jueves, 31 de marzo de 2022

Más anillos que dedos.


Me advirtió que era extraña, pero no entendí. O sea, me hice una idea, pero no lograba entender de qué forma, específicamente, resultaba extraña.

-Más anillos que dedos -me intentó explicar-. Más ropa que cuerpo. Más palabras que significados qué decir.

Yo, por supuesto, seguía sin entender.

-Más ojos que cosas vistas -siguió-. Más dioses que creencias. Más salidas que llegadas.

Mientras hablaba, yo recibía esas palabras e intentaba organizar aquello que entendía (que era muy poco, por cierto), y hubiese querido pedirle que me explicara de forma más clara todo aquello, pero ciertamente -comprendí después-, eso era algo que no podía hacerse.

-Más pájaros que nidos -seguía diciendo-. Más espíritu que piel. Más dolores que lágrimas.

-Espera -interrumpí-. Puedo aceptar que lo digas así, pero al menos puedes aclararme qué es aquello que me estás diciendo…

Hizo una pausa entonces, y me observó.

Lo hacía como si no lograse comprender mis palabras. O como si le hubiese pedido algo que carecía de sentido alguno.

-Más proyectos que hechos -dijo entonces, deteniéndose un poco en sus palabras-. Más daños que esperanzas. Y más hechos que esperanzas.

-Ya -le dije-, mientras seguía intentando digerir.

-Más muerte que silencio -agregó entonces, con voz seria-. Más muertos que vivos. Y más anillos que dedos…

-Entiendo -le dije, cuando comprendí que comenzaría a repetir-. Entiendo perfectamente. Dejémoslo así.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Decadencia.


Vuelvo a leer a Goscinny.

Lo hago tras encontrar un pequeño tomo olvidado, entre algunas cosas viejas.

La historia es más o menos así:

Como no pueden vencer a la aldea gala de Astérix y Obélix los romanos desesperan. Analizan sus derrotas, crean nuevas estrategias, pero lo cierto es que nada resulta. Es entonces cuando Cayo Coyuntural, asesor del César, plantea que la forma más eficaz de derrotarlos es a través de la decadencia.

Y claro, como César no entiende Coyuntural le pide que observe su entorno: senadores y otros nobles echados sobre cojines, llenos de lujos, comodidades y comiendo todo el tiempo… esa es la decadencia, le enseñan al César. Si los transformamos en esto podremos derrotarlos fácilmente.

De ahí la historia sigue y nos muestra como los romanos llegan donde Obélix y comienzan a pagarle grandes sumas por sus menhires. Y de paso, por cierto, lo impulsan a ampliar su negocio y atraer a otros habitantes del pueblo hasta que todos comienzan poco a poco a aspirar a las comodidades y a utilizar también grandes sumas de dinero en vestidos y otros accesorios, lo que los aleja poco a poco de aquello que eran, transformando sus personalidades y volviéndolos sofisticados, y suaves.

De ahí la historia sigue, por supuesto, pero no me interesa contarla más allá.

Prefiero dejarla hasta ese momento, cuando la decadencia ha comenzado a germinar, entre ellos.

Ese es el momento clave, digamos. El momento que hay que saber reconocer.

De eso se trata, más o menos.

martes, 29 de marzo de 2022

Encuentro.


Me encontré una vez con Dios en un bar.

Así es: me encontré con Dios y estaba borracho.

Dios, aclaro, era el que estaba borracho.

Bueno… yo también lo estaba (un poco), pero eso no tiene mayor importancia.

Me refiero a que Él no va a andar contando “Me encontré con Vian en un bar, y estaba borracho…”.

No soy tan importante, digamos.

Ni lo son tampoco mis borracheras que cada vez son menos espectaculares y hasta debo confesar que se han vuelto un poco fomes.

Sobre todo, por el costo asociado de estar dos o tres días con los malestares típicos post borrachera que supongo que Dios, luego de las suyas, no ha de sufrir.

Y es que, si soy sincero, no creo que Dios sufra.

De modo alguno, me refiero.

Ni por los efectos de las borracheras ni por los efectos de nada, en realidad.

Si ustedes lo hubiesen visto, en el bar, probablemente pensarían lo mismo.

Y es que Dios era un borracho alegre, despreocupado, que hasta me habría caído bien de no haber descubierto quién era, justamente, Dios.

Y molesta ver a Dios alegre.

Es extraño decirlo así, pero lo cierto es que molesta -y hasta duele-, verlo de esa forma.

Tanto así que yo pensé en reclamarle o hasta quebrarle, sin más, una botella en su cabeza.

Me contuve de cobarde, lo confieso, y además porque al ser Dios, concluí que Él recibiría mi botellazo aunque yo no se lo pegara, directamente.

Por lo mismo, me fui simplemente del lugar, dejándolo así, alegre y borracho, en medio del mundo.

A todo esto… si quieren el dato del bar en el que está, yo se los digo.

Siempre y cuando paguen mi cuenta.

lunes, 28 de marzo de 2022

Anuncios.


Por el sector donde vivo aparecen en ocasiones extraños anuncios pegados. No sé bien cuál es su propósito u objetivo -ni mucho menos quién los hace o los pega-, pero tienen relación con personajes literarios.

Así, en vez de buscar un gato o un perro extraviado, he visto anuncios que apelan a la búsqueda de Mr. Darcy (de Orgullo y Prejuicio) o uno, por ejemplo, en el que solicitan datos para encontrar a un pequeño niño de madera.

Más allá de la inquietud que me provoca el descubrir quién podrá ser el que pega estas cosas -hay en los anuncios un número telefónico, pienso recién ahora, al que nunca he llamado-, me intriga pensar que hay alguien viviendo en este sector que se toma el tiempo para esto, y que tiene además ciertos conocimientos literarios… algunos de ellos, incluso, un poco más específicos.

Digo esto pues también he encontrado escrito en un banco los nombres de Gilgamesh y Enkidu, además de alguna que otra referencia a personajes de Dostoievski, Melville, y hasta frases del Bouvard y Pecuchet, de Flaubert, que no es muy conocido que digamos.

De hecho, ayer mismo, igual que cuando arrojan a las casas algún pequeño anuncio de reparto de comidas u otro similar, encontré un papel que ofrecía gratis las tartas de frutas que hacían Queenie y Buddy, para navidad, y que les proporcionaba alegría para casi todo el resto del año.

En vez del precio, son embargo, se incluía una forma de obtenerlas, bastante simple y directa:

“Falta todavía para navidad, Queenie dice que tiene todo este tiempo para merecer una de sus tartas. Haga méritos.”

No sé si el papel llegó a otras de las casas, pero sinceramente lo agradezco.

domingo, 27 de marzo de 2022

Lo atacó un koala.


Apareció en la tv porque lo atacó un Koala. De haber estado en Australia no habría sido noticia, pero ocurrió en el sur de Chile, en una pequeña reserva en la que, según se informó, fue atacado mientras intentaba acariciarlo.

En la noticia se hablaba del lugar -una especie de reserva particular que no contaba con los permisos necesarios-, y además de algunas imágenes del sitio y breves testimonios, se entrevistaba largamente al herido, que estaba todavía en un Hospital, recuperándose de la operación en la que habían intentado salvar un ojo que, pese a los esfuerzos, perdió finalmente.

-Si no logro quitarme al koala de encima de seguro perdía los dos -comentó, mientras lo hacían repetir una y otra vez la historia del ataque, y la forma en que él, había terminado por dar muerte al animal.

-Todo fue en defensa propia, y ellos lo saben… -dijo-. Si no lo hacía así todavía lo tendría encima.

La noticia sigue en ese tono, con breves comentarios de un especialista y unas cuantas palabras del abogado del herido a quien no le presto mayor atención.

Como cierre, sin embargo, el herido dice unas últimas palabras que parecen alejarse del propósito que tenía la noticia y que -sin ser profundas-, resuenan un poco luego de escucharlas.

-Lo que no entiendo es por que tuvo que ser el koala -dice el herido-. Antes había acariciado incluso al tigre, y nada había ocurrido…

Justo en ese instante dan por terminada esa nota y pasan a hablar de otro hecho que, ciertamente, ya olvidé.

sábado, 26 de marzo de 2022

Una persona interesante.


I.

Una vez, hace años, me pareció ver una persona interesante.

Ya ni recuerdo muy bien dónde, pero la impresión permanece en mi memoria.

Sin que hablase, incluso, me pareció interesante.

Y es que parecía saber algo, pensé entonces.

Y parecía también no creer en los demás.

E incluso parecía ir avanzando, paso a paso, en una fiesta de disfraces.


II.

No recuerdo el rostro de la persona interesante.

Ni borroso ni en fragmentos: no tengo de aquel rostro recuerdo alguno.

Recuerdo simplemente que su rostro portaba un cuerpo, como tal vez le ocurra a todos.

¡No crean que exagero ni que me tomo aquí, licencias poéticas…!

Descarto, por cierto, antes de seguir, que el rostro aquel haya sido el mío.


III.

A diferencia de lo que se cree, pocas cosas hay en el mundo.

Y ninguna cosa es suficientemente opaca, como para ocultar a la persona interesante.

No es que brille ni que destaque sobre el resto, ocurre simplemente que es, lo que los otros no son.

Y aunque no lo demuestra, es algo que ella sabe.


IV.

Lo cierto es que han pasado años desde entonces.

Y respecto a personas interesantes… pues bueno… desde entonces nada.

No lo digo como queja, simplemente lo constato.

Hago el inventario, digamos.

Y tal vez -solo tal vez-, doy fe de una extinción.

viernes, 25 de marzo de 2022

Lo que dicen (y por qué lo dicen)


Las cosas están más cerca de lo que aparentan, me dicen. No te preocupes.

Sonriendo y descuidados dicen aquello como si yo estuviese viendo el mundo desde un espejo retrovisor.

Yo los escucho y asiento, pero en realidad les grito que no saben, en silencio.

Que ocurre exactamente lo contrario.

Además -debiese decirles-, el mundo lo estoy viviendo, no viendo.

Y es por eso, justamente, que me resulta extraño percibir su alejamiento.

Porque estoy en él, me refiero.

Porque soy parte.

Porque incómodo, incluso, soy parte.

Así y todo, desde mi incomodidad, constato algunas cosas.

Lo lejos que me quedan hoy por hoy las cosas, por ejemplo.

E incluso, lo lejos que están todos, sin saberlo, los unos de los otros.

Recuerdo entonces el concepto de distancia de rescate.

La necesidad de mantener al menos una distancia de rescate.

Pero ellos no me escuchan.

O si lo hacen, prefieren creer que todo está perfecto.

Que cualquier problema, ha sido solucionado.

Que no hay distancias, en el mundo.

Que todo es, prácticamente, ilusión mía.

Tal vez por eso, tras explicarme, me vuelven a decir que no me preocupe.

Que todo está, finalmente, a un clic de distancia.

Sonríen, por cierto, mientras lo dicen.

Se desvanecen, mientras lo dicen.

Y yo los escucho, observando con dificultad, mis propias manos.

jueves, 24 de marzo de 2022

Ratas.


Leo un libro sobre las ratas. Sobre diversos tipos de ratas. Leo en el libro que las ratas han llevado a la extinción a varias especies. Entre ellas, leo que han llevado a la extinción a un numero considerable de especies de aves. Podría nombrar muchas -citarlas en realidad-, pero como muestra señalo al menos tres: algunas especies de lori (islas del Pacífico), la gallineta de ala blanca (Tahiti) y el ojiblanco de Lord Howe (de la isla del mismo nombre).

Observo fotografías, mientras leo sobre las ratas. Imágenes sobre las aves extintas y otras sobre las ratas mismas. Luego, leo sobre algunos cambios que han sufrido las ratas, en diversas regiones. Leo también sobre la tremenda cantidad de roedores en el mundo y la forma en que se ocultan y siguen aumentando peligrosamente en algunas zonas.

Con todo, lo que me sorprende más es no alterarme en o más mínimo mientras leo todo aquello. Descubro entonces que ya no me inquietan las extinciones, ni las amenazas a la vida -tal como la conocemos-, en nuestro planeta. Tampoco, por cierto, me emocionan favorablemente ni me asquean las imágenes.

Son cosas que pasan, simplemente, me digo mientras leo.

Vidas, especies, mundos incluso.

Todo ocurre apenas en la superficie y no deja rastros.

Un guijarro que cae al agua.

Y aunque lo intente me es imposible -y hasta ridículo- discernir si eso es bueno, o es malo.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Hablarlo.


Podemos hablarlo, de igual forma. Ya sabes. Tú me cuentas tu punto de vista, luego yo te explico el mío y poco después ya está. O sea, no de inmediato, pero ese es el único camino. Hablarlo, me refiero. Puedes no creerme, pero lo cierto es que me preocupa que tengas algo que decir y no lo digas. No quiero que te guardes eso. No soy sicólogo, pero es algo evidente que, si quieres hablarlo y no lo haces, probablemente te haga mal. Prefiero escucharte, ya sabes. Que quede una sensación de tranquilidad tras aquellas decisiones que de una u otra forma nos afectan. Y esta decisión te afecta, claro. Aunque eso no es malo a priori. Los cambios, me refiero. Más aún cuando sentimos que nos perjudican pues es entonces cuando debemos fortalecernos y sin duda eso es bueno. Sí… tal vez no hayas considerado eso. Por eso es bueno que hablemos. Para que te nutras de aquellas explicaciones que pueden hacerte comprender mejor todo esto. Y aceptarlo, por supuesto, porque al fin y al cabo habrá que aceptarlo, pues no hay otra opción. Salvo hablarlo, por supuesto, como te decía en inicio. Y eso es algo que podemos hacer, sin problemas. Tú me dices cuándo. Sabes que no tengo mucho tiempo, pero puedo buscar unos minutos y escucharte atentamente. A eso me comprometo. Ahora no, en todo caso, pero anótate ahí, o mándame un mail y coordinamos. Igual mientras te recomiendo hacer simplemente lo que te he dicho. No te obligo a hacerlo sonriendo, pero sí a aceptarlo. De todas formas, reitero que estoy a tu disposición. Y recuerda: podemos hablarlo, sin problemas.

martes, 22 de marzo de 2022

Los tres papeles.


F. es actor. Un actor conocido. Casi famoso, podría decirse. Hace varios años que trabaja en tv. Incluso ha hecho un poco de cine, aunque no con demasiado éxito. Cuando conversé con él, hace unos días me dijo que su vida andaba bien. Yo no se lo pregunté, así que supongo que en ese momento también actuaba.

Luego de unas cervezas me contó de su trabajo en teatro. Había sido hace años. En sus inicios como actor, prácticamente. De entre lo que conto me quedó grabado que había actuado tres veces en Esperando a Godot.

-Hice los tres papeles -me dijo.

Yo lo escuché.

Me dijo que le dio miedo. Que poco después de aceptar el tercer papel le dio miedo. No había buscado que eso pasara y cuando se percató que podía ser más que una simple coincidencia se angustió bastante. Y quiso extraer un significado de todo aquello.

-Pero no pude extraer ninguno -me dijo esa vez, tras pensarlo un poco-. Hice la obra tres veces, con diferentes directores y actores. En distintos escenarios. Con distinto público. La viví desde todos los ángulos, digamos. ¿Y sabes? Nunca esperé nada de todo aquello. Y nada llegó, tampoco.

-¿Y eso está bien?-le pregunté.

-Sí… -concluyó-. Sin significado, pero está bien.

Luego, según recuerdo, cambiamos de tema.

lunes, 21 de marzo de 2022

Casi siempre.

Vuelvo para ponerme al día. No se bien para qué, pero la sensación que tengo cuando ocurre lo contrario es la de adeudar algo. No a otros, a todo esto. Eso ocurre siempre, lo queramos o no. Y hasta siento que los otros me lo perdonan. O no me lo recriminan al menos. Lo que me da vueltas son las deudas con algo que no dudo en llamar como “mío”. Y claro… en vez de entristecerme o angustiarme aquella deuda (aunque algo de angustia hay), lo cierto es que también me alegra. Saber que me reclamo cosas. Que algo en mí sigue exigiendo un poco más a ese “otro algo mío” que -es cierto-, está agotado, pero que le gusta de todas formas que le tengan fe. Que esperen algo de él. Que lo escuchen entendiéndole de una forma extraña, aunque todo parezca arrojado porque sí. Y sepa entonces reconocer el propósito. El secreto escondido en la forma. Y hasta un poquito más, si se puede, aunque sin exagerar, por supuesto. (Pero igual es bueno exagerar… si hasta la vida es una exageración… y también aquello que llamamos bueno y lo que llamamos malo y hasta me daré el lujo de poner aquí un etcétera para no ahondar). Y salgo del paréntesis, entonces, antes de salir del texto. Y no salir del todo, por supuesto. Tranquilo. Porque sé que comprendes lo que digo. Y sé que crees. Y con eso -casi siempre-, basta.

domingo, 20 de marzo de 2022

Los del último vagón.

I.

Van en silencio,
los que suben al último vagón.

Puedes reconocerlos,
incluso antes,
que aborden el tren.

No conversan entre ellos.

No se muestran expectantes.

Tampoco lloran en el andén
ni miran hacia atrás cuando este avanza.

Me agradan, por cierto,
los que suben al último vagón.

A pesar de no ser,
lo reconozco,
uno de ellos.


II.

Solo en raras ocasiones
alguien viene a despedir
a los que viajan en el último vagón.

Cuando esto ocurre,
un simple gesto basta.

Nada de lágrimas.

Nada de exageraciones.

Nada de gestos innecesarios.

Y es que los que viajan en el último vagón
saben que seguirán siendo ellos mismos
en el lugar en el que bajen.

Y saben incluso que la vida,
como decían por ahí,
es la misma en todas partes.


III.

Raras veces los del último vagón,
descorren las cortinas
y observan el paisaje.

No pegan sus rostros al vidrio
ni siquiera los niños
del último vagón.

No los acuso.

Nada hay de malo en todo aquello.

Y es que ellos,
probablemente,
ya saben lo que hay fuera.

Lo que no saben, sin embargo,
los del último vagón,
(lo que no saben y no esperan),
es que ellos serán los del primero
cuando el tren cambie de marcha.

Entonces yo, desde mi sitio,
los observaré cambiar.

Y hasta yo cambiaré un poco,
lo presiento,
a pesar de no ser uno de ellos.

sábado, 19 de marzo de 2022

El poeta de Troya.


Ese hombre que está ahí.

Ese que está a solas, sobre el puente.

¿Lo ves…?

Pues ese es el hombre del que te hablaba.

Ese es el poeta de Troya.


No nació en Troya, por supuesto.

Aunque supongo que nadie que esté hoy,
vivo, sobre un puente,
nació realmente en Troya.


Tal vez no lo conozcan.

Tal vez no parezca, a primera vista,
aquel hombre,
poeta de lugar alguno.

Pero yo he leído atentamente
los poemas de ese hombre.

No sé si todos,
pero no he dejado de acercarme a aquellos
a los que tuve acceso.

Me ha costado entenderlos, es cierto,
pero viéndolo a él, finalmente,
he llegado a comprender varias cosas.

La primera, como les decía,
y la más importante,
es que él es el poeta de Troya.


Y es extraño, lo acepto.

No el hombre…
pues todos somos simplemente hombres
y en eso no hay -o no debiese haber, al menos-,
extrañeza alguna.

Es extraño, decía, que el poeta de Troya,
no solo no provenga de aquel sitio,
sino que, además,
no hable en modo alguno de Troya
al interior de sus poemas.

Y es que, incluso, es probable que poco sepa
aquel hombre, de su propia ciudad.


Puedes dudar, por supuesto,
mientras observas a aquel hombre.

Puedes pensar que invento, o que miento,
aunque jamás comprendas para qué.

Y es que ahora, sobre el puente,
ese hombre es, sin duda, es el poeta de Troya.

Y yo, sin ser bueno,
te lo he dado a conocer.

viernes, 18 de marzo de 2022

Una quemadura en el rostro.


I.

Tenía una quemadura en el rostro.

Bromeaba diciendo que se la había hecho un dragón.

O tal vez ni siquiera bromeaba.

Después de todo uno, solo escucha palabras y ve un rostro con quemaduras.

Y supone -en primera instancia, al menos-, que es un invento lo de aquel dragón.

Además, luego de un rato, nadie insiste sobre aquello

Sobre el dragón, me refiero.

Y es que entonces ni siquiera lo imaginas, simplemente lo desechas.

Un dragón, te dices, pero piensas en realidad en otra cosa.

En el rostro, tal vez.

O en la quemadura.

Nada -absolutamente nada-, más allá.


II.

Ella habla orgullosa sobre varios temas.

Pasa de uno a otro sin que siquiera te des cuenta.

Su manejo es tal que olvidas incluso la quemadura de su rostro.

Tanto así que te explicas, con ello,
por qué esa quemadura está justamente en aquel lugar.

Y es que ella dice que prefiere esas huellas ahí,
en vez de encontrarlas en su espalda.

Haber dado la cara en vez de haber huido, de aquel dragón.

Y claro… no puedo sino darle la razón, cuando escucho sus palabras.

Después de todo -exista o no-, un dragón es sin duda una cosa de temer.

Tal vez incluso, sin saberlo, tengamos cicatrices en la espalda.

Y no volteemos porque al hacerlo,
veremos de pronto el camino que no andamos.

Y que debimos seguir.

jueves, 17 de marzo de 2022

El trabajo de su padre.


Cuando hablaron del trabajo de su padre, F. contó que el suyo mataba cucarachas. Tenía un auto incluso, en el que llevaba pintado el logo de su empresa. En el logo había un dibujo: un hombre atravesando con una espada a una gran cucaracha, que estaba erguida ante él.

F., cuando habló sobre el trabajo de su padre, dijo estar seguro que aquel hombre del dibujo era él, y aunque este lo negaba, creía que llevaba una espada similar a la de la imagen, escondida en su auto, para enfrentarse a las cucarachas.

Cuando contaba esto, F. se mostraba orgulloso, como si su padre fuese una especie de héroe que nos libraba de peligrosos invasores, día tras día.

En un par de ocasiones, sin embargo -y esto no lo contó cuando habló del trabajo de su padre-, F. había tenido dudas sobre el rol de su padre en aquellas contiendas. Y es que, recordando el logo del trabajo, no le parecía que la cucaracha dibujada estuviese armada, ni que pareciera atacar realmente a su padre… ni mucho menos que quisiese conquistar nuestro mundo.

Tal vez mi padre no es el bueno, se dijo en aquellas ocasiones. Aunque luego, por supuesto, evitó pensar más en aquello.

De todas formas, aquella vez que habló del trabajo de su padre se mostró orgulloso. Y obtuvo incluso la calificación más alta.

Y claro, sus padres le dijeron que eso era siempre, a fin de cuentas, lo más importante.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Y vosotros.


Me gusta el comienzo de “La mujer que mató a los peces”, de Clarice Lispector.

Ya alguna vez, más claro, les hablé de ella.

Hoy no me atrevería a aquello, pero al menos puedo contarles de ese inicio.

Del comienzo de “La mujer que mató a los peces”, me refiero.

En él, Clarice (asumiré la incorrección de nombrarla de esa forma, pues me niego a decir “la narradora”), adelanta que ella es, lamentablemente, la mujer que mató a los peces; dejando inmediatamente resuelto el misterio del posible asesino, pero dejando abierto, al mismo tiempo, un misterio mayor. No el cómo ni el cuándo ni el porqué… si no que entrega a nosotros una decisión mayor: la de culparla o no de aquellas muertes, luego de terminar de leer su narración.

Ella lo expresa de esta forma: “Y vosotros, al final de esta historia, me perdonaréis o no”.

Ahora bien, conociéndola -un poco-, desde antaño, me resulta innegable que esa sentencia, acá explicita, es también compartida por la totalidad de sus obras… o por ella misma, más bien, sea quien sea ese lector que esté llamado a perdonarla.

Esto, que puede parecer obvio a algunos que también la conozcan, nos lleva entonces a la difícil decisión de culparla o no, al final de la lectura.

Difícil decisión, por cierto, pues todo nos llama a perdonarla… pero de cierta forma Clarice deja ver que necesita más bien ser culpada. Ser reconocida como alguien capaz de cargar incluso, con aquellas culpas, y vivir entonces con el peso exacto se su ser. De su sí misma.

Podría desarrollar esto, aludiendo a algún otro de sus escritos, pero obviamente no es lo central aquí, y el pequeño propósito -que no he señalado abiertamente-, aunque no lo crean, está cumplido.

Por lo mismo, me permito terminar este escrito con dos frases lanzadas al ciento, sin más:

Eres culpable, Clarice, y lo sabes.

Y no te perdono, pues hacerlo es también robarte parte de ti misma.

martes, 15 de marzo de 2022

Ahí están (cosas hechas y no hechas)


Ahí están.

Kilómetros de cosas que hiciste y que no hiciste.

Kilómetros de acciones realizadas y no realizadas que ahora revelan su verdad.

Nos muestran su apariencia, digamos.

Descubren su indescriptible semejanza.

Puedes verla, sin duda.

Ahí está...

Puedes gritarlo, si quieres.

Puedo ayudarte a gritarlo, incluso, si me dejas.

¡No había diferencias entre esas cosas…!

¡Ninguna diferencia!

Ahora, respira hondo y has una pausa.

No te enojes.

Piénsalo así: al menos ya lo sabes.

Así es, aunque sorprenda.

Aunque duela, incluso, lo cierto es que así es.

Ahí están.

Así es y ahí están.

Ambos kilómetros de cosas son ahora indistintos.

