miércoles, 13 de julio de 2022

Una historia hueca.


Permanecía ahí. No estaba intranquilo. Lo había decidido ya. Permanecería ahí. No intentaría defenderse. Y es que estaba, diríamos, dispuesto a morir. Bien dispuesto, incluso. Sin asuntos pendientes con nadie salvo los típicos asuntos pendientes que tenemos siempre con nosotros mismos. Y esos asuntos, aunque queramos, no logran igualmente resolverse. Por eso permanecía ahí, y seguiría estándolo. Porque había intuido aquello. Porque, aunque escuchaba los pasos acercándose y sabía que estaban armados y a qué venían, no pensó en ningún momento que la opción de huir o enfrentarse a ellos pudiese tener alguna ventaja sobre aquella otra que ya había elegido. Como ven, no había historia posible. No había posibilidad alguna de conflicto si aquel al que iban a asesinar estaba dispuesto a dejarlos venir. Lo sabía él, si era honesto y lo sabía también el narrador, que trataba ciertamente de serlo. Yo mismo, que observaba al protagonista pusilánime y al narrador ídem me contagié un poco con todo aquello. No me defendí, me refiero, de esas frases hechas para contar una historia que no tenía historia. Así, más que los hombres que ahora empuñaban sus armas, el verdadero asesino era el desgano general… el honesto desgano con que alguien que no quiere defender su vida se declara incompetente ante el narrador que tampoco cree ya en sus palabras y nos entrega todo demasiado crudo. Incomible, digamos. Un trozo de madera sin conflicto. Sin principio, medio ni fin. Una historia hueca, en definitiva. Hueca, pero al mismo tiempo sin un espacio real para ponerle nada dentro. Por eso él, tal vez, permanecía ahí. Esperado el fin. Aunque este -por carecer de inicio y de medio, probablemente-, no llegaría nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales