martes, 30 de abril de 2019

Siete anomalías.


Cuando pequeño, cada semana, un tío me regalaba un suplemento del periódico en que venían varios puzles y otros juegos.

Uno de ellos correspondía a una imagen, en la que había que encontrar siete anomalías.

Las imágenes solían ser variadas: paisajes naturales, aglomeraciones de personas, escenas de ciudades… por ejemplo.

Y yo me obsesionaba con ese juego.

Solía recortar la imagen y guardarla en un cuaderno, donde luego las pegaba ordenadamente.

Cabían dos imágenes en cada hoja, según recuerdo, y las anomalías las encerraba en círculos rojos, hechos con lápiz pasta.

Dicho esto, debo confesar que en ninguna de las imágenes logré encontrar las siete anomalías.

Le pedía a mi tío que arrancara el solucionario antes de darme el suplemento, así que estoy seguro que nunca hice trampa.

Tres o cuatro era la media, aunque es posible que en alguna hubiese llegado a descubrir hasta seis anomalías, aunque no lo recuerdo muy bien.

El punto es que siempre pensé que cuando creciera iba a poder descubrir las otras, y me culpaba a mí mismo -o a mi poca experiencia, más bien-, de no poder encontrarlas.

Asimismo, siempre que llegaba a un lugar, practicaba buscando siete anomalías, aunque nunca se lo confesé a nadie.

Fue así que descubrí cosas que tal vez era mejor no saber, al menos a esa edad.

No hablaré de esas cosas, por cierto.

Tampoco ahondaré en los momentos en que yo mismo sentía ser la séptima anomalía.

No es algo que haya superado en todo caso, pues debo reconocer que a veces siento que he vivido entre las imágenes de ese juego, y que he ido encerrando en rojo una serie de cosas en las que he creído totalmente en épocas anteriores.

Tanto así que el mundo entero, hoy en día, podría encerrarlo en un gran círculo rojo.

Sin embargo, respiro hondo y busco qué considerar cierto, cada día, para no hacerlo.

Escribir aquí, por ejemplo, es una forma de no hacerlo.

lunes, 29 de abril de 2019

Construyeron una casa en un árbol.



Construyeron una casa en un árbol.

Una casa pequeña, claro, para los niños.

Pusieron escalera, instalaron luces y subieron pequeños muebles.

Pero los niños se aburrieron prontamente y la casa en el árbol quedó en desuso.

Así, mientras los niños crecían, el árbol también siguió creciendo y las ramas invadieron la casa.

Más adelante, la casa en el árbol se llenó de pájaros, que construyeron nidos, en aquel lugar.

Fue entonces que la vi, de casualidad, un día en que visité a la familia que había construido aquella casa.

Ya no había cómo subir a ella y además la madera estaba podrida y podía venirse abajo.

Aún así, quise sacar algunas fotos y los convencí para que me prestasen una escalera, para subir a ese lugar.

Fue entonces que vi los nidos, aunque debo admitir que al menos la mitad de ellos estaban abandonados.

Saqué fotos, claro, durante algunos días, probando con distinta luz.

Esto fue hace muchos años, por cierto, cuando sentía que aquello podía tener sentido.

De hecho, monté una pequeña exposición en la sala de una biblioteca, con un título un tanto rebuscado.

Nidos abandonados, en una casa abandonada, en un árbol que no da frutos.

La exposición estuvo dos semanas en el lugar.

Bastante abandonada y sin dar mayores frutos, si soy sincero.

Luego pasó el tiempo y no volví a sacar fotos.

El árbol, la casa y los nidos permanecen, sin embargo, en el lugar.

Supongo que la luz sigue pasando por ellos, cada día.

Y supongo, también, que eso es bueno.

domingo, 28 de abril de 2019

Tras volver de su viaje.



I.

Tras volver de su viaje nos invitó a todos a su casa.

Se veía tranquilo.

Con la piel un poco más oscura y un poco más delgado.

Nada fuera de lo normal.

Nos saludó y llevó hasta el patio, donde llevamos también unas sillas y hasta un sillón.

Él había puesto cosas para picar sobre algunas mesas y había un telón blanco, al fondo, en la pared.

Entonces nos dio cervezas y encendió el proyector.

Al final solo estuve en Ghana, nos dijo.

Es una historia larga, creo, pero trataré de hacerla breve, agregó.

Como yo sospeché que no lograría me llevé un pack de cervezas conmigo y un destapador.

Eran botellas pequeñas, en todo caso.


II.

Mientras mostraba las fotos nos contó que tenía pensado visitar al menos seis países, pero que finalmente se vio obligado a permanecer en Ghana durante los dos meses que duró su viaje.

Esto, ya que durante su tercer día en el lugar, mientras visitaba un santuario de animales, un mono se cayó de un árbol, desde gran altura, justo sobre él.


III.

Nos contó que estuve varias horas inconsciente en un Hospital y que, tras despertar, encargados del parque, autoridades, abogados y hasta periodistas de un canal de televisión buscaban incesantemente hablar con él.

Con los días comprendió que más allá de sus lesiones lo realmente anecdótico era la caída del mono, al que, por cierto, también lo llevaron hasta el hospital, para estuviera junto al herido durante su recuperación.


IV.

El mono en cuestión se llamaba Judith.

Medía unos setenta centímetros y era bastante amigable.

Le habían puesto el nombre femenino por una confusión, y luego pasó el tiempo y no se lo cambiaron.

Tenía una inscripción en una oreja que marcaba un número y su nombre.

Había resultado con lesiones durante la caída y había sido estudiado para comprender los motivos del accidente.

Sospecharon de un problema de equilibrio, pero finalmente no se determinó nada de forma oficial.


V.

Tras salir del hospital a mi amigo le pagaron un hotel y un abogado lo ayudó a negociar una indemnización por el accidente.

Asimismo, asistió a un programa de tv donde lo reunieron nuevamente con Judith y les hicieron concursar en una serie de pruebas extrañas.

En una de ellas, a él y a Judith los vistieron como novios e hicieron una boda ficticia.

Nos mostró varias fotos sobre eso.


VI.

Durante las últimas semanas que estuvo en Ghana, mi amigo se quedó en una cabaña, al interior del santuario.

Judith iba siempre a dormir fuera y le llevaba trozos de fruta.

Se hizo amigo de varios cuidadores en el parque y en especial de una veterinaria, con quien se acostó un par de veces antes de regresar a Santiago.

La veterinaria le contó que en una tribu del Congo te podías convertir en rey si un mono caía de un árbol sobre ti.

De hecho, era más improbable ese accidente, a que te cayese un rayo.


VII.

Nos mostró al menos veinte fotos de la veterinaria y de Judith.

De hecho, ella y el mono fueron hasta el aeropuerto, a despedirlo.

Creo que hubo llantos y promesas y hasta nos confesó que por un momento estuvo tentado de quedarse allá.

Después de todo, acá tiene un trabajo que no le gusta, una casa que apenas ha empezado a pagar y unos pocos amigos.

Nos reímos cuando dijo esto, pero luego varios de nosotros nos quedamos pensando qué tanto más teníamos y se nos pasó un poco la risa.

Luego terminamos las cervezas y nos fuimos del lugar.

Yo me llevé, para el camino, una última cerveza.

sábado, 27 de abril de 2019

Tras la puerta.


Los escucho venir cuando suben las escaleras.

Puedo distinguir –no sé por qué-, cuando vienen hacia acá.

Entonces apago luces, me pongo cerca de la puerta y guardo silencio.

Generalmente intentan con el timbre hasta que se dan cuenta que está desconectado.

Luego golpean la puerta.

Suavemente primero y un poco más fuerte después.

A veces dicen mi nombre en voz alta.

Entonces comentan que es raro que no esté.

Que nuevamente no esté.

Varias veces dicen mi nombre.

Y hasta sospechan –aunque no lo dicen-, que yo esté dentro.

Deduzco eso porque siguen llamando, varias veces.

En algunas ocasiones, antes que se vayan, veo aparecer un papel bajo la puerta.

Un papel doblado, con algo escrito dentro.

Palabras, por supuesto, nada más.

Nunca han dejado un dibujo, por ejemplo, o alguna cosa verdadera.

A veces me pregunto a quién le dejan realmente esos mensajes.

Me refiero a que le escriben supuestamente a alguien que no está.

