jueves, 25 de abril de 2019

Tres mujeres.


Me contó que vivió en Siberia dos años.

Con tres mujeres, había vivido, en Siberia.

Una era mayor que él, otra menor y la tercera tenía aproximadamente su misma edad.

Para entonces, según contó, él tenía aproximadamente veinticinco años.

Había ido poco después de salir de la universidad, y le pagaban por recolectar datos para una empresa minera que tenía capitales suizos.

Él era geólogo, por cierto.

Sin embargo, durante los dos años, apenas dijo haber tenido unas cuantas semanas para recoger información, ya que el clima del lugar no se lo permitía.

Por lo mismo, metido en aquella casa durante tanto tiempo, el hombre me contó que terminó acostándose con las tres mujeres.

Según lo que me contó, ellas no ponían mayores obstáculos y por lo general pasaba un par de semanas con cada una, compartiendo habitación y una rutina de pareja.

Siempre de una en una, aclaró, como si se tratase de una norma.

Lamentablemente, un par de meses antes de dejar el lugar, una de las mujeres murió, luego de sufrir un accidente en trineo al volver del poblado, donde compraban provisiones.

Por suerte no era mi mujer en ese instante, comentó el hombre, sino habría sufrido una enormidad.

No cuestioné su lógica y él siguió con su historia, que no tuvo mayores incidentes y que culminó con él dejando aquel lugar, llorando por dejar a la mujer que en ese instante era su pareja y un poco más tranquilo por dejar a la otra, cuyo turno había terminado un par de semanas atrás.

Y si en ese entonces hubiese estado emparejado con la otra, le pregunté, ¿habría llorado por ella y no por la que lloró finalmente?

Por supuesto, me dijo algo molesto, como si lo hubiese ofendido. Solo tenemos un corazón.

Es cierto, le dije, para no alargar el tema.

Un corazón, una vida y poco tiempo, recalcó.

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