domingo, 31 de julio de 2022

No quieres qué.


Lees a Tezuka. Fénix, por ejemplo. Y avanzas. Desde ambos extremos avanzas. Delimitas poco a poco. Enfocas. Te acercas a tu época. A ti mismo. Cuestionas, por supuesto, la caricatura. Matizas. Desconfías de la inocencia y del humor que no recoges. Pero te acercas de todas formas. Lo suficiente para darte cuenta, al menos. Para entender el proceso. Para quedar a pocos pasos. Para apreciar el centro. Eso es lo que ocurre. Si no llegas, finalmente, es porque no quieres.


Es más. Supongamos que no lees a Tezuka. O no lees Fénix, al menos. Y descarto de entrada a Dosto y los espíritus mayores. Seamos extremos: supongamos que no posas en tus manos libro alguno. Ni en tus manos ni en tus ojos, por supuesto. Supongamos que evades todo aquello que, según has dicho, viene a complicar las cosas. ¿Puedo concluir entonces que no quieres? ¿Es correcto verlo así?


Me explico mal, supongo. Por lo mismo, antes del fin aclaro algunas cosas. Tienes derecho, ante todo. Tienes derecho y yo no. No cuestiono eso. Leer a Dosto, a fin de cuentas, no asegura nada. Ninguna acción, de hecho, tiene consecuencias seguras. Tienes derecho y no necesitas dar razones. Tienes derecho a no querer. No pido razones. Busco entender algo pequeño, a fin de cuentas. Dime: ¿no quieres qué?

sábado, 30 de julio de 2022

Es posible, pero al mismo tiempo no lo es.


-Es posible, -dijo-, pero al mismo tiempo no lo es.

-De acuerdo-, dije yo.

Se quedó en silencio.

Supongo que esperaba que yo preguntase algo.

Que pidiese alguna explicación o tal vez que reclamase alguna cosa.

Fueron segundos incómodos

-Lo que pasa es que yo siempre estoy de acuerdo-, expliqué, por si esperaba una razón.

No provoqué, sin embargo, ninguna señal de comprensión.

Seguía en silencio.

La situación era incómoda.

O al menos para mí resultaba incómoda.

El tiempo avanzaba lento.

-Estás de acuerdo-, dijo entonces-, pero al mismo tiempo podría asegurar que no lo estás, necesariamente.

Noté que me lo dijo como un reproche.

Me molestó su tono.

De todas formas, como sabía que era cierto, no quise discutir.

-En el fondo estás de acuerdo con que los otros estén de acuerdo consigo mismos -dijo luego-, pero tú en el fondo no piensas lo mismo que expresaron sus palabras, no compartes eso…

Era cierto, pensé.

Cierto y lógico, además.

Cierto y necesario, incluso, le habría dicho.

-Probablemente pienses que son palabras, solamente -lanzó, con un tono airado-. Palabras de otros, ajenas… pero no quieres entender que ya son tuyas si no las rechazas, si las aceptas y más encima dices que estás de acuerdo con ellas… No es una forma de alejar la responsabilidad, lo que haces, sino que te cargas con ella de la forma más estúpida de todas.

Iba a decirle que estaba de acuerdo, pero intuí que sería peor.

Además, estaba un tanto en desacuerdo, pues sin duda existían otras formas más estúpidas.

Decidí entonces dar media vuelta y alejarme del lugar.

Probablemente, para demostrárselo.

viernes, 29 de julio de 2022

Reclamo por el cuaderno de reclamos.


Voy temprano al lugar.

Espero.

Actúo.

Distintas cosas no resultan.

Ya no es temprano.

Ocurren otras variables que omito.

Entonces me acerco a una mujer, que está tras un mesón.

-Buenas tardes, -le digo-. Quisiera hacer un reclamo.

-¿Un reclamo? -pregunta.

-Sí, hace horas que estoy buscando donde dejar mi reclamo.

-¿Y cuál sería?

-¿Cuál sería mi reclamo, dice usted?

-Sí. Exacto.

-Pues, para empezar -digo-, mi reclamo es que no hay cuaderno de reclamos.

La mujer me observa con atención. Supongo que quiere saber si estoy o no bromeando.

-Intento ser claro -le insisto-. ¿Sabe usted dónde puedo anotar mi reclamo?

-Es que… creo que no tenemos dónde -dice ella.

La observo.

Me observa.

La sigo observando.

Ella se pone a hacer otras cosas.

-Si quiere decirme cuál es su reclamo especifico, puedo escucharlo -dice la mujer, volviendo brevemente a prestarme atención.

-¿A qué se refiere con mi reclamo especifico? -pregunto.

-Al primer reclamo -dice ella, algo displicente-. Que no haya cuaderno de reclamos es más bien un reclamo secundario, un extra… no es realmente su problema.

Me quedé pensando en eso.

Como notó que yo no respondía volvió ella a sus otras labores.

Yo razonaba, en tanto, y me parecía lógico que, si al reclamo original se le negaba su razón de existir o de ser visto, el problema mayor pasaba a ser justamente la falta de ese medio que posibilita su presencia, su manifestación. En otras palabras: el cuaderno de reclamos mismo.

-Que no haya cuaderno de reclamos es a todas luces u reclamo primordial no residual -dije entonces, serio y seguro de mis palabras.

Noté que ella había reído bajito, cuando me escuchó decir aquello.

-Si quiere se lo explico -agregué.

Ella se volteó hacia mí.

Hablamos.

jueves, 28 de julio de 2022

Un pequeño margen de incertidumbre.


Un pequeño margen de incertidumbre.

Un pequeño espacio.

Pareciera que no, pero de eso hablo.

Un margen pequeño, como entre los bloques de cemento que se utilizaban antaño.

Porque ahora ya ni eso… no sé si se han fijado.

Acá mismo, donde vivo, por ejemplo, cambiaron las aceras que tenían de esos bloques.

Esos antiguos bloques.

Dañados, partidos, pero con esos pequeños márgenes entre unos y otros.

Al menos tenían, me refiero, aquellos márgenes.

Los rompieron y sacaron rápidamente, entre una ida y un regreso al trabajo.

Un día antes que lloviese, por cierto, así que todo se volvió un barrial.

La calle entera, digamos.

Fue entonces que, bajo la lluvia y con los pies en el barro, salí a buscar algún trozo de esos bloques.

Entonces no era consciente, pero tal vez lo que buscaba era un margen.

Busqué en vano, por supuesto.

No encontré trozo alguno y era extraño.

Después de todo, apenas habían pasado unas horas y no había quedado huella alguna del asfalto retirado.

Volví a entrar a casa.

Empapado.

Me consolé pensado que de todas formas no sabía para qué tener ese trozo.

Ni lugar donde ponerlo, por cierto.

Luego de la lluvia, volvieron los trabajos y pasaron dos días emparejando todo.

Luego, también en una tarde, pusieron una mezcla de cemento en toda la acera.

Una mezcla única, sin márgenes.

Esto quedó mal, me dije al verlo.

Está mal, pero no saben.

miércoles, 27 de julio de 2022

En otro sitio.


Por alguna extraña razón creía estar seguro que su auto no había sido robado.

Sentía que era él mismo, digamos, quien lo había dejado en otro sitio.

En algún lugar que ahora había olvidado, por cierto, pero lo importante es que no aceptaba la idea del robo.

Por lo mismo, no quería hacer ningún tipo de denuncia ante la policía ni dar aviso en la compañía de seguros.

Lo hablamos con él varias veces y así lo afirmó, a pesar que intentamos convencerlo de tomar una vía distinta.

-Ya me ha pasado en otras ocasiones -nos dijo-. No con el auto, precisamente, pero he vivido un montón de situaciones similares. No tienen de qué preocuparse. Además, me perdería la sensación de recordar de pronto…

-¿De qué sensación estás hablando? -le preguntamos-. Hay que ser práctico en estos casos, perdiste un auto por el que estás pagando cada mes un seguro… ¿qué puede ser mejor que estar tranquilo y aprovechar todo eso? Es justo, además…

-Es difícil de explicar -nos interrumpió-, pero créanme que existe una especie de satisfacción al confiar en eso que uno mismo siente que ha olvidado... Que eso existe, me refiero, aunque se haya olvidado… y algo me dice que dejé el auto en un buen lugar…

-¿Y prefieres perder el auto que perder esa sensación? -le dijimos.

-Prefiero confiar -dijo finalmente-. Es una buena sensación…

martes, 26 de julio de 2022

Vender objetos grandes.


J. era especialista en vender objetos. Pero no cualquier tipo de objetos. J. era especialista en vender objetos que él consideraba “grandes”. Y aunque su sueldo era relativamente el mismo, sentía como una especie de progresión o asenso, al lograr vender objetos cada vez más grandes. Objetos como camas, comedores… muebles de gran tamaño en general. Los más grandes que había en la tienda, al menos. Él se jactaba de hacer eso.

-No es cuestión de dinero -explicaba-. No es un tema de comisiones, como algunos creen... podría ganar más dinero vendiendo computadores o artículos electrónicos… pero no hay nada mejor que vender objetos grandes.

Luego de escucharlo le pregunté por qué.

Él se demoró en contestar, pero lo hizo.

-Al principio no sabía bien por qué -admitió-, pero pensé largo tiempo en el origen de satisfacción al lograr venderlos… No puedo estar seguro, pero creo que se trata de un tema de desplazamientos… de grandes desplazamientos.

Le dije que seguía sin entender.

-Lo que ocurre es que vender un objeto grande requiere mover, justamente, ese objeto grande… -intentó explicar-. No digo necesariamente moverlo acá, en la tienda, pues la mayoría de ellos son desplazados desde bodegas, pero el punto es que se desplazan al fin y al cabo… y se libera espacio al vender esos objetos grandes… Entonces, me siento orgulloso de esa liberación de espacio, o de esa renovación, digamos, pues soy consciente que llegarán entonces otros objetos, pero al menos siento que colaboro significativamente en ese movimiento. Y algo es algo…

Es cierto, admití tácitamente. Algo es algo.

-Además, no venderlos es triste- siguió diciendo J.-. Verlos ahí, tan grandes y sin que nadie los quiera… tan estancados, digamos… Me es natural sentir orgullo cuando ayudo a que se desplacen… A que salgan de esa situación…

-Entiendo-, dije entonces, pues J. comenzaba a repetirse.

Él guardó silencio.

Lo observé, antes de despedirme.

Noté que sonreía, como si estuviese posando para una foto.

lunes, 25 de julio de 2022

Conozco la vida.


Conozco la vida. He estado ahí. De paso, tal vez, pero he estado. Incluso me he fotografiado en el lugar. Me he fotografiado de la misma forma como haces tú en las ciudades que visitas. Igual que tus fotos en París, en Ámsterdam y hasta en el Taj Mahal. Y es que, de una forma similar, supongo, he visitado la vida. Por breves periodos, me refiero. Y una vez en ella, por supuesto, me he fotografiado. Tengo derecho a hacerlo, te lo aclaro, igual que todos. Aunque no te guste, tengo derecho. Así y todo, debo admitir que la vida, es una ciudad sin grandes monumentos. No hay un fondo para realzar o mejorar la foto. Se trata, ante todo, de fotos sin filtros. Sin adornos y sin cotillón, digamos. Sin nada que aleje el foco de aquello en lo que verdaderamente debe enfocarse. No hay más fondo, en resumen, que uno mismo. Te lo digo sin rodeos, aunque no espero criticarte, con esto. No voluntariamente, al menos. Me refiero a que no es mi intención criticarte, aunque lo haga. Ahora bien, ¿qué es lo que pretendo hacer, entonces? ¿Qué busco yo, más allá de esa posible crítica, como efecto secundario? La respuesta es sencilla. Preguntarte solo un par de cosas. ¿Tienes tú de esas fotos? ¿Tienes algunas de ese estilo entre aquellas en que apareces en Marruecos, en Panamá o en esas localidades perdidas, en México? ¿Conoces tú, la vida?

domingo, 24 de julio de 2022

Antes pagaban por donar sangre.


Antes pagaban por donar sangre.

Lo hacían al menos en una clínica privada en la que yo donaba dos veces al mes.

Podías hacerlo firmando unos cuantos papeles y pasando un breve chequeo médico.

Solo una vez, recuerdo, no me permitieron donar.

Me dijeron que esperara una semana y no habría problema.

Recuerdo que, en esa oportunidad, quería el dinero para comprar un libro de Carlos Fuentes.

Era una primera edición, a muy bajo precio, que estaba entre los saldos de una librería pequeña.

Como de todas formas quería el libro, fui hasta el lugar a tratar de esconderlo.

A dejarlo tras otro montón de textos, me refiero, para evitar que alguien más pudiese comprarlo.

Mientras lo escondía, descubrí otros que también me interesaban.

Uno de Salvador Sainz, otro de José Agustín, un par de Agustín Yáñez.

Puros mexicanos, pienso ahora.

En ediciones Joaquín Mortiz.

Los escondí todos, por supuesto.

Pasaron los días.

