mi hijo, sus videos… unas sonrisas y unos bailes que ya no están en ningún sitio… Salió rey feo, ¿sabe?, como yo… bailó vals con una chica y estaba ahí… o celebrando goles en nuestros viajes al sur, o absorto mirando el mar, o riendo hasta que se ponía morado…

-Mmm… es que sabe, Vian… no soy yo, es el formato de este papel el que me impide anotar esas cosas…

-…

-De todas formas, es bueno que intente hacer un avalúo de eso, quizá la empresa pueda hacerse cargo, después de todo se los robaron en sus lugares de trabajo, por una falla en la seguridad…

-Después de todo… ¡una mierda! No quiero dinero, ni otro computador, ni pelear por eso, ni pedirlo… ese computador estará tan sucio que no podré escribir en él…

-Pero…

-Pero nada, no se preocupe… disculpe si me exalté, pero es que no quiero pensar en lo que perdí… y no quiero ser egoísta… ni soberbio…

-Pero dijo usted que escribía en un blog, ¿eso no se borra, no…?

-No, eso está ahí… pero nuevamente le digo desde la soberbia que esos textos son míos, claro, y van con afecto y sinceridad… pero no están bien escritos, nunca fue esa mi intención… al revés… Mi obra bien acabada estaba en el computador… y la trabajaba cada día…

-Mmm… quizá podría clasificarlo como propiedad intelectual…

-Intelectual no… espiritual quizá, si tiene sentido llamarla de alguna forma… lo intelectual me da asco…

-Pero usted es profesor, evalúa el intelecto, el aprendizaje…

-Sí, eso estoy obligado a calificar, pero me alimento del desaprendizaje, de las cosas en que aprenden a desconfiar… eso me interesa…

-¿Qué desaprendan que en los bosques hay lobos, por ejemplo?

-Sí… creo que entendió, de verdad me alegro por eso, al menos…

-Sí… quizá tenga razón… pero lo malo es que yo soy el cazador y si no hay lobo me quedo sin trabajo…

-Bueno… ese es el precio…

-Puede firmar aquí entonces…

-Sí, además mis firmas son décimas acumulativas, y creo que cumplió bien con el trabajo…

-Oiga, ¿le puedo confesar algo?

-¿Qué sería?

-Que yo también escribo… no le muestro a nadie, pero escribo, y creo que lo entiendo un poco…

-Gracias, ¿también es papá?

-Sí, y también entiendo eso… y me gustaría decirle que durmiera más y todo eso, o que no se desgaste… pero si su teoría es correcta usted debería empezar de nuevo.

-¿De nuevo?

-Sí. Ponerse de pie y empezar a las 4 y media, mañana, como siempre.

-¿Aunque no haya nada?

-Aunque no haya nada.

-¿Y el blog?

-También, y me aprovecha de dar la dirección, para darle una mirada… Y si no tiene computador vaya hoy a un cíber a escribir la entrada y mañana ve qué hace…

-¿Está seguro?

-Seguro, se lo doy firmado, si quiere… aunque mi firma no vale décimas…

-Pero vale igual. Gracias.

-…

-…

-Ya, chao entonces, que debemos parecer maricones, hablando de estas cosas.

-Ok, y a empezar de nuevo entonces…

-Sí pues… a empezar de nuevo.

lunes, 30 de mayo de 2011

Levantar una piedra para encontrar bichos.

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No hace tanto tiempo bastaba levantar una piedra para encontrar bichos. Uno iba por ahí y de pronto daban ganas de mirar y era sencillo el descubrir todo aquello, que existía oculto, bajo las piedras.

Sin embargo, algo pasó. Y no me refiero a aquello más profundo que ocurrió en nosotros, sino al hecho concreto de que ya no hay nada bajo las piedras, o muy poco.

Podría demorarme en razones, o en buscar hipótesis, pero lo cierto es que me abruma el hecho concreto: el fenómeno. La ausencia de.

Y es que recuerdo momentos exactos, descubrimientos que llegaban a aturdir incluso como la vez aquella que de pequeño, descubrí que existían lombrices que, si se partían, pasaban a convertirse en dos, y así hasta un número que creí infinito.

Puede que exceda un poco el ámbito de la sinceridad con esto, pero confieso que incluso esa vez lloré -sin saber por qué, claro-, y guardé el secreto para no ensuciar mi descubrimiento y escuchar como respuesta que eso era “de lo más normal” y pasar luego a hablar de otra cosa.

Lo mismo me sucedía, en todo caso, con toda una serie de fenómenos que podías encontrar ahí: los chanchitos de tierra que se cerraban en sí mismos, las filas y filas de hormigas que podías seguir hasta encontrar pequeños túneles subterráneos, o los extraños caminos de unos escarabajos de colores que no he vuelto a ver desde hace años… -y no necesariamente por haber dejado de buscar-.

Pero claro, decía en un inicio que esto ya no ocurre. Que algo pasó y hoy bajo las piedras apenas y hay algo. Y los niños de hoy ya no saben que antes sí… que la vida estaba ahí mismo, para el que quisiera verla, y que las piedras tenían también un lado vivo… que se ofrecía así, sin más.

Lo extraño, pienso hoy, es que ese lado vivo, parece haber ido a parar a algún sitio más lejano… y la vida ordenada del asfalto, y del estudio, y del trabajo, y de todo aquello que nos inventamos para convertirnos en gente seria, parece habernos hecho olvidar que existía vida en el lado oculto de la piedra, y que podíamos verla y aprender que absolutamente nada carece en realidad de vida, y de secreto, y maravilla.

Y es que de niños jugamos a creer en los demás, creemos en el adulto y en la explicación que nos da sobre el mundo, pero acostumbrábamos guardar un espacio de nosotros para creer en algo que era dado por nuestra propia experiencia y que podía desafiar todo aquello que entendíamos como normal y aceptábamos –o fingíamos aceptar- como correcto.

Hoy, en cambio, ese espacio de duda ya no existe, y el mundo que presentan los adultos es creído sin reparos. Y se aceptan las reglas, y creemos en las ciencias, y en el lenguaje… y dejamos que todos esos conocimientos secos -que también son piedras-, nos vayan lapidando poco a poco, simplemente porque el mundo es así: porque Dios es una idea obsoleta y porque el corazón es un músculo. Y porque nos enseñan que no hay más.

Lo peor es que hoy, además, estoy en el bando de los que enseñan. O en el lado muerto de la piedra, si sigo la idea de antes.

Lejos estoy del niño que lloraba al ver como unas lombrices se partían y seguían vivas y tomaban incluso distintas direcciones. Lejos estoy de cuestionarme sus sentimientos, o de alegrarme secretamente porque habías encontrado la puerta tapiada que daba hacia los secretos vivos que los adultos te ocultaban… Lejos estoy de alegrarme cuando los chanchitos de tierra se abrían nuevamente y uno sentía ingenuamente que estaban en confianza contigo…

Y es que hoy, simplemente, parece que uno también se ha secado… y los bichos te rehúyen… y falta algo…

Habrá que desconfiar, por tanto, de lo que ha llegado a ser uno… habrá que ponerse en duda… y salir ahora mismo a buscar en las piedras y en uno mismo, el lado vivo…

Sí. Hay que hacerlo. Antes de.

domingo, 29 de mayo de 2011

Alguien quiere decirme algo.

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I.

Soy hipotético como la verdad del mundo.

Es decir,
existo como una moneda olvidada
en el fondo del bolsillo
de un pantalón que no se usa.

Debido a ello,
la acción más importante
que realizo
hoy por hoy,
puede resumirse simplemente
en ir perdiendo mi valor.

Y es que existo
como la cola arrancada de la lagartija:
arrojado yo mismo
desde algo que desconozco
y que me desconoce también
y me reniega.

Soy producto del miedo,
de la defensa…
algo que se arrojó para permitir
la huida de otro,
sin duda,
más importante que yo.

Aún así,
siento a veces que alguien
quiere decirme algo…
(algo que quizá pueda tener
cierta importancia),
pero ese alguien,
sin embargo,
no sabe exactamente qué decir.

Y yo lo espero.

Mientras tanto,
le digo a ese alguien,
y a quien me escuche,
que en realidad no importa…
que no tengo apuro
y poco necesito
para mí.

Y es que soy, de cierta forma,
similar al hombre que en medio del desierto
se concentra hasta escuchar
la lluvia que cae en otro sitio,
o la cascada,
y duerme entonces su sed
por un tiempo,
y ese tiempo a veces es descanso,
y el descanso reconforta...

Y el hombre sobrevive.


II.

Soy hipotético como la verdad del mundo.

No tengo bases
y olvido los caminos en que ando,
quizá demasiado aprisa.

Y es que mi recorrido se borra
igual que las marcas
que dejan los caracoles,
esas que se desvanecen poco a poco,
sin que nos demos cuenta.

Ahora bien,
siendo sincero,
la verdad es que todo se borra:

las palabras se borran,

los afectos se borran,

y hasta lo que creímos más permanente
termina a veces por desaparecer
o desmoronarse,
o revelar simplemente
que nunca existió
de la forma en que creímos.


III.

Soy frágil.

Suena cursi, pero es cierto:
soy frágil.

Tanto así que quizá
debiese tener uno de esos cartelitos
que se colocan en las cajas
que transportan algo de cuidado…

Sí,
soy frágil
e hipotético,
pero mi debilidad es cierta
y concreta
y hasta se puede lanzar
como una roca.

Aunque sin herir a nadie,
por supuesto.

De la misma forma, entonces,
le digo a ese alguien
que quiere decirme algo,
que mejor guarde silencio,
que no se moleste…
que así está bien…

Ya veré yo lo que hago conmigo.

La forma en que me dejo ir.

Los lugares en que elijo perderme.

Por favor,
que nadie se moleste,
y menos ese alguien,

pues me hace mal.


IV.

Soy hipotético como el amor,
como la justicia
o como la inocencia de los niños.

Y como todo aquello hipotético
me falta la certeza dulce
y empalagosa del fenómeno,
y al final termino siempre
siendo amargo.

Por suerte,
mi final no es “el final”,
y puede que todo esto resulte falso…

Usted, en este sentido,
puede hacer como le plazca,
o convenir en algo acorde
a la educación que le dieron…

Yo, simplemente,
existiré aquí hasta que el proceso termine,
y la comprobación me diga de forma certera
si he sido ratificado o no
(como significado)

Por otra parte,
también observaré si mi valor,
como decía en un inicio,
terminó o no de vaciarse

por completo.

sábado, 28 de mayo de 2011

La materia es el sustento común, o sobre el intentar chocar, cuando todavía quedan fuerzas.

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“La materia es el sustento común
de todas las manifestaciones singulares
de la Idea”.
A. S.
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I

No sé si les pasa que chocan con cosas,
pero a mí me pasa
(y más de lo debido).

Choco con árboles,
con postes,
y a veces me paso horas
rebotando en las paredes
de mi pieza / biblioteca.

Y es que voy más atento a otros elementos,
a las palabras, por ejemplo,
o a los conceptos e interpretaciones
que quedan suspendidos
como ahorcados a medio morir,
en cualquier sitio.

Lo malo,
es que cuando te encuentras con estas “cosas”,
(esas cosas que no son materia, me refiero)
el choque no es posible,
y te encuentras de pronto dejando morir
todo aquello que, a medias,
cuelga sobre las calles de nuestra vida
como ropas que deben secarse
y que se nos hacen imposibles
de recoger.

