“El fin del mundo es un estado mental”
Lars Von Trier.
.Lars Von Trier.
I.
Dicen que se acaba el mundo. Que se caen los aviones. Que se abre la tierra. Que los edificios se derrumban.
Hablaron del año 1000, del 2000, del 2012. Pero lo cierto es que el fin del mundo es un estado distinto: un estancamiento.
Hoy mismo, por ejemplo, mientras caminaba, pude ver claramente un fenómeno extraño: había dos lunas. En lugares distintos del cielo, pero sin duda eran dos lunas. Mientras amanecía. Dos lunas.
Por un momento pensé en decirle a la gente que iba caminando, o al hombre del negocio de abarrotes, que estaba sacando los carteles, o a los tipos que se bajaban de sus vehículos para pelear porque ninguno de los dos se había decidido a doblar a tiempo en una curva.
-Deténganse –pude haberles dicho-, hay dos lunas.
Pero no lo hice, claro.
Al final, la gente siguió caminando. El hombre del negocio de abarrotes sacó sus carteles. Y los hombres de los vehículos se gritaron y se amenazaron, aunque no se golpearon, finalmente.
Por último –o como un comienzo-, terminó de salir el sol. Y se perdió por el horizonte una luna, y luego otra.
II.
Sucedió entonces que tras salir el sol, llegué yo al sitio donde espero el colectivo que me lleva hasta el trabajo.
El mismo paradero, prácticamente la misma hora y a un costado, la misma señora que espera aquí todas las mañanas y que nunca sé qué es lo que espera, pues siempre sigue en su sitio luego de que yo me voy.
-Hoy vi dos lunas –le digo entonces, sin pensarlo.
-¿Dos lunas?
-Sí –repito-. Dos lunas.
Luego yo le explico los sectores del cielo donde las vi, y la mujer me escucha atenta y hasta se mueve un poco para ver la posición que yo le indico.
Justo entonces un tipo que venía en bicicleta, tras el movimiento de la señora, choca con ella y la arroja al piso.
Por otro lado, y al mismo tiempo llegó mi colectivo.
Y sí, lo admito: no soy un héroe, así que mientras el ciclista baja a atender a la señora, yo me subo al colectivo, sin mirar hacia atrás.
III.
-¿Qué está leyendo hoy? –me pregunta entonces el chofer, como siempre.
-A un japonés –le digo-, Tanizaki… Es un libro sobre dos lunas –le miento.
-¿Dos lunas?
-Sí. Dos lunas. Un tipo se levanta un día cualquiera y ve dos lunas, pero las deja ir.
-¿Las deja ir?
-Sí. Es decir, las ve y no le dice a nadie, y luego termina de amanecer, y las lunas se van.
-Pero entonces no las deja ir, sino que se fueron –me dice el chofer.
-Es lo mismo –le contesto.
Luego viajamos en silencio hasta el final del recorrido.
-No es lo mismo –me dice al final, cuando llegamos y yo me bajo del vehículo.
IV.
No entré al colegio.
Es decir, entró alguien igual a mí, pero yo no entré.
El que entró hizo clases, claro (porque fingió bien). Algunas de cómo argumentar sobre aquello que creemos cierto, y otra sobre la ciudad como un símbolo del menosprecio del hombre hacia la idea de dios (ambas clases una mierda).
Yo, en cambio, me quedé leyendo el libro de Tanizaki. Esa variación que hablaba sobre el hombre que vio dos lunas y las dejó ir.
En la historia, tras dejarlas ir, el hombre sentía algo así como si se hubiese acabado el mundo. No el mundo como el espacio o lo que lo rodeaba, claro, sino el mundo como el significado rotundo que tenemos y en lo que creemos sin necesidad de plantearnos que estamos creyendo en algo.
El hombre entonces vivía largo tiempo pensando que un significado se le había negado, o como si una hebra de sus ropas hubiese quedado enganchada mientras caminaba, y sin darse cuenta hubiese terminado por quedar desnudo.
De esta forma, el hombre iba envejeciendo, hasta que un día, antes de morir, vuelve a ver las dos lunas, y una tristeza lo embarga y lo hace llorar largamente, pues siente que aquella imagen es casi parte de él, aunque él nunca hubiese logrado comprenderla, y ya fuese tarde, para ello.
Así, en el último capítulo del libro, Tanizaki describe al hombre llorando porque al final intuye que lo que dejó ir fue algo más que esas dos lunas. Con esto –y como cierre de la historia-, el hombre que lloraba por las lunas pasa entonces a llorar por su propia vida (porque la dejó ir).
Y sí, podríamos concluir diciendo que el llanto da la impresión de ser amargo, y lento, y no logra situarse en un tiempo concreto.
Claro… igual que el fin del mundo.
O como el fin de.
O simplemente, como el fin.
Dicen que se acaba el mundo. Que se caen los aviones. Que se abre la tierra. Que los edificios se derrumban.