Una y otra hilera de esas cosas hechas y no hechas
forman ahora los bordes de un mismo camino.

Qué ironía, ¿no crees?

Si hasta te ríes un poco cuando piensas que lo has llamado camino.

Y es que ahora comprendes que eres tú, a fin de cuentas, la referencia fija.

Todo lo demás son solo kilómetros y kilómetros de cosas.

Cosas indistintas.

Hechas y no hechas, como decía en un inicio.

Pero indistintas.

Arrojadas por ahí para confundir al indeciso.

Para que observes fuera de ti y te alejes de ti mismo, si es posible.

Para hacer que te confundas y des más importancia a las supuestas acciones
que a ti mismo.

Kilómetros de cosas hechas y no hechas, te decía.

Quédate en silencio y observa.

Ahí están.

lunes, 14 de marzo de 2022

Lote de cosas.


A veces doy vueltas en Marketplace, de Facebook. Y de vez en cuando encuentro publicaciones que extrañamente me emocionan. Y hasta me hacer recordar quien soy. Parece exagerado, lo admito. Obviamente se trata de avisos que existen fuera de mí y que probablemente pasen desapercibidos, pero lo cierto es que me gusta leerlos. Me reconforta saber que existen. Que sirvan de respaldo, digamos, para saber que la vida pasa también de esa forma. A modo de ejemplo dejo el pantallazo de uno que acabo de encontrar. Lleva por título “Lote de cosas”. Esto dice (copio y pego desde el mismo aviso): 

"Se vende lote de cosas bolsa con ropa, un piso, un tarrito con cucharas cuchillos y tenedores, bandeja, unas tarjetas Bip desconozco si funcionan estaban guardadas.todo lo que está en la foto 7 luckitas. Retiro en la florida."


Les aseguro, por lo demás, que este aviso es cierto. Y como podrán ver, es directo y es simple. Por ello, escribir algo específico sobre él, me descoloca un poco. Solo diré que me produce una sensación extraña, al verlo. Una sensación cuyos bordes limitan con la verdad, la tristeza y de paso también con cierta alegría. Me quedo entonces mirando la publicación y la sensación se apoza un poco más, sin saberlo. Se trata de una sensación que se produce al verlo, decía. Pero también al imaginar que los veo a ustedes. Y al sentir, al mismo tiempo, que de cierta forma también soy visto. Y sonrío entonces porque un poquito, al menos, nos dejamos ver.

domingo, 13 de marzo de 2022

Mi rostro en un billete.


I.
Soñé que mi rostro estaba en un billete. O sea, no mi rostro exactamente, pero una representación mía, sin duda, estaba en él. No en uno solo, por supuesto, sino en un patrón que se repetía, pero no por eso se desgastaba. Yo estaba en cada uno de esos billetes.


II.
Lo sé. Es un sueño molesto. Peco de orgullo, incluso, si lo ven así. Por esto -si ocurre de esa forma, me refiero-, les recomiendo reunir once de ustedes y arrojarme a un foso y luego decir que fui atacado y he muerto, sin más. Y asegurar que me aleje de ustedes, por supuesto. Y todo lo que suele hacerse, en esos casos.


III.
El punto en todo caso es que esos billetes estaban por ahí. Pequeños y sin un valor específico que pueda recordar. De hecho, en el sueño simplemente había uno al fondo de un cajón, en el bolsillo de alguna prenda o un único billete al final de una caja registradora. Como si no estuviesen hechos -estos billetes-, para comprar algo en particular. Y su valor tampoco sirviera para ser dado como moneda de cambio. Ni siquiera para eso. Aun así, me parecía innegable que esos billetes debían tener algún valor. En este caso, pensé, un valor secreto. Secreto y propio, digamos. Un valor que estoy llamado -ya en plena vigilia-, a averiguar.

Ojalá tengan ustedes también, ese sueño.

Y hagan entonces lo que deben hacer.

Y etcétera.

sábado, 12 de marzo de 2022

Volvimos a ver a Buster Keaton.


Volvimos a ver a Buster Keaton, hace unos días.

Nos preparamos algo de comer, me cambie la ropa de trabajo, y fuimos a verlo.

Él (Buster Keaton) intentaba obtener éxito como camarógrafo, mientras lo observábamos.

Aunque en el fondo, tener éxito como camarógrafo era una herramienta más bien, para lograr otra cosa.

Habían pasado años, desde que no lo veíamos.

Al menos estando juntos.

Ahora, me percato, no nos reímos con Buster Keaton.

No a carcajadas, por lo menos.

Así y todo, tenemos una sonrisa permanente, mientras lo observamos.

Una sonrisa que es en parte fruto de la confianza, entre los tres.

Una alegría sana.

Y es que los tres actuamos un poquito, lo admito, pero lo importante aquí es que somos honestos, mientras actuamos.

Poco después se suma al grupo también un mono.

Un mono que Buster compra pensándolo muerto y que de pronto descubre que aún estaba vivo.

Se mueve extraño, aquel mono.

De forma natural, pero al mismo tiempo con una gracia que parece ser fruto de un engranaje complejo.

Tanto así que pensamos por un momento que podía tratarse de algún actor disfrazado.

Es muy pequeño el mono, a todo esto.

Pero no lo digo sintiéndome superior de ninguna forma.

Y es que en el fondo, nosotros también somos tanto o más pequeños.

O volvemos a serlo, tal vez, cada vez que volvemos a observarlo.

Sí… Ese probablemente sea el secreto.

Me refiero a que Buster Keaton viene y va, mientras la vida nos engaña haciendo creer que solo avanza.

Hasta aquí., por ejemplo, nos dice que avanza.

Ahora, hasta aquí.

viernes, 11 de marzo de 2022

Cuestión de sangre.


Estábamos conversando luego de comer juntos. Creo que bebíamos algo. Ella me explicaba que en el último tiempo se sorprendía de pronto sin nada en la cabeza. Quieta. Sin pensar en nada.

Y lo cierto es que parecía realmente preocupada al explicarlo.

-Es una sensación rara -me dijo-. Incómoda. Como si al dejar de estar en blanco descubriese de pronto que me he soltado a mí misma… Ya sabes… como una madre a la que se le arranca su única hija… Y claro, es entonces cuando de forma súbita descubro que estoy fuera de mí, alejándome… Supongo que por eso no me gusta no pensar...

-Pero te dará tranquilidad algunas veces -dije yo-. O sea, algo podrás descansar cuando no piensas. No puedes tener la cabeza encendida todo el tiempo.

-Lo sé -dijo ella-. De hecho, eso es lo que me digo… pero lo cierto es que no me convenzo… Estar en blanco me asusta… Siento que me estanco, no sé… De verdad es una sensación extraña… Interna, me refiero… Como una cuestión de sangre…

-¿Pero de verdad la sientes tan grave? -insistí.

-Claro que sí -contestó-. No bromearía con esas cosas… De verdad te lo diría de otra forma, pero lo cierto es que no sé bien cómo explicarlo…

Dejó pasar un momento antes de seguir.

-Sí, supongo que es eso… -dijo entonces a media voz, como si hablara consigo misma-. Cuando no pienso siento que me coagulo…

-¿Sientes que te coagulas? -repetí, sin entender.

-Sí… -concluyó-. Ya ves que es cuestión de sangre, a fin de cuentas.

jueves, 10 de marzo de 2022

Doce.


Hoy se cumplen 12 años exactos desde que escribí el primer texto en este sitio.

Con una entrada al día, por 12 años, aunque debo reconocer que me he atrasado en el último tiempo.

Un compromiso que no he roto, en todo caso, aunque me encuentre retrasado por una serie de situaciones que son más bien sensaciones que se han, justamente, situado aquí.

Ojalá se entienda de qué hablo cuando digo "aquí".

Así y todo, como descubrí que blogger -que aún sobrevive-, me permite poner fechas con retraso, vuelvo a ponerme al día, también, cada cierto tiempo.

Y no falta así, en este sitio, ningún texto asociado a ningún día.

Hoy, por cierto, dejaré el audio del malprototipo (capítulo 0, digamos), de un intento de programa radial en el que me plagié a mí mismo, para el proyecto de una radio escolar, que no ha resultado mucho.

Para dejar hoy algo especial, al menos, pensando que ya son 13 años.

Sin corregir ni editar ni ninguna de esas cosas que quiero pensar que han dejado de ser errores, para disfrazarse de estilo.

Por último, confieso que da vergüenza, porque supuestamente era solo para mostrar a algunos chicos que era sentarse y hacerlo.

Aunque siempre -y esto lo digo con pequeño orgullo-, ocultemos en ello, algo más.


miércoles, 9 de marzo de 2022

Un hotel de habitaciones tristes.


I.

Decían que era un hotel de habitaciones tristes.

No por lo escaso del mobiliario (que lo era).

Tampoco por los desgastados colores, ni por la ausencia de música ambiente ni por las no muy aceptables condiciones del servicio…

Y es que esas cosas daban pena, es cierto, pero la tristeza de las habitaciones era de otra naturaleza.

Simplemente tenía habitaciones tristes, digamos, para resumir.

Y eso era algo que todos sabían.

Con eso bastaba.


II.

Así y todo, en ocasiones, alguien intentaba buscar el origen de esa tristeza.

Como si pudiese esta provenir de una historia previa, relacionada tal vez con alguna maldición o hasta una posible alma en pena.

Por supuesto, esos intentos de buscar su origen fracasaban rotundamente.

Tristemente, incluso, podríamos decir.

Y es que la tristeza de aquellas habitaciones era tan cierta como inexplicable.

Tan verdadera, digamos, como toda tristeza verdadera.

Con la única diferencia que aquí esta tristeza era más concreta.

No solo podías sentirla, me refiero, o mirarla de frente, en el espejo.

En esas habitaciones podías habitarla… y hasta cobijarte en ella.

Y claro: entonces la comprendes de otra forma.


III.

Lo principal de esta nueva forma de comprender la tristeza es saber que no es parte esencial tuya.

Que está fuera de ti y que eres tú, en cambio, quien estas de cierta forma dentro de ella.

No atrapado, por lo demás, sino de paso.

De paso y solo por el tiempo en que decidas -o necesites- alojarte en las habitaciones del hotel.

Tú sabrás si vuelves o te quedas o qué decides hacer con todo aquello.

Con eso basta.

martes, 8 de marzo de 2022

En lo absoluto.


El cura de ese pueblo tenía un ave que, decían, sabía hablar. Según contaban, era un ave extraña, producto del cruce entre un cuervo y un loro.

En lo personal, sin embargo, cuando la vi, no me pareció del todo un ave extraña, si no más bien un loro típico, aunque con un manchón de plumas negras, en el lomo.

Con todo, no la escuché hablar mucho, sino más bien repetir, en varias ocasiones, una misma palabra:

-¡Sodoma…! ¡Sodoma…!

Luego de esto, el cura reprendía al ave, y se producía entre ellos algo similar a una rutina humorística, en la que el ave decía ¡Sodoma…! ¡Sodoma…! Y luego el cura la reprendía, amenazándola con una vida eterna en el infierno de las aves, si seguía jugando con aquella palabra, antes de perseguirla por unos segundos en la habitación, hasta que el ave, por sí sola, volvía a ingresar a la jaula de la que se había escapado.

-Disculpa al ave -se excusaba el cura-, no le prestes atención. Sabe que me molesta que diga eso y se pone a repetirlo siempre que me ve, como si quisiese hacerme pasar un momento.

Con el tiempo -como generalmente creces, dejas de creer y te alejas de ese tipo de sitios-, no supe mucho más de aquel cura.

Solo cuando parte de la iglesia se quemó, hubo comentarios referentes a que habían enviado al cura a una parroquia en una comuna vecina.

Los bomberos dijeron esa vez que tuvimos suerte de no quemarnos todos, pues los materiales de las casas, en este sector, son altamente inflamables.

Del ave, por cierto, no volví a saber en lo absoluto.

lunes, 7 de marzo de 2022

Quería ser una barriga.


I.

A Florencia le preguntaron qué quería ser cuando grande y respondió que quería ser una barriga.

Como pensaron haber entendido mal insistieron, pero la respuesta fue la misma.

-Una barriga -dijo, haciendo un gesto con sus manos-. Una panza…

Como todos los demás habían mencionado profesiones u oficios su respuesta provocó algunas sonrisas. Luego, varios intentaron explicarle nuevamente la pregunta, como si ella no hubiese entendido.

-Yo sí entiendo -decía Florencia-. Pero no quiero ser doctora ni abogada ni nada de eso… quiero ser una barriga.

-De acuerdo -dijeron los demás, aunque no muy convencidos.

Poco después, ella comenzó dibujar, al igual que sus compañeros, cómo se imaginaba en el futuro.


II.

Terminó el dibujo casi de inmediato.

Se dibujó de frente, sin nada alrededor, según explicó.

En la hoja se veía una especie de óvalo con un punto en la zona central.