Antes que se cumpliese la semana fui nuevamente a la clínica.

Llevaba también un par de libros que pensaba vender, para completar el pago por los que quería.

La encargada del chequeo se rio al verme y me preguntó por qué tanta insistencia.

El dinero que pagaban no era mucho, además.

Mientras llenaba nuevamente los datos le conté de Cambio de piel, de Se está haciendo tarde, de Ojerosa y pintada

Como no había nadie más (yo iba a primera hora), supongo que le hablé bastante de ellos.

Incluso cuando estaba en la camilla, seguí haciéndolo.

Luego me quedé a solas, bombeando sangre.

Al salir, ella dijo que tenía algunos libros que me podía donar.

Yo le agradecí, pero le dije que no me gustaba obtenerlos de esa forma.

Además, bromee, solo se podía donar sangre en ese sitio.

Entonces me fui.

Ahora que lo pienso, tal vez no debí decir “donar”, en ese caso.

sábado, 23 de julio de 2022

Inmune.


I.

Lo intentaron matar con pequeñas dosis de cianuro.

Pero, al parecer, se acostumbró al cianuro.

Se cuerpo volvió inmune, digamos.

¡Pobrecito…!

Evadió al destino, pero sin mérito.

Su cuerpo se volvió inmune.


II.

Como no entendió su desgracia y se vanaglorió de ella.

Insistió, ahora él, con otras fórmulas y venenos.

No detallaremos cuáles.

Puede el lector, si gusta, cambiar por otra la palabra cianuro en la primera sección.

Y entenderá de qué hablo.

Siguió así, sin entender su desgracia y hasta acrecentándola.

Y se vanaglorió de ella.

Digamos a su favor, no obstante, que nadie la entiende.


III.

¡Pobrecito…!

Acrecentó sus años bajo el peso del orgullo.

Seguro de su inmunidad y de sus actos.

Como si cada año transcurrido fuese además una hazaña.

¡Pobrecito…!

¡No hay mérito en ello…!, debimos advertirle.

Pero no dijimos nada.

Digamos a nuestro favor, de todas formas, que no nos hubiese escuchado.


IV.

Pasó el tiempo.

A veces, miraba extrañamente las palmas de sus manos.

Como si en las palmas de sus manos hubiese ojos, que observasen también su rostro.

Y el mundo se volcó sobre sí mismo, y se encorvó.

Como la espalda de un viejo.

¡Pobrecitos…!

El mundo y él, por supuesto.

¡Pobrecitos ambos…!

viernes, 22 de julio de 2022

Una situación.


I.

Cuando desperté ya había amanecido.

Frente a mí, dos personas esperaban.

No recuerdo cómo vestían.

Se acercaron.

Me entregaron una hoja, con mis datos.

-Usted nos dice si están bien – me dijeron.

No entendía bien qué sucedía.

Revisé mis datos.

Supuse que preguntaban por ellos.

Los leí una vez más.

-Están bien -les dije, aunque no estaba seguro.

Les devolví la hoja.

Ellos se fueron.

Luego volví a dormir.


II.

Cuando desperté nuevamente era de noche.

Como no tenía hambre pensé que tal vez había despertado antes y había comido.

También pensé que me había bañado, pues notaba el cuerpo limpio.

Puede que todo esté bien, me dije.

Tal vez haya sido un día normal y hasta haya ido a trabajar.

Luego me intranquilicé un poco pensando en el trabajo.

No lograba recordar si tenía algo pendiente, ni siquiera algún horario.

No recordaba, de hecho, en qué trabajaba.

Tal vez no lo recuerdo porque todo está bien, me convencí.

Si hubiese algo urgente, sin duda lo recordaría.


III.

Ahora estoy despierto, pero aún no abro los ojos.

Intento escuchar algo, adivinar que habrá, cuando los abra.

Intento pensar eso sin valorar las opciones.

No se trata de escoger, además, sino de aceptar aquello que -supongo-, yo mismo he construido.

Respiro pausadamente.

Dejo pasar un rato más, antes de abrir los ojos.

Luego no hay vuelta atrás, me digo.

Cuento hasta seis.

Entonces, los abro.

jueves, 21 de julio de 2022

Si te sigues sintiendo así.


-Y si te sigues sintiendo así -dijo ella-, recuerda que siempre puedes recortar palabras de un libro.

-¿A qué te refieres? -preguntó él.

-A lo que dije, precisamente, a cortar palabras de un libro -repitió ella.

Como él no parecía conforme, ella intentó explicar:

-No digo que sean necesarias grandes frases -dijo-, aunque pueden serlo, por supuesto…. Tómalo como un juego, uno difícil de descifrar, de esos que uno juega sin saber muy bien las reglas...

Él la observaba sin cambiar su expresión.

-Toma una frase cualquiera o una palabra -siguió ella-. De un libro cualquiera, también, al azar… no busques los menos valiosos, arriésgate con uno de esos grandes… uno de Dosto, por ejemplo, no tengas miedo. Yo creo que hasta funciona mejor si te arriesgar a cortar en esos…

Ella guardó un breve silencio como si reflexionara sobre lo que estaba diciendo.

-Sí, creo que es mejor si buscas los valiosos -siguió-. Recorta por ejemplo las primeras ediciones… Siempre frases al azar, palabras, signos sueltos. No las escojas, solo corta. Luego guarda el libro y observa lo extraído. Observa lo extraído individualmente y en su conjunto… En su nuevo conjunto… Y disponlos entonces como quieras formando una nueva unidad.

-¿Armando con ellos una historia? -preguntó él.

-No… -lo corrigió ella, de inmediato-. No una historia, nada con sentido previo… Olvida la lógica. Ordénalos como si quisieras construir una especie de planeta, pero un planeta artificial… Reúnelos, simplemente, ponlos en contacto…

-¿Como un planeta artificial? -interrumpió él.

-Claro, artificial dijo ella-. Artificial, pero no muerto. Después de todo las palabras son de Dosto o de un tipo similar… y además desde un planeta artificial también puede surgir algo vivo, ¿no crees? Algo natural, me refiero.

-¿Algo natural desde un planeta artificial?

-Exacto -dijo ella, mostrándose contenta-. Pero hazlo solo si te sigues sintiendo así… como un último recurso. No es mi idea que los recortes porque sí, solo que sepas que son también un recurso y que hay cosas más valiosas… Más valiosas porque deben mantenerse como totalidad… íntegramente, digamos…

Él la miró largamente, tratando de entender qué era lo que realmente ella quería decirle. Y por qué.

-De todas formas no tienes que preocuparte -dijo entonces él-. Es solo un futuro prometedor que se retrasa, nada más. No será necesario cortar nada…

Ella también lo observó.

