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I.
De no haber reducido su vida a cifras,
Job habría entendido que Dios
lo estafó descaradamente
y sin asco.
“Te apuesto que él aguanta”
habría dicho Jehová,
y el diablo le tomó la palabra:
Lo llenó de sarna,
quemó sus posesiones,
le arrebató a su mujer
y hasta mató a sus hijos,
sin que Job renegara nunca
de su amable creador.
Por último,
terminada la apuesta,
y feliz del triunfo,
Dios habría pasado a Job
por debajo de la mesa,
una parte ínfima
de sus ganancias.
Fue así que Job
se llenó de salud,
y de nuevas posesiones…
¡si hasta otra esposa le entregó
y le dio nuevos hijos…!
“¡Qué grande es Jehová…!”
Cantaba él, extasiado.
Y Job creyó entonces ser feliz
contando sus nuevas riquezas
y olvidó pronto lo perdido,
y el número pasó a ser así
la tierra con que cubrió
los huesos aún frescos
de sus primeros hijos.
II.
Hasta el día de hoy
Job se pasea por el mundo
hablando de la bondad infinita
del buen Dios.
Infla el pecho
y mira directo a los hombres,
aunque ante el sol,
baja la vista,
respetuosamente agradecido.
A veces lo veo con sus hijos,
o con su nueva mujer,
y escucho como cuenta su historia,
orgulloso,
ante los hombres tibios:
“Y Jehová me bendijo
como a un hijo amado”,
cuenta Job,
y luego explica detalladamente
las cifras con que respalda
su nueva felicidad.
Y sí,
quizá esté de más decirlo,
pero lo digo igual:
los hombres tibios
lo escuchan
y lo aplauden
y hasta lo creen santo.
III.
Si yo fuera
lo suficientemente valiente,
violaría ahora mismo
a la mujer de Job
y desollaría vivos
a sus nuevos hijos.
¿Y saben…?
Aunque pueda sonar extraño,
lo haría exclusivamente pensando
en la felicidad de Job…
No por esa felicidad que cree tener,
por supuesto,
sino por aquella que perdió y que hoy
se ha vuelto indigna,
y ha sido olvidada,
bajo la ilusión brillante de una vida
edificada a partir de la indemnización
que por daño moral
ha debido cancelar Jehová
en cómodas cuotas.
Pero claro,
como dije antes,
soy un cobarde de mierda,
y solo tengo coraje
cuando rechazo
los bienes que el buen Dios
viene a darme
en compensación de lo que he perdido
en aventuras en las que él,
hace gran tiempo,
también estuvo involucrado:
“¿Quieres dinero?”
“¿Quieres mujeres?”
“¿Quieres reconocimiento?”
Me pregunta entonces, Jehová,
tentándome con una felicidad prefabricada.
Y claro,
yo me lo pienso un poco,
pero al final respondo cortésmente que no,
que gracias…
que no necesito de esas cosas.
“Cárgame la bip, si quieres…”
le digo por último,
pero simplemente
para que no se sienta despreciado.
IV.
¿Sabes Job…?
A veces siento
que no entiendo
la bondad de Dios,
y que no creo,
por cierto,
en la bondad del hombre.
Y no lo digo por envidia,
ni porque fui incapaz de responder
en silencio
a mis propias desgracias.
Es solo que no creo tampoco
en tu felicidad,
ni en tus nuevas riquezas,
ni en la prosperidad
de tus nuevos hijos…
Y es que me tinca que te hicieron hueón, Job…
Pa mí que te creíste el cuento…
Y calculaste erróneamente
y transformaste todo en cifras
y fuiste llenando de adornos
el fondo de un pozo
que ya estaba destrozado.
¡Insensato…!
Tienes la boca llena de tierra,
y un corazón de plástico…
¡Mejor arrepiéntete
antes que me arme de valor
y viole a tu nueva mujer
y le arranque la piel fresca
a tus nuevos hijos..!
¡Tu Dios es de mentira, Job…!
Y es un Dios de hombres tibios…
¡Insensato…!
De no haber reducido su vida a cifras,
Job habría entendido que Dios
lo estafó descaradamente
y sin asco.