A alguien del futuro, digamos.

No a mí, que estoy ahí, sin que lo sepan.

Eso me molesta.

Que arrojen mensajes que no son para mí, me refiero.

Que ensucien este lugar con papeles que no me pertenecen.

Yo no sé por qué insisten.

Que yo recuerde, al menos, no le debo nada a nadie.

Y en esos papeles, podría asegurarlo, no hay un atisbo de verdad.

viernes, 26 de abril de 2019

Otra luz, más bien.


I.

No es que llegue menos luz
si los vidrios están sucios.

Llega otra luz,
más bien.

Y puedes pensar entonces que estás en un cuadro
o simplemente en otro sitio.

No es tan malo,
si lo piensas.


II.

Nada es malo,
si lo  piensas.

La oscuridad no es dura
y el dolor no hace daño.

El que grita en la oscuridad
se espanta a sí mismo.

Y el que llora su soledad
inserta gusanos en su propia carne.


III.

No digo que camines
por el fuego.

No propongo
que escarbes tus heridas.

Pero ofrecí mis mejillas
y no llegaron golpes.

Y aprendí que las cruces
no son para cargarlas.


IV.

Deja ya, si entiendes,
de llorar a los muertos.

Llena de semillas
las tumbas.

Mantén limpio
el lugar que ocupas.

Y recuerda que únicamente tú,
estás en el lugar que ocupas.


V.

Nada esconden las nubes
y nada esconde la tierra.

Dios no está bajo la piel
y si lo estuviera qué importa.

Los vidrios están sucios,
pero dejan pasar la luz.

Y la sangre en tus venas corre
sin saber que es oscura.


VI.

No lamentes esta vez
el abrupto final del día.

Recuerda que la noche está llena
de otra luz.

Descubre que la muerte está llena
de otra vida.

Y la palabra más pura hará nacer en su interior
tu verdadero nombre.

jueves, 25 de abril de 2019

Tres mujeres.


Me contó que vivió en Siberia dos años.

Con tres mujeres, había vivido, en Siberia.

Una era mayor que él, otra menor y la tercera tenía aproximadamente su misma edad.

Para entonces, según contó, él tenía aproximadamente veinticinco años.

Había ido poco después de salir de la universidad, y le pagaban por recolectar datos para una empresa minera que tenía capitales suizos.

Él era geólogo, por cierto.

Sin embargo, durante los dos años, apenas dijo haber tenido unas cuantas semanas para recoger información, ya que el clima del lugar no se lo permitía.

Por lo mismo, metido en aquella casa durante tanto tiempo, el hombre me contó que terminó acostándose con las tres mujeres.

Según lo que me contó, ellas no ponían mayores obstáculos y por lo general pasaba un par de semanas con cada una, compartiendo habitación y una rutina de pareja.

Siempre de una en una, aclaró, como si se tratase de una norma.

Lamentablemente, un par de meses antes de dejar el lugar, una de las mujeres murió, luego de sufrir un accidente en trineo al volver del poblado, donde compraban provisiones.

Por suerte no era mi mujer en ese instante, comentó el hombre, sino habría sufrido una enormidad.

No cuestioné su lógica y él siguió con su historia, que no tuvo mayores incidentes y que culminó con él dejando aquel lugar, llorando por dejar a la mujer que en ese instante era su pareja y un poco más tranquilo por dejar a la otra, cuyo turno había terminado un par de semanas atrás.

Y si en ese entonces hubiese estado emparejado con la otra, le pregunté, ¿habría llorado por ella y no por la que lloró finalmente?

Por supuesto, me dijo algo molesto, como si lo hubiese ofendido. Solo tenemos un corazón.

Es cierto, le dije, para no alargar el tema.

Un corazón, una vida y poco tiempo, recalcó.

miércoles, 24 de abril de 2019

Cuando se va un gato.


I.

Se fue mi gato y no volvió.

Generalmente se perdía hasta por tres días y luego aparecía, como un resucitado.

Pero esta vez no volvió.

Y no sé cómo se hace para buscar un gato.

Además, no se trata de un gato extraviado.

Me refiero a que sé que no ha vuelto, pero no es, ciertamente, un gato perdido.

Y es que supongo que él sabe muy bien donde se encuentra.