Con las otras cosas, en cambio,
chocar resulta más sencillo,
y hasta de cierta forma
tiene la utilidad de ayudarnos a reconocer
qué cosa pertenece a qué reino
y cuál está a medio morir
o cuál ya se encuentra
totalmente muerta
o en reposo.

Extrañamente,
sin embargo,
es prácticamente imposible
que choque con otras personas…
es decir, imposible desde la experiencia,
claro,
puesto que sinceramente no recuerdo
un choque directo con un otro
en al menos los últimos años.

Ahora bien,
quizá puedan pensar que este no chocar
con otros,
me trae algo así como un alivio,
pero sinceramente,
el asunto se transforma a veces
en algo angustioso.

Recuerdo por ejemplo
que hace unas semanas,
intenté por todos los medios
chocar con las demás personas:
caminé por el centro de la ciudad,
acudí a manifestaciones,
y hasta me inscribí en un equipo de rugby…
¡pero nada…!

¡Todos se escabullían de una manera misteriosa…!

Y claro, entiéndase bien,
yo podía tocar a los otros
-saludarlos de mano, por ejemplo-,
pero no así chocar con ellos
de improviso.

Fue entonces que,
mientras estaba pensando en este problema,
sentí un fuerte golpe que me tiró al piso…
así, mientras me ponía de pie,
pude ver al tipo que me chocó,
un hombre caído a un costado
y que también se levantaba
y me miraba fijo…

Sin embargo,
más allá de lo extraño que fuera
el haber chocado con alguien,
lo verdaderamente sorprendente
fue que ambos vimos
al mirarnos
exactamente lo mismo.


II.

-¿Quién eres? –dijimos ambos, entonces, al unísono.

-Soy Vian –contestamos también al mismo tiempo.

Luego intentamos hablar y preguntar otras cosas,
pero nos siguió pasando lo mismo…
y comprendimos así
que toda pregunta entre nosotros
sería infructuosa,
porque acabaríamos sabiendo del otro,
al final,
exactamente lo mismo
que ya sabíamos
antes de nuestro encuentro.


III.

Lo realmente malo de todo esto,
sin embargo,
es que tras ese choque
y ese encuentro,
he comenzado a dudar constantemente
sobre mi verdadera naturaleza.

Es decir,
más allá de la despedida que uno debe hacerle
a la idea esa de ser único,
se encuentra también la necesidad
de reconocernos como,
al menos,
manifestaciones singulares
de una misma idea
(la idea Vian, en este caso).

Y claro,
no es que no me agrade,
la idea esa de ser materia…
¡pero ser algo en función de la Idea
y no tener entonces una vida
plenamente completa…!

¡Cuánta injusticia…!


IV.

No quiero aquí, sin embargo,
reflexionar
sobre la necesidad de asumirnos todos
como materia,
sino simplemente constatar que me encontré
con otro Vian/materia
y que la sed de ser idea
me quema la garganta
por lo que, hasta las palabras
terminan saliendo así
un tanto chamuscadas.

Por último,
les cuento que sigo chocando
casi con cualquier cosa,
y que hay testigos que dicen
que lo que ocurrió realmente
cuando choqué conmigo mismo
-o más bien, con la otra manifestación
de la misma “idea de mí”-,
es que me cayó un rayo
mientras estaba pensativo
en una esquina…

Y claro,
ellos intentan hacerse famosos
contando aquella historia,
y me miran como con temor
o respeto,
y parecen creerse incluso
sus propias palabras.

Yo, en cambio,
ajeno a esos intereses,
y sintiéndome un tanto desamparado
por eso de no chocar contra los otros,
prefiero determinar lo que ocurrió
a partir del único recuerdo que me queda
de ese día,
y seguir adelante, claro,
cayendo y levantándome
si es que resulta necesario

y quedan fuerzas.

viernes, 27 de mayo de 2011

Vengo por el premio.

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“La extrema evidencia, la evidencia original,
es una intuición: o bien es empírica o bien reposa
sobre la intuición a priori de las condiciones de la
posibilidad de la experiencia. En ambos casos
no nos suministra más que un conocimiento
inmanente, nunca trascendente.”
A. Schopenhauer.
.

-Buenas tardes, disculpe… vengo por el premio.

-¿Cuál premio?

-El de las tapitas marcadas, había que juntar las letras y…

-Espere señor, no quisiera desanimarlo, pero sinceramente no sé de qué concurso me está hablando…

-El de las tapitas de bebida, uno juntaba las letras y…

-No me refiero a que me explique el concurso, señor, sino que no tengo conocimiento de ninguno… y me parece que está en un error…

-¿En un error? Pero si la palabra está correcta, yo…

-Señor, le repito nuevamente que debe estar en un error… además esto no es un centro de canje…

-¿No es un centro de canje?

-No señor, definitivamente no.

-Mmm, ¿está seguro…?

-Totalmente.

-¿Y qué es entonces?

-¿Qué cosa…? ¿Yo o este lugar?

-Ambas cosas. Usted y este lugar.

-Pues sinceramente, no lo sé del todo.

-¿Y no podría ser un centro de canje, ya que no sabe del todo qué es?

-Creo que no, al menos sé que este lugar no es eso, y que mi función es otra.

-¿Y no podría usted hacer una excepción?

-¿Y mentir?

-Sí… o jugar al menos a que usted es otra cosa…

-Es que con esas cosas no se juega, según parece, después de todo… ¡ya ve lo que le pasó al mundo!

-¿Qué le pasó?

-¡¿No lo sabe?!

-Eh… no, no lo sé.

-El mundo desapareció, señor…

-¡Eso es absurdo…!

-Quizá sí, pero es cierto.

-¿Puede comprobarlo…?

-Pues no necesito comprobarlo, además puede usted acceder al hecho directamente…

-¿Acaso leyó usted a Schopenhauer?

-¿A quién?

-A Schopenhauer… es que el otro día leía algo de él donde criticaba la idea de que solo lo demostrado es totalmente verdadero…

-Pues no, no lo he leído… ¿qué más decía sobre eso?

-¿Schopenhauer?

-Sí, ¿qué pensaba entonces sobre lo que realmente era verdadero?

-Puede que me equivoque un tanto, pero al plantear que las ciencias, al ir de lo universal a lo particular subordinan la verdad a la demostración…

-¿Subordinan la verdad…? ¡Qué insensatez…!

-Claro, eso decía Schopenhauer… y proponía que realmente toda verdad exige otra verdad indemostrable, que sería su fundamento o el fundamento de su demostración… ¿me sigue?

-Eh… sí, más o menos…

-Pues bien, a partir de eso, él proponía que una verdad inmediata debía ser preferible a la fundada en una prueba, de la misma forma como el agua de un manantial suele preferirse ante el agua transportada por las cañerías…

-¿Intuición versus reflexión?

-Sí, algo así… aunque creo que el verdadero contrincante es el juicio fundamentado en la lógica, o hasta el silogismo más elemental…

-A mí me caen mal los silogismos, me suenan como a ropa incómoda…

-Sí, a veces incomodan, sobre todo cuando te hacen creer que son indispensables… Schopenhauer por ejemplo decía que no puede haber verdad que necesite indispensablemente del silogismo para ser obtenida, pues esta necesidad será siempre relativa e incluso subjetiva…

-Claro, porque toda demostración sería un silogismo…

-Sí, y además como toda demostración es un silogismo, una nueva verdad no necesita demostración, sino evidencia inmediata, y solo luego se hace un uso provisional de la demostración…

-Pero entonces nada sería plenamente demostrable… o sea, ninguna ciencia, me refiero…

-Claro, sería como un edificio suspendido en el aire, diría Schopenhauer, pues toda demostración debe referirse a un elemento intuitivo, no demostrable…

-¿La intuición antes de la reflexión?

-Exacto.

-Mmm.

-Mmm.

-A todo esto, ¿decía usted que juntó una palabra con tapitas de bebida?

-Sí, pero luego decía usted que aquí no era un punto de canje.

-Y era cierto…

-Y luego agregaba que el mundo había desaparecido.

-Lo cual también es cierto, sin duda.

-Mmm.

-Mmm.

-¿Sabe? Intuyo que hubo un error en todo esto…

-¿En nuestra conversación?

-Quizá, o en nuestro entendimiento.

-Sí… puede ser.

-Quizá debiésemos empezar todo de nuevo.

-¿Y volver a hablar las mismas cosas?

-No sé… no creo… tal vez solamente deba alterar el orden de las tapitas y crear otra palabra…

-O tal vez no haya que crear palabra alguna…

-¿Cómo…?

-¡Un grito…! Quizá sea mejor juntar las letras de un grito…

-Pero un grito escrito es como agua de cañería…

-¿Y entonces?

-Gritemos, y manda las tapitas a la mierda…

-Pero…

-Eso: gritemos… cerremos los ojos y gritemos y arroja esas tapitas lejos, y que el eco del grito haga reaparecer el mundo…

-Mmm…

-¿No te convence?

-Sí, pero… ¿y el premio…? Yo venía por mi premio, ¿te acuerdas?

-Quizá luego de gritar alcance igual a venir el premio…

-¿Lo crees?

-Lo intuyo… aunque también pienso que quizá el grito pueda ser el premio…

-Mmm…

-Mmm…

-¿Vamos por el premio entonces?

-¡Vamos…! Y otro día te cuento, con más tiempo, qué palabra formaban las tapitas…

jueves, 26 de mayo de 2011

¡Pobre Job, se creyó el cuento...!

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I.

De no haber reducido su vida a cifras,
Job habría entendido que Dios
lo estafó descaradamente
y sin asco.

“Te apuesto que él aguanta”
habría dicho Jehová,
y el diablo le tomó la palabra:

Lo llenó de sarna,
quemó sus posesiones,
le arrebató a su mujer
y hasta mató a sus hijos,
sin que Job renegara nunca
de su amable creador.

Por último,
terminada la apuesta,
y feliz del triunfo,
Dios habría pasado a Job
por debajo de la mesa,
una parte ínfima
de sus ganancias.

Fue así que Job
se llenó de salud,
y de nuevas posesiones…
¡si hasta otra esposa le entregó
y le dio nuevos hijos…!

“¡Qué grande es Jehová…!”
Cantaba él, extasiado.

Y Job creyó entonces ser feliz
contando sus nuevas riquezas
y olvidó pronto lo perdido,
y el número pasó a ser así
la tierra con que cubrió
los huesos aún frescos
de sus primeros hijos.


II.

Hasta el día de hoy
Job se pasea por el mundo
hablando de la bondad infinita
del buen Dios.

Infla el pecho
y mira directo a los hombres,
aunque ante el sol,
baja la vista,
respetuosamente agradecido.

A veces lo veo con sus hijos,
o con su nueva mujer,
y escucho como cuenta su historia,
orgulloso,
ante los hombres tibios:

“Y Jehová me bendijo
como a un hijo amado”,
cuenta Job,
y luego explica detalladamente
las cifras con que respalda
su nueva felicidad.

Y sí,
quizá esté de más decirlo,
pero lo digo igual:

los hombres tibios
lo escuchan
y lo aplauden
y hasta lo creen santo.


III.

Si yo fuera
lo suficientemente valiente,
violaría ahora mismo
a la mujer de Job
y desollaría vivos
a sus nuevos hijos.