“Te apuesto que él aguanta”
habría dicho Jehová,
y el diablo le tomó la palabra:
Lo llenó de sarna,
quemó sus posesiones,
le arrebató a su mujer
y hasta mató a sus hijos,
sin que Job renegara nunca
de su amable creador.
Por último,
terminada la apuesta,
y feliz del triunfo,
Dios habría pasado a Job
por debajo de la mesa,
una parte ínfima
de sus ganancias.
Fue así que Job
se llenó de salud,
y de nuevas posesiones…
¡si hasta otra esposa le entregó
y le dio nuevos hijos…!
“¡Qué grande es Jehová…!”
Cantaba él, extasiado.
Y Job creyó entonces ser feliz
contando sus nuevas riquezas
y olvidó pronto lo perdido,
y el número pasó a ser así
la tierra con que cubrió
los huesos aún frescos
de sus primeros hijos.
II.
Hasta el día de hoy
Job se pasea por el mundo
hablando de la bondad infinita
del buen Dios.
Infla el pecho
y mira directo a los hombres,
aunque ante el sol,
baja la vista,
respetuosamente agradecido.
A veces lo veo con sus hijos,
o con su nueva mujer,
y escucho como cuenta su historia,
orgulloso,
ante los hombres tibios:
“Y Jehová me bendijo
como a un hijo amado”,
cuenta Job,
y luego explica detalladamente
las cifras con que respalda
su nueva felicidad.
Y sí,
quizá esté de más decirlo,
pero lo digo igual:
los hombres tibios
lo escuchan
y lo aplauden
y hasta lo creen santo.
III.
Si yo fuera
lo suficientemente valiente,
violaría ahora mismo
a la mujer de Job
y desollaría vivos
a sus nuevos hijos.
¿Y saben…?
Aunque pueda sonar extraño,
lo haría exclusivamente pensando
en la felicidad de Job…
No por esa felicidad que cree tener,
por supuesto,
sino por aquella que perdió y que hoy
se ha vuelto indigna,
y ha sido olvidada,
bajo la ilusión brillante de una vida
edificada a partir de la indemnización
que por daño moral
ha debido cancelar Jehová
en cómodas cuotas.
Pero claro,
como dije antes,
soy un cobarde de mierda,
y solo tengo coraje
cuando rechazo
los bienes que el buen Dios
viene a darme
en compensación de lo que he perdido
en aventuras en las que él,
hace gran tiempo,
también estuvo involucrado:
“¿Quieres dinero?”
“¿Quieres mujeres?”
“¿Quieres reconocimiento?”
Me pregunta entonces, Jehová,
tentándome con una felicidad prefabricada.
Y claro,
yo me lo pienso un poco,
pero al final respondo cortésmente que no,
que gracias…
que no necesito de esas cosas.
“Cárgame la bip, si quieres…”
le digo por último,
pero simplemente
para que no se sienta despreciado.
IV.
¿Sabes Job…?
A veces siento
que no entiendo
la bondad de Dios,
y que no creo,
por cierto,
en la bondad del hombre.
Y no lo digo por envidia,
ni porque fui incapaz de responder
en silencio
a mis propias desgracias.
Es solo que no creo tampoco
en tu felicidad,
ni en tus nuevas riquezas,
ni en la prosperidad
de tus nuevos hijos…
Y es que me tinca que te hicieron hueón, Job…
Pa mí que te creíste el cuento…
Y calculaste erróneamente
y transformaste todo en cifras
y fuiste llenando de adornos
el fondo de un pozo
que ya estaba destrozado.
¡Insensato…!
Tienes la boca llena de tierra,
y un corazón de plástico…
¡Mejor arrepiéntete
antes que me arme de valor
y viole a tu nueva mujer
y le arranque la piel fresca
a tus nuevos hijos..!
¡Tu Dios es de mentira, Job…!
Y es un Dios de hombres tibios…
¡Insensato…!
Es que esto de las historias hay que tener fe para creerlas, yo ando aún pensando si el lobo de "Caperucita roja", no era tan malo, y fue la puñetera niña la que armó todo el jaleo para que lo culparan.
ResponderEliminarPerdona pero he disfrutado con el poema, a veces este tipo de cosas son muy propias de todos los tiempos ¡y allá cada uno con la bendita paciencia que hay que tener para creer en los ejemplos!
Un saludo. Elisa