-Ese es el ombligo -dijo Florencia-. Un ombligo, pero también un ojo…

Como la miraron extrañados, ella agregó:

-Una barriga puede mirar por su ombligo.

Los otros asintieron.


III.

A mí me tocó ver el dibujo de Florencia pegado en un diario mural, junto a los dibujos más convencionales de los demás niños.

Entonces pregunté y me explicaron lo que había ocurrido.

Al menos, pensé, una barriga puede siempre tener cosas distintas dentro.

Poco después, mientras abandonaba el lugar, me indicaron quién era Florencia.

Estaba lejos, caminando por la parte trasera del jardín, sin hacer nada en particular.

-Siempre es así -me dijeron-, pero no parece que esté sufriendo o tenga algún problema…

Yo asentí.

Mientras me iba, debo reconocer que no dejé de observar a Florencia, sin que ella se percatara.

De cierta ya forma ya es un poco una barriga, me dije.

Por último, pensando en todo aquello, me fui del lugar.

domingo, 6 de marzo de 2022

Lo convencieron de hacerse acupuntura.


Nos contó que lo convencieron para que se hiciese acupuntura. No sé bien con qué argumentos, pero lo cierto es que asistió al menos a la primera sesión. En una camilla, tras una larga explicación y la observación de dos videos con testimonios de pacientes, comenzaron a llenarlo poco a poco de agujas, sin que experimentase mayores inconvenientes.

-No tenía dolores ni molestias, pero tampoco era algo tan especial -nos dijo-. Yo era un simple alfiletero, sobre una camilla. Nada más.

Fue entonces que, ayudado por la música del lugar, por su cansancio acumulado y por la comodidad de la camilla, él se quedó dormido, con las agujas todavía en su cuerpo, cosa que le habían advertido no ocurriese.

-Me dijeron que no durmiera, pero lo cierto es que me dormí igual -contó-. Recuerdo que soñé con un grupo de seres minúsculos que me habían atacado sin razón, como en esas imágenes de unos de Gulliver… O no sé si sin razón, pues en el fondo parecían molestos por mi indiferencia previa hacia ellos… o sea hacia la ignorancia que él tenía hasta entonces sobre la existencia de ellos.

Se despertó entonces bruscamente y, al parecer, la contracción que hizo al despertar y el cambio en la tensión de sus músculos, llevó a que las agujas se incrustasen rígidamente en él, haciendo difícil extraerlas y provocándole -según él-, agudos dolores.

-Exigí que me anestesiaran -agregó-. Que me dieran algo para dormir o cualquier cosa para evitar la sensación que me producía el retiro de esas agujas… De verdad fue espantoso… No he dejado de soñar con aquello desde que ocurrió.

-¿Sueñas que estás en la camilla y te retiran las agujas? -le pregunté.

-Más o menos -explicó-. Lo cierto es que sueño con esos seres minúsculos, de los que hablaba antes… sueño que lo que tengo enterrado son diminutos arpones, que sujetan con diminutas cuerdas y tiran de mí. Y en el sueño duele, sabes… pero de todas formas no siento que ellos tengan rabia o ánimo de venganza, hacia mí…. Más bien siento que quieren llevarme a otro sitio… no sé si bueno o malo, pero otro sitio…

-¿Y has visto o te imaginas ese sitio? -le preguntó otro de los que estábamos con él.

-No lo he visto -señaló-. Pero de cierta forma que es el sitio correcto... Que tengo una función en ese sitio… Suena extraño decirlo, pero supongo que siento que soy una especie de dios que ellos atrapan, para que regresa a su trabajo.

-¿Un dios? -le dije.

-Sí, pero sin mucho poder… o con más tamaño que poder -concluyó.

Luego se negó a seguir hablando del asunto.

sábado, 5 de marzo de 2022

No sé qué decir en esos casos.


No sé ustedes, pero yo no sé qué decir en esos casos. Tal vez por eso me callo. O evito el contacto directo. O ni siquiera participo de ellos y hasta evito estar.

No me ocurre solo en un tipo de casos, por cierto, por eso no lo nombro. Puede cualquiera pensar en la alternativa que quiera y le aseguro que también me ocurre en él.

No me siento culpable por eso, pero debo confesar que al menos es extraño no saber qué decir.

O al menos en mi caso, lo siento extraño.

Y es que, si bien se me ocurren un montón de alternativas, siento que ninguna es acertada. Y cuando digo acertada me refiero a que no me parecen útiles, si bien podrían servir para “pasar desapercibido” en aquel lugar y tener una “conversación común”, sin llamar demasiado la atención.

Escribir acá, por cierto, se transforma a veces en una de esas situaciones.

Solo que acá, ese acto se transforma en una forma de estar en silencio, un tanto más cómodo, y generando un poquito de ruido.

Igual que el ruido que hace el cuerpo al estar vivo, pero en este caso se trata de un ruido que viene, sin duda, de otro sitio.

Un sitio en el que ya no sé, ciertamente, si quiero estar.

viernes, 4 de marzo de 2022

Saco la carne del congelador.


Saco la carne del congelador para que se descongele. La dejo sobre un plato, en un mueble de la cocina y luego se me olvida, por supuesto, que está ahí.

Por lo general, la carne al descongelarse bota sangre y agua que excede los límites del plato y termina manchando el mueble, al olvidarme de ella, en lo absoluto.

Mi hijo suele insistir en que debo descongelarla en el microondas. Argumenta que es más rápido, por supuesto, y además así evito olvidarla, pues todo resulta más inmediato.

Yo discuto, por supuesto. La carne debe descongelarse por sí sola, le digo. Aunque no doy razones, por supuesto.

Él no discute, en todo caso, y hasta me ayuda a limpiar.

En lo personal, siempre me demoro en decidir con qué limpiar esas manchas de agua y sangre. No se trata, sin embargo, de las manchas en sí, sino del asco que luego me produce el paño o lo que sea que he ocupado para limpiar todo eso, y termino botando aquello, a la basura.

Luego de eso, por supuesto, cocinamos.

Nos repartimos las labores, para esto.

Ahora que lo pienso, soy yo quien siempre se ocupa de la carne.

La corto, la aliño… la cocino, en definitiva.

Es difícil de explicar, pero todo el tiempo, mientras lo hago, estoy consciente de que es carne. Y claro, si bien no es algo terrible, tampoco se trata de una sensación agradable.

Esto ha ido el aumento, en el último tiempo.

El otro día, por ejemplo, incluso me ocurrió comiendo.

Mientras masticaba la carne imaginé que lo que estaba masticando era en realidad mi lengua, y que, a esa altura, ya era un proceso irreversible.