Yo, en cambio, solo sé que no se encuentra acá.

Algo es algo, en todo caso.


II.

Nadie me pregunta por el gato.

Y claro, yo siento extraño hablar de él, cuando no viene al caso.

Además, pasan los días y es como si nunca hubiese estado.

Tanto es así que yo mismo he pensado a dudar si verdaderamente vivió aquí un gato.

Esta la caja con arena, es cierto, pero está tan limpia que puede ser parte del engaño.

Aunque es cierto: todo puede ser parte del engaño.


III.

Pasadas tres semanas llegó otro gato.

Más pequeño, de un color distinto y con la cola un poco torcida.

No se parecía en lo absoluto al gato anterior.

Lo dejé entrar de todos modos, pero luego pensé qué ocurriría si volviese el primero.

Le di leche, comida y luego le expliqué la situación.

No sé qué habrá entendido, pero no volvió a aparecerse por la casa.

Mi idea no era echarlo, en todo caso.


IV.

Pasado el mes boté definitivamente la caja con arena y regalé a una vecina unas latas de comida que me quedaban.

No sabía que tenías un gato, me dijo.

No tengo un gato, le aclaré.

Me refiero a que no sabía que habías tenido uno, se explicó.

Yo asentí.

Por un momento quise replicarle nuevamente, pero luego determiné que no era necesario.

De todas formas, nunca sabremos verdaderamente nada del otro, me dije.

Luego nos quedamos un rato en silencio hasta que decidí volver a mi casa.

Hasta luego, le dije.

Hasta luego, dijo ella, y sonrió.

martes, 23 de abril de 2019

El último.


-¿Habrá sabido el último mamut que era realmente el último mamut?

-¿Que era él mismo el último mamut, dices tú?

-Sí.

-Pues no sé… ¿me lo preguntas en serio?

-Claro…

-Pues no creo que un animal pueda saber que es el último de su especie… ¿cómo podría, digamos…?

-Pero yo no digo saber pensando…

-¿Y entonces?

-Ya sabes… sentir… intuir, si quieres…

-Pues igual no sé… tal vez si es gregario sienta alguna necesidad…

-Pues yo creo que sí podría.

-¿Por qué?

-No sé en realidad… pero lo creo así.

-Ya…

-Y creo además que el hombre no podría.

-¿Ser el último?

-No… Saber que es el último… o intuir que es el último, si quieres…

-Tampoco sabes por qué, supongo.

--Tampoco, pero pienso que el hombre siempre piensa que hay otro…

-¿Y lo busca y no se resigna?

-No… Yo creo que no tiene consciencia de su finitud, o de su posibilidad de finitud, más bien…

-¿De la muerte?

-Individual posiblemente, pero no de la finitud de la especie…

-…

-Me refiero a que no está dispuesto a responsabilizarse de la especie… O más aún: no sabe ser digno como especie, ni desaparecer dignamente como especie…

-¿Y como individuo sí?

-Sí. Como individuo es más fácil. Es inevitable, digamos…

-…

lunes, 22 de abril de 2019

Lugar natural.



I.

Antes de la formulación de la ley de gravedad, una de las teorías que intentaba explicar la caída de los cuerpos terrestres planteaba que dichos cuerpos tenían la tendencia de ocupar su “lugar natural”, que era, por cierto, el centro de la Tierra.

Así al menos aparece en algunos textos medievales que -de manera bastante breve y sin desarrollar mayores argumentos-, hacen referencia al asunto.

Asimismo, la idea del centro de la tierra como el lugar natural de los cuerpos terrestres es rastreable en diversas culturas, e incluso, se conocen algunas tradiciones que hablan de la búsqueda de este lugar natural, antes de morir.


II.

Me gusta la idea del “lugar natural”.

Obviamente es muy general y poco científica, pero me agrada la sensación de pertenencia y vínculo sobre la cual se sustenta.

Incluso caer, porque mi cuerpo quiere volver a su lugar natural, le otorga un sentido a la propia caída.

Y debe doler menos, por cierto, caer así.


III.

Me gustaría saber cuál es mi lugar natural.

El lugar hacia el que caigo, cuando me dejo caer.