¿Y saben…?
Aunque pueda sonar extraño,
lo haría exclusivamente pensando
en la felicidad de Job…

No por esa felicidad que cree tener,
por supuesto,
sino por aquella que perdió y que hoy
se ha vuelto indigna,
y ha sido olvidada,
bajo la ilusión brillante de una vida
edificada a partir de la indemnización
que por daño moral
ha debido cancelar Jehová
en cómodas cuotas.

Pero claro,
como dije antes,
soy un cobarde de mierda,
y solo tengo coraje
cuando rechazo
los bienes que el buen Dios
viene a darme
en compensación de lo que he perdido
en aventuras en las que él,
hace gran tiempo,
también estuvo involucrado:

“¿Quieres dinero?”

“¿Quieres mujeres?”

“¿Quieres reconocimiento?”

Me pregunta entonces, Jehová,
tentándome con una felicidad prefabricada.

Y claro,
yo me lo pienso un poco,
pero al final respondo cortésmente que no,
que gracias…
que no necesito de esas cosas.

“Cárgame la bip, si quieres…”
le digo por último,
pero simplemente
para que no se sienta despreciado.


IV.

¿Sabes Job…?
A veces siento
que no entiendo
la bondad de Dios,
y que no creo,
por cierto,
en la bondad del hombre.

Y no lo digo por envidia,
ni porque fui incapaz de responder
en silencio
a mis propias desgracias.

Es solo que no creo tampoco
en tu felicidad,
ni en tus nuevas riquezas,
ni en la prosperidad
de tus nuevos hijos…

Y es que me tinca que te hicieron hueón, Job…

Pa mí que te creíste el cuento…

Y calculaste erróneamente
y transformaste todo en cifras
y fuiste llenando de adornos
el fondo de un pozo
que ya estaba destrozado.

¡Insensato…!

Tienes la boca llena de tierra,
y un corazón de plástico…

¡Mejor arrepiéntete
antes que me arme de valor
y viole a tu nueva mujer
y le arranque la piel fresca
a tus nuevos hijos..!

¡Tu Dios es de mentira, Job…!

Y es un Dios de hombres tibios…

¡Insensato…!

miércoles, 25 de mayo de 2011

La antimetamorfosis.

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"La desesperación es la esperanza de la carne"
H. Böll.

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Cuando una mañana, Vian se despertó de unos sueños agitados –había dormido unas horas escuchando a gran volumen algunas sonatas para violín de Roslavets-, se encontró en su cama repleta de libros, sin conversión alguna, existiendo simplemente como él mismo.

-Otro día –se dijo, mientras demoraba el abrir los ojos.

Yacía sobre su espalda, como siempre, y había algo en él que parecía existir como en una caparazón, en algún sitio, pero las mañanas de Vian eran por lo general poco claras, por lo que sus impresiones solían quedarse en su tamaño inicial, apenas esbozadas.

-¿Qué me ha ocurrido? –pensó entonces, rápidamente, mientras realizaba sus labores conducentes al despertar, y sin dar tiempo a respuestas, pues esa era apenas una de las acciones diarias que no estaban hechas en función de una solución, sino simplemente como un desahogo, o un “estiramiento espiritual”, de esos que resuenan un poco cada mañana, como los huesos de los viejos.

Y es que se trataba de un día más, simplemente. Uno de esos que se acumulaban y que a Vian ya lo iban dejando harto, pues anhelaba un cambio en aquello que le sucedía cada día… algo así como una explosión que viniese a impedir que todo aquello que vivía permaneciese así, sin rasguños, mientras él se deterioraba y gastaba cada vez un poco más, al menos si damos crédito a sus palabras.

-Por último convertirme en bicho –le había confesado a un amigo la noche anterior, en medio de una tibia borrachera-, no pido un ascenso espiritual, ni corporal, quiero un cambio…

-Cambia entonces, po hueón –le había interrumpido el amigo, perspicaz.

-Es que no es cambio nada más, es colapso lo que busco –había dicho Vian, mientras se apresuraba a tomar otra cerveza-, es que se acumule algo, no sé… la desesperación quizá… pero que se reúna algo que permita que el cambio sea algo más que un simple peinarse hacia otro lado o una variación en la actitud que dure pocos días.

-¿Y eso lo logras sin hacer nada y acumulando esa especie de energía, como la tierra cuando origina terremotos?

-Digamos que sí, pero ni siquiera me conformo con terremotos… ¡quiero cataclismos! Una hueá que cambie la superficie y el espacio en que se vive…

-Yo creo que tú necesitai primero es desatar un nudo, hueón… y sí, quizá luego arriesgarte a sentir todas esas hueás que tenís a medias y ver hacia dónde te mandan…

-Mmm… ¿no estaremos pareciendo maricones hablando de sentimientos y de cambios y hueás así?

-Mmm… puede ser… mejor terminemos de tomar las cervezas que nos quedan…

-Mejor –dijo Vian.

Y pasó así la noche y luego Vian –como les contaba en un inicio-, durmió unas cuantas horas escuchando a un volumen quizá demasiado alto algunas sonatas para violín de Roslavets, y se despertó convertido en lo mismo que era antes de dormirse, o si se prefiere, se despertó sin convertirse en nada.

Se demoró en levantarse, como siempre, y leyó un cuento corto de la Munro, que le dejó sabor a nada.

-A lo mejor es culpa mía –pensó entonces, y comenzó a vestirse.

Si fuese un bicho al menos no podría salir –pensaba-, y todo el proceso de decidir ir o no al trabajo y cuestionarse un sinfín de cosas cada mañana perdería efectividad. pues la única opción válida sería quedarse en casa, oculto, porque la evidencia de su incompatibilidad habría salido a flote de improviso.

Sin embargo, contrario a lo que pueda parecer a primera vista, Vian no quería quedarse encerrado en casa ni mucho menos, sino simplemente deseaba no tener que elegir, pues aquello lo agotaba de una forma extraña y terrible. Pero sobre todo extraña.

Al fin, se decidió a salir de casa, guardando algún material que necesitaba para sus clases y haciéndose el ánimo para otro nuevo día, uno en que, tal como decíamos, uno sigue siendo simplemente el mismo.

-Es como el no cumpleaños –le había comentado una vez una amiga sicóloga a la que Vian le tenía ganas.

-¿Cómo…?

-Como el no cumpleaños. Día a día estar celebrando que somos aún los mismos, o que tenemos la misma edad al menos…

-¿Y crees que sirve? –había preguntado Vian, esa vez.

-Según –había dicho la sicóloga-. Depende de lo que tú quieras, o necesites.

Vian entonces le dio unas cuantas vueltas más a algunas cosas. Y siguió recordando algunas conversaciones que tuvo respecto a ese continuo permanecer, que él no se explica cómo no parece afectarle a los demás y hasta parece dejarlos contentos.

Fue así –en medio de esas cavilaciones inútiles y en el fondo sin importancia-, que Vian llegó hasta el colegio donde trabaja, y fue a poner su huella digital en el reloj de ingreso, sin que este trámite originara mayores complicaciones.

Luego, conversó con un apoderado e hizo clases toda la mañana y gran parte de la tarde –ahorraré contar el resto de la rutina porque quizá quede como víctima y eso puede resultar a veces un tanto molesto- y volvió a escuchar a Roslavets, pues está seguro que algo tiene, e incluso piensa que ese algo puede ayudarlo a llegar al colapso más rápido.

-Me complica por mi hijo –me confesó hace un rato, justo antes de comenzar a escribir estas palabras-. Me complica porque no quiero que tras el colapso se dañe nadie… es decir, no quiero que el colapso me termine dejando en medio del altiplano boliviano y no estar aquí si mi hijo me necesita… o que el cambio que busco me deje irreconocible y termine por espantar a quienes me quieren…

Y sí, como siempre después de utilizar palabras mamonas o expresiones afectivas cursis, Vian fue por otra cerveza…

Yo, en cambio, sentado acá, frente al computador, y un tanto más tranquilo, he comenzado a notar en él los primeros cambios importantes, producidos por esa desesperación que tanto anhela…

-¿Puedo leer lo que escribiste? –me dice entonces Vian, mirando por sobre mi hombro las palabras en la pantalla.

-No –le contesto-. Prefiero que sea una sorpresa. Mejor escuchemos a Roslavets.

-Sí, mejor –dice Vian, y subimos el volumen, y nos quedamos en silencio.


martes, 24 de mayo de 2011

Escapar de la epistemología.

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“La única manera
de escapar a la epistemología
es reafirmar que cada discurso
especifica sus propios objetos”
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I.

Analizando distintas vías de escape que permitan crear un “corredor” entre la realidad discursiva y la realidad extradiscursiva, y con la esperanza de que a través de él podamos llegar a esa región que debe existir como destino final de dicho escape, es que me encuentro de pronto leyendo unos escritos postestructuralistas que plantean de cierta forma el fin de la epistemología a partir de la total independencia –o dependencia exclusiva a sí mismo- que tendría el discurso, entendido casi como forma viva.

-¿Por qué casi? –me pregunta entonces Hirst.

-¿Por qué forma viva y no sistema vivo independiente? –me pregunta Hindess.

Pero yo, claro, no les respondo de inmediato.

Me doy un tiempo, en cambio, para contarles a ustedes que Hirst e Hindess son dos conejos blancos. Parecidos a esos que antaño sacaban los magos de sus sombreros y que causaban el asombro de esos mismos que hoy en día ya son incapaces de sorprenderse ante cualquier cosa.

-¿Acaso plantea usted que ya no causamos asombro alguno? –interrumpe Hindess.

-¿Qué es eso de que somos dos conejos? –agrega Hirst.

- ¿Dos conejos cada uno o que ambos somos un conejo? – (Hindess, otra vez).

Yo los miro un rato y trato de dilucidar si vale la pena o no contestarles en serio, o si sus preguntas buscan solamente molestar, o hacerme perder tiempo… pero al final, son ellos mismos los que continúan hablando:

-Además eres contradictorio en tus expresiones –me dice Hirst.

-Sí –afirma Hindess-, planteas por ejemplo la necesidad de un escape y luego hablas de un “corredor” a través del cual podamos llegar hasta el mismo escape.

-O sea un corredor/escape que conduzca hacia sí mismo… – (Hirst otra vez).

Así, mientras van planteando sus preguntas, y sus críticas, yo busco las palabras precisas para hacer desaparecer estos conejos, pues sin duda se están entrometiendo al interior de la idea de escape que me había propuesto buscar en un inicio.

-¿Qué idea de escape? –dicen entonces Hindess y Hirst, al mismo tiempo.

Y yo trato entonces de explicar un poco aquel asunto.


II.

-Verán –les digo-, ante todo no quiero complicarme. Demasiado complejo ya es el mundo como para que creamos que la división y el análisis pueden ayudarnos de alguna forma a la comprensión de todo esto… o apelar a nuevas distinciones, o jugar a los acertijos sobre qué no es el mundo… Además, ¿para qué escapar de la epistemología? ¿Cuál es la necesidad de plantear un discurso que existe como objeto de sí mismo y no hace referencia más que a sus propios elementos y significados?

-Creo que no nos entiendes –dice entonces Hirst.

-Incluso estás juzgando mal nuestra existencia –complementa Hindess.

-No puedo entender mal nada –digo yo, cerrando el asunto-. Todo es cierto en el discurso a partir de su consistencia interna y eso es justamente lo que lo hace independiente del sistema de las cosas reales -como lo llaman en ocasiones, ustedes mismos-… Por otro lado, el escape es simplemente eso, la condición del escape… el “momento” que existe entre el mundo real que podríamos llamar “tradicional”, y el mundo discursivo…

-¿Pero entonces…? –intentan interrumpir Hindess y Hirst.

