miércoles, 25 de mayo de 2011

La antimetamorfosis.

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"La desesperación es la esperanza de la carne"
H. Böll.

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Cuando una mañana, Vian se despertó de unos sueños agitados –había dormido unas horas escuchando a gran volumen algunas sonatas para violín de Roslavets-, se encontró en su cama repleta de libros, sin conversión alguna, existiendo simplemente como él mismo.

-Otro día –se dijo, mientras demoraba el abrir los ojos.

Yacía sobre su espalda, como siempre, y había algo en él que parecía existir como en una caparazón, en algún sitio, pero las mañanas de Vian eran por lo general poco claras, por lo que sus impresiones solían quedarse en su tamaño inicial, apenas esbozadas.

-¿Qué me ha ocurrido? –pensó entonces, rápidamente, mientras realizaba sus labores conducentes al despertar, y sin dar tiempo a respuestas, pues esa era apenas una de las acciones diarias que no estaban hechas en función de una solución, sino simplemente como un desahogo, o un “estiramiento espiritual”, de esos que resuenan un poco cada mañana, como los huesos de los viejos.

Y es que se trataba de un día más, simplemente. Uno de esos que se acumulaban y que a Vian ya lo iban dejando harto, pues anhelaba un cambio en aquello que le sucedía cada día… algo así como una explosión que viniese a impedir que todo aquello que vivía permaneciese así, sin rasguños, mientras él se deterioraba y gastaba cada vez un poco más, al menos si damos crédito a sus palabras.

-Por último convertirme en bicho –le había confesado a un amigo la noche anterior, en medio de una tibia borrachera-, no pido un ascenso espiritual, ni corporal, quiero un cambio…

-Cambia entonces, po hueón –le había interrumpido el amigo, perspicaz.

-Es que no es cambio nada más, es colapso lo que busco –había dicho Vian, mientras se apresuraba a tomar otra cerveza-, es que se acumule algo, no sé… la desesperación quizá… pero que se reúna algo que permita que el cambio sea algo más que un simple peinarse hacia otro lado o una variación en la actitud que dure pocos días.

-¿Y eso lo logras sin hacer nada y acumulando esa especie de energía, como la tierra cuando origina terremotos?

-Digamos que sí, pero ni siquiera me conformo con terremotos… ¡quiero cataclismos! Una hueá que cambie la superficie y el espacio en que se vive…

-Yo creo que tú necesitai primero es desatar un nudo, hueón… y sí, quizá luego arriesgarte a sentir todas esas hueás que tenís a medias y ver hacia dónde te mandan…

-Mmm… ¿no estaremos pareciendo maricones hablando de sentimientos y de cambios y hueás así?

-Mmm… puede ser… mejor terminemos de tomar las cervezas que nos quedan…

-Mejor –dijo Vian.

Y pasó así la noche y luego Vian –como les contaba en un inicio-, durmió unas cuantas horas escuchando a un volumen quizá demasiado alto algunas sonatas para violín de Roslavets, y se despertó convertido en lo mismo que era antes de dormirse, o si se prefiere, se despertó sin convertirse en nada.

Se demoró en levantarse, como siempre, y leyó un cuento corto de la Munro, que le dejó sabor a nada.

-A lo mejor es culpa mía –pensó entonces, y comenzó a vestirse.

Si fuese un bicho al menos no podría salir –pensaba-, y todo el proceso de decidir ir o no al trabajo y cuestionarse un sinfín de cosas cada mañana perdería efectividad. pues la única opción válida sería quedarse en casa, oculto, porque la evidencia de su incompatibilidad habría salido a flote de improviso.

Sin embargo, contrario a lo que pueda parecer a primera vista, Vian no quería quedarse encerrado en casa ni mucho menos, sino simplemente deseaba no tener que elegir, pues aquello lo agotaba de una forma extraña y terrible. Pero sobre todo extraña.

Al fin, se decidió a salir de casa, guardando algún material que necesitaba para sus clases y haciéndose el ánimo para otro nuevo día, uno en que, tal como decíamos, uno sigue siendo simplemente el mismo.

-Es como el no cumpleaños –le había comentado una vez una amiga sicóloga a la que Vian le tenía ganas.

-¿Cómo…?

-Como el no cumpleaños. Día a día estar celebrando que somos aún los mismos, o que tenemos la misma edad al menos…

-¿Y crees que sirve? –había preguntado Vian, esa vez.

-Según –había dicho la sicóloga-. Depende de lo que tú quieras, o necesites.

Vian entonces le dio unas cuantas vueltas más a algunas cosas. Y siguió recordando algunas conversaciones que tuvo respecto a ese continuo permanecer, que él no se explica cómo no parece afectarle a los demás y hasta parece dejarlos contentos.

Fue así –en medio de esas cavilaciones inútiles y en el fondo sin importancia-, que Vian llegó hasta el colegio donde trabaja, y fue a poner su huella digital en el reloj de ingreso, sin que este trámite originara mayores complicaciones.

Luego, conversó con un apoderado e hizo clases toda la mañana y gran parte de la tarde –ahorraré contar el resto de la rutina porque quizá quede como víctima y eso puede resultar a veces un tanto molesto- y volvió a escuchar a Roslavets, pues está seguro que algo tiene, e incluso piensa que ese algo puede ayudarlo a llegar al colapso más rápido.

-Me complica por mi hijo –me confesó hace un rato, justo antes de comenzar a escribir estas palabras-. Me complica porque no quiero que tras el colapso se dañe nadie… es decir, no quiero que el colapso me termine dejando en medio del altiplano boliviano y no estar aquí si mi hijo me necesita… o que el cambio que busco me deje irreconocible y termine por espantar a quienes me quieren…

Y sí, como siempre después de utilizar palabras mamonas o expresiones afectivas cursis, Vian fue por otra cerveza…

Yo, en cambio, sentado acá, frente al computador, y un tanto más tranquilo, he comenzado a notar en él los primeros cambios importantes, producidos por esa desesperación que tanto anhela…

-¿Puedo leer lo que escribiste? –me dice entonces Vian, mirando por sobre mi hombro las palabras en la pantalla.

-No –le contesto-. Prefiero que sea una sorpresa. Mejor escuchemos a Roslavets.

-Sí, mejor –dice Vian, y subimos el volumen, y nos quedamos en silencio.


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