Lo he intentado a veces, pero no termino cayendo –físicamente-, a ningún sitio.

En cambio, voy a regar mis plantas, ordeno libros y luego suelo tomar una hoja en blanco.

No sé sin embargo si caer es escribir en ella, o simplemente dejarla en blanco.

Sinceramente no lo sé.

domingo, 21 de abril de 2019

Interrogado.



I.

Tras saludarme me entregó una tarjeta.

Aparecía un nombre, un teléfono y un dibujo.

Nada más que yo recuerde. 

La estaba por guardar en un bolsillo cuando él me detuvo.

Necesito que me la devuelva, me dijo.

Yo lo hice.

Entonces el hombre tomó la tarjeta y la partió en pequeños trozos que guardó en su billetera.

Es por seguridad, explicó.

Ya, dije yo.

No seguridad mía, sino protocolar, complementó.

Ya, dije yo.

Luego de esto me preguntó si podía hacerme unas preguntas.

Yo acepté.

Entonces me las hizo.

Y yo contesté.


II.

Las preguntas en general solo requerían que yo dijese sí o no, nada más.

De hecho, en algunas ocasiones en que intenté desarrollarlas el hombre me detuvo de inmediato.

No es pertinente el desarrollo, me dijo.

No se tendrá en cuenta.

En las únicas que dije algo distinto fue cuando me preguntó sobre mi lugar de nacimiento y el lugar donde me gustaría morir.

De hecho, como nunca había pensado en el posible lugar de mi muerte repetí simplemente mi lugar de nacimiento.

No sé si eso será posible, dijo entonces el hombre, como si hubiese recibido una solicitud.

Luego guardó sus cosas, se despidió cortésmente y se fue del lugar.


III.

Si bien la situación fue muy extraña, conozco al menos dos personas que han vivido situaciones similares.

Por mi parte, en cambio, nunca revelé a nadie que había sido interrogado.

Respecto al nombre que vi en la tarjeta solo recuerdo que empezaba por J y que contenía una h en algún sitio.

Del apellido y del número telefónico no recuerdo absolutamente nada.

De vez en cuando, eso sí, sueño incluso con el dibujo que aparecía en la tarjeta a modo de logo.

Era el dibujo de un hombre, que se cortaba con un cuchillo, una de sus manos.

sábado, 20 de abril de 2019

Canción de los hechos (traducción)


Pusimos las latas en fila
Sobre una cerca de madera
No teníamos balas
Tampoco teníamos pistolas
Pero el deseo de hacer “bang” sobre las latas
Pudo más que los hechos
¡Los sobrevalorados hechos!

A diez pasos de las latas, entonces,
Nos preocupamos de apuntar con maestría
Yo miraba sobre mi índice la tercera de las latas
Pero uno a uno fuimos disparando
Y no logramos darle a una
Eso hasta que uno que no era yo dijo
Que debíamos recolectar piedras

Y así se nos pasó el frío
Y tanto se nos pasó el frío
Que también se nos pasó el amor
La amistad y hasta la vida
Y cada una de esas cosas
Que creímos eran parte de los hechos
¡Los sobrevalorados hechos!

Buscamos varias veces por todo el lugar
Pero solo encontramos basura, tierra y malezas
Ninguno encontró ni la más pequeña de las piedras
No podíamos entender qué era lo que ocurría
Eso hasta que uno que no era yo dijo
Que todo aquello que ocurría,
Debía estar pasando realmente en un sueño

Y así se nos pasó el frío
Y tanto se nos pasó el frío
Que también se nos pasó el amor
La amistad y hasta la vida
Y cada una de esas cosas
Que creímos eran parte de los hechos
¡Los sobrevalorados hechos!

Se hizo de noche, entonces,
En lo que creímos era un sueño
Y sin ver bien alrededor fuimos a dar todos
Desesperados, al borde de un barranco
Eso hasta que uno de nosotros (tal vez fui yo)
Dijo que podíamos saltar todos sin temor
Pues el sueño nos recogería en sus brazos

Y así se nos pasó el frío
Y tanto se nos pasó el frío
Que también se nos pasó el amor
La amistad y hasta la vida
Y cada una de esas cosas
Que creímos eran parte de los hechos
¡Los sobrevalorados hechos!