Pasaba el tiempo.

El libro de Dosto, en la biblioteca, desesperaba.

miércoles, 20 de julio de 2022

El tren no se descarrila porque quiere.


I.

Algunos culpan al tren, pero el tren no se descarrilla porque quiere.

Aclaro que no se trata de una metáfora para quitar responsabilidad a alguna persona X que por alguna razón se descarrile y salga de la norma.

Hablo en realidad de una cosa tan abstracta que tal vez sea mejor quedarnos únicamente con la imagen del tren, evitando extrapolaciones:

El tren no se descarrila porque quiere.


II.

Tampoco se descarrila por el estado de las vías.

Aunque estas se encuentren dañadas, el tren no se descarrila por eso.

Más bien se descarrila -digo ahora, para no extenderme-, por el ir y venir de un lado a otro.

O porque lo llevan más bien de un lado a otro.

Porque sin razones claras, lo llevan.

Y el tren no exige, por supuesto, conocer un para qué.


III.

Aclaro, por último, que no he valorado acá el hecho mismo del descarrilamiento.

No he dicho que sea malo o bueno ni tampoco necesario, un hecho de ese tipo.

Me limito a expresar únicamente que no descarrila porque quiere.

Y que, si ha de cargar una culpa, esta debe ser de otra naturaleza.

Una culpa esencialmente propia, en principio.

Una de esas que incluso hace bien cargarlas.

Después de todo, ¿qué hace realmente el tren porque él mismo quiere?

¿Se han preguntado eso alguna vez?

Ahora recién, si quieren, pueden considerar al tren como una metáfora.

martes, 19 de julio de 2022

El resumen de todo fueron dos pastillas.


-El resumen de todo fueron dos pastillas -me dijo-. Y parto del resumen porque no me interesa contar la historia, los síntomas, el diagnóstico y todo aquello que ocurría en esa época. Además, de cierta forma, lo he ido olvidando. Así, lo que quedó de todo eso, en mi memoria al menos, fueron estas dos pastillas. O cápsulas, más bien. De colores distintos cada una, igual que en matrix, solo que en mi caso no podía elegir, pues me debía tomar las dos. Una no servía sin la otra, me advirtieron. Y podía terminar mal si olvidaba aquello.

-¿Regulaban el efecto entre ambas? -pregunté.

-Supongo que sí -continuó-. Supongo que cada pastilla tenía un efecto contrario… Después de todo, así es como manejan el ánimo… desequilibran hacia un lado y luego hacia el otro para finalmente encontrar un equilibrio. Suena raro cuando lo dices, pero debe funcionar así... O al menos a mí me funciona…

-¿Todavía las tomas? -interrumpí.

-Sí -contestó-. Todavía y sin falta. Voy cada tres meses al doctor para que me dé la orden y comprar otras cajas. Apenas ha habido cambios. Creo que una varió la presentación nada más, pero en el fondo son lo mismo. Son mis ascensores: una me sube y la otra me baja, pero al final siempre me dejan en mi piso…

-¿Y estás seguro que es tu piso?

-Es en el que me bajo hace ya bastante tiempo -señaló, riendo-. Así que, si no lo era, ahora es mío.

-¿Expropiado, entonces? -pregunté.

-Expropiado -me dijo.

Pero no entendió.

lunes, 18 de julio de 2022

Un ejemplo.


-Mira -dijo J., intentando explicar su punto-, te voy a dar un ejemplo: en ese entonces tenía yo un cajón para las poleras que no debían ser vitas. Ya sabes… esas que usaba debajo de otras cosas. Un cajón en el que solo guardaba las que estaban más gastadas o simplemente no me gustaban... Todo un cajón destinado a ellas.

-¿Y? -dijo M.

-Pues eso… -siguió diciendo J., como si su explicación fuese obvia-. Lo que pasa es que le dedicaba un cajón entero a ese tipo de cosas, pero a las poleras que me gustaban no les dedicaba ninguno… estaban todas arrojadas sobre alguna silla, mueble o derechamente sobre el piso…

-Sigo sin entender -lo interrumpió M.

-Es que no quiero que entiendas -dijo J.-. Quiero que sepas los datos, principalmente. Datos que además son un reflejo de eso otro que te quiero explicar. Y el dato en este caso es relevante…

-¿El dato es que le dedicabas un cajón a las poleras que no debían, según tú, ser vistas? -preguntó M., tratando de seguirlo.

-No exactamente -dijo J.-. El dato esencial es que el único cajón que destinaba a guardar ropas, lo ocupaba con poleras que no debían ser vistas…

-¿Y las demás ropas, entonces…?

-En el piso, como te decía, o en cualquier sitio, amontonadas…

Ambos se quedaron un momento en silencio.

J. miraba a M., esperando algún signo de comprensión.

En vez de eso, M. preguntó:

-¿Y los otros cajones?

-¿Qué otros cajones? -dijo J.

-Supongo que tenías más cajones en tu pieza -dijo entonces M.-, o en tu casa…

-Claro -contestó J.-. Claro que había más cajones.

-¿Y qué guardabas en ellos?

-Pues ya sabes… libros, revistas, apuntes… esas cosas… -contestó J.

M. lo miro fijamente, como si analizase los datos que había reunido.

J. lo miraba a su vez, como si quisiese ser leído.

-Creo que entiendo, dijo entonces M.

J., sin entender, sonrió.

domingo, 17 de julio de 2022

Otro fondo, tras el fondo.


Cuando fui a vacunarme me dijeron que ya había ido. Y no se referían a la dosis anterior, sino que, en los registros, aparecía que me habían vuelto a vacunar recién hace un par de días. En esa misma sede. Yo alegué, por supuesto, explicando que aquello era imposible, pero ellos insistieron tanto que terminé creyéndoles. Hice espacio en mi mente, supongo, para incluir aquellos hechos que aparecían en sus registros y los dejé como una posibilidad, de la que poco a poco comencé a convencerme. Tanto así que incluso, por momentos, sentía que me dolía el brazo. Donde supuestamente me habían vacunado, me explico.

Siempre hago eso, por cierto, cuando ocurre algo así. No de gusto, aclaro, pero mi mente trabaja de esa forma. No es algo voluntario, me refiero, y sé también que no es adecuado ni sano, pero ese es el modo en que ocurre. Ahora lo explico de esta forma porque trato de entenderlo, pero sé, por supuesto, que no está bien. Y en el fondo (en el verdadero fondo, me animo a decir), sé también lo que es verdad.