-Entonces nada –digo yo-. Entonces el asunto llega hasta acá y yo decido sacarlos del discurso, sin contemplaciones…

-¿Pero no podrías…? – (Hirst y Hindess otra vez)

-No, no podría – (Yo. Vian).

Y ambos conejos desaparecen.


III.

No sé cómo explicarlo, pero créanme que ocurre algo en extremo extraño cuando intento contar lo que sucedió a continuación.

Y es que cada vez que expulso a Hindess y Hirst de mi discurso, ellos aparecen en mi cuarto, a un costado de la cama.

Sin embargo, apenas quiero hacer referencia a ellos –decir “¡mírenlos!”, por ejemplo-, ambos seres desaparecen, sin dejar rastro alguno, y hasta haciéndome dudar, en reiteradas ocasiones, sobre si estuvieron aquí o no realmente…

En este sentido, me parece percibir que aquel escape que en un principio creí posible a partir del reconocimiento de los “espacios libres” que quedarían entre estos dos mundos, me parece ahora un poco más esquivo e imposible, a no ser que lo situemos necesariamente en algo que podría ser la “intersección de ambos mundos” –“espacios llenos” entonces-, pero que debemos situar, necesariamente, al interior de uno de los espacios antes mencionados (mundo extradiscursivo o mundo intradiscursivo).

Así, para terminar, podríamos decir que es probable que exista en ambos mundos un sombrero desde el cual sea posible hacer aparecer estos conejos –o realizar el truco mejor dicho, pues ellos estarían agazapados ahí, en el fondo falso del mismo sombrero-.

Luego, y solo a partir de la elección realizada –es decir, a partir de qué sombrero uno elija-, habrá que asumir entonces la responsabilidad de nuestra elección, y comprender al mismo tiempo que el “escape” tan ansiado, correspondía simplemente al viaje que realizamos hacia aquello que decidimos por nosotros mismos, y, en definitiva, aquello que nuestras acciones están llamadas a transformar, dando forma de paso, a nuestra propia existencia (nuestro propio “espacio de existencia”).

lunes, 23 de mayo de 2011

Chejov y el viaje a Sajalín.

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“Los hombres son hombres en todas partes”.
F. Dostoievski.
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I.

Esforzándose por clasificar y almacenar en estantes comunes las obras literarias, algunos críticos se refieren a El viaje a Sajalín (o La isla de Sajalín), de Chejov, como perteneciente a la “literatura penal rusa”, cuyo punto de inicio sería –según los mismos estudiosos-, la obra Memorias de la casa muerta, de Dostoievski.

Así, siguiendo estas apreciaciones, me dispongo a ubicar ambos volúmenes de forma contigua en la biblioteca, pero… no… hay algo en ellos que no les permite quedar del todo emparentados, y que me obliga a repensar esta unión, como el invitado ese que arruina la boda justo cuando se pregunta si hay alguien que se oponga a ella…

“…que hable ahora o calle para siempre…”, creo que preguntan en esas ocasiones.

Y claro, yo prefiero hablar, ahora que aún es tiempo.


II.

Ante todo, Memorias de la casa muerta, de Dostoievski, es una obra grandiosa. De hecho, si la unimos a Memorias del subsuelo, forman una unidad que no tiene comparación con cualquier otra obra de este autor ruso.

Y es que algo hay en esta obra –que básicamente hace referencia a los años que pasó el autor recluso en Siberia-, que marca el despertar de Dosto a la “literatura seria”, como el mismo se atrevió a llamarla.

Así, en una carta a su hermano, escrita desde el presidio, Dostoievski le señala que ha alcanzado “claridad en su alma” y que ya “no escribirá tonterías”, a la vez que le envía lo que sería a larga el primer capítulo de esta obra cuyo estilo de escritura, aún no deja de maravillarme.

En ella, parece Dosto descubrir que el hombre del penal, el hombre castigado e incluso el hombre culpable, no deja nunca de ser un hombre. Así, a través de un acercamiento a cada uno de ellos, a sus historias y a sus pequeños actos diarios, creo que Dostoievski llega a comprender, por primera vez, aquello de lo que vale la pena hablar, al mismo tiempo que llega a querer y a sentir como hermanos, a cada uno de esos hombres recluidos.

Y es que hay algo de resurrección en la estadía de Dosto en Siberia. Algo que quizá tenga que ver con ese amago de fusilamiento al que fue sometido en el comienzo de su estadía en prisión… ese momento en que apenas dada la orden de disparo, un oficial detiene la ejecución señalando que ha recibido una nueva oportunidad… y claro, Dosto se lo tomó realmente en serio, y su resurrección fue plena, sin duda.

Y sí, Memorias de la casa muerta, es el testimonio pleno y objetivo, de esa nueva comprensión.


III.

Por otro lado tenemos El viaje a Sajalín, de Chejov. Un libro escrito desde una objetividad y una frialdad científica que a ratos llega a entumecer de una forma que, -si nos olvidamos por un momento que se trata de Chejov, y dejamos de poner una atención detenida a sus descripciones-, bien podría pasar por un escrito cuyo objetivo es simplemente dar cuenta de una colonia penitenciaria, refiriéndose de forma minuciosa a cifras y datos ásperos, que poco se asimilan a las narraciones a las que Chejov nos tenía acostumbrados.

Sin embargo, desde un punto de vista que no sabría explicar del todo, esta obra de Chejov apunta en el fondo al mismo objetivo que toda su labor literaria, es decir, a la comprensión del ser humano.

Así, a partir de estas cifras y el recorrido por una isla que ampara una colonia penitenciaria, el libro de Chejov parece denunciar, a primera vista, las condiciones de vida de los presos que permanecen en esta isla… sin embargo, si nos fijamos mejor, la obra bien podría estar hablando de las miserias que en general son identificables en el espíritu humano, sea cual sea su condición, situación y experiencia concreta.

Imagino entonces a Chejov, viajando sin ninguna necesidad hasta esta isla, observando y anotando datos, cifras y descripciones minuciosas. Lo imagino leyendo sobre la isla, antes del viaje, documentándose y preparándose para la observación de algo que debía ser hecho con frialdad, y distancia…

Y claro, lo imagino también cara a cara con la realidad, con la enfermedad que como doctor debía reconocer antes de atacar, pero con las manos atadas al comprender que dicha enfermedad está en definitiva al fondo del hombre, y no hay nada que pueda hacerse, cuando se localiza el mal en esas profundidades.


IV.

Vuelvo entonces a mirar estas dos obras y a decidir si es cierto que han sido sacadas, por decirlo así, del mismo saco.

Me fijo en la descripción de los regímenes carcelarios, de los abusos, y de la objetividad con que son narrados, pero, sinceramente, no puedo establecer la comparación entre la comprensión de alguien que ha sido condenado, contra su voluntad, a permanecer años al interior de una colonia penitenciaria (Dostoievski), con la comprensión de alguien que ha ido, por propia voluntad a estar entre los condenados y a impregnarse de esas miserias que, queramos reconocerlo o no, están presentes en el interior de cada hombre.

Y no es que sienta que una comprensión es mejor que otra, o más acertada, o “limpia”… sino que ambas parecen ubicarse en regiones opuestas de un río donde el hombre ha arrojado sus miserias, y, sin embargo, no ha conseguido del todo, quedar limpio.

Por eso, en definitiva, -por la suciedad común, y porque de cierta forma ambas obras logran captar ese aspecto humano que, incluso desgastado, no logra ser corrompido totalmente-, me decido al final por dejar ambas obras juntas, al menos por un tiempo… y avanzar así mínimamente en este orden que cada día se me vuelve más esquivo, y difícil… y hasta a veces amargo.

Pero no imposible.

domingo, 22 de mayo de 2011

Vian, ejercicios plan de redacción.

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Las preguntas que se presentan a continuación van encabezadas por una frase que puede servir de título para un texto virtual, seguidas de enunciados numerados que contienen, en lo posible, cada uno una idea. Ellos constituyen el esquema organizador de ese texto virtual. La tarea consiste en restituir la secuencia de las ideas para lograr una ordenación coherente del texto.
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I. “Un botón”.

1. Agobiado por la vida, Alberto se arranca un botón de la camisa y lo tira al suelo.
2. Arrepentido, aunque igualmente agobiado, Alberto busca a tientas el botón, sin hallarlo.
3. Durante meses, Alberto sueña que él existe como un botón, que alguien introduce en un ojal, día tras día.
4. Tras numerosos intentos Alberto logra levantar el botón, pero éste resulta ser algo así como el tapón de una tina donde se almacenaba el mundo.
5. Alberto encuentra un botón extraño, tan pesado que no puede levantarlo cuando intenta verlo más de cerca.
6. El mundo desaparece y vuelve a aparecer: Alberto no existe.

Orden correcto:


II. “El amor de Felicia”.

1. Felicia se casa y tiene tres hijos, todos por parto natural.
2. Felicia piensa que nunca conocerá el amor en su vida.
3. René conoce a Felicia y ambos creen enamorarse uno del otro.
4. Felicia ve dormir a sus hijos, como si mirase dentro del refrigerador, sin tener hambre verdadera.
5. La mayor virtud de René es ser un hombre sin vicios, y Felicia valora esa virtud.
6. Felicia piensa, y con razón, que nunca conocerá el amor en su vida.

Orden correcto:


III. “Un hecho inexplicable”.

1. Realmente era un hecho inexplicable.
2. Algunos parecían dudar, pero en el fondo, sabían que había sucedido.
3. Por lo mismo, nadie hablaba realmente en serio de aquel asunto.
4. En un inicio pareció un truco, o un chiste sin final, o como una serie de ejercicios sin lógica aparente.
5. El mundo entero daba vueltas, ¿o no?

Orden correcto:


IV. “Los lugares con viento”.

1. Usualmente los hombres prefieren para vivir los lugares con poco viento.
2. Se dice que Janácêk, para componer, se ubicaba en un sector con corrientes de aire.
3. En los lugares con viento el hombre se mueve, pero normalmente no se cae.
4. Según un poema náhuatl, la diferencia fundamental entre la realidad y el sueño es que en los últimos no hay viento.
5. Por lo tanto, si alguien sueña que el viento le ha robado el rostro, por ejemplo, tendría que tomarse por un hecho real e incuestionable.

Orden correcto:


V. “Ella llora porque quiere un globo”.

1. El globo se revienta y ella comienza a llorar.
2. Ella corre alegre por la plaza y lleva un globo en una mano.
3. La gente la observa llorar y le compran un globo.
4. La gente la observa llorar y le compran otro globo.
5. Ella llora porque quiere un globo, pero no ese.

Orden correcto:


VI. “Golpear la puerta, signo de educación”.

1. Dos personas golpean la misma puerta al mismo tiempo, solo que en lados opuestos.
2. Golpear una puerta antes de entrar: signo de educación.
3. Según la sabiduría popular, Adán fue el primer mortal en golpear una puerta.
4. Un anhelo del hombre es ingresar a otros lugares, atravesando portales.
5. Lo triste es que, según la misma sabiduría popular, nadie acudió a su llamado.
6. Otro anhelo del hombre es llegar siempre a un lugar conocido, y encontrar seguridad.