Hablaron del año 1000, del 2000, del 2012. Pero lo cierto es que el fin del mundo es un estado distinto: un estancamiento.
Hoy mismo, por ejemplo, mientras caminaba, pude ver claramente un fenómeno extraño: había dos lunas. En lugares distintos del cielo, pero sin duda eran dos lunas. Mientras amanecía. Dos lunas.
Por un momento pensé en decirle a la gente que iba caminando, o al hombre del negocio de abarrotes, que estaba sacando los carteles, o a los tipos que se bajaban de sus vehículos para pelear porque ninguno de los dos se había decidido a doblar a tiempo en una curva.
-Deténganse –pude haberles dicho-, hay dos lunas.
Pero no lo hice, claro.
Al final, la gente siguió caminando. El hombre del negocio de abarrotes sacó sus carteles. Y los hombres de los vehículos se gritaron y se amenazaron, aunque no se golpearon, finalmente.
Por último –o como un comienzo-, terminó de salir el sol. Y se perdió por el horizonte una luna, y luego otra.
II.
Sucedió entonces que tras salir el sol, llegué yo al sitio donde espero el colectivo que me lleva hasta el trabajo.
El mismo paradero, prácticamente la misma hora y a un costado, la misma señora que espera aquí todas las mañanas y que nunca sé qué es lo que espera, pues siempre sigue en su sitio luego de que yo me voy.
-Hoy vi dos lunas –le digo entonces, sin pensarlo.
-¿Dos lunas?
-Sí –repito-. Dos lunas.
Luego yo le explico los sectores del cielo donde las vi, y la mujer me escucha atenta y hasta se mueve un poco para ver la posición que yo le indico.
Justo entonces un tipo que venía en bicicleta, tras el movimiento de la señora, choca con ella y la arroja al piso.
Por otro lado, y al mismo tiempo llegó mi colectivo.
Y sí, lo admito: no soy un héroe, así que mientras el ciclista baja a atender a la señora, yo me subo al colectivo, sin mirar hacia atrás.
III.
-¿Qué está leyendo hoy? –me pregunta entonces el chofer, como siempre.
-A un japonés –le digo-, Tanizaki… Es un libro sobre dos lunas –le miento.
-¿Dos lunas?
-Sí. Dos lunas. Un tipo se levanta un día cualquiera y ve dos lunas, pero las deja ir.
-¿Las deja ir?
-Sí. Es decir, las ve y no le dice a nadie, y luego termina de amanecer, y las lunas se van.
-Pero entonces no las deja ir, sino que se fueron –me dice el chofer.
-Es lo mismo –le contesto.
Luego viajamos en silencio hasta el final del recorrido.
-No es lo mismo –me dice al final, cuando llegamos y yo me bajo del vehículo.
IV.
No entré al colegio.
Es decir, entró alguien igual a mí, pero yo no entré.
El que entró hizo clases, claro (porque fingió bien). Algunas de cómo argumentar sobre aquello que creemos cierto, y otra sobre la ciudad como un símbolo del menosprecio del hombre hacia la idea de dios (ambas clases una mierda).
Yo, en cambio, me quedé leyendo el libro de Tanizaki. Esa variación que hablaba sobre el hombre que vio dos lunas y las dejó ir.
En la historia, tras dejarlas ir, el hombre sentía algo así como si se hubiese acabado el mundo. No el mundo como el espacio o lo que lo rodeaba, claro, sino el mundo como el significado rotundo que tenemos y en lo que creemos sin necesidad de plantearnos que estamos creyendo en algo.
El hombre entonces vivía largo tiempo pensando que un significado se le había negado, o como si una hebra de sus ropas hubiese quedado enganchada mientras caminaba, y sin darse cuenta hubiese terminado por quedar desnudo.
De esta forma, el hombre iba envejeciendo, hasta que un día, antes de morir, vuelve a ver las dos lunas, y una tristeza lo embarga y lo hace llorar largamente, pues siente que aquella imagen es casi parte de él, aunque él nunca hubiese logrado comprenderla, y ya fuese tarde, para ello.
Así, en el último capítulo del libro, Tanizaki describe al hombre llorando porque al final intuye que lo que dejó ir fue algo más que esas dos lunas. Con esto –y como cierre de la historia-, el hombre que lloraba por las lunas pasa entonces a llorar por su propia vida (porque la dejó ir).
Y sí, podríamos concluir diciendo que el llanto da la impresión de ser amargo, y lento, y no logra situarse en un tiempo concreto.
Claro… igual que el fin del mundo.
O como el fin de.
O simplemente, como el fin.
se llora por el fin de algo...
ResponderEliminarpasaba a dejar saludos.
creo que podría ocurrir que yo lea esto varias veces... creo que podría mirar al cielo y querer ver la otra luna... puede que me quiera meter en el texto y ser la chica que miraba al Vian subirse al bus y al ciclista juntar a la señora...
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=GDVMvIt2T-0
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