miércoles, 24 de abril de 2019

Cuando se va un gato.


I.

Se fue mi gato y no volvió.

Generalmente se perdía hasta por tres días y luego aparecía, como un resucitado.

Pero esta vez no volvió.

Y no sé cómo se hace para buscar un gato.

Además, no se trata de un gato extraviado.

Me refiero a que sé que no ha vuelto, pero no es, ciertamente, un gato perdido.

Y es que supongo que él sabe muy bien donde se encuentra.

Yo, en cambio, solo sé que no se encuentra acá.

Algo es algo, en todo caso.


II.

Nadie me pregunta por el gato.

Y claro, yo siento extraño hablar de él, cuando no viene al caso.

Además, pasan los días y es como si nunca hubiese estado.

Tanto es así que yo mismo he pensado a dudar si verdaderamente vivió aquí un gato.

Esta la caja con arena, es cierto, pero está tan limpia que puede ser parte del engaño.

Aunque es cierto: todo puede ser parte del engaño.


III.

Pasadas tres semanas llegó otro gato.

Más pequeño, de un color distinto y con la cola un poco torcida.

No se parecía en lo absoluto al gato anterior.

Lo dejé entrar de todos modos, pero luego pensé qué ocurriría si volviese el primero.

Le di leche, comida y luego le expliqué la situación.

No sé qué habrá entendido, pero no volvió a aparecerse por la casa.

Mi idea no era echarlo, en todo caso.


IV.

Pasado el mes boté definitivamente la caja con arena y regalé a una vecina unas latas de comida que me quedaban.

No sabía que tenías un gato, me dijo.

No tengo un gato, le aclaré.

Me refiero a que no sabía que habías tenido uno, se explicó.

Yo asentí.

Por un momento quise replicarle nuevamente, pero luego determiné que no era necesario.

De todas formas, nunca sabremos verdaderamente nada del otro, me dije.

Luego nos quedamos un rato en silencio hasta que decidí volver a mi casa.

Hasta luego, le dije.

Hasta luego, dijo ella, y sonrió.

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