Orden correcto:


VII. “Otra versión del Quijote”.

1. Sancho solo logra ver molinos donde en realidad hay gigantes.
2. Atribuida en un inicio al propio Cervantes, esta versión se perdió y solo se conservan fragmentos.
3. Nada de caballeros ni acciones notables, el objetivo principal es “salvar el pellejo”.
4. Sin embargo, lejos de ser humorística, la obra se erige como una tragedia.
5. La obra plantea que el hombre no es capaz de asir el mundo, por lo que éste se desarma igual como se desgaja una naranja.

Orden correcto:


VIII. “El hombre, portador de genes”.

1. Un hombre piensa en todos los hombres y se siente pequeño.
2. “Hay cosas más importantes que el sentido de la vida”, se dice.
3. Una gran piedra se desprende de una montaña y lo aplasta.
4. El hombre, temeroso, se oculta al borde de una montaña.
5. El hombre es apenas un portador de genes.

Orden correcto:


IX. “Ejercicios plan de redacción”.

1. Un estudiante en busca de ejercicios de plan de redacción se encuentra con diez de ellos en un blog.
2. El estudiante logra establecer secuencias, pero existe algo que lo incomoda.
3. “Este no es el camino”, parece decirle aquella voz, pero el estudiante no logra ver de dónde viene.
4. Mientras intenta resolverlos, el estudiante cree escuchar una voz desagradable.
5. El estudiante decide abandonar las técnicas de estudio, y buscar la vida verdadera.

Orden correcto:


X. “Vian envejece”.

1. No distingue así, por ejemplo, entre razones y finalidades.
2. Vian guardó una última pastilla de rejuvenecimiento, pero no recuerda dónde.
3. A 100 metros de una cumbre, agotado, cree que debe tomar una decisión.
4. “Queda poco tiempo”, se dice entonces.
5. Vian baja de la montaña sin alcanzar la cumbre, y se dirige a otra más alta.

Orden correcto:

“Éxito en tus ejercicios”

(No hay pauta)

sábado, 21 de mayo de 2011

Es mentira que soy tonto. (Fragmento)

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Es mentira que soy tonto. Eso lo dicen por molestar y porque soy distinto. Pero ser tonto es otra cosa. Mamá me dijo que si fuera tonto no me daría cuenta que me molestan y no es así. O sea que me doy cuenta. O sea que no soy tonto.

Además los otros chicos de la villa son mayores. Y fuman y mienten y algunos no van al colegio.

Un martes dos se peleaban en la cancha y uno dijo que ganó pero tenía sangre en la boca y la escupía al suelo.

Yo no escupiría la sangre si fuese mía. Además es tibia. Una vez me rompí la cabeza y la sangre salía tibia y yo lloraba mucho porque no quería quedar sin sangre. Cuando uno se queda sin sangre muere, me dijo mamá. Aunque también hay muertos que mueren sin botar la sangre y la sangre se queda viva adentro hasta que después se muere también. Supongo.

Esa vez me había caído un arco de fútbol en la cabeza. Yo era arquero y unos chicos de la escuela se colgaron del arco y lo botaron y me rebotó en la cabeza. Los otros niños se asustaron y yo también, pero el que se iba a quedar sin sangre era yo así que me asustaba más. Después mamá también se asustó y al final se nos pasó el susto.

Además no se puede estar siempre con miedo. Yo una vez me escondí bajo las sábanas porque tenía miedo. Entonces me imaginé que me quedaba abajo todo el tiempo. Pero todo, hasta hacerme viejo. Y entonces eso me dio más miedo y salí de abajo y ahora soy valiente. Y hasta voy a ver la basura de la Putainés que vive al final de la otra calle.

¿Saben…? La Putainés bota sus hijos a la basura. Cuando son chiquitos. Cuando son como un dedo doblado que uno le dibuja una cara en la yema. Yo lo vi en una revista en el colegio. Los señores van donde la Putainés y se casan y hacen hijos, pero después se van y ella tiene miedo y bota a los hijos que son como dedos y por eso no gritan.

Todos en la villa saben eso. Y todos menos yo tienen miedo de ver en su basura. Así que me dicen que yo vaya y yo voy. Un día uno encontró un hijo en la basura y lo llevó a la plaza y todos lo vieron. Como yo no lo vi me dicen que vaya a buscar otro a la basura.

El problema es que los hijos de la Putainés salen con un poco de sangre aunque no les duele. Además la sangre no es de ellos porque ellos son como dedos sin sangre y bien doblados. Pero el problema es que la sangre mancha. Y el problema es que mamá no me deja ir donde la Putainés ni tampoco decirle así. O sea que hay muchos problemas adentro de otros como cuando me salieron tres juguetes en un mismo cereal.

Cuando pasado mañana sea lunes voy a ir donde la Putainés. Porque los domingos no sacan la basura y las dejan adentro de las casas. También sacan la basura los miércoles y los viernes, pero no los domingos porque ese día los basureros van a la iglesia y se sacan los guantes sucios y nadie sabe que son basureros porque están limpios. Además se llaman igual, pero uno no le echa la basura a los basureros adentro, o sea a los de plástico sí pero a los humanos no.

Dicen que los basureros se han llevado como cien hijos de la Putainés. Porque ella se ha casado como cien veces. A veces la espían por la ventana, pero no sé que ven.

Yo no más tengo que mirar en el basurero al hijo de ella de mañana. Porque me dijeron que mañana lo bota. A lo mejor se está moviendo en la basura, pero yo no lo tomaría porque está con sangre. Y porque no soy su mamá. Ni su papá tampoco.

De todas formas, igual me da pena la Putainés, porque de tanto botar hijos se le va a acabar la sangre y se va a quedar seca y se va a morir. Igual que sus hijos, pero como ella no es un dedo le va a doler mucho y va a gritar fuerte.

Y como no me gustan los gritos, para no escucharlo, yo creo que es mejor quedarse dormido.

Entonces sueño que los cien hijos de la Putainés la recogen y la llevan fuera. Como esos gusanos que tienen hartos pies chiquititos. Y ella va quieta y tiesa y muerta porque se le acabó la sangre.

Así que al final, me meto debajo de las sábanas porque me dio un poco de miedo, pero salgo después porque soy valiente y cuando salga ya va a ser de día. Y será domingo y no van a sacar la basura, pero el lunes sí. Y tengo que estar descansado. Y alerta.

viernes, 20 de mayo de 2011

Dos lunas.

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“El fin del mundo es un estado mental”
Lars Von Trier.
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I.

Dicen que se acaba el mundo. Que se caen los aviones. Que se abre la tierra. Que los edificios se derrumban.

Hablaron del año 1000, del 2000, del 2012. Pero lo cierto es que el fin del mundo es un estado distinto: un estancamiento.

Hoy mismo, por ejemplo, mientras caminaba, pude ver claramente un fenómeno extraño: había dos lunas. En lugares distintos del cielo, pero sin duda eran dos lunas. Mientras amanecía. Dos lunas.

Por un momento pensé en decirle a la gente que iba caminando, o al hombre del negocio de abarrotes, que estaba sacando los carteles, o a los tipos que se bajaban de sus vehículos para pelear porque ninguno de los dos se había decidido a doblar a tiempo en una curva.

-Deténganse –pude haberles dicho-, hay dos lunas.

Pero no lo hice, claro.

Al final, la gente siguió caminando. El hombre del negocio de abarrotes sacó sus carteles. Y los hombres de los vehículos se gritaron y se amenazaron, aunque no se golpearon, finalmente.

Por último –o como un comienzo-, terminó de salir el sol. Y se perdió por el horizonte una luna, y luego otra.


II.

Sucedió entonces que tras salir el sol, llegué yo al sitio donde espero el colectivo que me lleva hasta el trabajo.

El mismo paradero, prácticamente la misma hora y a un costado, la misma señora que espera aquí todas las mañanas y que nunca sé qué es lo que espera, pues siempre sigue en su sitio luego de que yo me voy.

-Hoy vi dos lunas –le digo entonces, sin pensarlo.

-¿Dos lunas?

-Sí –repito-. Dos lunas.

Luego yo le explico los sectores del cielo donde las vi, y la mujer me escucha atenta y hasta se mueve un poco para ver la posición que yo le indico.

Justo entonces un tipo que venía en bicicleta, tras el movimiento de la señora, choca con ella y la arroja al piso.

Por otro lado, y al mismo tiempo llegó mi colectivo.

Y sí, lo admito: no soy un héroe, así que mientras el ciclista baja a atender a la señora, yo me subo al colectivo, sin mirar hacia atrás.


III.

-¿Qué está leyendo hoy? –me pregunta entonces el chofer, como siempre.

-A un japonés –le digo-, Tanizaki… Es un libro sobre dos lunas –le miento.

-¿Dos lunas?

-Sí. Dos lunas. Un tipo se levanta un día cualquiera y ve dos lunas, pero las deja ir.

-¿Las deja ir?

-Sí. Es decir, las ve y no le dice a nadie, y luego termina de amanecer, y las lunas se van.

-Pero entonces no las deja ir, sino que se fueron –me dice el chofer.

-Es lo mismo –le contesto.

Luego viajamos en silencio hasta el final del recorrido.

-No es lo mismo –me dice al final, cuando llegamos y yo me bajo del vehículo.


IV.

No entré al colegio.

Es decir, entró alguien igual a mí, pero yo no entré.

El que entró hizo clases, claro (porque fingió bien). Algunas de cómo argumentar sobre aquello que creemos cierto, y otra sobre la ciudad como un símbolo del menosprecio del hombre hacia la idea de dios (ambas clases una mierda).

Yo, en cambio, me quedé leyendo el libro de Tanizaki. Esa variación que hablaba sobre el hombre que vio dos lunas y las dejó ir.

En la historia, tras dejarlas ir, el hombre sentía algo así como si se hubiese acabado el mundo. No el mundo como el espacio o lo que lo rodeaba, claro, sino el mundo como el significado rotundo que tenemos y en lo que creemos sin necesidad de plantearnos que estamos creyendo en algo.

El hombre entonces vivía largo tiempo pensando que un significado se le había negado, o como si una hebra de sus ropas hubiese quedado enganchada mientras caminaba, y sin darse cuenta hubiese terminado por quedar desnudo.

De esta forma, el hombre iba envejeciendo, hasta que un día, antes de morir, vuelve a ver las dos lunas, y una tristeza lo embarga y lo hace llorar largamente, pues siente que aquella imagen es casi parte de él, aunque él nunca hubiese logrado comprenderla, y ya fuese tarde, para ello.

Así, en el último capítulo del libro, Tanizaki describe al hombre llorando porque al final intuye que lo que dejó ir fue algo más que esas dos lunas. Con esto –y como cierre de la historia-, el hombre que lloraba por las lunas pasa entonces a llorar por su propia vida (porque la dejó ir).

Y sí, podríamos concluir diciendo que el llanto da la impresión de ser amargo, y lento, y no logra situarse en un tiempo concreto.

Claro… igual que el fin del mundo.

O como el fin de.

O simplemente, como el fin.

jueves, 19 de mayo de 2011

Vian y los sedentarios.

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I.

Vian recibe constantes invitaciones de los sedentarios:
para que deje de dar tumbos,
para que habite al interior de sus escritos
o hasta para obtener un crédito hipotecario.

A veces lo piensa,
y recuerda la historia del rey
que hizo arrancar el oasis
desde el medio del desierto
para llevarlo a su palacio.

No hay verdad en la verdad robada,
se dice entonces,
ni exilio verdadero
ni muerte;
solo desgaste.

