sábado, 14 de mayo de 2011

Efectivamente hay hechos que pasan.

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“-Sí –dijo Wolf-. Todos los profetas
cometen el mismo error: tener razón.
La prueba es que los descuartizan.”
Boris Vian, La hierba Roja.


-Quiero tener un cuadrado –dijo el niño.

-¿Cómo un cuadrado? –preguntó la madre.

-Un cuadrado –insistió el niño, como si se tratara de algo obvio-. Un cuadrado verde oscuro, ojalá, para tenerlo de mascota.

-Pero hijo…

-Me he portado bien, mamá, no seas injusta… Además Miguel pidió una culebra y Carlos un puercoespín, yo solo te pido un cuadrado…

La madre se lo pensó un rato y trató de escoger la forma más adecuada para discutir con su hijo, y entender de paso qué es lo que sucedía…

-Hijo –dijo al fin-, no se trata de negar ni de discutir, pero ¿no consideras extraño pedir un cuadrado como mascota?

-No –dijo el niño-. Extraño sería pedir algo que no quiero, o algo que quiero y no sabré cuidar…

-Pero…

-Además un cuadrado es sencillo, por ejemplo, puedo ponerlo en cualquier posición y siempre será el mismo… Además es silencioso y no ensucia y no necesito darle de comer ni cuidarlo en demasía…

-…

-Por otro lado, para especificar mi pedido, me gustaría, si pudieras, que el cuadrado fuese de unos 25 centímetros de lado, no más… como un cachorrito…

-Espera, me estás diciendo que quieres un cuadrado –repitió la madre como si tomase nota-, verde ojalá…

-Verde oscuro…

-Bueno, verde oscuro, y que sea en realidad un… ¿un cuadrado cachorro, dijiste?

-Mmm, no, no lo plantee así, solo te dije que el cuadrado fuese de unos 25 centímetros por lado…

-Como del porte de un cachorro…

-Sí, de ese porte… eso te decía al menos.

La madre entonces miró a su hijo directo a los ojos, como buscando alguna señal que le ayudase a entender aquello que él estaba pidiendo, o al menos, algo que le revelara que aquellas peticiones eran normales en un niño de 10 años.

Desde el otro lado, en tanto, el niño la miraba como preguntándose qué era aquello que estaba mal…

-Hijo –dijo la madre después de un rato-, si quieres puedes tener un perro, o un gato, o hasta un conejito… pero creo que un cuadrado… digamos…, no es exactamente una mascota indicada para un niño como tú…

-¿Un niño como yo?

-Sí… un niño que está creciendo y necesita compañía y a lo mejor un pequeño animalito para sacar a pasear, y alimentar…

-Mamá, no quiero cuestionar más lo que dices, pero ya pensé en todo aquello, y prefiero el cuadrado, sin duda…

-…

-Quiero algo que no cambie, que no dependa de mí… ¿no entiendes? Quiero algo así como una pieza única, y sencilla… algo que exista siempre de la misma forma…

-Pero un cuadrado no existe… un cuadrado es… no sé, hijo, un cuadrado no está vivo…

-¡Claro que está vivo!

-No, no lo está… No respira, no se mueve, no…

-¡Pero existe!

-Bueno, sí… quizá… pero existe de una forma distinta –buscaba razonar la madre-, una forma vacía, sin nada adentro…

-Un cuadrado puede tener cosas dentro, mamá…

-¿Qué cosas?

-Montones de cosas: rectángulos, cuadrados, triángulos… y hasta un círculo…

-¡Pero para qué quieres esas cosas! –dijo la mamá, impacientándose.

-No lo sé bien… para tener cosas que no ven los demás… como un cuadrado embarazado de hijos que dependen de mi imaginación… como para ser padre…

-¡¿Quieres ser padre?!

-No, mamá… quiero tener un cuadrado, nada más… pero si no quieres no importa…

-Hijo, intenta comprenderme… me asustas… todos los niños piden un animal, o hasta un hermanito… o sea, puedo darte el cuadrado, y puedes tenerlo claro… pero ¿no crees que eso te va a alejar de los demás niños…?

-Pero si siempre he estado lejos de los otros niños…

-Pero ahora sería peor, ¡vas a estar con un cuadrado…!

-¡Pero no dentro del cuadrado…!

Fue entonces que la madre, nerviosa, dio a su hijo una fuerte bofetada.

Y el tiempo se detuvo entonces, por un instante.

Durante ese instante, tanto el niño como su madre pensaron cosas que más vale no pensar, al menos cuando se quiere mantener vivo el afecto que existe entre dos personas.

El niño, por ejemplo, entendió que el querer –porque a pesar de todo no dudaba que el querer de su madre existiese-, pensó que el querer, decía, no estaba nunca ligado a la comprensión, y que no había que engañarse pues en realidad nuestras creencias y necesidades son únicas, y nadie puede comprenderlas por más que intentes explicarlas.

La madre, en tanto, se asustó al pensar que el corazón de su hijo era similar a un cuadrado, y sintió miedo de él, y rabia, porque quizá ese cuadrado había demostrado ser más puro que su propio corazón…

-Solo lo abstracto es puro –dijo entonces la madre, en voz baja, mientras se acercaba a su hijo, para abrazarlo.

Y el abrazo fue largo, pero inconsistente, como si en vez de fundirse se estuviesen terminando de separar dos sustancias totalmente distintas.

Así, tras abrazarse, el asunto quedó zanjado.

Y ninguno de los dos volvió nunca a hablar sobre lo ocurrido.

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