sábado, 2 de julio de 2022

Murieron después, los delicados.


I.

Murieron después los delicados.

Se cuidaron más.

Se resguardaron mientras los otros se expusieron.

Se alejaron del peligro.

Se protegieron ante cualquier amenaza.

Su vida actual, como ven, es el resultado de una ecuación simple.

Ahí están; pueden verlos, en el mundo.

Se parecen al resto, cuando no te fijas bien.

Se camuflan, digamos, entre los otros.

Se protegen, entre ellos.

Ahí están.

No los juzgo.

Los expongo, eso sí, a la vista de los otros.

Trato de hacerlos evidentes.

Los señalo ante otros que también son, probablemente, delicados.

Otros que son y no lo saben.

Y no quieren, por supuesto, saberlo.


II.

Ahora pensemos:

¿Hicieron bien los delicados?

No me refiero solo a si eligieron bien.

Soy incapaz de juzgar, aclaro, su voluntad de permanecer.

Dicho esto, repito la pregunta:

¿Hicieron bien, los delicados?

Nótese que uso el verbo hacer con propiedad.

Con su significado más esencial, digamos.

¿No me expliqué bien?

Hablo de hacer el bien, derechamente.

Aunque incomode hablar de aquello, que prácticamente nadie habla.

No los acuso, solo pregunto.

¿Hicieron bien, los delicados?

Y es que murieron después, eso es un hecho.

Permanecieron.

Pero la pregunta es otra.

Siempre, cuando hablamos de verdades, la pregunta es otra.

Y responderla, por supuesto, no es de delicados.

Más aún:

Ni ellos, ni nosotros, queremos responder.

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