“Que otros arranquen las flores
y llenen sus hogares de cadáveres”
sentencia.

Luego,
Vian sale a la noche
llena de frío,
para pensar mejor.


II.

Vian es tonto como un clavo.

Pero temeroso del martillo
sabe ponerse a salvo
en la oscuridad.

Desde ahí,
mira las ventanas encendidas
de los sedentarios,
y se engaña a sí mismo, pensando,
que su exilio es por voluntad
y que lo purifica
el cansancio.

Pero Vian, como decíamos,
es tonto como un clavo.

Y sin querer comienza a hundirse
en el lugar en que reposa,
y cuando quiere evitarlo
camina en círculos
y va despacio.

Lo peor es que como la noche
está oscura,
no logra saber a qué se debe
el dolor
en las palmas de sus manos.


III.

Por otro lado
Vian no es nómade,
es decir,
no anda por ahí recolectando.

Él es más bien un perdido,
uno de esos que de lejos
puede parecer borracho.

Y sí,
no podemos negar
que toma unos cuantos litros
de vez en vez,
y que camina chueco
y que incluso a veces
habla raro.

Pero Vian sin duda es otra cosa
y ahora daré un ejemplo
para explicarlo.


IV.

Es cierto
que Vian camina por las noches,
y que conversa como amigo
y hasta come, alguna vez,
con los sedentarios.

Sin embargo,
el ejemplo real comienza
cuando oculto tras un poste
o tras un árbol,
lanza piedras a los vidrios
que gritan al quebrarse
como si lo estuvieran esperando.

Nada de huir, ni de correr,
ni manotazos de ahogado:
los vidrios se quiebran
porque debían quebrarse,
y muy poco importa
si es que hubo daños.

Y es que si Vian fuera el hombre goma
pasaría haciendo nudos
con su cuerpo elástico.

(Y si fuera mago
yo creo que quizá desaparece
al final del espectáculo)


V.

Para terminar,
me gustaría aclarar que Vian
no ha quemado niños,
y que su objetivo ha sido simplemente
decir que no
cuando lo han invitado.

Así,
si los otros viven de cabeza,
o si son sedentarios,
es algo que a la larga
poco importa,
según él mismo ha comentado.

Lo importante aquí
es que cualquier invitación,
o consejo,
viene en el fondo a plantearle
una existencia ajena,
como si otra sangre
vertieran en sus venas
y algo propio le estuvieran robando.

No soy peor
ni mejor,
me dijo un día,
y si bien a veces soy un genio
otras soy sin duda
derechamente ahuevonado.

Yo lo miré y comprendí
que no mentía,
aunque también entendí
en ese instante
que había algo más que Vian nunca decía
incluso cuando había terminado.

miércoles, 18 de mayo de 2011

No es verdad que vinimos a durar, sobre la tierra.

.
“No es verdad que vivimos,
no es verdad que vinimos a durar
sobre la tierra…”
Poema náhuatl, región de Chalco.
.
I.

Leo que en una región de Asia, a los que se creían sabios, los enterraban en tierras de labranza, hasta la cintura.

Pasaban así varios días -o semanas-, bajo las inclemencias del tiempo, hasta que eran capaces de pronunciar las palabras que la tierra había logrado hacer ingresar en sus corazones.

Así, si bien muchos de estos sabios morían durante la experiencia -y otros quedaban con graves secuelas debido a los problemas de circulación que afectaban a sus piernas durante el tiempo en que estuvieron enterrados-, los sabios sobrevivientes pasaban a constituir parte del núcleo gobernante de estas tribus, y eran considerados como interlocutores válidos entre el hombre y la fuerza natural que emanaba del mundo, y que permitía la vida en la tierra, mientras se mantuvieran activos estos vínculos.

Pero sucedió que fue pasando el tiempo, y los últimos sabios originarios de estas tradiciones fueron revelando que la tierra estaba extrañamente silenciosa, y que no parecía tener mensaje alguno que entregar salvo ese mismo silencio, que intentó ser interpretado de variadas formas.

Lamentablemente –para la última generación de estos sabios-, resultó que la interpretación final llevada a cabo por el pueblo, desembocó en la ejecución de seis de los siete sabios, quienes fueron enterrados también en tierras de labranza por varios días, solo que en esta oportunidad se les enterró cabeza abajo, con lo que sus posibilidades de sobrevivencia, estimo, se vieron mermadas considerablemente.

Según el texto donde leo estas informaciones, el sabio que no fue sentenciado a ser enterrado de esa forma, logró huir del lugar y acudir a las autoridades mongolas –quienes tenían jurisdicción sobre la zona-, a quienes informó sobre las ejecuciones y algunas otras transgresiones que tenían relación con conductas sexuales desviadas –relaciones zoofílicas con animales que el artículo no deja en claro-, que tenían dichas tribus.

Tras recibir la información, un grupo policial mongol fue hasta el lugar y detuvo a una serie de hombres que aparentemente habrían dado la orden de enterrar a los sabios cabeza abajo, para ser juzgados en la gran corte de Ulan Bator.

Luego, el artículo que trata sobre el tema, ahonda en la pertinencia del sistema judicial y busca –torpemente, según mi opinión-, promover una visión crítica sobre la idea de justicia y los ámbitos de acción donde esta ejerce sus dominios.

Luego, el texto inserta dos imágenes sobre el juicio, y el texto se acaba.

II.

Tras leer el texto, sin embargo, existen unas serie de pequeñas hebras que quedan colgando de la historia y que me dispongo a tirar una a una, en primera instancia, por simple ociosidad.

Una primera hebra dice relación con la capacidad que habrían tenido algunos de estos sabios, de recibir e interpretar “las palabras que la tierra había logrado hacer ingresar en sus corazones”.

Voy tirando entonces de esa hebra, y siento que poco a poco me acerco al corazón de aquellos sabios, un corazón/oído quizá, capaz de escuchar y comprender el mensaje transmitido por la voz de la tierra y entregarlo a la comunidad.

Pienso entonces en los días/semanas que algunos de estos sabios pasaban enterrados, inmóviles, mojados por la lluvia, o asolados por el frío hasta comprender que la tierra les estaba diciendo algo…

Ahora bien, ¿qué es aquello que la tierra les estaba diciendo?

Nada hay en el texto, por supuesto, que nos aclare a este respecto, pero ¿qué creen ustedes?



Pues bien, yo, Vian, para averiguarlo, me enterré para descubrirlo, y he aquí lo que escuché:

No es verdad que el hombre viene a durar, sobre la tierra.

Esa es la hebra que tiré, hasta el final (y luego descubrí, que no quedaba otra).


III.

¿Saben…?

Por más que escribo aquí cada día –y a veces creo llegar levemente bajo la superficie- lo cierto es que no comprendo a la tierra, ni a los hombres.

Es más… si he de ser sincero, veo muy poca diferencia entre ser enterrado hasta la cintura, o directamente boca abajo…

Y no es que me crea sabio y suponga que en mi destino, o en mi camino, deba necesariamente hacer una elección entre estas dos formas de buscar las palabras de la tierra.

Pero… ¿qué nos va a querer decir la tierra a nosotros, si somos apenas pasajeros breves?

¿Qué es eso de interpretarla y buscar el contacto y hasta sentenciar a un otro cuando nos encontramos de pronto, con su silencio?

¿Qué es eso del amor, y del miedo a la muerte y de las artes, cuando el silencio de la tierra es más significativo que la más grande de nuestras acciones?

Y es que no son verdad nuestras certezas, comparadas con la verdad oculta de la tierra.

Hoy, avergonzado de las palabras, les dejo, entonces, su silencio.

martes, 17 de mayo de 2011

El alma está plena de sueño.

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“Aquellos que a través de las cosas
saben tocar los lazos divinos que las atan,
no disponen de ese poder permanentemente.”
Antoine de Saint Exupéry, Ciudadela.
.

Somos descuidados,
y confiamos en la realidad
más que en los lazos invisibles
que atan las cosas
que nos tocan.

Aún así,
logramos a veces
comprender
que aquello que existe
al fondo del barranco
respira también
en el prado,
y en la nieve,
y hasta en la tierra húmeda
que cubre los cuerpos
de los muertos.

Pero ocurre
que el alma está plena de sueño,
y la constancia
no es, a fin de cuentas,
nuestra característica esencial
ni mucho menos.

Y dejamos entonces de fijarnos
y ejercitarnos,
e incluso olvidamos que el alma
al igual que el corazón,
es simplemente un músculo.

Y es que si lo pensamos bien
todo es músculo,
y toda nueva comprensión
necesita de un mínimo de fuerza
para ser sostenida
sobre nuestras cabezas.

Por eso, quizá,
con el paso de los años,
los músculos desgastados van dejando caer
todas aquellas cosas en que creímos antaño,
y hasta la idea de Dios,
o del amor,
o de lo que sea que creímos trascendente
en algún momento,
se cae desde nosotros
sin excepción,
por simple falta de ejercicio.

Y volvemos así a guardarnos con el rebaño,
y nos apoyamos en los otros para no caer,
y los otros se apoyan en otros
y los más lejanos están simplemente
sujetos contra las cercas,
y olvidamos entonces que existía un rostro
que podías conocer
a través de la lectura secreta
de las cosas.

Nos vamos quedando así
con la arquitectura fácil,
con la obviedad del soporte,
y la protección que es simplemente
falta de músculo;
y gritamos ante el barranco,
y nos tranquilizamos ante el prado
y buscamos descansar, entonces,
porque pensamos que comprender
fue una tarea ardua
ya cumplida.

Pues bien,
me gustaría contarles que la comprensión se va,
que el amor se acaba
y que los hijos crecen…
me gustaría decirles
que el músculo es débil,
y recordarles,
en definitiva,
que el alma
está plena de sueño.

Y es que ella busca el descanso,
de la misma forma como el viejo
cansado de la vida,
-de sostener la vida, me refiero-
comienza a dejarla ir,
una vez que perdió las fuerzas.

¡Si hasta Dios termina siendo
a fin de cuentas,
un músculo!

Y la responsabilidad no es nada
sin la fuerza,
y la vida misma se vuelve nada
si no cumplimos con esa responsabilidad.

Y así, hasta los lazos divinos
que descubrimos un día
existían entre las cosas
que nos tocan,
dejan de existir
para quienes se volvieron débiles,
o ejercitaron la fuerza equivocada.

Y es que si el alma está plena de sueño,
y quiere dormir,
hay que enseñarle al cuerpo
a desear más allá de la carne,
y sostener firme aquello
que bajo el peso del mundo
amenaza con venirse abajo.

Ese es el deber.

Y no hay derecho de evitar un esfuerzo
sino en nombre de otro esfuerzo.

Todo lo demás es vanidad,
e insensatez
y hasta falta de amor
por todo aquello que supimos
indudablemente un día
que era verdadero.

lunes, 16 de mayo de 2011

No me pregunten por qué, o sobre el llamado de los ascensores.

.
.
I.

No me pregunten por qué, pero entre mis manías extrañas, puede encontrarse la de no apretar los botones de los ascensores.

Es decir, ya de partida no me gustan los ascensores, pero si debo tomar alguno, intento evitar en lo posible accionar cualquiera de los botones, incluso el que sirve para llamarlos, por lo que a veces se producen situaciones incómodas.

-¿Está usted esperando el ascensor? –me preguntan.

-Sí –contesto.

Luego pasa un rato sin que nadie diga nada.