El punto es que apenas pensado esto -o escrito en este caso-, no borro completamente la otra posibilidad. La dejo ahí, como en un posible doble o tercer fondo. La veo absurda, en principio, pero solo hasta que vuelve a aflorar. Y esto ocurre cuando estoy en silencio. Cuando mi mente trabaja por sí misma y no se preocupa tanto de lo absurdo que serían sus concusiones para los demás.'

Así es como escribo y dejo de escribir, en ocasiones. Y tal vez sea también la forma en la que vivo. Creyendo totalmente en una cosa y creyendo luego en otra. Viviendo plenamente, pero solo en posibilidades. Teniendo la fe absoluta, pero fijada en algo apenas posible. En algo que deja la posibilidad de otra verdad, siempre más al fondo. Y es que el fondo, como ven, siempre revela otro fondo. O puede hacerlo, al menos. Y solo entonces, por último, estaría el corazón.

sábado, 16 de julio de 2022

¿Qué le pasa a su perro?


Ocurrió hace muchos años. En Portugal.

Solo estuve unos días, pero me gustaba ir temprano a las panaderías. Como un habitual. La gente se mostraba agradable y todo era calmo. Podías sentarte ahí mismo y comer algo, o simplemente observar.

Una mujer joven con un perro, por ejemplo, en la mesa contigua. Y otra mujer que se le acerca.

La conversación parece seca, áspera incluso, pero se matiza con los gestos amables de las dos mujeres, la luz de la mañana y el ritmo del lugar.

-¿Qué le pasa a su perro? -pregunta la mujer mayor-. ¿Está triste?

-No. No se preocupe -dice la otra sonriendo-. Es así.

-¿Se alimenta bien?

-Sí, todo bien con el perro. Solo tiene esa expresión, pero siempre la tuvo. Está bien.

La mujer mayor se acerca al perro y se agacha para hacerle cariño y observarlo de cerca.

-Disculpe que insista, de verdad no quiero molestar, pero… ¿cómo sabe que está bien?

-Porque vivo con él, señora -dice la joven, riendo-. Hace años que lo cuido. No tiene nada extraño.

-Pues yo creo que para asegurarse debería llevarlo al veterinario… -insiste la señora-. Mi sobrino es veterinario, y podría atenderlo gratis, si quiere… Podemos levarlo juntas si quiere…

-¿Por la expresión, únicamente, dice usted?

-Sí, porque parece triste.

-Pero si tiene derecho a estar triste -dice la mujer joven, sonriendo-. O a parecerlo, al menos… Mire, ya ve como mueve la cola, aunque tenga la misma expresión…

-Sí, es cierto… visto desde atrás es un perro feliz -admite la señora-. No la molesto más. Disculpe…

-No es molestia -dijo entonces la mujer joven, mientras la otra se va.

Luego de un rato, la joven también se pone de pie, y comienza a alejarse, con el perro.

Eso recuerdo, cuando pienso en Portugal.

viernes, 15 de julio de 2022

Más tonto y más viejo.


No lo reconocí, en primera instancia. Íbamos hacia el metro, caminando juntos, y solo cuando me fijé que llevaba un libro de Jenofonte, lo reconocí.

-Más tonto y más viejo, -me dijo-. Soy yo, pero más tonto y más viejo.

Y claro, nos saludamos como viejos amigos.

Entonces, bajamos las escaleras, hacia el subterráneo. Íbamos en la misma dirección.

Hablamos de cosas vagas. Recuerdos breves. Entrecortados. Tuvimos algo de tiempo pues dejamos pasar dos trenes que venían llenos.

Yo también llevaba un libro, pero no recuerdo de qué.

Me preguntó sobre mi hijo.

Hablamos brevemente sobre una chica.

Comentó que había dejado de escribir hacía ya cuatro años.

Noté que parecía aliviado al decir esto.

-Te imaginaba más o menos así -recuerdo que me dijo, en un momento.

-¿Así cómo? -pregunté.

-No sé decirlo bien -comentó-. Ya te dije que estoy más tonto y más viejo.

Entonces llegó a la estación un tren que iba más vacío.

Decidimos subir.

Íbamos de pie, uno junto al otro, rodeados de otra gente.

-Si quieres intercambiamos libros -me dijo.

Como no sabía si bromeaba, contesté que no era mío, y sonreí.

Él se bajó en la estación siguiente.

-Más tonto y más viejo -volvió a decir, mientras bajaba.

Yo lo dejé partir.

jueves, 14 de julio de 2022

Según su lógica.


I.

No entendía por qué se reventaban los globos. Según su lógica, el aire debía salirse, simplemente, como en una fuga de gas. Tras escucharlo, le dimos explicaciones físicas y hasta buscamos videos que aclarasen el fenómeno, pero siguió diciendo que aquello era algo que no debía ocurrir. No según su lógica, al menos. En este sentido, desestimó nuestras explicaciones argumentando que eran posteriores al fenómeno. Una justificación, apenas. Algo así como una disculpa, nos dijo. Luego se fue.


II.

Tuvimos discusiones similares en otras ocasiones. No es que buscásemos tenerlas, pero llegaban igualmente. Por lo general, todo estaba bien hasta que el funcionamiento de algo, o la forma en que se producía un fenómeno le parecía extraño y entonces volvía a lo mismo. A que algo estaba mal, según su lógica. O su funcionamiento era erróneo. La forma en que se enciende un fosforo. Las vibraciones del celular. O hasta el nacimiento de un bebé. Entonces nosotros intentábamos explicar y él nos acusaba de disculpar al hecho. De justificar una manifestación errónea. Y de no tener, en última instancia, una lógica propia. Luego se iba, por cierto, como si hubiese querido tener siempre la última palabra.


III.

Una vez le reclamamos seriamente. Tenía derecho a tener su propia lógica, le dijimos, pero no a dejarnos abruptamente, al final de cada discusión. Le exigimos, entonces, que nos dejase alguna vez tener la última palabra. Tal vez así desarrollaríamos nuestra propia lógica, agregamos. Esa que él nos exigía.

Nos escuchó en silencio, aquella vez, sin decirnos nada. Nos preguntó si diríamos algo más. Dijimos que no. Luego se fue.

Solo entonces, recordé que yo me había echado un globo en un bolsillo, justamente para explicarle algo.

miércoles, 13 de julio de 2022

Una historia hueca.