Fue el amanecer quien me llevó a despertar
Con una mancha de sangre en la frente.
No estaban mis amigos, pero si las latas
Y luego fue el grito de las madres y el dolor
Lo que llenó de piedras aquel lugar.
Fue entonces que apunté con mi índice a donde estaban las latas
Y el viento –quiero creer que el viento-, botó una de ellas.

Y así se nos pasó el frío
Y tanto se nos pasó el frío
Que también se nos pasó el amor
La amistad y hasta la vida
Y cada una de esas cosas
Que creímos eran parte de los hechos
¡Los sobrevalorados hechos!

viernes, 19 de abril de 2019

Contar ovejas.


Por periodos tengo insomnio.

No me gustan las pastillas.

Tampoco me resulta lo de contar ovejas.


Durante un tiempo sirvió el quedar borracho.

Pero no era muy sano.

Y además estoy viejo y ahora existen las resacas.


Lo de las ovejas parece broma, pero lo he intentado en serio.

De pequeño, me lo recomendaron sin darle mayor importancia.

Todavía, por cierto, nadie le da mayor importancia.


Intenté contar ovejas varias veces, pero nunca llegué a tres.

O no llegué, al menos, estando tranquilo.

No es posible contar ovejas.


Intenté explicarlo alguna vez, pero no parecían entenderme.

Y es que las ovejas que contaba no eran iguales unas con otras.

Todas tenían alguna característica singular, por lo que no resultaban intercambiables.


Una oveja pequeña, una oveja grande, una oveja mediana…

Una muy blanca, otra con manchones, otra casi negra...

Una silenciosa, otra que salta balando, otra que apenas salta…


¡No sé cómo alguien puede contar ovejas…!

Es imposible contar ovejas.

Y mucho menos dormirse, contándolas.


Una vez olvidé esto y postulé para un trabajo de pastor, en Nueva Zelanda.

Todo iba bien hasta que en la entrevista final se me ocurrió hablar de mi problema.

Entonces me dijeron que me llamarían, pero aun no me han llamado.


Debo confesar, sin embargo, que cada cierto tiempo vuelvo a intentar contar ovejas.

Lo hago principalmente para ver si yo mismo he cambiado.

Pero no sé si alegrarme o desesperarme cuando descubro que todavía soy el mismo.


Hace unas horas, por ejemplo, lo intenté por última vez.

Y aparecieron ovejas trasquiladas, una afro y hasta una coja.

De hecho, ayudé a saltar a esta última, y justo entonces, amaneció.

jueves, 18 de abril de 2019

¿Qué pasa si se seca?

¿De veras crees que estamos en la ciudad correcta?
H. M.


-¿Papá…?

-Hmmm…

-¿Qué pasa si se seca?

-¿Si se seca qué?

-Eso… el agua…

-¿Qué agua…? ¿El mar…?

-Sí. El mar.

-Hmmm…

-¿Qué pasa si se seca?

-Sí, te escuché… pero cuando esté manejando no me apures…

-Bueno…

-…

-¿Ahora sí sabes?

-No es que no sepa… es que no puede secarse…

-¿El mar no puede secarse?

-No. No puede.

-¿No puede secarse porque tiene mucha agua?

-Sí… tiene mucha.

-¿Y si tuviera menos podría secarse?

-…

-Si fuera un lago, por ejemplo… o un mar chico…

-Pues no sé… no creo… aunque ha habido lagos que se secan… El calentamiento global… ¿te pasaron algo de eso en el colegio?

-No. Parece que no.

-Pues cuando te lo enseñen vas a entender más.

-Pero... ¿dónde va el agua cuando se seca?

-¿Cómo?

-El agua del lago que se seca… ¿dónde va el agua que se seca?

-No es que el agua se seque, hijo… es el lago el que se seca…

-¿No es lo mismo…?

-No. No es lo mismo.

-…

-…

-Papá, ¿por qué mamá no vino con nosotros a la playa?

-¿Y qué tiene que ver eso con el agua?

-Nada. Es otra pregunta, nada más.

-Pues ella es la que no vino. Tienes que preguntárselo a ella.

-…

-Y no te preocupes por el agua, a todo esto. Habrá mar al menos por todo nuestro fin de semana…

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