Me angustié, por supuesto, pero terminé de comer en silencio.

Mi hijo, en tanto, me observaba mascar.

jueves, 3 de marzo de 2022

¿No te llevas nada?


Señaló un nombre extraño y nos explicó aquello que hacía. El nombre lo olvidé, por supuesto, pero lo que hacía era invitarnos a su casa e invitarnos a llevarnos lo que quisiéramos. Literalmente lo que quisiéramos.

A diferencia de lo que pensábamos, él no se iba del país ni planeaba tampoco una renovación absoluta, sino que decía que había hecho ese ejercicio como un acto liberador, pues comprendía que prácticamente todo lo que tenía no era esencial, y podía seguir con su vida “más ligero”, con menos cosas.

En este sentido, si bien no restringió nuestros requerimientos, hizo que los que estábamos ahí tuviésemos ciertos reparos y le dejáramos algunas cosas básicas. Ropa, principalmente, aunque recuerdo que también le dejaron varios muebles, la cocina y el refrigerador.

Después de todo, si bien su sueldo era un poco mejor que el de la mayoría de nosotros, sabíamos que podría tener dificultades si abusábamos de su propuesta.

-¿No te llevas nada? -me preguntó luego de un rato, al ver que no separaba nada para mí.

-Pensé en libros -confesé-, pero vi que otros se fueron a la biblioteca y ya no quedan.

-Hay una acuarela en el cuarto de atrás -me dijo-, tal vez te guste.

No contesté, pero incliné la cabeza, agradecido, aunque de todas formas no fui por ella.

En cambio, me senté en un sofá, a tomarme una cerveza, hasta que alguien me avisó que se llevaría el sofá, y quería moverlo hacia un lado para que supieran que estaba “reservado”.

-¿De verdad se siente bien? -le pregunté.

-Más de lo que crees -me dijo.

Al observarlo, se veía feliz, pero sentía que en el proceso los otros mostraban lo peor de sí, y no eran merecedores de nada de lo que se llevaban.

-En el fondo se llevan cargas -me dijo-. Te aseguro que la mayoría tampoco necesita de estas cosas… a algunos ni siquiera les cabrá aquello que se llevan en sus casas, o no tendrán dónde ponerlo…

-Es probable -admití.

No hablamos más, pero me quedé de todas formas hasta el final, observando todo el espectáculo.

Cuando me fui, el lugar se veía revuelto, mayormente vacío, aunque todavía quedaban grupos de cosas apiladas, que algunos irían a buscar al día siguiente.

-Llévate esto, por último -me dijo él, despidiéndose y entregándome una caja de fósforos de estilo japonés.

Ya de camino a casa, abrí la caja, y me alegré al ver que estaba prácticamente llena.

Con fósforos, por supuesto, todavía sin usar.

miércoles, 2 de marzo de 2022

No lo veo así.


*
Yo no lo veo así, por supuesto. Pero mejor no digo cómo lo veo. Asiento con los otros, nada más. No contradigo. Dejo que crean que tienen razón. O no que tienen razón, en realidad. Dejo que crean que me engañan. Sí, es eso. Dejo que piensen que acepto sus falsas visiones. Que mis ojos ven lo que ellos dicen. Que no veo -ni puedo ver-, de otra forma. Que pierdo mi vida de la forma en que ellos quieren que la pierda. Que doy vueltas mayormente y luego ni siquiera eso. Que estoy clavado a mí mismo. Sí… es eso. Eso es lo que les dejo ver. Y entonces ríen y no saben. Caen y no comprenden que caen. Y ríen mientras caen. Su barranco es menos pronunciado, pero es.

*
Yo no lo veo así, por supuesto. Y no me veo así, tampoco, a mí mismo. Esos son roles, simplemente. Eso es lo que ocurre. Actitudes sin raíces. Sin conexión al nervio. Y no hay dolor sin conexión al nervio. No soy mejor a ellos, pero ellos, sin duda, son peores. Yo busco mantener la medida de mí mismo. Mi peso, digamos. Mi vida y la forma de perderla que me corresponde. Que me es propia. Construyo lo que ha de construirse y sigo en calma, aunque sepa que el derrumbe también está asignado. Y hasta es inminente. No digo como lo veo, pero puedo hablar de todas formas, en torno a lo que no veo. A veces pienso que hasta es mi deber. Admito, no obstante, que puedo estar equivocado, no lo niego. Y la equivocación entonces puede verse como un barranco pronunciado. Pero no es.

martes, 1 de marzo de 2022

Cuestión de equilibrio.


Hablaban desde hacía rato.

Pero tengo poco tiempo así que les cuento desde aquí.

-¿Qué el universo es un todo y está en equilibrio? No lo creo -dijo J.-, para equilibrar algo se necesitan dos, al menos, y luego que uno de esos dos se equilibre en relación al otro… un todo no puede tener equilibrio en sí mismo… ¿en relación a qué, me refiero, estaría equilibrado…?

-Esa es solo tu visión -lo interrumpió K., algo molesto-; esa es tu visión, pero puede existir otra manera de entender el concepto de equilibrio… y entonces la idea de unidad, o de un todo como le llamas tú…

-Yo no le llamo así… -lo interrumpió J.-, me limito a repetir esa palabra pues así lo escuché de los otros… y me pareció incompatible con el concepto de equilibrio… y no con “mi concepto” sino con el concepto en sí… equilibrar no es estar, no es permanecer fijo y en relación a nada… equilibrar es un verbo de acción que supone regular dos elementos…

-¿Dos elementos opuestos, vas a decir ahora?

-Para nada. Iba a decir complementarios. Pero no complementarios porque formen un todo, sino justamente porque logran, siendo dos, mantener un equilibrio, permitiendo la existencia plena del otro de esa forma… y revelando de paso el equilibrio mismo…

-El equilibrio como un todo revelado -insistió K.

-El equilibrio como la revelación de la ilusión del todo -contestó J.-, de la demostración de la no necesidad de la unidad como un origen o un fin…

-No tienes idea de qué hablas -sentenció K.

-Puede ser -admitió J.-, pero eso justamente es lo que fortalece la verdad de lo que digo… la existencia fuera de mí, me refiero, respecto a aquello que digo...

-¿Y entonces?

-Entonces la verdad deja de existir como una conclusión surgida por mis ideas… sino que existe más bien como un otro, en definitiva… Un otro en equilibrio.

-¿Y en equilibrio con qué, según tú? -preguntó ahora K.

-En equilibrio con quien cree en ella… con quien sostiene y se sostiene en ella -finalizó J.

Luego no hablaron más.

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