-Pero ¿apretó el botón? –suelen preguntar entonces.

-No –digo yo-.

Luego, por lo general, el otro lo aprieta y toma mi actuar como un descuido, y las cosas vuelven a fluir, como si nada.

Lo malo, es que a veces la situación no acepta ese final, y se hace necesaria una explicación, o comentario.

-¿Por qué no lo apretó? –preguntan en esas ocasiones.

-Porque cuando lo hago me siento incómodo –confieso, incapaz de mentir-. Como si fuese parte de un mecanismo…

-¿Cómo un engranaje?

-Mmm, no, como un engranaje no… pero la sensación no deja de ser incómoda, y me desagrada.

Generalmente en esta parte de la conversación, la otra persona me mira y se detiene un poco, hasta convencerse de que estoy hablando en serio.

-¿Y por qué no usa las escaleras? –preguntan entonces.

-Porque no las encontré –confieso yo, aunque a veces es simplemente porque el edificio las ha bloqueado, y ya ni quedan opciones.

El otro suele entonces apretar el botón del piso donde me dirijo, y se despide haciendo algún otro comentario sobre un caso que creen similar:

“Yo tengo un amigo que cuando se detiene da siempre un paso para atrás”, o

“Un compañero de trabajo no le gusta marcar el 8 cuando hace llamadas telefónicas”, o

“El hijo de un amigo hace caca de guata”

Es decir, soltando una de aquellas frases que creen, supongo, me hacen sentir mejor.


II.

-Lo que le pasa a usted es igualito a lo que le pasa a mi primo Braulio –me dijeron la última vez.

-¿Tampoco aprieta los botones de los ascensores?

-No, no es eso… pero suele sufrir un pequeño bloqueo cuando escucha una palabra.

-¿Cómo…? ¿Entonces al hablar con los demás se bloquea a cada rato…?

-No, parece que lo dije mal… me refería a que se bloquea cuando le dicen una palabra en especial…

-¿Cuál palabra?

-Cementerio.

-…

-…

-Ja… parece que también nos pasó a nosotros.

-Sí… supongo que no es mucho lo que se puede pensar sobre un cementerio…

-…

-…

-¿Podrías marcar el quinto piso? –digo yo entonces.

-¿Vas muy apurado…? ¿No quieres pasar al séptimo, primero…? –dice ella.

Y yo sin pensarlo mucho digo que bueno. Y vamos a su cuarto. Y tenemos sexo en un sillón, sobre una mesa, y por último, en su cuarto.

Luego, subimos a la azotea. Y ella lleva un termo con café, porque hace frío.


III.

-No hablas mucho –dice ella.

-Es que me quedé pensando en la palabra cementerio –digo yo.

Luego tomamos café y miramos pasar los autos, abajo, sin decir palabra.

-¿En qué piensas? –me pregunta entonces, de improviso.

-Me acordaba de una vez que fui a buscar a alguien a un cementerio –le cuento-. Estaba pasando por fuera de uno que queda cerca del colegio donde trabajo y me dieron ganas de entrar y buscar una lápida con un nombre concreto…

-¿De alguien muerto?

-Quizá, ahora no lo sé muy bien… Pero lo extraño es que en ese momento estaba seguro que iba a encontrar una lápida con ese nombre…

-¿Para qué?

-¿Cómo “para qué”?

-¿Para qué querías encontrar la lápida?

-No lo sé muy bien –confieso-, supongo que era como encontrar la palabra "fin", al terminar un libro…

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿Encontraste la lápida…?

-No. No la encontré –admití-. Pero tampoco busqué tanto… puede que la dejase pasar…

Ella entonces se acerca un poco y me toma de un brazo, mientras miramos hacia abajo, y vemos los autos pasar, como una imagen que se repite en unos de esos viejos cines rotativos.


IV.

Otra de mis manías extrañas –y esta es un tanto nueva-, es caminar por las barandas de los edificios.

Siempre lo hago cuando estoy solo y me aseguro que no haya nadie que observe la situación, pues entonces su significado cambiaría, y todo se convertiría en espectáculo.

Por lo demás, cuando lo hago, suelo cerrar los ojos y respirar hondo, y el vértigo que me aqueja desde pequeño desaparece, como por arte de magia.

Entonces, mientras avanzo, la vida suele entregar un pequeño sentido, y revelar su valor. Así, mientras el viento me mueve el pelo y abro mis manos para sentir el aire, a veces percibo algo similar a la sensación que se tiene, cuando se ha aprendido algo…

Y claro, yo me pregunto qué.

domingo, 15 de mayo de 2011

Vian, consejero matrimonial.

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.

Ella quería casarse a la antigua, con el vestido que había sido de su abuela, y de su madre… y que incluso esperaba pudiese usar una futura hija, si es que las cosas no cambiaban tanto y el rito sobrevivía una generación más, sin volverse absurdo.

Él, en cambio, veía en eso algo similar al autoengaño, pues sabía muy bien de los problemas de sus suegros y creía que el vestido no tenía la pureza que ella le atribuía, y agregaba incluso que negar aquello era simplemente una mentira.

-¡¿Una mentira?! –dijo ella.

-Claro que sería una mentira –dijo él.

Luego se quedaron en silencio, mirando en distintas direcciones.

Yo, en tanto, estaba en un sillón, frente a ambos, fingiendo seriedad y hasta anotando algunas frases en un cuaderno que me había prestado mi amigo, el verdadero consejero matrimonial.

-¿Y qué es para usted una mentira? –le pregunté al tipo, para seguir con la farsa.

-Pues no sé… algo que no es cierto… -contestó.

-¿Y para usted? –le pregunté a la mujer.

-¿Para mí qué?

-¿Qué es para usted la mentira? –le aclaré.

-¿En general?

-Sí, en general.

-Lo mismo, supongo… algo que no tiene verdad… -dijo ella.

-O sea que están de acuerdo en eso –dije yo, actuando tal como me habían recomendado.

Ellos asintieron.

Luego les pregunté unos cuantos datos a cada uno, como para llenar unas fichas. Ella tenía casi treinta años y él treinta y dos. Ambos eran profesionales y, a diferencia mío, ganaban buenos sueldos y no debían fingir ser lo que no eran, para poder llegar a fin de mes.

-Ahora bien –les dije, abordando el problema-, si bien el problema en concreto es un vestido, uno de ustedes habló de autoengaño… y me gustaría que me aclararan ese punto.

-Yo no tengo nada que aclarar –dijo la mujer.

-Yo hablé de autoengaño –dijo entonces el hombre-, porque creo que al hablar del vestido y las generaciones y heredar la felicidad, como incluso se ha llegado a decir, se está dejando de lado la pésima relación que existe entre los padres de mi mujer…

-¡No soy tu mujer! –interrumpió ella.

-Bueno, la pésima relación de los padres de ella –corrigió el hombre.

-Mis padres no se llevan pésimo –dijo la mujer-. Es decir, tienen problemas, como todos, pero solo lo normal… lo que sucede en la vida real, digamos… yo creo que usted debiese aclararle eso al que supuestamente va a ser mi marido, porque si no esto no va a ir a ningún sitio…

La discusión siguió entonces un buen rato, mientras ambos apelaban a que yo le planteara algo al otro, o aclarara algún punto.

Y claro, yo me estaba cansando de escucharlos, y como además apenas había dormido la noche anterior y ayudarlos a llegar a una acuerdo era algo que se veía cada vez más distante, no pude evitar tomar una decisión drástica.

-¿Pueden callarse? –les dije entonces, interrumpiendo sus historias.

Ellos me miraron y guardaron silencio, un tanto sorprendidos.

-Yo sé poco de estas cosas –confesé-. E incluso tengo poca tolerancia, con todo esto. Me importa una mierda lo del vestido y siento que a ustedes, en el fondo, igual les importa una mierda…

-A mí… -comenzó a decir la mujer…

-Cállese, por favor –interrumpí-. Hace bastante tiempo que creo muy poco en todo esto como para escuchar hablar de autoengaños, o de vidas normales, o de vestidos blancos… Y también hace mucho que no me cuestiono si alguna persona es totalmente distinta o simplemente es igual a todas… eso es algo que para mí perdió sentido…

Ellos se miraban, mientras yo hablaba, y supongo que me deben haber visto un tanto descompuesto, porque si no lo más lógico es que se hubiesen largado apenas yo comencé con aquel tono…

-¿Saben…? –continué-, lo más probable es que ustedes se casen y ella lleve el vestido blanco y sus vidas sean simplemente igual que todas… así, con suerte, si utilizan naftalina, como con el vestido, puede que no se desgaste de inmediato, y parezca bien cuidada, y ustedes puedan entonces sentirse orgullosos…

-Pero… -intentó decir el hombre.

-Pero el punto es que seguirán sin saber nada salvo nombres, -agregué, con un tono que infructuosamente intentaba ser sereno-, y como los nombres dicen poco y lo poco que dicen está a veces en un sentido equivocado, me temo que ocurrirá con ustedes lo mismo que con todos…

-¿Qué quiere decir? –preguntó la mujer.

-Quiero decir que estoy en un momento en que lamentablemente no logro creer en nada, y ustedes y su afecto y su puto vestido son parte de eso en que no creo…

-¡¿Con qué derecho le llama puto al vestido?! –dijo el hombre, levantándose…

-Con el derecho que me da no creer en nada que no tenga un precio, y con la certeza de saber que nada es puro ni merece ser tratado de esa forma…

-¡Yo no le voy a pagar esta consulta! –dijo entonces el hombre, mientras se acercaba a la mujer, como para irse del lugar.

-¿Y esa es toda su amenaza? –contesté-, ¿usted cree que me interesa su dinero, o su vestido, o su mujer, o su vida…?

-Pues entonces lo demandaré para que no pueda ejercer –volvió a amenazar-, es inconcebible que…

-¡Todo es concebible! –le grité-, y ese es el problema… ¡todo puede concebirse y todo está sucio…!

-¡Usted estará sucio! –arremetió la mujer.

-Pues sí –admití-, estoy sucio, y a lo mejor hasta podrido, pero no ando por ahí luchando por un puto vestido blanco…

-¡Ya le advertí que no llamara puto al vestido! –irrumpió el esposo.

-¡Puto y reputo vestido blanco! –ataqué-, ¡y puto el futuro de ustedes y el que tenemos todos si no logro sacarme esta sensación de mierda que tengo en el pecho…!

Ellos se miraron entonces, por un breve momento, antes de arremeter nuevamente.

-¿Y qué tenemos que ver nosotros con su sensación de mierda que tiene en el pecho? -Dijeron a dúo.

Y sí, reconozco que quise culparlos, y seguir gritándoles, pero comprendí entonces que no era ese el camino, y me sentí otro paso más cerca de ese colapso que no llega y que necesito desde hace tanto…

-¡¿No nos va a contestar?! –agregaron-, venimos acá y nos trata a gritos y luego cree que puede guardar silencio y simplemente desaparecer…

-¿Acaso hay otra cosa que pueda hacer? –les dije.

Pero ellos no contestaron.

Por último, colgándome de sus palabras, saqué un alfiler que llevo siempre para casos de urgencias e intenté pincharme, como si fuese un globo…

¡¡Plaaff!! Sonó entonces, al reventarme.

¿Pero saben...? la amargura no se disipó, como yo esperaba.

Discúlpenme por esto.

Y es que yo quería en realidad, contarles otra historia.

sábado, 14 de mayo de 2011

Efectivamente hay hechos que pasan.