Permanecía ahí. No estaba intranquilo. Lo había decidido ya. Permanecería ahí. No intentaría defenderse. Y es que estaba, diríamos, dispuesto a morir. Bien dispuesto, incluso. Sin asuntos pendientes con nadie salvo los típicos asuntos pendientes que tenemos siempre con nosotros mismos. Y esos asuntos, aunque queramos, no logran igualmente resolverse. Por eso permanecía ahí, y seguiría estándolo. Porque había intuido aquello. Porque, aunque escuchaba los pasos acercándose y sabía que estaban armados y a qué venían, no pensó en ningún momento que la opción de huir o enfrentarse a ellos pudiese tener alguna ventaja sobre aquella otra que ya había elegido. Como ven, no había historia posible. No había posibilidad alguna de conflicto si aquel al que iban a asesinar estaba dispuesto a dejarlos venir. Lo sabía él, si era honesto y lo sabía también el narrador, que trataba ciertamente de serlo. Yo mismo, que observaba al protagonista pusilánime y al narrador ídem me contagié un poco con todo aquello. No me defendí, me refiero, de esas frases hechas para contar una historia que no tenía historia. Así, más que los hombres que ahora empuñaban sus armas, el verdadero asesino era el desgano general… el honesto desgano con que alguien que no quiere defender su vida se declara incompetente ante el narrador que tampoco cree ya en sus palabras y nos entrega todo demasiado crudo. Incomible, digamos. Un trozo de madera sin conflicto. Sin principio, medio ni fin. Una historia hueca, en definitiva. Hueca, pero al mismo tiempo sin un espacio real para ponerle nada dentro. Por eso él, tal vez, permanecía ahí. Esperado el fin. Aunque este -por carecer de inicio y de medio, probablemente-, no llegaría nunca.

martes, 12 de julio de 2022

Arrendamos un cine por un mes.


Arrendamos un cine por un mes, para poder ver en él las películas de Truffaut.

Desde la medianoche hasta el mediodía, lo arrendamos.

Era un cine viejo que programaba dos funciones diarias.

Casi nunca iba gente a aquel cine.

Lo arrendamos por un precio módico, sin derecho a vender entradas, pero aceptamos pues nos servía para dormir.

Incómodos, es cierto, pero también es cierto que podías dormir tranquilo en aquel lugar.

Nunca reflexioné por qué, pienso ahora, pero sin duda podías hacerlo.

No tenía cocina, pero llevábamos un hervidor y cosas para comer, cada noche.

Yo escondía el hervidor debajo del segundo asiento de la octava fila.

Nunca, que yo sepa, lo descubrieron.

Lo arrendamos en principio por un mes, pero lo cierto es que fuimos renovando el acuerdo por casi un año y medio.

Me duchaba donde mis padres y lavaba mis ropas en la casa de un amigo.

Fue una buena época.

Terminamos con Truffaut y seguimos con Godard, con Varda y con Jacques Demy.

También veíamos otras cosas, pero los nombro a ellos porque le dieron cuerpo a ese tiempo.

Cleo de 5 a 7, incluso, le dio alma.

Antes de irme, definitivamente, vi tres noches seguidas Los paraguas de Cherburgo.

Ya llevaba un mes solo, por ese entonces.

Entonces me ofrecieron quedarme gratis y hasta pagarme un pequeño sueldo por hacer de guardia en aquel lugar.

No acepté, por supuesto.

Tampoco volví a ir, nunca más, por esa zona.

Nuestros nombres quedaron escritos, muy pequeños, en un muro oculto por una cortina.

No sé si aún existe, aquel muro.

lunes, 11 de julio de 2022

Seis errores graves cometió la griega.


Seis errores graves cometió la griega.

Probablemente tuvo varios más, pero lo cierto es que le perdí la pista.

Me asignaron observarla, porque tal vez… porque bueno…

Porque cabía la posibilidad, me dijeron.

Pero no creo, realmente, que haya sido ella.

Le perdí la pista, es cierto, pero es una conclusión válida, no una excusa.

Y es que los errores de la griega, a todas luces, eran demasiado comunes.

La revelaban incapaz, digamos, de cargar el peso con el que querían cargarla.

La griega era más sencilla.

Más simple para vivir y para errar.

Menos pretenciosa y capaz de lo que podía parecer a primera vista.

Seis errores graves le conté, y eso que se me perdió de vista.

Nunca sospechó, supongo, que la estaba observando.

Fue un procedimiento a distancia, indirecto en ocasiones… bien realizado.

Una evaluación limpia, en definitiva.

De hecho, pienso ahora, ella ni siquiera supo realmente, quién era yo.

Y no me refiero, simplemente, a que no haya sospechado que me había sido asignada.

Me refiero que no supo bien quién era yo.

De una forma parecida a la que, durante sus errores, desconocía también quién era ella misma.

Seis errores graves le conté, finalmente.

Esa será la primera frase de mi informe.

domingo, 10 de julio de 2022

Tarde o temprano se queman los templos de madera.


I.

Tarde o temprano se queman los templos de madera.

Y arden hasta desaparecer si no se detiene el fuego.

Puedes observarlos quemarse,
y a menos que el fuego lo hayas iniciado tú,
nadie puede culparte de nada.

Esas son las reglas.

Y hasta las leyes, en este sentido, son claras.

Por otro lado,
casi nunca hay víctimas, si te fijas,
cuando se queman templos.

El olor a carne quemada
viene siempre de otros sitios.


II.

Tarde o temprano se queman los templos de madera.

Y no es delito observar cómo se queman.

Creas o no creas, en el dios venerado en aquel templo.

Puedes observar, digamos, sin cuidado.

Puedes oír incluso cómo cruje la madera.

Y mostrarte impasible ante las llamas.

Igualmente no es delito.

Todos lo saben, aunque nadie hable de aquello.

Si alguien llora lo hace en silencio
y aprovecha, creo yo,
de llorar por otras cosas.


III.

Tarde o temprano se queman los templos de madera.

Y cuando esto ocurre,
si te fijas,
es muy extraño escuchar un grito.

Las personas observan simplemente
como si hubiesen chocado en la avenida
dos coches vacíos.

Nadie pierde nada, realmente.

Lo que había en el templo, digamos,
no te pertenece.

Es solo un hecho que debía pasar.

Una consecuencia, no una causa.

Y el fuego, entonces…

El fuego.

sábado, 9 de julio de 2022

Cuando se deja de mover.


I.

Cuando el mono se deja de mover,
se transforma en hombre.

Cuando deja atrás los árboles y los chillidos
y su rostro parece un poco triste.

La ecuación es simple.

Ni siquiera es evolución.

Es cansancio, tal vez.

O es tristeza.

Indicadores evidentes, en definitiva.

No hay que darle más vueltas al asunto.


II.

Darwin no sabe.

O sabe poco.

Me atrevería a decir, incluso,
que apenas intuye.

Observa todo todavía sin bajar
completamente del árbol.

Y desde ahí la perspectiva
probablemente lo confunda.


III.

Yo, en cambio, no me confundo.

Estoy demasiado cansado, para confundirme.

Guardo energías, simplemente,
para denunciar la confusión de otros.

El exceso de fe.

El fanatismo que te aleja de ti mismo.

Y es que esa es,
si lo piensas,
la confusión de Darwin.


IV.

Cuando el mono se deja de mover,
se transforma en hombre.

Esto es cierto.

Pero han pensado en qué se transforma el hombre
cuando se deja de mover.

Ciertamente no en un mono, por supuesto.

Ciertamente no en un mono.

Y es que la ecuación es simple,
pero no es tan simple.

Y la perspectiva correcta, sin duda,
pasa a ser la de aquel hombre.

Eso es todo.

No hay que darle más vueltas al asunto.

viernes, 8 de julio de 2022

Un montón de árboles que se plantaron alineados.


Detrás de esa cerca,
hay un montón de árboles que se plantaron alineados
como si fueran postes.

Son muy altos, por cierto, aquellos árboles.

El otro día, no sé bien por qué,
crucé la cerca
y me subí a uno.

Sin pensarlo,
me subí a uno.

Y entonces, desde ahí,
observé algunas cosas.

Escenas que en principio parecían inconexas,
pero que, tal vez,
existían también de forma alineada
como estos árboles.

Escenas que podría detallar,
pero lo cierto es que no creo que contengan
en sí mismas,
significados trascendentes.

No obstante, de entre todas,
describo brevemente la que me pareció más extraña:

Un pájaro que volaba demasiado alto
cagó sobre otro pájaro
que volaba más cerca de la tierra.

Esa es la escena que, de entre todas,
me pareció más extraña,

No trascendente, pero sí extraña.

Desde la cima de un árbol,
les recuerdo,
pude ver aquello.

Desde una cima que estaba en línea
junto a otras cimas,
como si fuesen cimas de postes.

Desde ahí, antes de bajarme,
vi moverse una sombra, 
al otro lado de la cerca.

Y se escuchó entonces una voz.

Parece que va a llover, dijo la voz.

Miré con atención.

La voz venía desde el interior de un hombre
que ya estaba empapado.

Y efectivamente, 
poco después, 
comenzó a llover.

Intensamente, comenzó a llover.

En ambos lados de la cerca.

jueves, 7 de julio de 2022

No todo es lo que parece.


No todo es lo que parece.

Eso se dice, por supuesto, pero en el fondo no se sabe.

Y es que, como ven, no todo es lo que parece.

Ejemplos hay muchos.

O pareciese, al menos, que hay muchos.

Tantos que no hay necesidad de enumerar aquí.

De hecho, aquí,
lo que se busca validar
casi siempre es otra cosa.

Algo tangencial, habitualmente.

Algo que no parece ser lo esencial, en un inicio.

Aunque claro, el enunciado central suele ser aplicable
a tantos fenómenos que uno se tienta.

Pero no todo es lo que parece.

Puede usted pensar eligiendo cosas.

Objetos, sensaciones, nombres, realidades.

Elija usted, con confianza.

Luego agregue el enunciado inicial de este texto:

No todo es lo que parece.

Y deje reposar unos segundos.

¿Lo hizo?

¿No lo hizo?

¿Le asusta hacerlo?

Si es así le recomiendo ir mezclando frases.

Luego de una seria, me refiero, piense usted en una más liviana.

Más ridícula, incluso.

Más absurda.

Si la ducha está llena de pelos, diga usted,
no es porque me dedique a bañar gatos.

Luego, le recomiendo una última vuelta a las palabras.

Una pultim mirada.

Observe el texto completo, idealmente.

No importa si ahora entiende algo distinto.

Recuerde que las cosas no son lo que parecen.

Y es que los trenes llegan puntualmente,
sin duda,
pero no sabemos dónde.

Está bien así.

¿No te parece?

miércoles, 6 de julio de 2022

Una cosa negra que al final era un gato.


Vino una cosa negra que al final era un gato. Yo estaba ahí. Primero no sabía, pero después sí. Primero cosa negra y después gato, me refiero. ¿Entienden lo que digo?... Por si acaso, aquí va otra vez: Vino una cosa negra que al final era un gato. Disculpen que me repita, pero es por si no se entiende. Por si yo no entiendo, me refiero, también. Y es que me confundo, con todo esto. Hay barro y nubes negra y después lluvia. Y entonces más barro y frío y eso confunde. Y además, por supuesto, una cosa negra y un gato. Como no estoy bien alguien me acerca a una muralla bajo un alero. Está todo empapado, escucho que dicen. Se van entonces, o no sé. Para que regresen les hablo de la cosa negra que al final era un gato. Pero no regresan. Igual que el gato, no regresan. El mismo gato, digo yo. Me refiero a que luego el gato se fue y quedó, sin embargo, la cosa negra. La cosa negra que ya no era un gato y que estaba ahí. Que permanecía ahí, luego de haber llegado. Que no se iba. ¿Quién soy yo?, digo yo.

martes, 5 de julio de 2022

¿Has sabido algo de C.?


I.

Hablé con P., el otro día.

No lo veía desde hacía tiempo, así que me acerqué a saludar.

Hubo un tiempo en que hablaba harto con él.

-¿Has sabido algo de C.? -le pregunté.

-No mucho… -me dijo-. Desde que apareció en tv nunca volvimos a hablar.

-¿C. apareció en tv?

-Sí… hace unos meses.

-¿Y qué pasó…? ¿Se hizo famosa y se le subieron los humos a la cabeza?

-No, no es eso -contestó P.- Ella apareció en las noticias. Cuando dijeron que encontraron su cuerpo en la montaña. Mostraron varias fotos antiguas. En una parece que salía contigo.


II.

Yo no sabía que C. había muerto, hasta que hablé con P.

Él me lo contó exactamente como lo describo arriba. No exagero.

Sé que P. no quiso ser cruel, ni bromear y que todo se debe a su condición, pero me molesté de igual forma.

Tal vez simplemente preferí enojarme que entristecerme, ante lo ocurrido.

O elegí enojarme, tal vez, en vez de acercarme a otra sensación de la que no quería ser consciente.

P. detalló un poco más la situación.

-C. se perdió y cayó por un barranco -me dijo-. La encontraron con perros.

Se quedó en silencio.

-A ella le gustaban más los gatos -comenté, sin pensar demasiado.

-Sí, pero la encontraron con perros -dijo P.-. En las noticias no dijeron el nombre de los perros.

-Nunca lo dicen -dije yo.