.
“-Sí –dijo Wolf-. Todos los profetas
cometen el mismo error: tener razón.
La prueba es que los descuartizan.”
Boris Vian, La hierba Roja.


-Quiero tener un cuadrado –dijo el niño.

-¿Cómo un cuadrado? –preguntó la madre.

-Un cuadrado –insistió el niño, como si se tratara de algo obvio-. Un cuadrado verde oscuro, ojalá, para tenerlo de mascota.

-Pero hijo…

-Me he portado bien, mamá, no seas injusta… Además Miguel pidió una culebra y Carlos un puercoespín, yo solo te pido un cuadrado…

La madre se lo pensó un rato y trató de escoger la forma más adecuada para discutir con su hijo, y entender de paso qué es lo que sucedía…

-Hijo –dijo al fin-, no se trata de negar ni de discutir, pero ¿no consideras extraño pedir un cuadrado como mascota?

-No –dijo el niño-. Extraño sería pedir algo que no quiero, o algo que quiero y no sabré cuidar…

-Pero…

-Además un cuadrado es sencillo, por ejemplo, puedo ponerlo en cualquier posición y siempre será el mismo… Además es silencioso y no ensucia y no necesito darle de comer ni cuidarlo en demasía…

-…

-Por otro lado, para especificar mi pedido, me gustaría, si pudieras, que el cuadrado fuese de unos 25 centímetros de lado, no más… como un cachorrito…

-Espera, me estás diciendo que quieres un cuadrado –repitió la madre como si tomase nota-, verde ojalá…

-Verde oscuro…

-Bueno, verde oscuro, y que sea en realidad un… ¿un cuadrado cachorro, dijiste?

-Mmm, no, no lo plantee así, solo te dije que el cuadrado fuese de unos 25 centímetros por lado…

-Como del porte de un cachorro…

-Sí, de ese porte… eso te decía al menos.

La madre entonces miró a su hijo directo a los ojos, como buscando alguna señal que le ayudase a entender aquello que él estaba pidiendo, o al menos, algo que le revelara que aquellas peticiones eran normales en un niño de 10 años.

Desde el otro lado, en tanto, el niño la miraba como preguntándose qué era aquello que estaba mal…

-Hijo –dijo la madre después de un rato-, si quieres puedes tener un perro, o un gato, o hasta un conejito… pero creo que un cuadrado… digamos…, no es exactamente una mascota indicada para un niño como tú…

-¿Un niño como yo?

-Sí… un niño que está creciendo y necesita compañía y a lo mejor un pequeño animalito para sacar a pasear, y alimentar…

-Mamá, no quiero cuestionar más lo que dices, pero ya pensé en todo aquello, y prefiero el cuadrado, sin duda…

-…

-Quiero algo que no cambie, que no dependa de mí… ¿no entiendes? Quiero algo así como una pieza única, y sencilla… algo que exista siempre de la misma forma…

-Pero un cuadrado no existe… un cuadrado es… no sé, hijo, un cuadrado no está vivo…

-¡Claro que está vivo!

-No, no lo está… No respira, no se mueve, no…

-¡Pero existe!

-Bueno, sí… quizá… pero existe de una forma distinta –buscaba razonar la madre-, una forma vacía, sin nada adentro…

-Un cuadrado puede tener cosas dentro, mamá…

-¿Qué cosas?

-Montones de cosas: rectángulos, cuadrados, triángulos… y hasta un círculo…

-¡Pero para qué quieres esas cosas! –dijo la mamá, impacientándose.

-No lo sé bien… para tener cosas que no ven los demás… como un cuadrado embarazado de hijos que dependen de mi imaginación… como para ser padre…

-¡¿Quieres ser padre?!

-No, mamá… quiero tener un cuadrado, nada más… pero si no quieres no importa…

-Hijo, intenta comprenderme… me asustas… todos los niños piden un animal, o hasta un hermanito… o sea, puedo darte el cuadrado, y puedes tenerlo claro… pero ¿no crees que eso te va a alejar de los demás niños…?

-Pero si siempre he estado lejos de los otros niños…

-Pero ahora sería peor, ¡vas a estar con un cuadrado…!

-¡Pero no dentro del cuadrado…!

Fue entonces que la madre, nerviosa, dio a su hijo una fuerte bofetada.

Y el tiempo se detuvo entonces, por un instante.

Durante ese instante, tanto el niño como su madre pensaron cosas que más vale no pensar, al menos cuando se quiere mantener vivo el afecto que existe entre dos personas.

El niño, por ejemplo, entendió que el querer –porque a pesar de todo no dudaba que el querer de su madre existiese-, pensó que el querer, decía, no estaba nunca ligado a la comprensión, y que no había que engañarse pues en realidad nuestras creencias y necesidades son únicas, y nadie puede comprenderlas por más que intentes explicarlas.

La madre, en tanto, se asustó al pensar que el corazón de su hijo era similar a un cuadrado, y sintió miedo de él, y rabia, porque quizá ese cuadrado había demostrado ser más puro que su propio corazón…

-Solo lo abstracto es puro –dijo entonces la madre, en voz baja, mientras se acercaba a su hijo, para abrazarlo.

Y el abrazo fue largo, pero inconsistente, como si en vez de fundirse se estuviesen terminando de separar dos sustancias totalmente distintas.

Así, tras abrazarse, el asunto quedó zanjado.

Y ninguno de los dos volvió nunca a hablar sobre lo ocurrido.

viernes, 13 de mayo de 2011

Vian, el que sueña al mundo.

.
.
Mis sueños son extraños. Pero no están al nivel de otros sueños extraños, simplemente. Es decir, mis sueños son extraños, pero de otro tipo.

Sueño por ejemplo que deshago y hago el mundo. Sin embargo, no me refiero a que hago y deshago el mundo de los sueños, cosa que, supuestamente, todos hacemos, hasta cierto punto.

Mi hacer y deshacer se sitúa más bien en el borde mismo que existe entre aquello que consideramos sueño, y lo que aceptamos, generalmente, como realidad.

Mi intención, sin embargo, no es cuestionar la realidad, desde mi sueño, ni poner en la balanza esas distintas jerarquías, sino referirme a lo que mi experiencia evidencia que ocurre entre ambas.

En otras palabras, plantear que mis sueños son tan extraños, que a veces siento que desde ellos puedo dirigir, hacer y deshacer, todo aquello que en el mundo externo al sueño, existe.

A modo de ejemplo podría señalar un gran número de sueños, de los cuales, tras despertar, el mundo parece recién reorganizado, según una serie de decisiones semiconscientes que he realizado, desde el espacio del sueño.

La otra noche, para no ir más lejos, creí percibir durante un sueño, que en numerosas ocasiones anteriores, yo había logrado interferir el mundo que denominamos real –externo al sueño, me refiero-, aunque olvidando luego, en este último mundo, el verdadero origen de algunas situaciones.

Asimismo, durante ese último sueño -que parecía revelarme con una serie de pruebas su “interferencia” en el diseño del “otro mundo”-, decidí de pronto poner en mi realidad, externa al sueño, un elemento que indudablemente fuera absurdo o se encontrase fuera de lugar –como las anomalías que debíamos marcar en dos imágenes aparentemente iguales-, y que me confirmase y recordara, que el sueño había sido algo más una experiencia separada del sentido de realidad del mundo cotidiano, y que no tenía, por tanto, “poder” alguno, sobre él.

Decidí entonces, en ese sueño, incluir en la realidad con que me encontraría luego de despertar, un hecho extraño, totalmente inverosímil, y que me hiciera recordar que lo del sueño había sido más que un espacio de ficción y desligado, y etc. El punto es que decidí entonces demostrar que mi sueño diseñaba mi realidad insertando la siguiente anomalía:

Primero busqué un personaje totalmente alejado de un mundo y lo inserté en otro, en este caso, elegí al actor Arnold Schwarzenegger, y decidí convertirlo en Gobernador del Estado de California, cuestión que me areció, en ese momento lo suficientemente absurda para lograr mi cometido.

Así, pensaba en el sueño, al despertar y encontrarme con ese dato absolutamente inverosímil –recuerdo que también pensé en que se cambiara de sexo Jean Claude Van-Damme y otras cosas similares-, yo sentiría como indudable mi “poder” ejercido durante el sueño, y lo recordaría para poder aprender a manejar a mi entera voluntad el mundo real en que me toca vivir, y en el que, por cierto, están incluidos también ustedes, si es que están leyendo este texto.

Lo malo de todo esto, sin embargo, es que tras despertar, hasta yo mismo puse en duda lo de Scwarzenegger, y me dije que claro, yo sabía el dato, y en el sueño lo olvidé y simplemente me mentí al reorganizarlo.

Pero el caso es que seguí intentando y siguió “funcionando”. Hice que eligieran un presidente negro en Estados Unidos, logré que Plutón dejara de ser planeta, y hasta fui más atrás, arriesgándome a ver qué pasaba en el mundo si no hubiesen explotado las bombas nucleares en Korea y en Afganistán –que ocurrió en una realidad que a usted le parecerá inverosímil, durante la década del 90-.

Es decir, con el ejercicio de mi poder de diseño, fui alterando un gran número de pequeños hechos que, lamentablemente, usted nunca creerá que cambié, pues le parecerán de lo más natural y creerá tener huella real de ellos, en su memoria.

Le nombraré algunos de esos hechos –aunque a usted, lector, le parecerán sin duda, estupideces-:

-Hice que se quemara la Biblioteca de Alejandría, perdiendo así un gran número de libros que estaban, hasta antes de pedir ese “deseo” al interior, incluso, de mi propia biblioteca.

-Hice que Diego Armando Maradona, un escritor de novela rosa en Argentina, fuese reconocido como el mejor futbolista del mundo.

-Transformé al oro, uno de los metales más despreciados de la antigua realidad, en uno de los más caros y valorados del mundo.

-Inventé el ornitorrinco –y hasta se me ocurrió hacer que sudara leche-.

¿No les parece extraño?

Lo malo es que todos –y en eso me incluyo, por supuesto-, aceptamos lo que se nos da, por absurdo que parezca, sin cuestionarnos ni lo más mínimo.

De hecho, yo mismo, paso por momentos en que dudo de mis poderes, y pienso que quizá lo que tengo es simplemente un tipo de locura… y guardo silencio sobre dichas capacidades, y dejo de ejercitarlas durante largo tiempo.

Por último, alguien podría preguntarme por qué, si tengo ese poder, insisto en despertar como profe, o con problemas económicos, o persisto en estar solo, en lo que respecta a mis relaciones afectivas… o incluso llegará otro a pensar, un poco menos egoísta, porque no diseño un mundo sin problemas, donde todos tengamos lo que queremos con holgura y no existan necesidades ni enfermedades…

Pues bien, debo reconocer que lo he pensado -y hasta lo hice un tiempo, debo confesar-, pero me he dado cuenta que eso no es lo que me corresponde… es decir, hay cosas que pasan porque tienen un fin, o porque les proveen de oportunidades a todos ustedes, para hacer algo en este mundo…

Yo simplemente -y esto lo digo para finalizar y no alargarme innecesariamente-, me limito a poner una serie de pistas en su camino, para indicarle qué es aquello que resulta absurdo y qué es lo que resulta esencial -igual que con mis alumnos-, pero ustedes, al final, son los únicos responsables de ver por sí mismos y avanzar por propia voluntad.

Eso es lo que sucede.

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