Nuevamente nos quedanos en silencio.

Esto es cierto, pensé tras unos segundos.

Luego me fui del lugar.

lunes, 4 de julio de 2022

Una buena persona.


Ella dijo que él le parecía una buena persona. Que lo había visto dormir y que él lo hacía plácidamente, como si no tuviese preocupaciones. Que parecía descansar tranquilo. Como si todo estuviese bien.

-¿Y eso simplemente lo hace una buena persona? -le pregunté, algo molesto.

Ella se rio. Dijo que sí. Admitió que probablemente era solo una impresión y que el argumento no era tan sólido. Pero de todas formas insistió en su tesis.

-No suelo equivocarme -me dijo-. Siempre que veo dormir a alguien puedo reconocer si es un buen o mal tipo. Hasta ahora me ha funcionado.

Yo me quedé callado. Calculando, tal vez, a cuantos tipos había visto dormir y tratando que no me importara aquello. Supongo, en todo caso, que no disimulé muy bien.

-Yo duermo poco -le dije-. A veces ni siquiera duermo. No sé si duermo bien o mal, pero supongo que sé, mientras duermo, que todo no está bien. Supongo que lo encontrarás amargado, pero lo siento de esa forma. Da lo mismo donde mire. Todo no está bien. No es que haya que desvelarse por eso… pero pensar lo contrario no me convierte, necesariamente, en un buen tipo…

Nos quedamos en silencio.

-De todas formas, no dije que fueses un mal tipo -comentó ella, luego de un rato.

-Es cierto -admití-. No lo dijiste.

Luego nos despedimos.

La veo todavía, de vez en cuando.

Nunca volvimos a hablar de un tema similar.

Ambos nos miramos, supongo, con cierta desconfianza.

domingo, 3 de julio de 2022

No pesa tanto el martillo de Thor.


I.

No pesa tanto, el martillo de Thor.

No pesa tanto, como dicen.

Está caliente eso sí, pero no pesa en demasía.

De hecho, una vez te acostumbras al calor,
el dolor cesa de inmediato.

O la percepción del dolor, al menos.

Incluso, si lo piensas, en el fondo son lo mismo.

Dolor y percepción del dolor, me refiero.

De eso hablo.


II.

Tampoco es práctico el martillo de Thor.

O no es tan práctico, al menos.

Es decir, puedes usarlo como cualquier otro martillo.

Pero si es así, debiese uno reflexionar un poco más.

Me refiero a concluir, por ejemplo, que no necesitabas el martillo de Thor.

Y que bastaba, tal vez, con cualquier otro.

Además, tampoco te conviertes en Thor, si sostienes su martillo.

Sigues siendo tú mismo, me refiero, con el martillo de Thor.

Lo portas apenas como un símbolo, de algo que no comprendes.

Lo portas como un símbolo.


III.

¿Y el martillo de Thor?

¿Qué ocurre con el martillo de Thor mismo?

Da lo mismo quien lo porte.

¿Qué ocurre con el martillo de Thor?

¿Dónde se deja cuando alguien no lo porta?

¿Tiene un sitio destinado para su existencia, como creemos tener nosotros?

Parecen varias preguntas, es cierto, pero en el fondo son una.

Simplemente una.

Del mismo modo que el dolor y la percepción del dolor, eran también indivisibles.

De eso hablo.

sábado, 2 de julio de 2022

Murieron después, los delicados.


I.

Murieron después los delicados.

Se cuidaron más.

Se resguardaron mientras los otros se expusieron.

Se alejaron del peligro.

Se protegieron ante cualquier amenaza.

Su vida actual, como ven, es el resultado de una ecuación simple.

Ahí están; pueden verlos, en el mundo.

Se parecen al resto, cuando no te fijas bien.

Se camuflan, digamos, entre los otros.

Se protegen, entre ellos.

Ahí están.

No los juzgo.

Los expongo, eso sí, a la vista de los otros.

Trato de hacerlos evidentes.

Los señalo ante otros que también son, probablemente, delicados.

Otros que son y no lo saben.

Y no quieren, por supuesto, saberlo.


II.

Ahora pensemos:

¿Hicieron bien los delicados?

No me refiero solo a si eligieron bien.

Soy incapaz de juzgar, aclaro, su voluntad de permanecer.

Dicho esto, repito la pregunta:

¿Hicieron bien, los delicados?

Nótese que uso el verbo hacer con propiedad.

Con su significado más esencial, digamos.

¿No me expliqué bien?

Hablo de hacer el bien, derechamente.

Aunque incomode hablar de aquello, que prácticamente nadie habla.

No los acuso, solo pregunto.

¿Hicieron bien, los delicados?

Y es que murieron después, eso es un hecho.

Permanecieron.

Pero la pregunta es otra.

Siempre, cuando hablamos de verdades, la pregunta es otra.

Y responderla, por supuesto, no es de delicados.

Más aún:

Ni ellos, ni nosotros, queremos responder.

viernes, 1 de julio de 2022

Prohibido pintar las figuras de yeso.


I.

Debiese estar prohibido pintar las figuras de yeso.

No digo que sea por ley, como una imposición, pero sin duda debiese estar prohibido pintarlas.

Me refiero a que debiese ser algo aceptado por todos.

Comprendido por todos.

Saber que están bien así.

No digo blancas, sino de color yeso.

Y es que son de yeso...

O son yeso, más bien.

Ya son lo que son, digamos, antes de ser pintadas.

Eso es algo que debiese -pienso yo-, ser comprendido por todos.


II.

De paso, también debiese prohibirse habitar otros planetas.

Visitarlos incluso debiese prohibirse.

Y hasta posarse en ellos.

Aunque para la mayoría de nosotros no nos resulte posible,
es algo que debiese prohibirse.

Comprender, me refiero, que están bien así.

Que su existencia y nuestra existencia no se intersecan.

Y que las líneas de las existencias de todos, en definitiva, son paralelas.

Y aceptar, en consecuencia, que no se topan en punto alguno.


III.

Ahora, si pensamos exclusivamente en el planeta que habitamos.

Y lo pensamos desde las prohibiciones.

Debiésemos prohibir, de paso, las grandes construcciones.

Prohibirlas no con criterios cuantitativos eso sí,
sino evaluando si son realmente indispensables.

Por lo mismo, debiesen también prohibirse las casas en los árboles.

O incluso, ya que estamos acercándonos al ideal,
debiese estar prohibido hacer casas, derechamente.

Un jardín apenas, tal vez, podría aceptarse.

Y una figura de yeso, por cada jardín.

Una figura que, por supuesto, 
no debiese ser pintada.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales